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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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IX. LA ELECCION

 

  Propusimos al principio tres cosas: quién había de ser el prelado para que dignamente fuese eligido.

 

 

1.  La cláusula de la regla

 

  Y esto yo pienso que ya queda suficientemente dicho y declarado, y harto a la letra de lo que nuestra regla dice: que non eligatur secundum dignitatem generis, sed secundum vitae meritum et sapientiae doctrinam.

  Lo segundo que propuse de cómo había de ser esta elección, nuestra sancta regla dice que sea per commune consilium fratrum fiat; que sea por votos de los religiosos. Y parece da a entender sean los de la propia


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casa para los ministros, pues dice: basta que sea ordinibus aptus 1; y para el provincial habrán de ser los ministros de las casas 2. Yo no me meto aquí en declaraciones literales, sino en ir mirando los fines que en cada cláusula nuestra regla pudo tener y ver los inconvenientes que podría haber para que nuestros hermanos procuren quitarlos. Que en cosas semejantes no se modifica de ninguna suerte la regla. Modificación se llama cuando se relaja el rigor y la aspereza, no cuando algún orden se varía, que es muy cierto este variarse con los tiempos y entonces convenir que las elecciones las hicieran en los conventos y ahora convenir lo contrario; y haciéndolo no se pervierte el a rigor de la propia regla.

 

 

2.  Mejor si los electores se ausentan del convento

 

  Veamos si por negaciones se pudiese declarar algo.

  Y no creo será necesario poner los inconvenientes que hay en que los conventos elijan, que a voces lo están publicando las inquietudes y desasosiegos que cada día causan y han causado en las demás religiones. Lo cual bien tanteado por los padres de la Compañía de Jesús, no sólo no eligen en los conventos, pero pienso que ni [en] las provincias 3, sino que tienen a los electores allá escondidos donde no los puedan ahogar dádivas, palabras o conformidad de humores, sino sólo la fama, la virtud, celo y sanctidad de cada uno. ¡Oh qué padres tan discretos, que para hacer sus elecciones huyeron donde sólo los pueda alcanzar la virtud y fama de sanctidad! Que estas cosas, como son de tomo, estables, permanecientes, bien se pueden enbarcar para lejos, que ni el tiempo ni camino largo las podrán consumir y acabarb, antes al contrario las cosas de la tierra, [141r] como cosas flacas, se consumen, acaban y fenecen en camino tan largo.

  Y estas cosasc de carne y sangre y de tierra que acá suelen mover para nos dejar llevar puniendo muchas veces los ojos en ellas para hacer de ellas nuestros fundamentos y cargar sobre ellas una prelacía, que dende luego amenaza ruina d, cayendo la casa sobre Sansón y sobre los que con él son 4. Pues esas cosas de carne y sangre, como son como la flor del campo y heno de los tejados, cuando llegan a Roma, donde


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están los electores, ya van marchitas, secas, pasadas, acabadas, consumidas, sin olor, sabor ni parecer, que no valen sino para echarlas en la calle. Y así vemos tan de ordinario entre estos sanctos padres tan acertadas elecciones, porque en ellas sólo ponen y tienen por obiecto la virtud, que ésta tiene pasaporte, es libre y pasa su rostro descubierto hasta la fin del mundo.

  Pero esotras cosas que suelen llamar respectos humanos, razón de estado, a quien nuestra sancta regla llama dignitas generis, a quien otros llaman prelado honrado, otros prudente, discreto, bien hablado o bienquisto, porque los que viven en su casa cada uno hace su voluntad; otros lo llaman largo, repartido, dadivoso, regalador, porque donde él está no se trata de mortificación de gusto, sino que no desean cosa los ojos del súbdito que él no alargue la soga de la obediencia para que el triste religioso alcance hasta lo vedado; y aun quieren ya poner por buenas partes del prelado el ser de buen talle, gentil hombre, de buen parecer, dándose por contentos y honrados de buen talle del otro. ¡Así saldrán ellos entallados y proporcionados en las cosas de acá fuera, quedándose lo de adentro vano, porque así lo está aquel e de quien ellos echaron mano! Que les podremos decir lo de David: que durmieron su sueño y no hallaron nada en sus manos 5, pues no eligieron prelado que tuviese virtud, que es lo que dura.

  Ahora, pues, como estas cosas en que los hombres, cuando están presentes, ponen los ojos son de tierra y bien polvo, sabían estos sanctos padres que, estando sus electores en Roma, nadie habíe de querer cargar para camino tan largo tierra ni polvo [141v] y, cuando lo cargasen, el aire se lo llevaría o el agua lo desharía de la mar. Procuráronse alejar y apartar donde la carne no vea las cosas de carne, que, siendo carne f, por fresca que fuese, ya había de oler a aquello en que para, que es corrupción, y dar con ella en el muladar. Que eso, dice Cristo, se ha de hacer de la sal vana 6. Y vanos llama el Spíritu Sancto g a los hombres quibus non subest scientia Dei 7; a quellos que su mira y su conocimiento no lo tienen ocupado en conocer a Dios, aunque por de fuera sean del linaje de los godos y tengan la prudencia y hermosura que quisieren, a quien el mundo llama hombres de buenas partes. Que por buenas que sean no valen para componer un todo cual conviene para regir una comunidad, porque, como son partes, cada parte y pedazo se cai por su cabo. Y así lo permite Dios para que no acaben una comunidad en quien Su Majestad tiene puestos h los ojos.

  Digo, pues, que estos discretos padres se escondieron para hacer sus elecciones y retiraron y metieron en un rincón donde sólo los halle Dios y respectos divinos. Porque los humanos por las plazas andan y no se atreven a alejar, porque, en no tiniendo amigos que apoyen,


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pierden el camino y no saben volver a casa ni se atreven a buscar a éstos así arrinconados y huidos, porque saben que les han de decir con claridad, aunque tengan la suya sobre el hito al parecer de los del mundo, cuán lejos están de Dios y cuán viles y bajas cosas son las que miran los hombres en las caras, respecto de las de Dios, cuyos ojos no se dan por contentos sino de la virtud del corazón, resignación y desprecio interior de lo esterior.

  ¡Oh, qué sancta cosa que el que elige no vea ni conozca! Lo cual hace estando absente y apartado del que ha de ser electo. Porque si el hombre, como dice el Spíritu Sancto, ve en la cara 8 y ésta no la tiene presente, hará elección sin presente y sin ojos de carne. Pues eligir en tinieblas no puede ser, que Cristo, con ser Dios, para su elección de sus apóstoles, habiendo tenido la noche en oración, aguardó el día y la luz 9, enseñando a los hombres que si él, que no puede errar, aguarda la luz, ¿cuál debe ser la que debe tener y pedir el hombre, que está de ordinario [142r] en tinieblas? Pues si estos padres, que están lejos por estar absentes, no ven los presentes i ni las cosas esteriores que se juzgan y ven en la cara, necesariamente han de ir a buscar luz del cielo y le han de ir a pedir a Dios enprestados sus ojos, que a longe prospiciunt 10, que miran de lejos y, por ser divinos, no paran en lo humano, sino que buscan su semejante en lo más escondido de las entrañas de un hombre.

 

 

3.  Y que también los elegibles se alejen de los electores

 

  Hemos dicho que es bien que el que elige esté absente.

  Ahora digo que el que es electo también importa, porque suelen los ojos de los hombres ahogar, enfermar y hechizar al que ha de eligir, quitándole la libertad, ya por nuestra flaqueza humana, que no tenemos fortaleza para negar lo que a uno no conviene, o porque le tememos o porque le amamos. Así pienso yo que de ordinario los médicos recetan mejor para los enfermos sin que ellos sepan lo que les ordenan, porque, si lo supiesen, con ruegos e inportunaciones pervertirían el orden que conviene que hagan para su salud j.

  Muy bien se hace una receta rigurosa para el absente, que, en fin, epistula non erubescit k 11, no tiene temor ni vergüenza; y también por lo que arriba queda dicho: que moviéndonos los obiectos presentes que en la cara conocemos y exteriormente vemos, nos arrojamos a eso sin ahondar más, tiniéndolo por suficiente para lo que pretenden. Suele suceder un hombre prudente que aborrece cosas de poca consideración ver una tienda de estos buhoneros llena de azabaches y bien compuesta, que no se acierta a apartarse de ella el que una vez absente no la


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estimara, sino para darle con el pie. Así suele suceder moverse un hombre a afición y darse por pagado de un hombre porque es discreto, bien hablado, comedido, y otras cosas que, siendo solas, para uno que ha de ser prelado no valen para darles con el pie y, presentes, se dan por llenos y satisfechos.

  De aquí parece que inferimos los inconvenientes que puede haber en echar mano para officios que están sobrados de cosas esteriores y faltos de las interiores, que para frailes descalzos todo eso es ridículo. Podría conservarse un hombre con esas propiedades siendo prelado en otra parte, pero en religiones de rigor es imposible, porque esas propiedades, que denantes las comparé a la flor del campo, no permanecen ni duran donde [142v] gocen de heladas, soles o otras inclemencias del cielo. Y en estas religiones, donde no hay regalo para resistir el frío ni defenderse del calor, donde todo ha de ser penitencia y mortificación, es cosa de imaginación pensar que ha de poder durar un prelado con un vestido pinctado o dorado de papel o de tafetán sencillo, que bien merece ese nombre quien sólo con lo de afuera quiere cumplir con Dios y los hombres. Este vestido doylo por l roto al primer desgarro de una disciplina y de una jornada sin alpargatas.

 

 

4.  Otros inconvenientes de la elección en los conventos

 

  Tenemos también que es bueno estar escondido el que elige y el electo absente. Esto en nuestra Religión ahora no puede ser. Veamos si hay algún inconveniente que los hermanos elijan en los conventos. Yo confieso que no quisiera meterme en esta materia que, por ser de estado y gobierno, quisiera yo tratara de ella hombre esperimentado. Hagamos cuenta que éste es un entretenimiento.

  Digo que estas elecciones que se hacen en los conventos pueden ser en dos maneras: o hechas por el consejo del prelado superior, o libremente, por lo que Dios les inspira a los conventuales. Si por el parecer del prelado, ésa no es elección, sino asignación, porque no queda libre; y cuando sea cuan acertada quisieren, el prelado ha de ser murmurado y juzgado; y trai hartos inconvenientes, que, cuando proceda con toda la rectitud que quisiere, han de calificar la elección por apasionada. Si dejan a los frailes libres, díganme por amor de Dios qué acierto pueden hacer seis o siete hermanos que, en el estado que está ahora nuestra sagrada Religión, su inocencia no les deja discernir apenas entre lo bueno y malo. Yo digo que sepan. ¿No es llano que en Religión que se ha de proceder con tanto desasimiento y que no ha de haber quien soborne ni negocie, y dejando así libres las elecciones, que cada uno de estos hermanos ha de informar por aquel que más y mejor frisa con su natural, con su condición, con su inclinación? Y aun tiniendo por obiecto la virtud, puede cada uno ser de contrario parecer, porque


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uno quiere a uno que sea penitente, otro lo querrá de oración y de conservar la salud para ella, etc. Y así cada uno ha de tirar por su parte.

  Y como estas cosas no pueden ser secretas, unos han de hacer o hablar o pensar contra otros y, si acaso los interiores no están tan mortificados, podría ser causa [143r] de alguna discordia. Pues ¿qué si no se conformaron con el gusto y deseo del prelado? Que, cuando sea un sancto este prelado, solo pensar el súbdito que hizo y procedió contra el ditamen de su prelado superior lo ha de tener inquieto, perturbado, y le ha de traer el demonio mil tentaciones de que por eso su prelado no lo mira con buenos ojos, que no le está afecto. Y no hay súbdito, por bueno que sea, que no desee su prelado le ame y quiera. Y si lo contrario siente, podría ser causa para perturbarle el demonio por muchos días. Y aun al prelado también, trayéndole muchas tentaciones. Pues los que habíen de ser electos, no son menores sus causas de inquietud, no siendo perfectíssimos, de ver que no echaron mano de ellos: si será la causa no ser bienquisto, de ser sus contrarios, de no haber en ellos virtud.

  Quiero dejar esto, que, con mucha puridad que se hable de esto, no se puede hablar con el desasimiento que conviene que haya en cosas semejantes. Sólo digo una cosa: que todas las religiones en su principio han sido rigurosíssimas y serían bien escrupulosas en cualquier materia de éstas y, con todo eso, han venido a dar en tantos labirintos, inquietudes, desasosiegos, injusticias y desórdenes, como ahora se ven y a voces se publican. Y aunque ahora, en los principios, haya los aciertos que quisieren, ya se ha visto la polilla que por ahí entra y la perdición que se ha visto, para que se huiga de eso.

 

 

5.  Otro modo posible de elección

 

  Otro modo podría haber, que es que el prelado superior con cuatro difinidores pudiesen proveer los prelados inferiores. Y eso sería bien mientras hubiese acierto en la elección de estas cinco personas. Y no digo yo de estos cinco, pero si el prelado superior fuese cual conviene, él bastaba, que, en fin, el temor de Dios, la prudencia y discreción en un hombre desapasionado, penitente y mortificado, llano es que no se había de querer echar a cuestas culpas ajenas, y tan sin provecho e interés como las que hace un hombre puesto en aquel lugar con insuficiencia. Y más, que todos los engaños que arriba dijimos que se suelen tener en semejantes ocasiones, dejándose llevar de las cosas esteriores, menos lugar tienen con personas semejantes que con los religiosos particulares de los conventos.

 

 

6.  Dios y ayuda para no errar

 

  Quiera Dios dar aquella luz que para cosa semejante es necesario, que sin ella necesariamente se han de hacer obras, como hechas en


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tinieblas, [143v] bien mancas y defectuosas. De mí digo que aun parecer no tengo para le dar en cosas semejantes. Quizá nos quiere Dios enseñar con exemplos de tantas cosas como acerca de esto han sucedido en las demás religiones; y nos m quiere enviar allá para que aprendamos, como a Jeremías cuando lo envió a casa del alfaharero a que viese lo que pasaba en la hechura del vaso de barro 12.

  Lo que decir es que son menester muchos ojos para no errar. Y no digo ni trato de los yerros que se pueden hacer en eligir a quien no conviene, que en esto estoy fiado de la bondad de Dios, por vías que nosotros no sabemos, enderezará nuestros aviesos y caminos torcidos. No trato sino de las inquietudes, desasosiegos y perturbaciones que se suelen levantar en la junta y concierto de quién ha de ser prelado, aquel no avenirse ni concertarse. Que, aunque sea acerca de la cosa más sancta que quisieren, aborrezco la discordia en una Religión, sino que querría que, si uno diese en penitente, todos fuesen por aquel camino; si diese en vivir despreciado, todos a una.

 




1 Regla trinitaria (primitiva), art.27: "Electio ministri per commune fratrum consilium fiat, nec eligatur secundum dignitatem generis, sed secundum vitae meritum et sapientiae doctrinam. Ille vero qui eligitur sacerdos sit vel clericus ordinibus aptus. Minister vero, sive maior sive minor, sacerdos sit". Según esta cláusula, el clericus ordinibus aptus se refiere claramente no a los electores sino a los elegibles, aunque a continuación se limita esa posibilidad a los sacerdotes (contradicción notada ya por los comentaristas tradicionales de la regla). Como entiende nuestro autor, era común volver en activa el verbo: eligit en vez de eligitur.



2 La regla no contempla el régimen de las provincias, introducido posteriormente.



a  sigue orden tach.



3 Según las Constituciones de S. Ignacio, la elección de prepósito general y asistentes generales se encomienda a la Congregación general -solía reunirse en Roma- (VIII, cc.2-6; IX, c.5); los provinciales son nombrados por el general (IX, cc.3, 5); los superiores o prepósitos locales, por el provincial o general (IV, cc.10, 17; IX, c.3).



b sigueal tach.



c sigue que tach.



d sigue de tach.



4 Cf. Jue 16,30.



e  corr.



5 Cf. Sal 75,6: "Dormierunt somnum suum, et nihil invenerunt omnes viri divitiarum in manibus suis".



f sigue qu tach.



6 Cf. Mt 5,13.



g ms. Sanctos



7 Sab 13,1.



h ms. puesto



8 Cf. Ecl 8,1; Eclo 19,29.



9 Cf. Lc 6,12-13.



i  sigue parece tach.



10  Job 39,29: "Et de longe oculi eius prospiciunt".



j sigue los médicos tach.



k corr.



11  M. T. CICERÓN, Epistulae ad familiares, 5,12,1.



l  rep.



m  ms. no



12 Cf. Jer 18,3-5.






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