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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
Enpezado habíemos en nuestra sagrada Religión a quitar inconvenientes con hacer voto simple de no pretender para sí ni para tercera persona 1.
1. Primeras dificultades en su observancia
Y como he ido tratando de esto por vía de negación, huyendo de dar mi parecer, deseando sólo se haga el de Dios, digo que en esto se han enpezado a descubrir algunos inconvenientes. Lo primero, el ponerse en opinión que uno se puede absolver de este voto por la bula de la Cruzada; y podría este tal hacer el voto exteriormente y, habiéndose absuelto, puede a lo secreto pretender. Y en tal caso es más peligroso porque este tal pretende más al seguro, por tener el campo llano, de que los otros, por respecto del voto, no pretenden. Y así esto [no] era más de hacer la cama para el que de secreto fuese ambicioso. Confieso que, aunque fui el primero que hice el voto, nunca tal cosa me pasó por la imaginación y que quien descubrió este inconveniente fueron
niños harto inocentes, que con facilidad se debieron de dejar engañar de algún malicioso.
Y, cuando no se pudieran absolver dél, tiene otro inconveniente, y es que el que fuere ambicioso y sin voto no reparaba en echar leña a su fuego interior pretendiendo, [144r] tampoco reparará en ir contra el voto. Y en caso que los otros lo hayan hecho, la pretensión de éste es más peligrosa, porque camina más al seguro y más sin sospecha.
Hay otro inconveniente que, según esto, está tratado: después de este voto, dan por lícito la simple comunicación, y nadie puede juzgar cuándo pasa de raya y pierde la simplicidad y llega a ser compuesta. Que cuando se quede simple en palabras, con el afecto y demostración de persona puede ser bien compuesta. Y otras veces, entendiendo que uno que propone esta simple communicación, hablando al desgaire y como de burlas, suele, en medio de esas burlas, componer las veras y arrojar palabras a de burlas que no las haya mejores de veras.
Y para concluir con esto con exemplo, digo que, en la primera eleción que tuvimos, doy mill gracias a Dios, ningún género de escrúpulo me quedó que yo entendiese de peccado venial contra este sancto voto. Y confieso que en el fuero interior, conociendo y viendo algunas cosas, deseé algunas veces ser el electo. Y esto no me parece que lo hacía por mi voluntad, sino compelido y forzado a ello, y ver y conocer mill necesidades de esto; siendo bien contra mi ditamen particular, amor propio e intereses sensibles, porque, si algunos he pensado caminando por donde voy, han sido bien intelectuales.
2. Mi martirio: contraste entre lo que entiendo
y lo que siento
Y siempre he dicho y confesado haber sido Dios servido camine con este martirio, contradiciendo lo que entendía a lo que sentía. Y sola la razón desnuda ha sido la que me ha traído ya nueve años ha en pies bien aperreados y cansados.
Pues consideren por charidad lo que en esta contradición se pasaría, porque la razón está en el alma, en el entendimiento, lo sensible está en el cuerpo. O, si no, digamos que lo sensible son unas consideraciones estrujadas de nuestro interior y amor propio. Ahora, pues, estando encontrado lo sensible con lo intelectual, estando lo uno y lo otro calificado por bueno, venciendo la razón, quedándose el hombre con el parecer y opinión de lo sensible, bien sola habrá andado el alma. Yo confieso que, no sé si diga, he traído por más de siete años un apartamiento que ni el alma entendía el cuerpo ni el cuerpo al alma, alegando cada uno sus razones con que cada uno tiraba por su camino. No quiero decir que éste haya sido como el pleito que dice san Pablo: que caro
concupiscit adversus spiritum, et spiritus adversus carnem 2. Pleito más spiritual, me parece, ha sido. Plega a Dios lo acierte a decir.
No sé si estos términos de porción inferior y superior [144v] los acertaré a acommodar a lo que quiero decir. A tiempo hablaré en los términos. Pues digo que cuando mi alma miraba la razón desnuda que tenía muchos fundamentos que el bien común se ha de anteponer al particular, la obra de Dios a las nuestras particulares. Y siempre que pensaba esto veía un mar de bondad de Dios inmenso, communicándose en obras grandes y extraordinarias. Cuando miraba el alma a mí -que esto llamo considerarla según la porción inferior-, verdad es que me veía premiado, pero todo ello era una gotilla de agua en comparación de un mar inmenso. Pero dábame pena el ver y conocer las borrascas, peligros y malos pasos que en aquel mar grande había de pasar. Consideraba y veía la gotilla de agua que a mí se me daba, considerando mi bien particular, que era dulce, sabrosa, y que con ella me holgaba y refrescaba, y que por ser poca mejor la vadeaba y pasaba.
¡Oh buen Dios eterno de mi vida, y quién te conociese y entendiese! ¿Qué es la razón por qué este hombrecillo más se huelga con lo poco en esa materia que con lo mucho? Digo que lo poco es más conforme nuestro natural, que es apocado. Como si a un pobre le diesen cien ducados, goza más el contento y abraza más y mejor su poquedad aquella poquedad que si le diesen diez mil ducados. Más, según lo que Dios da, según eso envía las disposiciones para el recibo. Y ya es cierto que las cosas que nos disponen para recebir bienes de Dios son de pena y de trabajo, porque ellas son las que nos ensanchan para recebir mayor o menor bien. Y Dios es tan fiel amigo que, descubriendo los fines, descubre los medios; y el hombre, apocado para el trabajo, por huir el mayor huye el mayor bien, gustando de acomodarse y contentarse con el menor. Y ésta es la razón por qué, de ordinario, se deja el hombre llevar sensiblemente de lo que es menos.
Otra razón: lo que es menos, como cabe más y mejor en el hombre, tiene más de sensibilidad; lo que es mucho, como no cabe, sólo se le deja a la consideración del alma que por modo de abstración lo considere; y así menos operación hace la cosa mientras está más apartada y más espiritualizada.
Otra razón hay: que esteb bien que es menor es propio, y este que es mayor tenémosle por ajeno, y más nos amamos a nosotros propios que a los ajenos. O, si no, digamos que el amorc pequeño d, como es propio, es sensible, como cosa que está en casa; y el grande bien, [145r] como es de los prócximos, considerámoslo como en casa ajena; y así no nos mueve si no es la fuerza que la razón hace.
De aquí es que yo tengo este pleito por la guerra más terrible que un hombre puede padecer. Señor, que dé por amor de Dios un pedazo
de pan quien tiene el arca llena, ¡vaya!; pero que lo dé quien se lo ha de quitar de la boca y morir de hambre, a su parecer y en lo sensible, esto es terrible cosa. No sé yo a quién se puede comparar este martirio, si no es al de el ecúleo que daban a los sanctos en Roma: que, subiéndolos en e alto asidos de los brazos, de los pies les asían unas piedras pesadas que tirasen abajo, y así dejaban al sancto descoyuntado. Ahora, pues, consideren por charidad que, cuando Dios propone un gran bien a un alma, la levanta del suelo con aquella consideración y la ase de los brazos, que son la razón y conocimiento de aquel bien grande, y que allí levantada le ase de los pies, que son los afectos, otros bienes y respectos particulares que siente, y que unos tiran arriba, que es a sólo Dios, y otros abajo, que es el propio interés. ¡Cuán descoyuntada quedará esta tal alma! Porque si se quiere soltar de arriba para descansar, con el peso de abajo no puede, porque la razón es terrible atadura la que hace, que a dos f tirones no se puede desatar. El que desea acertar y hacer aquello que sea más voluntad de Dios, si quiere soltar el peso de los pies, no es posible, porque los afectos particulares de nuestro propio interés cuando prienden no sueltan. ¿Qué remedio tiene este tal? Yo no lo sé; callar cuando Dios le diere sufrimiento y quejarse cuando no pudiere más y esperar se acabe la vida y disponga y haga Dios lo que fuere servido g.
3. Mi actitud en la primera elección
Pues digo que la razón por qué h deseaba el ser prelado interiormente, me parece era esta razón. Y para que yo quedase más satisfecho, digo, como Dios sabe, que no i me pasó por la imaginación esteriormente hacer ningún género de diligencias, sino que se lo dejaba a Dios. Aunque tuve una tentación vehementíssima para ello, que era ésta: representábaseme el grande bien universal de la obra y que yo siempre había entendido en ella y que, si a mí no me eligiesen, en tiempo que no habíe así personas dispuestas para las muchas cosas [145v] que se ofrecían, que sin falta me reprobaba Dios y que este pensamiento podía traer otros de desesperación. Que, como yo estaba solo, Dios sabe lo que este pensamiento en mí pudo causar.
Sólo tenía un consuelo, que es el que tiene un mayordomo cuando le quitan la mayordomía, que es contentarse con el pedazo de pan solo que en su casa comía y pensar que no andaría tan aperreado; y el cuerpo, que es amigo de soltar la carga, no le pesaba. Así yo callaba y dejaba obrar a Dios: haz, Señor, lo que fueres servido. Y confieso que, aunque estas cosas en el exterior algo me alteraban, no me descomponían el interior ni me persuadía interiormente a que se hubiese de hacer cosa que fuese contra lo que fuese más honra y gloria de
Dios. No obstante que en el esterior me daban harto lugar para variación de pensamientos, miedos y asombros de ¿qué será? Sea, Señor mío, lo que tú quisieres y plega a ti, Señor mío, que yo haga tu sancta voluntad, aunque sea estando en el infierno; que, como ésta no se puede encubrir, aunque sea entre llamas, la manifestarás haciendo que eso se pase presto y vengan los premios de una tan buena voluntad como la tuya.
4. El valor del voto no obstante las referidas dificultades
Pues digo que en aquella primera elección se descubrieron estos inconvenientes que quedan dichos. Y otros muchos que el demonio procuró hurgar debajo de especie de piedad sólo para macular y manchar una cosa tan sancta como es hacer voto de jamás poder pretender para sí ni para tercera persona, y con esto infamar lo que de suyo es tan sancto y bueno como es atarse y ligarse de no querer aquello a que el hombre así naturalmente es inclinado, y por evitar y obscurecer otros muchos bienes que trai consigo este sancto voto, que de suyo es tan agradable a Dios y tan meritorio para el que le hace y tan provechoso para una communidad. Y quería fuese Dios servido acertase a decir algo, respondiendo a alguno de los inconvenientes de arriba.
Digo, pues, que me acuerdo que me dijo un catredático en Salamanca que uno de los mayores trabajos que tenían y mortificación en sus pretensiones era haber de hacer el plato a los enemigos conocidos por tales, que sabían los contradecían claramente y, con todo eso, les regalaban y acariciaban y hacían buenas obras. [146r] Preguntándole yo la causa por qué hacía aquello, respondió: porque entendiéndole él que yo no lo entiendo y que yo pienso que es mi amigo, no se atreve a hacer contra mí en público, sino sólo en secreto; y uno de éstos, si en público negociase, puede hacer grande daño, porque, pretendiendo para sus amigos en público, dicen que les va su honra; y, por no perderla con hacienda y vida, procuran en las pláticas hacer contradición.
Pues digo que, cuando el voto de no pretender no trujera consigo otro bien más que quitar los daños públicos y malos exemplos que en esto se dan en las religiones, eso bastaba para ser de grande estima y consideración. Porque cuando llega el atrevimiento de un hombre a pretender en público, pareciéndole le va la vida y la honra en ello, contra Dios y contra las gentes hacen cuanto pueden. Lo cual se estorba haciendo voto simple de no pretender; que, en fin, si alguna vez el demonio los engañare, será para secretamente hacer lo que pudieren, evitando la publicidad, que en ella estará su deshonra y mal exemplo, que sea peor j que una rueda de molino echada al cuello de los que lo ven para los llevar a lo fondo.
A las otras razones que quedan dichas se puede responder que, si en esa primera elección el demonio procuró macular un bien tan grande
como era hacer ese voto, tuvo muchos aparejos el demonio, trujo la cargadilla muy de atrás. Fue tentación, como allí se dice, hecha a niños y poco experimentados y escusados con decir se podían absolver para evitar un grande daño como el que podía suceder en la Religión eligiéndome a mí, aunque en lo público no mostraban más fundamento de decir que yo era riguroso y que trairía frailes calzados a la Religión, y otras cosas semejantes a ésas.
¡Sea mi Dios bendito! Que la borrasca y tempestad, para ser bien grande, ha de ser de aires encontrados, que éstos son los que levantan los torbellinos y echan a fondo las naves. Así, unas veces y de ordinario me perseguían los calzados porque decían los aborrecía, y su común conversación era decir que no estarían contentos hasta que me viesen hecho tajadas. Mis frailes en esta ocasión me perseguían diciendo era amigo de frailes calzados. Y yo lo oí a los que yo había dado el hábito y criado con tanto trabajo [146v] que decían no se contentarían con verme fuera de la Religión. Miren si el encuentro de los aires era bueno y pudo levantar buen torbellino y dar esta borrasca con este pobre barquillo donde acabara.
5. Para no quebrantar el voto
Pues digo que tuvieron estos hermanos muchos desaguaderos para lo que hicieron y para infamar el cuarto voto. Los cuales no habría en otra ocasión, porque la virtud será mayor, la discreción y prudencia ya será de hombres experimentados y la Religión tendrá más fuerzas para que si, por sus peccados, alguno tuviere tal atrevimiento, lo puedan colgar por espantajo para los venideros. De manera que este voto, hecho entre gente de virtud, de sanctidad, prudencia y discreción y con saludables remedios para el que lo quebrantare, me parece a mí que es un acertadíssimo medio para que en las elecciones acierten a hacer la voluntad de Dios.
Lo segundo, digo que debe este voto hacerse con licencia de Su Sanctidad para quitar opiniones. Y, en el entretanto, pues se hace simple y con publicidad y el absolverse de él será secreto, al que lo quebrantare castigar lo público y con pena de eterna inhabilitación de cualquier officio.
Digo, lo tercero, que, haciéndose ese voto, tendría por muy acertado quitar a los súbditos cualquier ocasión del quebrantamiento. Que, pues ellos profesan no pretender para sí ni para otros, y este voto lo hacen todos y todos desean acertar, que yo remitiría las elecciones a los prelados superiores, tomando por compañeros los que una vez determinaren para eso. Porque ¿se puede aguardar más seguridad de los niños y mozos que en los conventos eligen que no de los prelados superiores, que son ya hombres consumados y esperimentados?
Y digo que este voto siempre tiene peligro en las ocasiones. Y si dicen que los padres de la Compañía lo hacen, quitan el peligro y la
ocasión, como arriba dijimos, remitiendo sus elecciones a Roma. Y ya se ve que mejor se guardará el voto de castidad en un desierto o clausura de monasterio que no en medio del siglo y entre mujeres. Lo propio digo yo del cuarto voto: que para su conservación y cumplimiento es bien quitarle las ocasiones; que, aunque es verdad que ahora ninguna hay por la grande [147r] virtud de los hermanos, pero podría haberla, que ya se ve cuánto estragan y vuelven las cosas los tiempos. Y ahora se podría introducir cualquier cosa que sintiesen ser de mayor gloria de Dios y provecho de nuestra sagrada Religión.
Hagan aquello para que Dios les diere más luz, que en él confío que, pues le ha dado el principio, le dará el medio y fin cual conviene para que Su Majestad sea glorificado.
Yo pienso que esto que aquí he enpezado a tratar es lo más dificultoso y donde en las religiones se hallan más enbazados por las nuevas dificultades que de esto cada día se descubren. Y esto proviene de la inmensidad de invinciones que el ingenio humano inventa para poner sus pensamientos en execución.
Mucho debe a Dios un alma a quien Su Majestad le ha dado pensamientos humildes y grande aborrecimiento a la prelacía, porque de éste podremos decir que es el tiempo para hacer de él lo que quisiere, enpleándolo en aprovechamiento suyo. Pero k el que desea mandar y gobernar, ningún tiempo hallo por suyo, porque el tiempo que no es prelado todo se le va en cómo lo ha de ser; cuando lo es, harto tiene en que dejarse llevar del cumplimiento de su deseo y de pensar su conservación en aquel officio o en otro.
A éstos yo los juzgo como unos hombres golosos que comen y meten l la mano en el plato do entran muchas, que, temiéndose no le quiten la tajada de delante los ojos, procura tener una en la boca y otra en la mano y el ojo en el plato. Y éstos, ordinariamente, mueren de ahítos, que no digieren la comida porque no la mascan m por darse priesa no les n lleven los compañeros la tajada en que él tiene echado el ojo. Así juzgo yo, por nuestros peccados, las ocasiones del pretender que han entrado en las religiones: que hay algunos hombres tan hambrientos y golosos de mandar y ser prelados que, viendo el peligro que tiene el llevar con siguridad el officio que muchos desean -que, en fin, comen muchos en un plato- procuran tener un officio en posesión, otro están negociando y train entre manos y el ojo en el plato a otra tajada, a otro oficio, porque sobren officios antes que vida para recogerse y pensar las cuentas que dél deben dar a Dios, que parece morirían lastimados, si los officios tuviesen [147v] dos días menos que la vida.
7. Que la muerte nos coja desembarazados
Abrales Dios los ojos, por quien Su divina Majestad es, y les enseñe de cuánta inportancia les es que la muerte los coja horros, libres y desocupados, de suerte que sean suyos y no ajenos. Que, pues la vida es corta y el tiempo de tanto valor, particularmente aquella última o hora, razón sería que fuese nuestra y no ajena, para que en ella, siquiera con el pensamiento y deseo, procurásemos granjear algo de lo mucho que con obras y palabras hemos perdido en la vida. Lo que sé decir, hermano, que, cuando aquella hora sea propia, no tenemos seguridad si en ella se nos otorgará la recúpera de lo perdido, porque la vida larga y ocupada en officio es pozo hondo y la soga de los pensamientos delgada, débil y flaca, y podría quebrarse con las muchas ocasiones que en aquélla se le pueden ofrecer.
Llano es que si un hombre quiere sacar gran peso con soga delgada que ha de dar con todo abajo. ¡Sea Dios bendito! Qué de ellos debe de haber que aquella hora, con sólo pensamientos y buenos deseos paridos de los temores que por tantas partes los cercan, quieren con esa soga y garabatos buscar y sacar tantas cosas como en el discurso de su vida perdieron. Que, por el propio caso que las asga, el peso de ellas es bastante para hacer a un hombre perder el hilo de sus pensamientos. Cuánto más que es muy ordinario asirse esos pensamientos y soga de que vamos tratando a una cosa inpertinente y acabar con todo, como es la hacienda y el distribuir de ella su mujer e hijos y, si es religioso p, otras millares de cosas.
Por esto digo yo que es de grande inportancia que aquella hora nos halle desenbarazados y desocupados. Los que tratan de arquitectura y fábricas de casa dicen que la madera, para ser buena, que se ha de cortar en menguante, porque está más enjuta, y esotra se pudre presto y cai carcoma. Gran cosa que le coja a un hombre sin officio la muerte, enjuto y desocupado de todo cuanto hay, que así irá cual conviene para el edificio del cielo. Pero los otros mueren con peligro de putrefación, corrupción q y condenación eterna, como madera que se cortó en luna llena. Como los golosos, que quien [148r] denantes decíamos que mueren de indigestos, que, antes de dar lugar a digerir un officio, ya tienen otro en la mano y otro en el pensamiento y deseo.