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IV.
NATURALEZA DE LA LLAGA
1. Algo se sabe por su origen
Cierto, mis hermanos, que yo no me
entiendo. Propuse de ver si se podía rastrear algo de aquella enfermedad
amorosa del alma, que padece cuando su esposo la hiere, y me he salido del
propósito. Ven ahí lo que digo: que, como ello es dificultoso y no hay quien lo
sepa, luego nos deslizamos nuestro poco a poco hasta que nos vemos bien
apartados de lo que se pretende e intenta.
Por la parte que se puede rastrear
alguna cosa, y bien poco, es pensar el principio y fundamento que tiene esta
enfermedad; porque, si el médico no la conoce, ella no la dice. No hemos de ser
dioses ni buscar nuevos milagros para que nos den a conocer la tal dolencia. Hagamos lo que hacen los médicos cuando
curan un niño que aún no tiene discurso para decir qué le duele o qué siente o
qué ha o qué quiere: que luego el médico acude a los circunstantes a
preguntarles qué ha comido, qué ha hecho, en qué ha entendido, para por allí
conjeturar su enfermedad.
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Para decirla y responder a lo que se nos
pregunta, que digamos algo de esta enfermedad y dolencia. Y plega a Dios no nos
suceda lo que al otro médico (que por estar cansado y por vía de
entretenimiento lo quiero contar): habíe ganado una médico grande fama
de conocer enfermedades porque un día, entrando a hacer la primera visita a un
enfermo, halló el aposento lleno de cáscaras de melón y durazno; tomándole el
pulso, dijo el médico: vuestra merced está malo y tiene pulso de mal de
duraznos y de melón, y hemos menester acudir a remediar y echar esto del
estómago. Con esto, salió la voz que en el pulso conocía las causas de las
enfermedades; y con esto quedó por de los de la fama. [146v] Otro médico,
invidioso de su crédito y fama, rogóle que le hiciese merced de descubrirle
aquel secreto y decirle cómo conocía las enfermedades. El díjoselo cómo todo
aquello había nacido de que, entrando en el aposento de un enfermo, vido muchas
cáscaras de durazno y de melón, y adevinando acertó; y de aquí le tenían por
hombre de gran pronóstico en conocer enfermedades. El otro médico con esto fue muy contento.
Con esto, en entrando que entraba a visitar algún enfermo, luego andaba con los
ojos barriendo el aposento a ver si topaba algo para también él adivinar y
pronosticar. Acertó a entrar a visitar a un enfermo que le acababan de hacer la
cama, y del jergón habíanse caído algunas pajas. El, cuando las vido y le tomó
el pulso, dijo: Vuestra merced está malo de comer paja, y es menester
remediarlo. El remedio fue que le mandób el enfermo diesen de palos al
médico por bestia. Debe de ser cuento1, aunque a nuestro propósito.
Que plega a Dios,
después de muy cansados y que le hayamos tomado el pulso a nuestra enferma el
alma, no digamos cosa y adivinaciones con que nos manden dar de palos, y digamos
disparates que nos tengan en esto más por bestias sin conocimiento que por
hombres que lo rastrean.
Ahora,
pues, preguntemos a los circunstantes, a los que tratan y han tratado con él y
a los de su casa, pues él no habla ni se declara: ¿Qué ha hecho este enfermo en
su salud? ¿En qué se
ha ocupado? ¿Qué ha tratado y en qué ha entendido? Si nos dijeren: Señor, su
comida era abstinencia, no comía, no dormía, no reposaba; todos eran suspiros,
plegarias, disciplinas, ansias, fatigas, ahogos, miedos, asombros, etc. Eso, padre mío,
juraría yo que es mal de amores; y que, para saber dó llega ese mal, que nos
hemos menester ver con la persona [147r] que ama porque, según sus favores o
disfavores que le hace, se conocerá la gravedad de la enfermedad en el que ama.
Y pues la enferma de amores es el alma y el amado es Dios, veamos cómo se ha
Dios con esta alma que así está enferma y perdida por sus pedazos, afligida con
celos, temorosa con miedos, etc.
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2. Ausencia
de Dios tras los desposorios
Pienso
yo que Dios se comunica de muchas maneras a un alma, y así de muchas maneras
será su enfermedadc y sus celos. ¡Oh buen Dios, y quién podrá decir
esto! Era
menester, Señor, que tú lo hablarasd y lo dijeras. ¿Qué puede saber
este triste gusanillo?
Lo primero, hácense los desposorios.
Y hay desposados que al primer día, hecha la boda, se van a pasear, y suelen
darles un razonable sobresalto llevándole lo mejor de sus arras. Pues ¡triste
desposada! ¿Cuál quedará? ¿Qué dirá?; pues no asamos y ya inpringamos; anoche
la boda, y hoy la plaga. ¿Qué será esto? ¿Dó se habrá ido? Si le he desagradado
¡tan presto muestra rigor conmigo! Si se me habrá ido, ¿qué será? Y con esto,
siente una notable soledad. Ve que por él dejó a su padre y madre, y que ahora
no tiene padre ni madre ni a él. Y hay hombres que, por su gusto particular,
gustan de dar estos sobresaltos y tener colgada a la triste desposada
derramando lágrimas; que, a no haber algunas buenas vecinas que la consuelen,
la pobrecita, como nueva en aquel officio de amores, se desharía en lágrimas. Y
así la dicen y consuelan: Mirad, señora y amiga, que los hombres son de esa
condición; son poco caseros, aman mucho y muéstranlo poco; las mujeres, como
somos tiernas, somos al revés, que amamos poco y enternecémonos mucho y
mostrámoslo más; cuando más segura estéis, entrará por vuestras puertas con las
joyas que llevó, y hecho algún buen enpleo.
Lo propio pasa a nuestra alma. Hace
sus desposorios con su buen sposo Cristo; dale él por arras y dote cosas de
mucho valor. Pero, como es mujer o comparada a mujer, que es flaca, porque no
se lo hurten, [147v] dáselo allá ascondido en lo fondo del alma; el alma dale
por presente su corazón y sus entrañas. Después de las primeras vistas y primeros
amores, abséntase su esposo y arráncale el corazón que le dio y sácale las
entrañas, y hace que se absenta. Aquí está el pleito, aquí está la enfermedad. Ve esta alma que dejó padre y madre y todo
lo del mundo porque se celebrasen estos desposorios; vese ya sola por esa
parte. Ve que no siente ni sabe dó está su esposo. Halla que le ha robado el
corazón y sus entrañas. Aquí son las cuitas, los sollozos, los
suspiros. Unas veces siente a sus padres que dejó, que en fin es de carne y en
tanta soledad no es mucho que vuelva los ojos a ver si los ve; que, aunque no
sea para amarlos, en esta ocasión no eran malos para consolarse. Busca a su esposo, y no lo halla. Mírase a
sí; vese sine corazón, sin entrañas, que se las ha robado su buen
enamorado. A no haber aquí algunas almas sanctas vecinas que, como algo
experimentadas en esta materiaf, la consuelen y digan que es propriedad
ésta de Dios amar mucho y disimularlo y mostrarlo poco, no se
ensoberbezcag la tal alma viéndose así favorecida; que, cuando más
segura esté, entrará por sus puertas con el corazón que se llevó trocado,
enriquecido, adornado y con nuevos y particulares empleos.
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¿Qué otras eran las ansias que la sposa
traía cuando, absente su esposo, andaba lamentando por las calles, enllenando
los aires de querellas, y al toparse sus pastoras vecinas decirles palabras tan
sentidas, preguntandoh por su esposo: nunc quen diligit anima mea
vidistis2; no busco a quienquiera, busco un esposo que lo amo con toda
mi alma? Dícenle: ¿Quién es éste; quis est iste dilectus ex dilecto?3
¿Quién es éste amado con amor, o amado del que ama?; que todo muestra
encarecimiento de amor. Responde: Dilectus meus candidus, rubicundus,
electus ex milibus4, etc. [148r] Tiene mill propiedades, que por
cualquiera de ellas se puede perder por él una mujer honrada. Y después de le
haber dado en esta ocasión y en otras mill apodos, dice: et totus desiderabilis5;
por cualquier niñería que en él haya, si en él hay algo que poco se puede
llamar, se hace desear.
En todas
estas palabras que esta esposa dice de su esposo, que así ama, descubre su
llaga, su enfermedad y dolencia. Porque llano es que, mientras es mayor el
conocimiento de los méritos de la persona amada, mayor es el sentimiento que
puede hacer de sentirlo absente.
3. Privación
del conocimiento experimental de Dios
Y
adviertan que hay conocimientos especulativos y conocimientos práticos. No sé si digo bien, porque confieso,
aunque me tienen por teólogo, soy grandíssimo tonto; que si entendiera ser algo
lo que digo, para que se entendiera ser de Dios dijera quién yo era. Pero, si
no hablare con propiedad, enmiéndenlo.
Pues digo que pienso que
hay dos conocimientos de una cosa: uno speculativo, como cuando nos han dicho y
por palabras o lectura nos han dado a entender lo que es Roma y dicho sus
grandezas, sus estaciones, gracias, perdones e indulgenciasi; otro hay
prático, como si hubiésedes vos estado en Roma y paseado las calles, visitado
los lugares; llano es que diferente sentimiento tendríades de Roma y sus
grandezas que por especulación. Y aun en el conocimiento prático hallo yo otras
dos diferencias: uno es conocimiento prático de cosa propia; otro es
conocimiento prático de cosa ajena. Llano es que diferentemente hablaríades de
Roma, donde vos habéis estado y es vuestra propia y sois rey y señor de ella; o
hablar de ella como tierra y pueblo ajeno, que aunque decís bienj por
ser verdad lo que habláis, pero no con aquel sentimiento, ternura y afecto que
hablárades si fuera propia.
Y pues aquí esta
esposa de quien vamos hablando es el alma y Dios es el esposo, porque no
tengamos que aplicar dos veces, apliquémoslo de una. Que para que se conozca la
llaga que digo y la gravedad
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de la
enfermedad, se advierta que tenía notable y particular conocimiento de Dios, en
quien anda en su búsqueda, pues cosa no le deja [148v] en su cuerpo que no le dé
apodos de pies a cabeza6; que fuera hacer un libro del altíssimo
conocimiento que esta alma esposa tenía de su Dios. Y este conocimiento no sólo
fue speculativo, sino prático, pues trata en aquellos coloquios dek
besos y abrazos y cama7; que es decir que, por vista de ojos y tacto de
manos y conversación de lengua, etc., lo había tratado, visto, palpado y
comunicado. Y más, que no era conocimiento prático de cosa ajena, sino propia,
pues tantas veces lo llama suyo que no se pone a abrir la boca para tratar de
él que no lo llame suyo. Y tiene este conocimiento otra circunstancia: que,
siendo él mío, yo soy suya8. Que todo esto agrava la enfermedad y
dolencia del alma, que siente que anda absente su esposo.
Pues díganme, mis charíssimos
hermanos, cuáles deben ser los sentimientos de un alma, que ella se ha dado a
Dios y Dios se ha entregado a ella, y ha enpezado a gozar de aquellos amorosos
abrazos; que por no se abstener de ellos el que es su esposo, por no tener
vergüenza en la calle y en la plaza de se los dar, le ruega que sea su hermano
pequeñito y puesto a los pechos de su madre porque, viéndola los estraños que
se lo come a besos, no la desprecien (que son palabras formales)9.
Conoce sus partes, echa de ver su amparo, que cuando está en casa nadie la
desprecia, sino que todos la estiman; conoce su flaqueza, que es nada sin su
querido esposo; conoce que es suyo, conoce que ella es su sclava y él la ha
recebido por ser noble por esposa. Y con este conocimiento altíssimo ¡que lo
eche menos y se vea obligada a lo salir a buscar por las calles, a peligro de
que las guardas de la ciudad le quiten el manto y la despojen, de que la llamen
vagamunda (que así lo dice ella: ne vagari incipiam10), como en
realidad de verdad le sucedió11; y que podía llevar temores que, por el
injusto título y nombre que los que no la conocen la diesen y por los despojos
que la quitasen, podía temer no le diese libelo de repudio! Particularmente,
que ella conoce [149r] cuán delicado es su esposo, pues por no ensuciarse los
pies en casa barrida, no se atrevió a levantarse a abrirle12; pues ¿qué
será ahora que se ve obligada la tota pulcra13 a salir por las calles,
donde no puede faltar lodo para los pies, muchos pisacalles que la salpiquen; y
al entrar y salir en la ciudad, que se usa que dejen prendas, y que se ve
obligada a que las guardas le quiten el manto a la que no tiene cosa suya
porque todo es de su esposo?
¡Oh enfermedad
terrible! ¡Ocasión
rigurosa, aprieto estraño, aflicción de muerte el pensar si acaso, por no ir
tan conpuesta, tan linpia, tan agraciada, tan sin polvo, y algo despojada, si
le ha de decir: sal de mi casa! Sólo un consuelo podía llevar, que era pensar,
pues tan bien le
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conoce, que
es fuente, que es agua viva14 y río caudaloso que sale de la silla del
Padre15, y que le puede lavar y limpiar y quitar lo moreno del rostro,
pues tan por de fuera le cai que ella hermosa se está por de dentro16.
Pero esto no le puede servir de mucho consuelo, porque es propiedad de los que
temen y esperan aguardar lo peor y tomar lo que viniere; y esto suele nacer de
un conocimiento sancto de ver que no merecen más.
¡Sea Dios bendito!, que a esta
enfermedad yo no sé con qué se cure. Es inposible, sin andar por las ramas, que
nadie le pueda dar más de un remedio, que es que se le vuelva su esposo a casa,
porque no hay medicinas, ni el cielo ni la tierra no enllenarán su vacío.
Paréceme a mí que si diésemos un hombre tocado verdaderamente de esa
enfermedad, y para lo entretener le dijesen que lo quieren hacer cardenal muy
cerca de ser papa, y que el rey lo admite por su hijo, sería echar una sola
gota de agua en una tierra seca; y mucho menos sería, porque aquella gota es
algo y estotro es nada en mayor vacío, que sólo su querido esposo lo puede
enllenar. Que por eso dijo ella: él es para mí, y yo para
éll17; no hay otra cosa que me venga ni que me enllene; si
alguna vez me vieren enferma, advierto ahora que estoy sana que este Señor sólo
es mi vida, mi salud y todo mi bien.
4. El toque
y los abrazos de Dios anteriores
[149v] Ahora, hermano, ya su caridad nos
ha dicho y encarecido esta enfermedad por parte del conocimiento que tiene el
alma enferma de su esposo, que lo siente absente. Parece que denantes tocó y
dijo que también lo tenía prático, de cosa suya, pues trata de cama, de lecho,
de besos, de abrazos; y que le palpaba con las manos, veía con sus ojos, hablaba
con su bocam. Y esto es menester que se sepa, si se puede saber, para
que también por esa parte, cuando carezca de ese bien, se pese su enfermedad. ¿Qué besos, qué
abrazos, qué lecho, qué pláticas son éstas?
¡Oh buen
Dios y eterna sabiduría!, baja tú a las almas, éntrate en ellas, que sólo de
esa manera se puede enseñar. ¿Cómo
se puede enseñar por especulación lo que se goza de la cosa propian?
Porque, en fin, se queda ésta especulación y la otra, práticao, y queda
lo uno tan distante de lo otro como lo queda la sombra de la verdad, la
pinctura y figura de lo figurado. Y así, era necesario que Dios se entrara en
un alma, se manifestara y mostrarap estando en ella de la suerte que
ella quiere conocerlo.
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¡Qué sé yo, qué sé yo, qué sé yo cómo se
debe de estar! Si tratamos de abrazos, que en fin son cosas sensibles, y
besos, pienso que, cuando hace esta manifestación, que debe de ser como el
ungüento que se derramó sobre la cabeza de Arón que se estendió y cundió por su
barba, y como el rocío [de] Hermón, que deciende al monte de Sión, donde fue
causa que bajasen mill bendiciones18.
La
cabeza de la esposa que vamos tratando que es el alma, a quien se le han de dar
los abrazos, es su mente y conocimiento. Allí pone Dios sus ungüentos. Del conocimiento se derrama por la
voluntad y demás potencias, de suerte que, como ungüento blando, siente
entonces el alma una blandura y ternura que le ha cogido de pies a cabeza;
dondequiera que ponga sus ojos, se halla con estos preciosos ungüentos, aunque
haciendo diferentes efectos: en el entendimiento halla sabiduría y altíssimo
conocimiento; en la voluntad, amor; en la memoria, presencia. Y de este monte
se revierteq un copioso [150r] rocío, que deciende del monte alto de
Hermón a fertilizar el monte de Sión, que es el cuerpo; que aunque en los malos
es valle bajo, humbrío y lodoso, en el alma que tiene a Dios no hay cosa baja,
todos son montes y altos. Y así, de un monte pasa aquel rocío a otro monte, que
es al cuerpo. Y éste lo pone y vuelve aquel rocío tan fértil que dice el
Spíritu Sancto: quia illic mandavit Dominus benediccionem et vitan usque in
seculum19; mill bendiciones se hallan en todas sus partes, porque los
ojos lloran, la lengua habla, los pies andan, el corazón palpita r.
Pues díganme cuánta será la facilidad de aquella tal alma y cuerpos, en
quien se han derramado tales ungüentos, y la que tiene en sí el sol de justicia
que la calienta por una parte y, por otra, el rocío de Hermón que la fecunde. Sol y agua son los
que causan y dan buenos años; y son tales en esta tal alma que son bastantes a
le causar vitam usque in seculum. Con provisión de años tan fértiles, tan
abundantes y copiosos paréceme a mí que se puede conservar la vida hasta la fin
del siglo.
¡
h buen
Jesús! que a este propósito se me ofrece todo aquelt psalmo de David:
Dominus regit me, et nichil michi deerit20. No nos detengamos aquí en
probaciones ni doctrinas largas, que hartas creou que hay ya por cada
rincón. Sólo digo aquella palabra de este psalmo que prueba lo que he dicho:
inpinguasti in oleo capud meum, et calix meus inebriatus est21. ¡Oh
Escritura Sagrada, para quien te debe de entenderv qué fecunda debes de
ser! Engordaste, Señor, dice David, mi cabeza en aceite, y quedó enbriagado mi
cáliz. Fue decir:
derramaste en mi entendimiento tu aceite. Este aceite es de quien dice la
esposa: oleum efussum nomem tuum22. Y Cristo se llama ungido23.
Pues este aceite derramóse, dice David, en mi cabeza, que es mi entendimiento;
y con
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ese aceite
no sólo quedó fácil para entender y conocer la grandeza de mi Dios, pero quedó
gordo, lleno. Inpinguasti eso quiere decir: no quedó en mi cabeza ruga, cosa
vacía; quedó mi entendimiento gordo, lleno por todas partes y en cualquier
conocimiento24.
¿qué nació de esa inteligencia, sancto rey?
Que calix meus inebriatus est. No sé
cierto qué figura de rectórica es ésta, cuando uno llama al vino enbriaguez, no
siendo sino vino; porque el vino no es sino elw que enbriaga y el
hombre, enbriagado. Así David quedó tan enbriagado de aquel conocimiento y
aceite que se le derramó en la cabeza, que dice que el cáliz, que hasta
entonces le pudo ser amargo, desabridox, pesado, ya le sabe tan bien
que no sólo él es el enbriagado, [150v] sino tanbién la cruz y el cáliz. No
sólo con aquel conocimiento todo él se ha trocado y su voluntad encendido, sus
deseos mejorados, sino que los propios trabajos que por su Dios ha de padecer
son un vino tan admirable que ellos propios ya enbriagan y sacan de sí a un
alma y la transforman y enclavan en cruz; no sólo es gustoso el padecerla, el
llevarla, el sufrirla, sino el propio madero, los mismos trabajos, las afrentas
y persecuciones enbriagan. Et calix meus inebrians, quam preclarus
est25; hasta aquí me parecía que estaba turbio, pesado, feo, afrentoso,
amargo, no sé yo quién lo bebiera, pero ¿qué hizo mi buen Señor, que me rige y
gobierna? Adobó el vino, echando y derramando en mi entendimiento un aceite y
bálsamo admirable, unos carbones encendidos; y esto fue causa para que el cáliz
quedase claro. Plega a Dios que no nos divirtamos, que ya no sé dónde me estoy.
Volvamos a nuestros abrazos, que
creo por allí enpezamos explicándolo por ese aceite que se derrama en el
entendimiento del justo y después cunde hasta coger toda la ropa. Pienso que es
lo propio el beso que pide la esposa que este abrazo, porque dice: Osculetur me
osculo oris sui, quia meliora sunt ubera tua vino26. Pide que le dé un
beso su esposo; y apenas se lo debiera de haber pedido cuando, habiéndoselo
dado, dicey: meliora sunt ubera tua vino, fragrancia ungüentis
optimisz27. Ahora noten: pídele un beso, y dáselo; y dice la
esposa: mejores pechos tienes, esposo mío, que el vino, güelen más que
preciosos ungüentos. Yo no entiendo esto. Si pidió un beso, y se lo dieron,
parece que había de alabar los labios, las mejillas, los dientes y la lengua,
todo lo que estaba en la boca con que le dio el beso; y no pedir beso y
dárselo, y alabarle los pechos. Si acaso no fue que la esposa hizo lo que dicen
acá: danos el pie, y tomaisos la mano; danle un beso, y tómase los pechos.
Es, señores, si lo queréis entender,
que no es posible que Dios abra su boca para enseñaros -que eso es daros un
beso, daros Dios su boca, que es su Hijo que os enseñe- sin que conozcáis
aquellos amorosos pechos que tiene Dios. Por los pechos acá entendemos la voluntad:
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hombre de buen pecho llamamos a un hombre de buena
voluntad. Pues en el punto que Dios da un beso a un alma, luego le descubre sus
pechos, su voluntad, su querer, la afición y amor que tiene a su esposa. Y a
este querer no lo llama pecho, de singular, sino pechos, de plural, porque en
el beso de la boca le debiera de dar a entender y conocer que se había de hacer
hombre y que como Dios y hombre la había de amar y querera. [151r] Y
estos pechos de Dios dice que son mejores que vino, que es lo que decía David,
después de haber dicho que le engordaron la cabeza con aceite: et calix meus
inebrians28. Acá dice la sposab: pechos mejores que vino.
Luego, bien se deja entender que, si los gozó, siendo mejores que vino, que
también quedaríe enbriagada para querer y padecer por su esposo. Y para que no
pensemos que estos pechos de Dios sólo tienen el saber mejor que vino, también
tienen el olor: quia ungüentis optimis fragrancia (que los hebreos creo no
tienen comparativos); güelen más que los más preciosos ungüentos.
Y pues,
Señor, este tu beso es tan misterioso que con él alumbras el entendimiento,
pues dándome tu boca no puedo yo dejar de quedar bien enseñada, y aficionas la
voluntad, no así como quiera, sino enbriagándola y sacándola de sí porque en sí
es flaca y enseñada a querer cosas raterasc; enbriágasla y sácasla de
sí, y trasplántasla en ti, de suerte que parece y es otra. Una cosa, esposo
mío, os ruego y os suplico: que, pues he gustado de vuestra boca y conocido y
olido vuestros pechos, que si alguna vez saliéredes de casa, que no me dejéis
guardándola sino que vos estéis conmigo o me llevéis con vos: Trahe me pos te,
et curremus in odorem unguentorum tuorum29. Quiero explicar esto a este propósito; y
como yo desto sé poco, ya tengo dicho que todo lo sujeto a cualquier
correctión.
Trahe me pos te.
Señor, pídote cuan encarecidamente puedo que, si te absentares, que me lleves.
Y si yo, como ingrata y desconocida, sujeta a mill miserias, me entibiare y
faltare algún conocimiento, ruégote que no me consientas quedar en casa, aunque
yo quiera, sino que busques medios con que me hagas levantar de donde stuviere
sentada, unas veces con pan y otras con palo. Eso es trahed
me.
Curremus.
Dice de plural, como si dijera: podráste temer, Señor, para no me llevar do
fueres, lo que se temen los demás hombres de sus mujeres; que, como son
pesadas, inportunas, espaciosas, no las quieren llevare camino consigo,
sino que se las dejan en casa. Yo, esposo mío, te doy mi palabra que, si
corrieres, correré; si alargares el paso, lo alargaré; y será de suerte que,
siendo yo una la questo te suplica, yendo en tu compañía seremos dos los que
correremos; y de que así [151v] te sea inportuna no te espantes, quia
adolescentulae dilecxerunt te30.
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Dos cosas encierra en
esta palabra con que le obligue que la lleve consigo y le cumpla aquel trahe me
pos te. Lo primero, adolescentulae dilecxerunt te; si las doncellasf de
casa te quieren y aman que no han llegado a lo que yo, que he llegado a besos y
abrazos, a conocimiento de entendimiento y enbriagación de voluntad, qué mucho
que yo te quiera de suerte que te diga que no me dejes en casa. Lo segundo,
adolescentulae dilecxerunt te; trahe me pos te, pienso que estos fueron unos
amorosos celos. Comog suelen decir acá de las celosas casadas: Ya yo
sé, señor, que sois de buen querer, y hay doncellas que os amen; no me dejéis
en casa, que no quería que por alguna zagala me dejásedes a mí. Y aunque es
verdad que la charidad y amor de la sposa y alma sancta no admite celos de las
demás almas para que no quieran a su esposo y que su esposo Dios no quiera a
las almas -antes al contrario, que por el propio caso que un alma ama de veras,
desea que todas amen y que su esposo las quiera-, pero estos celos fundáronse
en que, habiendo doncellas que le quieran, se podrían aventajar a ella y, por
quedarse en casa, tener algún descuido por do desmerezca los besos y abrazos
pasados para lo porvenir. Y así será bien que nos vamos juntos, que en vuestra
presencia -ya yo sé que las mujeres honradas en presencia de sus maridos andan
y viven con grande cuenta, se pulen y hermosean, siempre es fiesta para su
adorno- y así haré yo en vuestra presencia. Pero si me dejáis en casa, podría
ser que una vez que otra me descuide de lavar la cara y, si acaso me lave, como
vos no estáis en casa, podría ser me lavase y adornase por mi gusto y no por el
vuestro; como en realidad de verdad lo debiera de hacer cuando se lavó los pies
pues, llamando a la puerta su esposo, no lo quiso abrir31; que llano es
que, si aquel lavatorio lo hubiera hecho por agradar a su esposo y marido, que
se habíe de holgar de haberse lavado los pies en tan buena ocasiónh. Y
en una mujer discuido en el adorno, y adorno por su gusto y antojo y no por
agradar a su esposo, no es bueno; y de quedarme en casa, podría yo caer en
alguna falta de éstas. Y para que me libre de ellas, Señor, vámonos juntos.
Creo voy por aquí descubriendo [152r] la
enfermedad del alma cuando queda tocada de Dios y halla que se le ha absentado;
y cerca la ciudad, y no lo halla32. Díganme por charidad: quien habíe
no sólo conocido especulativamente las propiedades de este buen esposo, sino
práticamente lo había gozado, y rogado por las razones dichas que se la lleve
con él, y se ve sola con tantos peligros de sus descuidos y flaqueza, ¿qué
sentirá? ¿a dó llegará este dolor?
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5. Los
escondrijos de Dios en el alma
Dirá
alguno: Hermano, ¿cómo es posible que liga de desposorios, abrazos así tan
indisolubles, se puedan apartar? ¿Cómo es posible que así Dios se le vaya? ¡Oh buen Dios de mi alma!, ¿cómo será
esto?
Digo, mis hermanos (quisiera saber
en verdadera filosophía o metaphísica cómo se distinguen las potencias del alma
propia), pues digo que en la misma alma tiene Dios escondridijos de muchas
maneras: unas veces, está en la voluntad con unos afectos y ternuras notables;
que aunque es verdad que la voluntad así la siente, movida como a deshora,
parece que en el entendimiento no tiene aquella claridad para saber si es su
esposo el que está allí y hace aquello. Creo que con este exemplo se declarará
bien: llega un desposado a casa de su esposa arrebozado, que claramente no le
conoce; y el corazón -como decís no es desleal- está dando saltos, haciendo
reseñas, acusando que él es, aunque está arrebozado. Lo propio le sucede a un
alma cuando Dios se disimula algo en el entendimiento: que la voluntad y el
corazón está dando latidos, haciendo demostraciones, enviando y despidiendo
centellas, distilando amorosos afectos, etc. Esto alguna mortificación es para
el alma, pero no es muy grande, que si algunos ratos duda, como digo, el
corazón no es desleal y son grandes las demostraciones de que él es.
Otro escondridijo tiene Dios, y de
mayor mortificación para el alma, que es cuando se absenta de la voluntad por
afectos sensibles (quei yo me declararé, si acierto) y se pone y
asienta en el entendimiento. Y en este estado, mortificación o enfermedad del
alma siente este trabajo: un altíssimo conocimiento de quién es Dios. Adviertan
que yo no trato si es posible conocerle y no amarle, que ahora no voy tratando
sino de los afectos: si es posible que, alumbrando Dios el entendimiento, la
voluntad por vía de mortificación, en cuanto al afecto, la deje Dios seca,
desabrida, desganada, áspera33. Todo lo cual, si es, necesariamente le
ha de causar notable mortificación: [152v] que en el entendimiento conozca que
los gustos de Dios sean que el alma padezca, trabaje, ore; y la voluntad está
seca y desabrida para la oración, para trabajar y hacer aquello que conoce ser
voluntad y querer de su esposo. Esta es grande mortificación, este modo de
escondérsele Dios a esta alma, cuyos deseos sabe han sido grandíssimos de le
servir y agradar.
Pues aún otro modo hay de esconderse
más sentido, y éste es allá dentro en el alma, en aquel fondo que decía la
sancta madre [Teresa de Jesús]34 que sólo él lo sabe y conoce mejor que
yo; porque nosotros creo que no conocemos el alma más de por el entender y
querer, pero conoce Dios otro aposento más retirado y ascondido de esta alma,
que
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creo que ni es el entendimiento ni la memoria ni la
voluntad, que por eso dije denantes quisiera saber cómo se diferenciaba el alma
de sus potencias, sino allá en el ser escondido que Su Majestad sabe que tiene;
que, como él la crió y es de tan alto precio y valor, tiene grandezas que sólo
su criador las conoce.
Ahora pues, allí Dios escondido para
mortificar esta alma, y para que se sepa dó llega su enfermedad, cuando lo echa
menos, pasea y visita los aposentos de casa. Acude al conocimiento y al
entendimiento; hállalo lleno de tinieblas. Acude a la voluntad; hállala seca.
Acude a la memoria; ésta se acuerda algo de cosas pasadas, que, como agua
pasada no mueve molino, no le sirve sino de mayor tormento. Cuando no lo halla
allí, ella recogida allá dentro pónese a pensar si en ella habrá algún
escondridijo otro do lo pueda entrar a buscar. Tiene algunos barruntos de que
el alma tiene fondo, como la sancta madre Theresa tenía; echa la soga y mete el
caldero a ver si puede sacar agua; ve que la soga de la consideración es corta,
que no alcanza, porque no ve ni conoce aquello fondo donde Dios se ha
escondido. Porque de esta absencia que hace Dios es de donde les
nace a las personas contemplativas saber que el alma tiene fondo. ¿Cómo, de qué
sabéis vos que el pozo de casa está fondo? Porque, señor, el agua se ha desmenguado, y ayer sacábamos agua
con una brazada de soga y ahora la sacamos con quince, y aún no alcanza. Tenía
el alma esta agua viva, que la sacaba con una brazada con facilidad. Ve ahora
[153r] que gasta toda la soga que hay en casa, toda su fuerza, toda su
consideración, y que no alcanza. De ahí vienen a alcanzar que tiene hondo el
alma, porque se bajó el agua que con facilidad la sacaban.
Ahora pues, como esta alma en el
entendimiento la ha dejado Dios con tinieblas, la voluntad seca, él no parece,
¿qué ha de hacer esta alma así afligida. Que no le faltaj sino echar la
soga tras el caldero. Yo, Señor, te busco, te quiero, y no te hallo. ¿Qué será
de mí, Señor, que no alcanza la soga a sacar agua, y está mi alma sicut terra
sine aqua tibi35, como tierra seca? Y así le dice: Pluviam voluntariam
segregabis Deus ereditati tuae36; ésta es agua que la das tú
voluntariamente, pues nuestra soga no alcanza ni nuestras fuerzas no son
suficientes.
en realidad de verdad, a los que
estánk a la mira de eso, se deja entender, cuando el agua se fue a lo
hondo y Dios se ascondió, que no está lejos esta lluvia. Dende que yo era
chiquillo oí decir que, cuando quiere llover, se baja el agua en los pozos; no
quiero buscar la causa natural. Pero acá es cosa sobrenatural: que, cuando
quiere Dios hacer alguna merced a algún alma y enviarle alguna copiosa lluvia,
se esconde él por algún rato y se absenta donde él se sabe y nosotros no
acabamos de entender.
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6. Lo que Dios descubre cuando se
manifiesta, y lo que esconde cuando se oculta
Ahora pues, hermano,
diga su caridad: cuando allí está Dios escondido, ¿qué es lo que Dios esconde?
Y cuando se manifiesta, ¿qué manifiesta?
Ahora por charidad advirtamos (y
plega a Dios que por cesta no digamos ballesta; que buen trueco sería de cesta
por ballesta, si con ella acertásemos al blanco). Digo, pues, que Dios
está en todas partes por presencia, esencia y potencia y en el alma del justo,
por gracia37; y en otras almas particulares, con algunos otros dones,
como son los siete dones que decimos del Spíritu Sancto: don de sabiduría, de
entendimiento, de consejo, de prudencia, de fortaleza, de piedad, etc. Digamos
primero cómo está en un alma amadíssima de este buen Señor, para que después
digamos qué es lo que absconde para la mortificar.
Lo primero, esta alma sancta conoce y
siente a este buen Señor en su casa y dentro de sí por una particular
presencia. Lo que es la esencia, yo no trato si la conoce; atento que en Dios
presencia, esencia y potencia es todo uno, el conocimiento que tuviere de la
potencial tendrá de la esencia, me parecem a mí. Pues siente
esta alma dentro de sí una potencia (y acuérdense que dije denantes, tratando
del conocimiento que tenía la esposa de su esposo, que dije que era
conocimiento de cosa propia). [153v] Aquella potencia o, por mejor decir, aquel
estar Dios en su alma por su potencia, que volviéndose a considerarla, como su
esposo es suyo, le parece por una parte que el poder es suyo; y como ella no es
suya, sino de su esposo, no se entiende. Por una parte, le parece aquel poder
suyo; por otra, no suyo. De aquí nace el entender, cuando un sancto hace un
milagro, como digamos si le dijese a un enfermo que se levantase de la cama
diciéndole y mandándole, parece que quien manda tiene poder; por otra parte, se
humilla y dice que es un triste gusanillo. Veis aquí el soy y no soy, y el
sentir a Dios en su alma por potencia. Que, sin ese poder que por sus efectos
conoce, conoce allá dentro una grandeza, una inmensidad, según los grados con
que Dios se comunica, que le parece, en nombre de este Señor que tiene allá
dentro, que es tan suyo que le sería muy fácil todo lo que es muy dificultoso y
parece imposible a los hombres. Y que, si para algún gran fin fuese necesario,
en nombre de este Dios suyo, que es otro, el resucitar muertos, sanar enfermos,
eso es muy poco. Pues no es eso de lo que hacen caso el alma; sólo
estima aquella mezcla y unión divina, con que se conoce la más dichosa de todas
las criaturas.
Pues díganme, mis hermanos, ¿cuál
estará el alma que conoce y siente en sí a su Dios con esta presencia, esencia
y potencia, dándole lo cuarto, que es gracia y amistad, unidad y conformidad,
un ser, un querer, un amor, una liga, una traba con un abrazo amoroso, un él
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para mí y yo
para él? ¡Oh qué contento! ¡Oh qué alegría! Esta fuera tan grande que, si en
aquella ocasión la esposa no fuera de su esposo y su esposo de su esposa, no
hay dudar sino que la derribara. Pero, como con la mezcla es fuerte y poderosa,
todo lo sufre, todo lo lleva y, si alguna partecita en ella quedó de flaqueza,
queda tan enbriagada, tan enajenada que es inposible que entonces nada le pueda
hacer daño.
Más tiene este esposo en las almas a
quien él se quiere comunicar: que bajan estos ungüentos y rocíos fertilizando y
estendiéndose a la vestidura, que son los prócximoso, comunicando
aquellos dones que decíamos del Spíritu Sancto. Siente en sí un don de consejo
acertado, una sabiduría altíssima, una amorosa piedad, y así en todo lo demás.
Venga pues ahora la mortificación
[154r]p del alma que él quiere probar. ¿Qué hace cuando a él le parece
por su alta sabiduría y sin pensar? Vase acullá dentro, retráese en lo escondido.
Ve que le faltaq la presencia; la esencia no conoce; el poder no ve,
porque se siente criatura flaca. La gracia está tapada; que no sabe si,
ofreciéndose alguna ocasión, ofendería al que tanto ha amado. Los dones no
parecen porque, como éstos tienen su asiento en el entendimiento y en la
voluntad, y el uno está seco y el otro está lleno de tinieblas, parece que ha
venido algún aire cierzo que ablentó las nubes que regaban la tierra que estaba
hecha paraíso de Dios.
Pues ¿qué, si a la partida o a la
escondida hizo algún ruido o hechizo?, que suele hacerlo para hacer un
trampantojo, como suele hacer acá un hombre que tiene gana de hacer del
enojado, que toma por achaque el r sol que pisáis, la scudilla que
quebrastes. Cuando el alma siente algún achaque de éstos, si hice, si no hice,
allí será ello, allí el sentimiento, allí las lágrimas, allí el dolor.
7. Cristo, causa y medicina de la llaga
En semejante ocasión, alma sancta,
consuélete Dios, pues no hay quien enllene tus vacíos sino él propio. Dile,
alma mía: Sonet vox tua in auribus meis38; Señor y esposo mío, si acaso
por haberme dormido mucho y tener lagañas en los ojos no veo dónde estáis, dad
vos un grito, sonet vox tua, suene vuestra voz, que yo la tomaré por señuelo y
me iré tras vos donde stuviéredes. Y en hallándoos, como persona bien
experimentada en lo que son estos daños y sentimientos, yo os prometo que, si
yo he sido la culpa para esta absencia, que yo os coja, asga y tenga de lazo o
abrazo tan apretado que haga cuanto pudiere para no os dejar hasta que me
entréis en casa de mi madre39. Porque pensar que por acá ha de hallar
doctores ni médicos ni medicinas, es cansarse.
¿Por qué
piensan que dice el Spíritu Sancto: ipse occidit et ipse vivificat40,
él da la llaga y él da la medicina? Llagas hechass por manos
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del esposo,
no las sanan los bálsamos de la tierra, sino ungüentos del cielo. Y aun por eso
la esposa a su querido esposo lo llamó unas veces aceite en los Cantares: Oleum
efusum nomen tuum41; otras veces, vino: Meliora sunt ubera tua
vino42. ¡Oh buen Dios!, plega a ti, Señor, que el que [154v] esto
leyere, lot leau con el spíritu que conviene, parav
entenderlo espiritualmente.
Llama pues la esposa a su esposo
aceite y vino. Válame Dios, esposa sancta, decidme por vuestra vida ¿qué es la
causa por qué tanto estimáis estos dos nombres o propiedades de vuestro esposo,
uno del aceite, otro del vino? Yow os lo diré.
¿No han oído, hermanos, aquella
parábola del que bajaba a Jerusalén de Jericó43, que salieron ladrones
y lo despojaron y hirieron? Dice el evangelista que aquel hombre, así lastimado
y caído y llagado, hasta que pasó el samaritano y lo subió en su jumento y lo
llevó a poblado y le lavó las llagas con vino y las untó con aceite, no tuvo
remediox. Pues la esposa, caminando para la celestial Jerusalén,
ofreciéronsele ocasiones muy sin pensar en que se halló llagada de las llagas spiritualesy
que arriba decimos; vido y esperimentó que en cuantos remedios buscó
ningunoz le fue suficiente, sino la presencia de su esposo. El es el que da la
llaga y el que da la medicina. Pues tú sanas, Señor, mis heridas, mis
enfermedades, tú eres aceite y vino, vino que me lavas y aceite que
curasa y sanas. Y así, cuando estaba tocada de esta enfermedad, se
contentaba la esposa con que el esposo sonase su voz: sonet vox tua in auribus
meis44; oiga yo vuestrab voz, conozca vuestro nombre, y luego
seré sana.
Ea,
almas sanctas tocadas con el dedo de Dios, no busquéis médicos ni medicinas en
la tierra, que los médicos, como de tierra y terrenales, no perciben, dice
Cristo, y san Pablo: "El que es de tierra, de tierra habla"45;
y "el hombre animal no percibe lo que es de Dios"46. Si
vuestra llaga y herida la ha hecho Dios y es celestial, no os entiendo para qué
queréis médicos de tierra y hombres de tierra, cuyas palabras sonc terrenas,
y hombres que apenas perciben las cosas celestiales; y más, que si el guchillo
que hirió y atravesó vuestra alma fue espiritual, hizo llaga espiritual, que no
se ve con ojos de carne y tendrá necesidad [155r] de extraordinarias medicinas.
Paréceme a mí que será bien que busquéis médico celestial, que es Cristo, que
siendo médico, es medicinad; médico, quia ipse est qui sanat omnes
infirmitates tuas47; medicina, quia cum non sit resina in
Galat48, ipse est oleum efussum49, y vino oloroso que lava y
sana.
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No me parece que sería pequeño consuelo a
un alma así herida leer estos pobres ringloncillos, porque une
desengaño bueno, verdadero y amigable es de mucha consideración. Como a mí me
acontece ir a hablar a alguno de estos grandes, y sale un criado amigo después
que ha una hora que aguardof, y decirme: vuestra merced vaya con Dios y
no pierda tiempo, que no puede hablar alg duque hoy. Y esto téngolo yo
por amistad. La propia amistad me parece podría recebir quien esto leyere; que
no aguarde consuelo en el suelo, médico ni medicina, que no ha de hallarlo, y
que entienda que es perder tiempo; que procureh ocuparse en otras cosas
en que gane el tiempo, etc.
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