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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
XXXII. LOS MANJARES QUE SE PUEDEN COMER Y COMPRAR
§ 12. En el párrapho doce a nuestra sancta reglab trata de los manjares que los religiosos han de comer y poder comprar, y dice así: Si
la gente de afuera, que son los seglares, les dieren carne, o ellos en casa la tuvieren, la podrán comer tan solamente en los días del domingo dende la Paschua de Resurrección hasta el Adviento del Señor y dende el Nacimiento de Cristo hastac la septuagéssima; y, demás de estos domingos, en seis fiestas del año, conviene a saber [72v] el día de la Natividad de Cristo y en su Epiphanía y Acensión, en la Asumpción y Purificación de la Virgen, y en la fiesta de Todos Sanctos 1.
En lo que se ha de comer los demás días dice: Nada compren para su sustento, si no fuere pan o legumbres, conviene a saber habas o lantejas y otras legumbres semejantes. Dice más: Que podrán comprar aceite, leche, queso y fructa, etc., pero que de ninguna suerte puedan comprar pescado o vino, si no fuere por alguna necesidad particular para los enfermos o gente que, por sus muchas penitencias o vejez, hayan venido a tanta flaqueza que se pueda reputar por enfermedad, o por tener en casa pobres, o en alguna grande solenidad 2.
Dice más: Que puedan tener y comprar algunas crías 3. Yo me sospecho debieran de ser como gallinas o otras aves. Que ya para se aprovechar de los güevos o de ellas mismas para los pobres, debiera de poner esta particularidad. También se podía entender esto de los ganados mayores respecto de los hospitales a que siempre acudían con tanta perfección; y era bien y cosa muy justa se proveyesen de lo necesario, por cualquier justa vía, para una obra de charidad tan acepta a Dios.
En lo que toca a las cosas que se han de comprar, siempre ha tenido para mí un pedazo de dificultad esta cláusula, porque, si bien se mira, parece que un sedque neque que tiene para no comprar pescado, es conjunción que junta semejantes casos; y si eso hace, los que están antes también serán negativos, y negará el comprar aceite y queso y güevos y otras cosas semejantes. Pero yo no me quiero meter ahora en nada de eso. Creo la claridad constará de mirar en su original la apuntación, que donde d hubiere punto, dende allí irá negando el sedque neque.
Podremos irlo declarando o moralizando en común, descubriendo los sanctos fines que nuestra regla tuvo en todas las partes de esta cláusula, para que con mayores veras nos dispongamos a su e observancia. Que podríamos f entender una cosa de éstas no ser de consideración y no reparar en el cumplimiento de ella; y sabiendo su inportancia, gustemos más perder la vida que faltar en un punto. Llano es que, si vos
viésedes que las cercenaduras de una cosa son de oro o de plata, no las dejaríedes perder; y si fuesen de hierro o de otra cosa, no repararíedes en ello. Y por esto digo yo ser de [73r] gran consideración que todos los religiosos sepan el valor de las cosas muy menudas de su regla.
2. No como regalo, sino como freno saludable
Lo primero que hallo que notar sobre esta cláusula es el permitir se coma carne ciertos domingos y seis fiestas del año, que con esto quita una vehemente tentación que suele nacer de la perpetua privación de las cosas g, y amortiguar este apetito. Que, si bien se mira, no es regalo, pues, cuando se viene a comer un solo día entre tantos, y entonces no con certidumbre pues la han de dar por amor de Dios, más se puede tener por penitencia y mortificación que por gusto. Como de ordinario se ve que hay muchos [que] gustan aquel día de dejarla y no hallan regalo en ella. Pero atendió nuestra sancta regla a considerar cuán bestial es este apetito y que, por verse siempre privado del comer carne, hace mil disparates. Y con solo esta permisión de nuestra regla, no sólo veo no hacerlos, pero confieso h cierto i que ni en confesión ni fuera de ella no he oído decir haber j religioso que haya padecido tentación o tenido algún género de atrevimiento acerca de esta materia, porque, cuando el demonio trujese alguna tentación, tiene el fraile la respuesta en la mano, que es decir que el domingo podrá vencer aquel apetito y que se disimule hasta entonces. Y, vencido en semejante ocasión el enemigo, cuando ya llega el domingo viene el enemigo sin fuerzas. Y parece que él no lo hacía por tanto, pues, llegado el domingo, eso se le da comerla que no comerla. Y el demonio, cuando tiene y incita los apetitos, muévelos debajo de razón de mal. Y mientras duró el tiempo de la privación, pudo durarle la contradición contra este obiecto de virtud, pero, cuando llegó el domingo, cesó. Y así cesa su tentación. Y, cesado y quedando el hombre más libre, más libre y fuertemente se rinde a cosas de más penitencia y mortificación, que lo es, llegado la ocasión en que ha de comer carne, privarse de ella por amor de Dios.
Y esto lo vemos puesto en experiencia en las madres: que, pidiéndoles sus hijos de almorzar, los entretienen con contento con decir que presto se llegará el mediodía; y, pasada aquella hambre, que muy de ordinario es falsa, se suelen pasar con que quiera al mediodía. Con esto entretuvo el sancto propheta Eliseo a la gente de Samaría. Estando ya en el último trance para hacer muchos males, acabar y perecer las vidas, viéndolos agonizar, les dijo: Audite verbum Domini: in tempore hoc cras modius similae uno statere erit, etc. 4. Como si dijera: Gente afligida, gente hambrienta, sufríos un poco, poco hay de aquí a mañana, pues dígoos de
verdad que mañana valdrá el mantenimiento tan barato que a la puerta de la ciudad se darán con ello y valdrá, como acá decimos, a blanca.
3. Norma justa para el religioso
[73v] Yo no sé qué hombre puede haber en el mundo tan alcanzado de cuenta que tanto le apriete este apetito, cuando le dé todas las riendas que quisiere, que no se pueda sufrir hasta el domingo y que por seis días de la semana k no lo pueda refrenar. Y así yo tengo esta cláusula y permisión por muy sancta y de acuerdo del cielo. Que, en fin, el cuerpo l, que toda la semana ha hecho buen oficio ayudando al amo, llegado el domingo, le aflojen la cuerda, se compadezcan de él y le den alguna ayuda de costa. Que no hay hombre tan mezquino que, llegada la fiesta, no deje descansar a su esclavo y le alargue la ración en algo. Que, si el cuerpo es bueno, bueno es hacerle la fiesta el domingo, que con eso cobra brío para el nuevo trabajo de la semana que vuelve a trabajar. Y si siempre leemos, en los días que Cristo hizo convite o le convidaron, que su manjar ordinario era pan o pan de cebada o algún pez o panar de miel, el domingo de los desposorios que se celebraban en Caná de Galilea 5 carne comeríe Cristo, pues de otra cosa no se hace mención. Y quien admitió el convite, bien se deja entender admitiríe el manjar que en él se comía.
Y si los hebreos en el desierto cada día cogían el maná que habían de comer y, si cogían más de suerte que sobrase para otro día, se les perdía, sólo para el día del sábado podían coger el día antes (así pienso que dice, mírenlo) m, porque aquel día gustaba Dios comiesen el pan sin dolor 6, holgase el cuerpo y le diesen la ración de balde 7. Y bien ve Dios la flaqueza del hombre, que, con traer n a los hebreos regalados por el desierto y banqueteados con el maná, que tenía todos sabores 8, le murmuraron las ollas de Egipto y se enfadaron de aquel manjar que el cielo les llovía y lo necesitaron a que les lloviese carnes 9. Y yo tengo sin comparación por mejor esta prevención que hace nuestra sancta regla de estas pobres ollas que podemos comer los domingos que no poner en ocasión un religioso de que murmure de las ollas y manjares que dejó en Egipto o que, tentado y vencido, coma manjar que, como dice David, tiniéndolo en la boca, baje la ira de Dios sobre él 10; que harto grande ira de Dios es dejarlo caer en una inperfección contra su regla y sanctas costumbres. O le suceda lo que al otro propheta: que, habiéndole mandado o Dios llevase cierto recado a un rey y que, en el tiempo que se ocupase en el cumplimiento de aquel precepto, no comiese,
le derribó otro propheta p falso y lo quebrantó comiendo, lo cual fue causa de que saliesen leones en el camino y le quitasen la vida 11.
Yo confieso que, aunque un hombre, cuando camina, haya de hacer jornada de [74r] a diez leguas y no le hayan de servir las ventas de parar en ellas, no sé qué se tiene que parece va consolado con pensar hay en el camino ventas donde, si se le ofreciere alguna necesidad o trabajo, tiene donde remediarla sin que peligre su vida o se vea en alguna aflicción. Lo propio digo yo: que veo que nuestros hermanos no reparan ni hacen caso de la carne que comen los domingos, pero parece que se consuelan de que, si se vieren en algún trabajo o conflicto -que lo es harto grande cuando el demonio aprieta los cordeles afligiendo a un alma en cosas que no inportan un arveja-, tener donde poder resollar y, sin que Dios se ofenda, donde el prelado pueda q ayudar a sus súbditos; y donde ellos quedan enterados del amor que su madre la Religión los tiene, pues con esa ayuda de costa los previene al sufrimiento de lo demás de la semana para en ella ser fuertes como los fuertes machabeos, que, por no comer lo que su ley les prohibía, quisieron más perder la vida y que sus carnes fuesen despedazadas y fritas, que no comer las carnes que les daban contra sus sanctos estatutos 12.
Y así como a aquellos sanctos machabeos les quitaban la vida y los freían porque no comían carne contra su ley, digo yo que nosotros habíamos de hacer al revés: que el que la comiese y quebrantase leyes y ordenaciones tan sanctas como las que nuestra sancta regla tiene, le r habían de quitar la vida y freílle sus carnes, que digno es aquel a quien Dios manda que no coma, dándole el cuándo y el cómo, que si lo quebranta, le quebranten a él sus güesos y carnes. Porque comerlas contra su propia regla, es comer carne mezclada con sangre, que es lo que Dios tenía vedado en el Génesis 9 et Levitici 19 s. Que, aunque allí trataba de la carne de los animales con la mezcla de su sangre 13 y yo trato de lo que aquello representaba, porque en la Scritura por la sangre es entendido el peccado y la culpa, y comer carne con peccado y culpa es mezclar y comer carne con sangre, y quien esto hace es bien sea castigado como transgresor del precepto de Dios; y que quien es carne y carnal no permanezca en él el Spíritu de Dios.
No es mala ayuda de costa, mis hermanos, la que tiene nuestra sancta regla, como arriba queda dicho, que parece en medio de sus rigores recordatus est quia caro es 14, acordóse el rigor de nuestra sancta regla que éramos carne, y que la carne quiere y apetece [74v] carne,
porque un semejante se deleita con otro semejante. Y así parecióle que hubiese un día en que, como dice el sancto Job, que tenía consumida su carne con tantos trabajos 15, haya, después de esos trabajos, otro día t en que, como dice David, caro mea requiescet in spe 16, en que descanse la carne con esa poca de espera que se le da hasta que llegue el domingo.
Y esta permisión de el poder comer carne los domingos no pienso que se ordenó más de por medicina, y no por regalo. Y no sé yo qué se tienen todas las cosas que se toman por medicina: que, por buenas y gustosas que sean, parece pierden el gusto y quisieran más dejarlas. Y que sea cierto esto sólo se da por medicina bien se ve, pues, pudiendo comer carne los domingos, dice que sea dándola por amor de Dios y no pudiéndola comprar. Porque, si la regla pretendiera regalar los frailes, llano fuera que mandara que se comprara. Y cierto que, hablando de esperiencia, por mayor regalo tuviera, mirado por otra parte, no poderla comer con ese aditamento, porque, sabiendo los prelados que sus frailes no han de comer carne, les tienen su olla de yerbas o otra cosa; y, con decir han de comer carne, por aguardar que la envíen de fuera, se están como en viernes sancto. Y yo he visto conventos ser muy ordinario pasarse muchos días sin comer carne ni pescado los domingos. Y donde de esto parece hay más regalo es en La Mancha y ahí todo llega a hacer una olla de coles u con unos pobres torreznos. Y pensar que, en pueblos ordinarios ni aun extraordinarios, han de enviar y acordarse de enviar carne para cuarenta frailes, y aunque sean menos, es imaginación. Y así queda esta permisión de poder comer carne los domingos por medicina y remedio para los tentados y flacos, y no por regalo y gusto particular.
5. Muestra de amor por parte de la regla
También en esto nuestra sancta regla tuvo unos asomos y muestras de amor y charidad para con sus hijos, a quien, considerando la necesidad que tienen de crecer en el spíritu y de apocar las fuerzas de la carne propter concupiscentiam, quam habet adversus spiritum 17, les quita de ordinario la carne, el pescado y cualquier género de regalo, pero, porque entiendan que eso no lo hace por desamor ni crueldad, permite se coma el domingo. Como quien dice: Si lícito fuera regalar los cuerpos sin detrimento del alma, estad, mis hijos, ciertos que yo lo hiciera. Quien ve un enfermo en la cama, [75r] de quien su amorosa madre es enfermera, pide el muchacho, desganado de los manjares medicinales, otros que le son contra la salud, como es un rábano, una sardina. La madre, en quien reina el deseo de verle sano y el amor para darle
gusto, prívale de ese manjar, niégaselo, pero, para que pierda deseo y para que entienda sólo se lo quitan por el daño que le puede hacer, toma un poquito de aquel manjar en un plato y dice: -Toma, hijo, que siendo poco, aunque sea rejalgar, no hará daño; que, si yo estuviera cierta no os habíe de hacer daño, estadlo vos que yo os diera lo que pedís siempre.
Religión sancta y regla llena de charidad, que, viendo los que a ti vienen enfermos a ser curados que la medicina más cierta es dieta y unas pobres ollas de yerbas, que es lo que tienes recetado para de ordinario, viendo que los enfermos suelen tener sus antojos en cosas contrarias, como lo es el manjar v demasiado o de carne, prívaslos de eso gustando más acudir al remedio de su espíritu que al antojo del cuerpo. Pero, porque no entiendan es desamor, dales permisión la puedan comer los domingos, pareciéndole que, aunque rejalgar para la carne, en fin es poco y no puede dañar, antes curar el antojo y tentación y abrir el apetito mortiguado para que la semana que viene torne a apetecer sus yerbas, habas y lantejas.
6. Corresponder con la regla
De aquí resulta que, así como el enfermo en semejante ocasión queda satisfecho del amor y celo de su madre enfermera, él procura pagarlo con otro tanto amor y con un grandíssimo rendimiento a todo lo que le mandare enfermera que ha probado sólo desea su vida y que desea acertar en lo que le inporta y conviene. Lo propio digo yo, mis hermanos, que, satisfechos w de este amor que nos tiene nuestra sagrada Religión y las muestras que da de que sólo pretende nuestra salud, que quien tales muestras da de amor que la paguemos en la propia moneda, estándole siempre muy obedientes a lo que ordenare y mandare, sea áspero sea riguroso, no comiendo ni haciendo cosa contra su receta y ordenación. Que sería notable desacato del enfermo que, contra el gusto del enfermero que así le ama, hiciese cosa con que dañase la salud. Pues vemos cuántos han perdido la vida por salir de lo que los médicos y enfermeros han mandado; y cuántos [75v] religiosos hay que la han perdido en lo espiritual por no sujetarse a su regla y Religión, gustando más irse tras el gusto de sus apetitos desordenados que obedecer a quien tanta obligación tienen como a la regla que profesaron y recibieron por madre.
¡Oh, si acabásemos de entender cuán bien nos cuadra el nombre de enfermos, que venimos a estos hospitales que tiene Dios aquí puestos para que sanemos, y cómo refrenaríamos la sed insaciable que tenemos de cosas contrarias, incitada y provocada de la descomposición de humores y alteración! Y que, aguardando un poco que hagan su operación las medicinas refrigerativas, quedará todo compuesto y la sed mitigada.
Lo propio digo yo a algunos religiosos, a quien para mayor bien suyo su regla les prohíbe algunos manjares: que, si alguna vez se sintieren con sed insaciable por beber x o comer cosa que su regla les veda, que se sufran, se aguarden, se esperen que hagan su operación estas sanctas yerbas, que así son refrigerativas y mitigan esos ardores que tanto nos inclinan a comer cosas dañosas. Que ordinario se ve sanctos religiosos que ya se compusieron lo interior con sanctos propósitos, lo esterior con sanctas abstinencias, no desear, codiciar o apetecer cosa por mínima que sea desordenada, sino que parece que las cosas que su regla les veda no nacieron para ellos, como la carne para el buey o caballo, la paja para el perro. Así tienen ya mortificado su gusto y su apetito, todo porque supieron un rato esperarse y aguardar pasasen los términos en que crece y mengua la tentación.