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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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XII. EL MAYOR MARTIRIO DEL PRELADO

 

  Querría, pues, del todo dejar declarada y puesta en el punto que puede llegar esta tentación o mortificación en que tanto padece un prelado siendo prelado y tratando del bien de sus hermanos, olvidando el suyo propio. Hasta aquí hemos dicho que es martirio grande verse prelado con pensamiento de propio interés en el ser súbdito y que estos pensamientos ya llegan a deseos y ansias, y que en semejante ocasión es necesario gran luz del cielo en que Su Majestad le a conocer su voluntad y los provechos que hay en el bien común. Y aun, con todo eso, me parece este tal se sacrifica y ofrece en holocausto su voluntad, que tan amiga y golosa es de su propio interés y gusto.

 

 

1.  El alma dividida

 

  Ahora digo que esta mortificación puede pasar adelante y llegar a que aquellos deseos y ansias de su propio interés y gusto no hayan parado en deseos, sino en posesión de gustos, y que en ellos la voluntad se ha encarnizado, se ha asido y los ha abrazado con desasimiento de todo lo demás y protestación de para siempre no a dejarlos. ¡Seas tú, Dios mío, mill veces bendito! ¿Qué será menester para hacerle dejar a este tal el ser súbdito con todas estas circunstancias, para que sea prelado con otras muchas de trabajos? ¡Oh Señor de mi alma, y cómo no es dicible si nob es que partes a este hombre! Que de otra manera yo


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no sabré llevar adelante esta plática. ¡Que se quede la voluntad ahí asida donde está su gusto y vaya el cuerpo desencuadernado y, en la forma que mejor pudiere, le acompañe el entendimiento a quien Dios le persuade [153r] y da luz de que aquélla es su voluntad!

  Bien que muchos tendrán esto por inposible, no pareciéndoles que lo sea dividir el alma y hacerla pedazos. También lo digo yo así, que es indivisible. Pero yo aquí la hallo dividida y no cómo: asida, pegada y unida al gusto tras que se fue cuando, puesto en un rincón, se consideraba por el más abatido y desechado de las gentes; y, por otra parte, lo veo trabajar, obrar y hacer en el officio de prelado a que le promovieron. No cómo es prelado, porque lo hallo en el officio sin voluntad propia ninguna, ni cómo es súbdito, pues no ve ni entiende ni hace lo que de antes hacía.

 

 

2.  El entendimiento sin luz contra el deseo continuo

  de la voluntad

 

  Quién ve al chiquillo recién nacido que con gusto toma el pecho de la madre que, gustando y sabiéndole bien, sic le quitan el pezón de la boca a deshora, está el chiquillo chupando en seco, de suerte que, si no le remedian con algún engaño la falta que le hace el pecho para llevar adelante su gusto, es cierto se quebrará llorando. Así suelen las madres en aquella ocasión meterles el dedo en la boca y darles otros juguetes para divertirlos. Esta es la mortificación del que es prelado habiendo gustado y llegado sus deseos a tener el pezón por donde manan y se maman los gustos de Dios: que, quitándoselo Dios de la boca y dejándolo en seco, acudiendo al gobierno de sus hermanos, ha menester hacer Dios algunas invinciones con que le entretenga y acudir su poderosa mano a su consuelo, que eso será entrarle el dedo en la boca, persuadirle que el crecer y criar no sólo está en mamar, sino en comer el pan con corteza y descubrirle, dándole particular luz al entendimiento, de los bienes que Su Majestad tiene encerrados en su cruz y negación propia, porque, a no la tener muy cumplida, todo el día se le irá en llorar y cuitarse. Y en el puncto que le falta, todo se le va en scribir cartas para dejar el officio. Que pienso yo, si entonces le llevaran las nuevas para no serlo, no digo yo este tal se contentara con fregar platos, pero se tuviera por dichoso si lo sacaran por las calles dándole docientos azotes.

  Pues de que esta luz le ha de faltar millares de ratos es certíssimo, porque o la tiene inmediatamente de Dios o se la comunica mediante los [153v] discursos y silogismos que él forma y hace, fundado en la d fe y doctrina de sanctos, que le enseñan debe mortificar su propio gusto aun en cosas muy sanctas por acudir al de Dios. Si decimos esta luz que la tiene inmediatamente de Dios, no siempre está dispuesto y recogido


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para la recebir, porque ésta communícase de ordinario al alma quieta, y así le ha de faltar muchos ratos. Y cuando esté quieta esta alma y siempre dispuesta para recebir esta luz, no siempre se la quiere Dios dar, que no está obligado a estarla entretiniendo y consolando cada momento, antes tiene puestos particulares gustos en dejarla por un rato que gruña, que se enoje, que se queje, llore y gritos. Y así, por esta parte, no le puede faltar mortificación.

  Si decimos que tiene puesto su consuelo con la luz que Dios le da mediante sus discretos silogismos y discursos, no yo cómo un hombre puede estar siempre obrando con el entendimiento, que ya que el entendimiento posible no se canse por ser tan spiritual, el agente, mediante quien entiende el posible, por tener algo de mezcla, se cansará y no tendrá siempre fantasmas de que poder abstraer para darle apurada la harina de que ha hacer pan con que se sustenta.

  Ahora, pues, ya hallamos que el entendimiento en esta luz no es contino. Pues la voluntad, que a su propio gusto e interés se habíe asido, es contina en estar anhelando por aquel bien de que es privada; y, como tan señora en casa, inclina al entendimiento que le ayude e, conociendo aquel bien que perdió. Y será muy cierto estar el entendimiento formando sus razones de cuánto le conviene acudir descalzamente a padecer por Dios en el officio que le han encomendado y hacer las dos proposiciones acerca de esta materia y, olvidado de sí propio, hallarse en la consecuencia de parte de la voluntad, que le está tirando de la capa y diciendo que quién le mete en labranza de viñas ajenas.

  Y como quiera que sea, ha de padecer este tal religioso y no tiene sino tener paciencia y llevar el martirio por amor de Dios.

 

 

3.  Mayor mortificación aún

 

  Pues, después de que este prelado le haya Dios dado sufrimiento [154r] y quiera mortificarse y pasar con este martirio, digo que, después de esta victoria, le queda otra mortificación, y no pequeña. Podría ser en algún tiempo esta doctrina fuese para alguno de consideración. Pintemos la guerra, la paz y la mortificación que luego se le sigue. La guerra es la que hace su interés y propio gusto en servir a Dios siendo súbdito contra la razón que le obliga y fuerza a ser prelado. Ya hemos dicho las armas que trai cada uno. La paz es que, con la luz que Dios dio al entendimiento, gustó de mortificar f por solo Dios su voluntad, su gusto y propio interés, acudiendo desnudamente a aquello que siente ser voluntad de Dios. Esta es la paz.

  Pues digo que a esta paz se le sigue una mortificación bien grande. Y es que, mientras la memoria del propio gusto e interés le duró a este tal religioso y mientras en los paladares tenía el saborcillo que le quedó de cuando se dejó llevar de aquella quietud y reposo, mientras


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esto duró a la voluntad, por razón de la victoria que Dios pretendía éste alcanzase, le daba luz particular al entendimiento con que conociese su voluntad y mejoros que había, bien abstraídos, ocupándose en el bien común. Este tal, con este conocimiento, alcanzó la victoria y paz y su poco a poco fue mortificando su propio gusto y voluntad hasta que en tiempo vino ya a perder aquellos saborcillos que le habíen quedado con que hacía guerra. Estos perdidos y la tierra segura, que ya no tiene la propia voluntad con qué hacer guerra a la razón, quítale Dios las armas con que peleaba y vencía este entendimiento, porque, no tiniendo fuerzas quien le daba guerra, tampoco ha menester armas con que defenderse el entendimiento. Pues, llegando este prelado a alcanzar esta paz, queda sin los deseos de ser súbdito, porque le faltó la causa de donde nacían; y el entendimiento sin la luz que se le daba para que se defendiese, porque ya no tiene necesidad de ella. Vendrá a quedarse este prelado bien mortificado, sin aquellas ansias de ser súbdito, sin la luz particular en que conocía lo mucho que se interesaba en que fuese prelado.

  Quedará este tal hecho un buen hombre [154v] y bien mortificado y con hartas penas, porque le parecerá está ya todo acabado y que es el más mal hombre del mundo, porque, como ve que ya le faltan los deseos de ser súbdito [y] la luz de ser prelado, entiende que ha vuelto atrás mill leguas y que Dios le aborrece y que sin falta en nada le agrada y que algún descuido o tibieza ha sido la causa de la mudanza del estado. Y no es eso, sino que Dios, que dio la primera guerra, quiso luego enviar la paz y tras ella mudarle la cruz y trocarle la mortificación, porque en tanto es mortificación en cuanto a Dios no le entienden el modo que tiene para los mortificar. Porque, en el punto que un hombre conoce el secreto de su mortificación, ya no lo es sino gusto particular, pues claramente conoce que aquello es voluntad de Dios. Y así le muda Su Majestad la pena, porque, tiniéndola siempre g, siempre esté mereciendo.

  Y, en fin, somos, mientras vivimos, viandantes o caminantes y no puede ser todo llano ni todo cuestas, ni todo alto ni todo bajo, que con la variación se entretiene el caminante y pasa sus duelos y malos ratos, y muchas veces no repara de entrar en un paso peor por salir de el en que estaba. Y es muy cierto hacer Dios lo propio con los suyos: que les varía las cruces y mortificaciones; y gustan muchas veces de tomar una grande a trueco de soltar la chica que llevaban. Aun el que come un buen manjar, si es continuo, le da en rostro. Miren qué hará el ahogo de una mortificación si fuese eterna.

  Yo a quien le ha durado bien nada menos de nueve años, y quizá ahora se la truecan en otra 1. Ella algo parece h en sus asomos más llevadera, pero sabe Dios lo que será cuando del todo se asiente


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y el entendimiento, que no sabe estar quedo, hurgue y se acuerde de lo pasado. Que pocas veces ensarta entre sus razones las que tuvo de pesadumbre en la vida pasada, sólo se acuerda de las conclusiones que fueron en su favor i y, en lo presente, no se acuerda j ni hace mención más que de lo que es en disfavor. Pues, comparando lo bueno pasado con lo malo presente, llano es que, en dándole [155r] lugar a estos silogismos, que ha de apurar, como quiera que sea, que la cruz y mortificación presente ha de ser mayor que la absente.

 

 

4.  Es bueno hacer algunos oficios de súbdito

 

  He gustado de escribir aquí esta doctrina (plega a Dios haya dicho algo) por ver, según caminan las cosas de la Religión (y plega a Dios que dure), ha de ser necesario consolar a los prelados y decirles la causa de su mortificación para que tengan paciencia y sufrimiento. Y pienso yo es un remedio celestial para los así tentados -en lo que ahora acabamos de decir sobre que no quieren ser prelados-, digo que es una grandíssima ayuda de costa lo que nuestra sancta Religión hace y que conviene llevarla adelante: que los prelados abracen y hagan lo que hacen los súbditos. Que aunque es verdad que, para el k prelado que desea ser súbdito, es echar leña al fuego, de esa guerra y fuego gusta Dios en ese tiempo. Y con eso el prelado queda consolado en ver que hace ademanes de súbdito.

  Y si uno tiene dos llagas que proceden de causas diferentes, con diferentes ungüentos y parches las cura el zurujano. Así, este religioso desea ser súbdito y está persuadido a ser prelado, porque a ello está obligado por lo arriba dicho. Es necesario curar estas dos llagas con diferentes ungüentos: que la llaga que tiene hecha de l deseo de ser súbdito que se la curen con que en la communidad le echen officios de súbdito, como es servir al refectorio, fregar y hacer officio humilde; y con esto descansa aquella llaga por un rato. La otra de ser prelado Dios tiene cuidado de curarla mostrándole a veces los provechos que de eso se siguen.

 

 

5.  Sutil tentación del demonio

 

  Aprovechará también esto para que el demonio, con aparencias de humildad y de piedad, no quiera quitar del officio de prelado aquel de quien se espera ayudará a su Religión y a la obra de Dios, de quien ese traidor es tan enemigo que, por evitar el bien común, no digo yo pinctará el particular y lo subirá a las nubes pareciendo o mostrando que si el tal fuera súbdito ya llegara al cielo, pero de veras le procurará


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medios para que él sea sancto y sanctíssimo porque una communidad no lo sea. Y a más no poder, más quiere perder uno que muchos.

  Y esto es lo más dificultoso de entender: [155v] cómo puede ser que sea tentación en mí las cosas que yo veo ser en gran bien y provecho mío, como es andar embebecido en Dios, olvidado de las cosas de la tierra. Digo que sí es, porque si el demonio barrunta que en uno está la salvación de muchos, gustara que éste se muriera, aunque Dios se lo llevara al cielo en volandas; y si no hubiese otra parte por donde le quitar la vida sino por las penitencias, querría que fuesen tantas que con ellas se acabase m y que anduviese tan embebido en Dios que olvidase las criaturas.

  ¿No han oído aquel engaño que dicen de los muchachos, que, para quitarle las manzanas de las manos, le hacen mirar al cielo y que se divierta en aquello que no les pasa a ellos por la imaginación que piense? De esa manera, el demonio ni quiere n ni imagina que vos os o ocupéis en cosas del cielo, pero, a trueco de hurtar el negocio que Dios ha puesto en sus manos, bien gustaría que mirase y aun que se fuese al cielo. Y así, en religiones reformadas, donde de ordinario el demonio tienta debajo de especie de piedad y mayor aprovechamiento, es necesario entenderle sus tretas y tener ojos de lince.

  Yo vi un hermano donado, muy siervo de Dios y muy recogido, que, según se vido, fue tentación. Era donado y vino a mí, caminando muy bien por el recogimiento, y me dijo: Hermano, yo veo que en este p convento los hermanos padecen grande q necesidad y hay gran pobreza; yo tengo aquí muchos conocidos y si salgo es llano llegaré grande limosna y podré remediar algunas necesidades; y yo tengo grandes deseos de trabajar por amor de Dios, y será bien que su charidad me enplee en esta obra de piedad. Es cierto yo lo creí y lo hice. Y fue manifiesta tentación del diablo porque, como vido que en el recogimiento aquel fraile estaba contento y humilde, quiso sacarlo fuera para que se cansase y afligiese. Y así fue, que luego dijo que no era aquella vida para él y que le diesen capillas para que no lo obligasen a salir otra vez fuera. Y esto fue ocasión para que hoy esté sin el hábito, aunque bien conocido, tornándolo a pretender.

 

 

6.  El caso de un hermano

 

  Sólo pondré otro exemplo, que creo a otro propósito queda scrito 2, porque tengo grandíssimo deseo este [156r] traidor no nos engañe, que poco inporta que se conozcan las personas, pues inporta más lo que es servicio de Dios. Está en nuestra Religión un r hermano sordo s, grande official de dorar y estofar, que con su officio puede ganar muchos


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dineros, adornar los conventos y altares. Pónele Dios en el pensamiento, estando en un convento de la Mancha, que trabaje mucho, pues están aquellos conventos tan desacommodados, y que, si le sobrare tiempo, puede ganar para ayuda al sustento de yerbas de los religiosos. ¡Qué lindo pensamiento, qué medido con la razón que un fraile lego, que lo tiene eso por officio, lo haga y ejercite con tanto provecho de su Religión! Este pensamiento dice que le siguió muchos días en la oración y fuera de ella, con que traía mucha codicia y deseaba agradar juntamente a Dios. Pues, siguiéndole este pensamiento y este deseo nacido de charidad, dice que, estando en la oración, dieron en hablarle a la oreja y, aunque sordo, dice t que le decían: No viniste tú a la Religión a sustentar los frailes, porque ni a ti te quiero para eso ni al ministro para prelado. Y esto dice que le duraba muchos días, dándole a entender que lo quería a él sólo para que fuera grande hombre de oración y de recogimiento y que el prelado 3, que entonces con hartos trabajos andaba de noche y de día trabajando por ver ya hecha y acabada esta obra, no fuese prelado, sino que lo dejase.

  Veamos esta especie de piedad de satanás. Dícele que no vino él a la Religión para ganar dineros ni sustentar los frailes. Verdad u es que no fue aquél el intento principal que trujo. Ven aquí dónde dice una verdad. Lo segundo, darle a entender que le inportaba mucho continuar la oración y recogimiento. Ven aquí otro bien. Del prelado, que le dijo que no quería que lo fuese, habló de un hombre que aborrecía el officio cuanto se puede imaginar y bien conforme a su inclinación andaba harto inquieto y desasogado, que le era harto fácil el creer decía verdad.

  Pero todo era engaño, tentación y enbeleco manifiesto. Decirle a un hombre sordo y lego y enfermo de la cabeza que sólo siga su quietud, su oración y reposo, debiera de querer en ella trabar conversación y enviar recados [156v] como este que enviaba a este prelado. Más, ¿no es disparate decirle a un lego que deje su officio, en que tanto sirve a la Religión y agrada a Dios y hermosea nuestras iglesias v y porterías, con que los seglares son edificados? ¿Y un hombre que es sordo, que en ninguna parte del día nadie le inpide para que no rece ni contemple, a quien la Religión no lo tiene atareado, sino que tiene sus horas de oración, decirle, por dos ratos que trabaja, que no vino él a la Religión a sustentar los frailes? Si en algo pudo tener color de verdad era en lo del prelado, porque andaba muy lastimado, sin quietud ni reposo. Y también fue tentación conocida, pues fue Dios servido que dentro de seis meses como el diablo le hablaba y le dijo que no fuese prelado, con el ayuda de Dios y aquellos trabajos, se hizo nuestra Provincia y sentó nuestra Religión y se le dio prelado 4 que, aunque no tal cual


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convenía por ser propio, parece que da más gusto el sayo roto propio que el ajeno aunque sea sano.

  Por esto digo yo que es de grande importancia probar los espíritus: ¿Quién es w quien a uno le dice que no sea prelado?, ¿a quién lo dice? Que este traidor, como ha pretendido destruir otras religiones dándoles muchas cabezas do bastaba una, ésta la pretende deshacer quiriendo no haya una donde habíe de haber muchas que a una trabajaran y procuraran llevar adelante lo que Dios ha comenzado. ¿Quién duda no ser grandíssima tentación querer todos dejar la carga a uno para que este uno de hocicos y acabe?

  Cuando el officio de prelado está tan anejo al trabajo y a la mortificación; cuando, sobre las ordinarias penitencias, se le carga el trabajo de la comunidad, el haber de acudir de noche y de día al trabajo y exemplo ordinario, adelantándose y siendo primero en la disciplina y en los ayunos y en la mortificación; cuando lleva Dios su ganado por apreturas y lugares angostos, ser el primero muy bueno es.

  Si el prelado tuviera sus tantos de renta, con paje de servicio y tanto de estraordinario, con silla de descanso, título, paternidad, vestido [de] grana y holanda, bien creo yo que me persuadiera que era Dios el que apretaba [157r] para que lo dejara y se recogiera x a comer un poco el pan con dolor 5 y que, dejando la corona, siguiera al cordero postrado por tierra. Pero, en esta ocasión, cuando un prelado en su prelacía está enclavado en cruz, coronado de espinas, afligido, azotado, querer bajar de ella juraría yo que es el diablo el que le ha persuadido a que decienda de ella, no para creer en él, sino para que no se siga el bien común por quien está padeciendo. Dénos Dios gracia y luz para hacer lo que Cristo hizo en semejante ocasión, que fue sufrir, padecer por el bien de los hombres, hasta dar el spíritu al Padre.

 




a  sobre lín.



b sigue es tach.



c  sigue se tach.



d sigue fee tach.



e  sigue a tach.



f corr. de mortificarse



g  rep.



1 Se trata de sí mismo.



h corr. de parecen



i  sigue que tach.



j sigue de tach.



k sigue que d tach.



l sigue ser tach.



m  corr.



n sigue que tach.



o sigue os tach.



p sigue ciudad tach.



q corr. de grandíssima



2 Cf. Memoria de los orígenes de la descalcez trinitaria, 40,6; 51,2 (II, 333-334, 459).



r sigue religioso tach.



s corr. de soldo



t  ms. dicen



3 El propio reformador trinitario.



u sigue qu tach.



v ms. iglesia



4 Cf. acerca del primer capítulo provincial Memoria de los orígenes de la descalcez trinitaria, 52 (II, 468-474).



w  sigue es tach.



x corr.



5 Cf. Sal 126,2.






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