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III.
DESCRIPCION DEL ALMA LLAGADA
1. Ignorancia del propio estado
Pero, porque esta materia quedara
del todo entendida, me parece se había de esplicar en particular la enfermedad
que tiene esta alma, de quien los médicos, que son los que la aconsejan, no
yerren. Porque, si el enfermo no dice algo por do el médico pueda conjeturar,
dificultoso podrá él ordenar medicinas.
Y más, que en lo que arriba queda
dicho hemos echado mano de todas las dolencias (casi) en común, de todas las
flaquezas y necesidades del alma acompañada con su hermano el cuerpo; y fuera
bien saber algo de aquella enfermedad sola y apartada de las demás, porque hay
pocos galenos que traten de ella. Pues respondo que yo tampoco soy
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Avicena para
decir, y yo no lo sé ni lo entiendo; pregúntenlo [a] alma que la haya padecido:
etatem habet, respondat pro se1; responda el alma a quien nuestro buen
Cristo dio ojos y luz. ¿Cómo se la dio? ¿Qué le puso en los ojos? ¿Cómo la lavó? Porque, a mi parecer, aquel
poner tierra en los ojos y aquel enviar al alma que se lave, debe de ser la
enfermedad; y según razón, ella no lo puede saber, porque, si la enlodan cuando
no ve, si se lava en Siloé cuando no ha abierto los ojos ¿qué puede decir de lo
que pasó cuando no veía? Y así el ciego no supo decir nada, sino decir:
"Una cosa sé, que yo nací ciego y ahora veo"2. Y adviertan
que mi buen ciego no se lee que hablase palabra hasta que se había lavado en
los baños o pilas de Siloé y tenía vista y ojos; entonces parlaba tanto [142r]
que le dicen los phariseos: in pecatis natus esa, et tu doces
nos?3
Que por aquí se
entiende que no hay aguardar que el alma, mientras está enferma y así puesta
del lodo con sus trabajos y mortificaciones, y antes de los baños y vista y
ojos claros, que hable palabra. Podría ser que, después de se haber lavado,
hable y enseñe aun a los más doctos de las scuelas; pero podría también ser que
no sepa decir lo que entonces tenía, porque aún no tenía ojos para ver lo que
en él se obraba y hacía. Y así, no podrá dar cuenta de la enfermedad ni cura
que le hicieron, aunque más enseñe y parle. Porque así debe de convenir a la
sabiduría de Dios, que esconde sus misterios y secretos ut videntes non videant4.
Y esta luz, que Dios da a esta alma así enferma y curada, conviene que sea
secretab por esta razón: o la enfermedad y cura es grave, recia y
rigurosa, o es muy fácil; si es rigurosa, es necesario que no sepa porque los
no curados no teman el alcanzar vista que así les parece costosa y rigurosa; si
la cura es fácil y poco costosa, es brava condenación a los malos, que por una
cosa fácil y por no enfermar de una enfermedad que al cabo sanan de ella y
quedan con vista muy agradable; como sería inescusable el que, sabiendo que un
bebedizo es fácilc, por no tomarlo se deja morir; pues ¡qué infierno y
qué circunstancia tan grave sería para el malo ver con claridad la poca
gravedad de la enfermedad que padece el alma, a quien Dios da vista, y él, por
no padecerla, se quede sin ellad! Así, por no agravar el infierno a los
unos y por no dificultar el bien a los justose, esconde Dios estos
medios, y esta alma no sabe decir qué tiene cuando así está enferma.
Una de
las cosas más delicadas que hay en el mundo, es la labor que hace la abeja en
su colmena. Y le proveyó
la naturaleza de este instinto: que lo primero que hace es tapar los agujeros
con lodo y todo el corcho, para que no pueda quedar ventana por do puedan verle
su artificio. ¡Ay Dios mío, cuánto más delicada es la labor que tú
haces en el alma, cuando la enfermas y la sanas, cuando le das vista y alumbras
y en su alma labras un panar de miel de amor y charidad!
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Que hay que espantar [142v] que, al tiempo de hacer estas
labores, enlode Dios el corcho, de suerte que no deje ventana para que le
puedan ver sus obras y labores, ni aun la propia alma en quien se hace, de
suerte que para él sólo se quede ese secreto scondido.
Y pues
decimos que hay tiempo de sestear, para mí lo es ya, por haber querido Dios
haya ahora scrito tres pliegos y medio.
2. Enfermedad terrible y sin cura, pero
amada
Cierto que no sé yo para qué me meto
en estos dibujos, porque, siendo labores tan delicadas que sólo Dios las sabe
dar y nosotros aún no tenemos ojos con que las mirar, mejor sería callar; que
podría ser, por hablar, decir necedades a montones y dar bien lejos del blanco
y, después de cansados, nos quedásemos bien en blanco de todo lo que
pretendiésemos. Pero, con todo eso, para que nos conste que de una cosa no se
sabe, es bien que se sepa han querido tratar de ella y no han acertado; han
tirado la vara y no han llegado a la raya; han corrido y no han podido consumar
la carrera para que les denf la corona y la joya por el acierto.
Y es consuelo para la alma así
enferma de esta spiritual dolencia que no hay en la tierra quien sepa ni
conozca su enfermedad, y que no tiene otro remedio sino dejarse morir de buena
gana, que es lo que su querido esposo quiere. Que, como tiene mill vidas que
dar, querría que en aquella enfermedad pasase y bebieseg mill muertes,
que todas ellas están cifradas y resumidas en esta enfermedad mortal que
padece, pues le parece que morir mill muertes fuera para ella alcanzar mill
vidas; que le parece a ella, a trueco de librarse de aquel trance, era poco
tener mill enajenamientos.
Y esto es cierto, que es cosa de
risa la muerte para esta alma respecto de lo que padece. Porque el que muere,
consuélase con decir: en breve pasa, un trago amargo es; y en un momento se le
pasó, y se halla en otra vida que le sirve de descanso, porque con ella no se
compadecen penas ni tiene mezcla de disgustos. Pero en esta enfermedadh
padece males y goza bienes, y oposita circa se posita magis
elucescunt5; un opuesto a otro opuesto lo hace salir más. Y es terrible
cosa el guisado con dulce y agrio. Que acá estotras enfermedades que hay en el
mundo, ya hay algunos hombres tan hechos a padecerlas que son como los que se
crían en unas tierras [143r] venenosas, que el hábito de comer manjares
venenosos le hace no sentirlo ni despreciarlos; y
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más, que estas enfermedades de acá amodorrecen una
persona y le aturden los sentidos, de suerte que no sienten de muchas partes la
una; más, que es enfermedad en cuerpo terrestre, menos sensible. Pero la que padece el alma, no habituada a
aquellos males porque son sobrenaturales, siéntelo sobre muerte.
Lo segundo, mientras más enferma,
más sentida, más viva, más dispierta, más delicada. Pues díganme ¿qué dolor
será la del alma, que, mientras más le suben el tormento, más crece lo sensible
de ella? ¿No han visto acá a un hombre cuando la justicia quiere que sienta
mucho los tormentos, dale sustancias para que tengan fuerzas, vigor y aliento,
para que les dure la vida mientras duran los tormentos? Así hace Dios con
aquella alma en semejante ocasión: que, para que le duela (por muchos fines
provechosos que de aquel dolor debe de sacar), le da allá unos bebedizos
secretos que le dan nuevas fuerzas para de nuevo sentir los nuevos dolores que
se le van aumentando.
Digo que
esta enfermedad es más que muerte y muerte, porque quien dijo muerto dijo que
ya pasó, y de cosas pasadas no hay que hacer encarecimiento; pero esta alma
vive y muere y no acaba, y es terrible cosa. Otra, que, con sentir tanto aquella muerte o palosismos
spirituales, no quiere morir, y ve que así le conviene vivir muriendo.
¡Terrible cosa!, ¡dolencia grave!, que la ha de padecer y no la acaba la vida;
antes, la propia enfermedad le sirve de manjar y sustento de la vida, para que
no acabe. Y ella lo quiere así.
Pues enfermedad con tantas
circunstancias graves, y que sienta esta tal alma que no tiene quien la
entienda en la tierra ni le conozca su dolencia ni aplique medicinas, sino sólo
Dios del cielo; y que, levantando a él los ojos, halla que sus deleites es
verla llagada y herida. ¡Terrible enfermedad! ¡Sánete Dios! Que yo
pienso que la mayor salud que ella desea es nunca sanar, sino que crezca la
enfermedad, que por eso dije denantes que, con ser la muerte tan sabrosa para
quien así padece, no quiere morir, porque sabe que le conviene morir y vivir, y
vivir muriendo.
Ya creo
[143v] que he esplicado esto en otro lugar por este exemplo. El que tiene sarna,
no hay mayor regriferio para él que le rasquen, y siente vida en lo que le es
muerte y agrava su dolencia porque, mientras más le rascan, más llagas se hace.
Y como el enfermo, que apetece y quiere lo que le ha de agravar su enfermedad
y, si no tuviese quien le fuese a la mano, haríe mill disparates en orden a la
enfermedad. Ahora, pues,
pongamos a nuestra alma sancta así enferma. Que, como no hay en esta enfermedad
spiritual quien le vaya a la mano, porque, como tenemos dicho, no hay enfermero
ni médico que la conozca para privarle de lo que le puede agravar y darle lo
que le puede aliviari, ella, como no tiene así quien le vaya a la mano,
echa mano de los remedios que hacen mayor su llaga, como el sarnoso; y como se
siente abrasada y de un fuego estraño encendida, todo se le va en de nuevo
desear y tomar aquel cáliz y bebida que Dios promete a los suyos; y mientras
más bebe, más se enciende, más se enferma. Pues, pensando
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ella que el
remedio de su enfermedad es hacer algo por su esposo, cuando lo ha acabado de
hacer, viendo que no se le mitigó la sed que nace de las entrañas heridas de su
esposo, acuítase, aflígese, torna a tomar el vaso; con él en la mano, está
pensativa y está diciendo: Señor, no me entiendo; si para mi remedio quiero
beber y por vuestroj amor padecer ahora este rato, hallo dos trabajos:
que no puedo beber cuanto yo quisiera. ¿No ven a un hombre con un cántaro en la
mano que, según su calentura, se le hace poco, que quisiera él bebérselo todo
por entender que de una vez grande que bebiera quedara refrigerado; y viendo
que no puede sino beber una medida muy moderada, aflígese y desconsuélase? Lo
segundo, ver que ya bebió, y se está de esa misma manera y, antes, tiene más
sed; esto es para el enfermo una grande pesadumbre.
Lo propio hallo yo a nuestra alma
enferma. Siempre de la tal alma son mayores los deseos que las fuerzas. Coge el
cáliz en la mano, que es la cruz de Jesucristo, [144r] y quiere echársela a
cuestas; ve que no puede tanto por la flaqueza de la naturaleza cuanto ella
querría padecer por entender que, dándose una buena hartada de padecer y de
trabajos por su sposo, habíe de quedar sana y buena. Entonces se aflige de
nuevo y, como no puede lo que quiere, más se encienden los deseos y crece la enfermedad,
junto con ver que no es elk remedio y descanso de su dolencia el beber
o, por mejor decir, sí es ese el remedio, pero terrible remedio para la tal
enfermedad, que se ha de usar de remedio para que viva que ha de aumentar la
enfermedad.
Pongamos
un exemplo. Aquí en
Madrid atravesó un hombre a otro con una spada, y dejósela atravesada en el
cuerpo. Vinieron los médicos, y todosl convinieron que, para que a
aquel hombre le durase la vida hasta hacer testamento y recebir los sacramentos,
que era necesario dejarle atravesada la spada. ¡Terrible cosa que, para que
este hombre viva, es menester que le conserven y dejen una spada atravesada por
las entrañas! Lo propio le pasa al alma, a quien Dios tiene herida y
atravesada: que su vida está en que no sane, sino en que le apliquen remedios
que, no sólo no la han de aliviar, sino, antes, aumentar su enfermedad.
Todo esto se ha dicho por decir
arriba aquella palabra: que a esta alma le fuera más fácil morir mill muertes
que vivir una vida, porque en esta vida tiene encerradas aquellas muertes.
Según esto, alma mía, pásese su enfermedad y, pues se sustenta con dolencias y
vive con enfermedades, muertes y guchillos atravesados, buen provecho le hagan.
Pues en la boca del león que, por una parte, despedaza, por otra parte, halla
en ella panar de miel, comam enhorabuena la hiel y entrañas amargas del
pez de Tobías6, que ésas son las que le dan luz, vista y ojos. Guchillo
que, con tener los filos tan delgados, corta a dos filos el
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cuerpo y
alma, atravesado con él, el spíritu vive. Viva enhorabuena, pásese su
enfermedad, consuélela Dios, que acá no la entendemos.
3. Primera reacción del alma
Quiero advertir aquí una cosa que
pienso suele hacer esta alma así herida, que podría ser aprovechase para alguna
vez. Cuando esta alma se siente que la han atravesado las entrañas con este
guchillo de dos filos, hace [144v] lo que un toro cuando le han clavado algunas
garrochas en tiempo que los corren en grandes fiestas: que, pensando que por
correr las ha de soltar, huye, corre, salta, tira coces y hincan el
hocico en el suelo; y como van bien clavadas, de nada le sirven sus carreras,
porque allí se lleva sus garrochas bien aferradas.
De esa manera, en el día de la
fiesta grande de Dios, que es cuando el alma hace verdadera entriega de sí a su
Dios, en ese día por fiesta grande la hiere Dios y le tira una amorosa saeta,
que es aquella de quien dice san Agustín: sagitaveras tu, Domine, cor meum7;
asaeteaste y agarrochaste tú, Señor, mi corazón. Pues el alma, cuyo corazón
está así herido, ¿qué hace? Como lo siente tanto a los primeros golpes y nuevas
mudanzas de vida (aunque, como decíamos denantes, no quiere sanar), quiere no
quiriendo despedir la garrocha y que se desasga el clavo. Y así ¿qué hace?
Piensa que es remedio andar, huir, correr, saltar, mudar lugares. Ven acá,
pobrecito de ti, ¿dó vas? ¿Qué haces? ¿En qué entiendes? ¿No ves que doquiera
que vas te llevas atravesado el guchillo y herido el corazón y hincada la
garrocha? Sosiégate, sufre, pasa, disimula, consiente, que el que te hirió no
te hirió para que se te caiga a tres saltos. No hay que tirar coces ni hincar
el hocico en el suelo, sino decir: ¡Sea por amor de Dios! Que es uno de los
mayores trabajos que se pueden imaginar, si no se topase esta tal alma a una
persona que, sufriéndole sus berridos, por grado o por fuerza, la sosegase,
acallase, limpiase las lágrimas; y, como digo, si no por grado, por fuerza, si
fuerza se puede decir los consejos encarecidos y razones fuertes.
No sé
con qué mejor se puede esto explicar que con una cosa que a mí me pasó en una
grave enfermedad que tuve. Cortáronme de debajo la lengua por el pescuezo, en
la parte de afuera que llaman debajo de la barbilla, un gran pedazo de carne,
por tener allí una bolsa que, llena de los corrimientos que bajaban de la
cabeza, me ponía en puntos de me ahogar al tiempo del [145r] crecer la sangre
por abril y mayo. Después de hecha la llaga, quedóse muy pegada a las cuerdas
la bolsa que admitía los corrimientos. Entonces, el zurujano, para que
despidiese, echó en la llaga unos polvos que llaman polvos de Juanis,
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de vino
fortíssimo, y que causan grandíssimo dolor. El buen zurujano previno y dijo:
Este es un dolor terrible; por este rato este hombre podría con la vehemencia
de el dolor hacer alguna cosa no digna de la mesura del hábito que trai; estén
con él algunos clérigos y personas que le moderen su dolor y pasión con
palabras, con razones o con obras. Fue así, que dentro de un momento que me
echaron los polvos en la llaga, fue tanto el dolor y escozor que, levantándome
de la cama, di una terrible coz a una puerta y no sé qué me quebré y rompí un
paño con la furia y el sentimiento del dolor. Los que estaban conmigo hicieron
el officio para lo que allí los habían puesto. Yo, con sus razones y por su
respecto haciéndome fuerza, moderé los disparates que pudiera hacer así
turbado. Con aquel sentimiento arrojéme en una cama, y todo mi sentimiento se
me trocó en llorar, sufrir y decir: ¡Sea por amor de Dios!8
Padres míos, con esta aspereza cura
Dios a sus almas queridas: que, habiéndoles hecho llaga con este guchillo, en
ella echó polvos fuertes que despidan y despeguen la bolsa en que se recogían
loso corrimientos y haberes del mundo, que son los que la
peligrabanp de muerte. Pues esta alma así herida es menester buscarle
varones y religiosos que, con sus razones y por su respecto, ella modere su
sentimiento y no haga cosas no debidas a su estado y mesura con la vehemencia
del dolorq y sentimiento de su llaga. Y aun que, si fuere necesario,
por aquel breve rato lo fuercen y obliguen y aun aten hasta que, trocado aquel
dolor en copiosas lágrimas, conociendo que viene de Dios, diga: ¡Sea, Señor,
por tu amor!
Ya yo he dicho atrás de aquel gran
varón Juan de Dios, que al principio de su conversión hacía tales cosas que lo
llevaron a la casa de los locos9. No estaba loco sino muy cuerdo, pero,
como se descompuso la apariencia [145v] esterior, no sabiendo de qué le
procedía dieron con él donde fuera más razón ellos estuvieran. Pero, en fin, le
aprovechó por aquellos pocos días, mientras se tornó a componer aquel relox,
que, para dar las horas acertadas que dio en el discurso de toda su vida, fue
necesario se desconpusiese.
4. El
santo Job, imagen del alma
Con el sancto Job lo
hizo Dios: que, estando en el muladar llagado, pobre, menesteroso, le envía
allí Dios sus amigos que lamenten con él y le digan grandes y particulares
razones10. Pues sepan que en el estado que vamos diciendo de esta alma,
es como
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otro Job,
porque habiéndola desasido Dios de todas las cosas del mundo, la tiene tan
pobre como otro Job, porque aun un poco de pan y agua que le den no lo come
como cosa suya, sino ajena y no merecedora. Por todas partes se ve pobre y
menesterosa; vese llagada de pies a cabeza; que no hay sino quien la
mortifique, hasta su propia mujer, que es su carne, que ésa le está haciendo
mill molestias y incitándola a que desespere, que ella no puede sufrir tanta
plaga. Miren si es bien que en esta ocasión haya algunos amigos que se vengan a
sentar con él en el muladar y aconsejarle y consolarle.
Ahora, hermano, ¿no decimos que esta
enfermedad no tiene cura, y que la mayor es estarse enferma? ¿Cómo ahora
decimos que vengan amigos, etc.?
Ahora miren, ¿no han visto unos
niños que, jugando en la calle, los enojaron sus compañeros o cayeron o se
lastimaron? Van enojados a su madre, llorando, afligidos, que no se dan lugar
los pucherillos que hacen. La madre cógeler, línpiale las lágrimas,
pásale la mano por la cara y está diciendo: ¡Allá vayas mal! (unas palabras
ridículas). Con aquello
el niño se acalla, aduerme y sana.
¡Oh bueno y sancto
Dios! Como en aquel estado no hay niño más tierno ni más fácil de enojar que
aquella alma, con esto se contentará: con que haya quien le linpie las
lágrimas, quien lo reciba en su protección, quien le diga palabras amorosas,
[146r] que, aunque todo ello no es de consideración para sanar la
descalabradura, en fin, como niño, se acalla y aduerme hasta que, dispertando
en otra vida de varón más fuerte, lo sufra y lleve por amor de Dios.
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