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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
1. Traer lo que Dios les diere
Y si a, como decíamos denantes, son como los ángeles en el officio y administración que tienen de los hermanos y conventos, les advierto que han de ser como las abejicas artificiosas, que con grandíssimo cuidado cercan los campos, los jardines y güertas y no dejan flor que de ella no le quitan la flor y lo más puro; y si acaso llegan a alguna que sea amarga, le quitan lo más acendrado; y de ello vienen
cargadas, sin saberb otro rincón más del que tienen de su principio señalado: allí se vienen, se recogen y descargan y se ocupan en hacer su panar de miel.
Este ha de ser el officio de nuestros hermanos donados cuando los enviaren fuera: ir con mucho cuidado y traer lo que Dios les diere. Y atento que fuera de casa hay muchas yerbas amargas, sólo han de coger lo más puro y acendrado de todas ellas; no han de traer lo amargo ni aquella aflicción de espíritu que dice Salamón que hay en todo lo del siglo 1, sino a eso le han de desnudar su aflición. Que no haya yerba tan amarga que, si sus charidades son abejas, no hallen algo dulce.
Pongamos un exemplo. Ven fuera de casa a unos que están riñendo, otros que juran, otros que pecan, otros que negocian, otros que train nuevas y otros que hacen fiestas. Digan entonces, cuando les preguntaren qué hay por allá: Hay, hermanos, grandes miserias; que, si Dios nos abriera los ojos del alma, viéramos las misericordias que Dios había usado con nosotros. Hemos visto, hermanos, al infierno suelto por esas calles, muchos demonios que a unos incitan a peccar, a otros a jurar, a otros a reñir y a otros a hacer fiestas porque olviden el triste estado en que está su alma; a otros los entretienen porque se les pase presto el tiempo sin hacer penitencia. Finalmente, hermanos, todo es confusión, miseria, trabajos y lloros; y sólo nosotros somos los bienaventurados y parece somos los que Dios tiene convidados para la cena grande, según los muchos bienes que Dios nos communica acá dentro.
No han de traer otros cuentos ni conversaciones. "Dejemos los muertos que entierren [93v] sus muertos" 2 y los del siglo que hablen del siglo. Nosotros, que ya nos apartamos de él y llegamos a Dios, hablemos de Dios, que eso es lo muy puro de las flores. Y con esto y las demás limosnas que nos dieren, han de venir a su corcho y colmena cargados, sin saber ni tener otro rincón ni casa do sentarse ni detenerse a ninguna cosa. Tampoco han de llevar de casa cosa, por pequeña que sea, sin particular cuenta del prelado. Y así como no han de traer nuevas, no las han de llevar, no digo yo de las cosas que tocan a la Religión, que eso fuera cosa grave, pero ni aun de las cosas pequeñas que no le inportan al que las pregunta ni al que las responde. Podrán, cuando algo les preguntaren de esto que es inpertinente, responder: Señor, yo soy el jumento de casa que sirve a los hermanos, no sé yo lo que hay por allá, no me meto yo en nada de eso; señor, mi officio es en casa rezar el rosario, lo demás se queda para los otros hermanos que allá quedan.
Pero, si acaso les preguntaren algo de la regla o de lo que se guarda, podrán responder con pocas palabras humildes, modestas, porque estas cosas suelen preguntarlas algunas personas que pretenden el hábito o hacer alguna charidad.
2. Para defenderse de la tempestad
Y con esta prudencia los tales hermanos hacen provecho dentro y fuera de sus conventos, advirtiéndoles que tienen las abejas, a quien imitan en lo dicho, una propiedad muy buena: que si de fuera del corcho les coge algún viento recio, como son animalillosc livianos y se los podría llevar el viento a algún cenagar, me dicen que se echan en tierra las alillas abajo, para que hiriéndoles el aire no se las lleve.
Es muy cierto, mis hermanos, que fuera de casa es donde sopla el aire y tiene más peligro el religioso. Debe, pues, el hermano donado considerar, cuando sale de casa, que es un animalillo flaco y miserable; y que el viento que a los tales se les puede levantar es de alabanza y de honra, porque, como ellos cuentan el rigor de la Religión y en ellos lo ven, luego hacen los seglares milagros y dicen: ¡Ay, qué sanctos!, ¡ay, qué benditos y bienaventurados! Cuando se les levante esta borrasca, hanse de postrar y poner d la boca en el suelo mientras pasa, y cuando se levanten decir: Válame Dios, y ¿cómo vuestra merced dice eso? Sólo Dios es bendito, y vuestra merced esté cierta que, si no fuera e por la inmensa misericordia de Dios, hubiera muchos años que ya estuviera ardiendo en los infiernos. Y sé más: que si esta misericordia de Dios [94r] no me salva por los méritos del crucificado Cristo, aunque haga cuantas penitencias hicieron los sanctos, no me salvaré ni satisfaré a una mínima parte de los muchos pecados que he cometido. Mire vuestra merced qué lejos estoy de ser sancto y bendito, como vuestra merced dice, no más de por hacer una miseria, que es lo que yo hago. Cuánto más que yo no sé si Dios aceptará algo de esto que yo obro, porque yo soy un hombre muy soberbio que me ha dado Dios a conocer esto y podría ser que todo se desvaneciese, como los trigos de ogaño, que dicen que por haberlos quemado el sol no tienen grano.
Con estas y otras palabras se han de procurar defender del demonio que por allí los procura derribar. Y en saliendo de allí, procure traer a la memoria los muchos peccados que ha hecho en su vida y qué bueno es Dios, que no quiere descubrirlos a los hombres porque no se levanten contra él todas las criaturas del mundo y lo apedreen y quiten la vida, sino que quiere que viva para que se enmiende; qué grande es esta bondad de Dios que, habiendo él sido tan malo, no da mal por mal, sino antes bien, haciendo alaben al que no lo merece. Considere qué bueno debe de ser aquella persona que lo alabó, pues trayendo él scrito en la frente quién es no lo quiso leer, sino leer que Dios es bueno en las hechuras y obras de sus manos.
Si acaso se le ofreciere, al contrario, de que le digan alguna palabra pesada, áspera, rigurosa, llamándolos importunos, gente que come el pan de balde o callejeros o holgazanes -que muchas veces lo permite Dios para ejercitarnos en la paciencia- han de hacer lo que el otro hermano nuestro hacía en Valdepeñas: que topándose muchas veces
cierta persona religiosa f con un hermano donado, lo hartaba de picarote, moscón y otras palabras pesadas. Entonces mi buen hermano se postraba y el otro le daba de puntillazos y le decía: ¡Levantá, picarote! ¿Dónde vais, judigüelo 3? Y otras palabras que como otro Semeí hablaba contra David, de quien el sancto dijo: Dejadlo que me maldiga, que Dios se lo debe de mandar y Dios lo permite y ordena así para que el sancto rey se ejercite en la paciencia 4.
Lo propio permite Dios muchas veces para que nuestros hermanos se exerciten y apriendan a padecer por su amor. Acuérdense de lo que le sucedió al g otro hermano donado nuestro h en Valdepeñas: que, yendo a hacer su demanda, lo cogió una mala mujer a solas [94v] en un aposento, pretendió inducirle a que ofendiese a Dios; y viendo que en semejante ocasión el mejor remedio es poner tierra en medio, que éste no es enemigo que se ha de vencer a brazo partido ni haciéndole rostro, y así el dichoso hermano, habiéndole pedido favor a la Virgen, de quien él era devotíssimo, dio una coz a la puerta del aposento que la mala hembra había cerrado y, como si él fuera fuerte como Dios, dio con ella en el suelo y se libró.
En estas ocasiones, mis hermanos, que no permitirá Dios sean tan grandes por ser sus charidades más flacos, hanse de haber con huirlas, y si por la calle o en alguna casa toparen alguna mujer hermosa, bajen los ojos y del suelo no los desenclaven y procuren santiguarse y hacer una cruz en el corazón. Si acaso les dijeren que de qué se santiguan y no lo pudieren negar, respondan que han oído decir que de ordinario el diablo se aparecía a los hombres en figura de mujer hermosa y que siempre andan con esos temores. Y viniendo libres i de esa tentación y de otras a su rincón y casa, vienen con muchas ganancias y despojos granjeados de semejantes victorias. Entrense por delante el sanctíssimo Sacramento, arrójense en tierra y, porque para tanto agradecimiento es lerda la lengua, háblenle con el corazón y díganle: Mill millares de veces seas, bien mío, bendito, que me tornas a casa libre de tantos males como he visto por esas calles. ¿Qué hice yo, mi Jesús, porque quisiesen tus ojos acompañarme para j no dejar caer en tantas miserias como corren por el mundo? ¿Qué hay en esto sino infinita bondad tuya, que de mi parte todo es miseria, flaqueza y abominación?