Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText |
San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
1. Muchos con letras se alejan de la oración
Pues díganme, ¿seríe bien que habiendo de ser un hombre de bronce para cosas [188r] semejantes lo volviésemos de melcocha en los estudios,
donde por la mayor parte estudian más en el libro de los silogismos que en el de la paciencia y desprecio de sí propios? Pues si tratamos de las letras para en orden a nuestro recogimiento, no sé si diga que por nuestros peccados se han ya tomado en las religiones por tercero para pasear calles y hacer obstentación. Y aunque es verdad que no se puede negar, sino que, como tengo a dicho, las letras ayudan a todos los officios, porque son luzb y así deben ayudar mucho a la oración, pero digo que no sé qué se es que, en tiniendo letras, no buscan oración. Si la buscasen, de grande consideración son, pero, en tiniéndolas, parece que huyen de ella, dándose por contentosc con lo que les enseñaron los hombres, quiriendo con esa miseria y flaqueza enllenar los senos del alma, no haciendo caso de los tesoros de la d sabiduría y ciencia 1 de Dios, que se enseña al alma sancta en el recogimiento.
Yo no sé qué se es. Yo hablo de experiencia todo lo que aquí digo. Que veo por mis ojos unos hermanos -quien el mundo a boca llena, si los hubiera de canonizar, los llamara tontos-, los veo una, dos y tres horas, y la mayor parte de la noche de rodillas, tratando con Dios, gustando con Dios según aquello de [san Pablo]: Oratione instantes 2, perseverando en ella, aguardando sus buenos despachos, que sólo se dan a aquellos que en la oración perseveran. Y, por el contrario, veo muchos hombres doctos que, en hincándose de rodillas, ya van despachados. Plega a Dios no sea mal y despedidos. Yo no sé qué pueda ser la causa de esta diferencia. Ya digo esto se ve en todas las religiones. Debe de ser que el ignorante conoce su necesidad de ayuda y socorro que tiene de Dios y no se atreve a levantarse de allí hasta que lo remedien. El letrado débele de parecer que va harto rico con el aforro de sus cuatro letras mal entendidas y que, en dándole a Dios un recado bien parlado, lo deja contento. Que si él no lo estuviese más, no se fuera de aquellos pies sanctíssimos hasta que le diera a conocer el poco caso que nuestro Dios hace de sus razones bien parladas y cuánto más e las estimara bien obradas.
Yo pienso que tienen estos tales un [188v] engaño de entendimiento bien grande: que quieren contentar a Dios con palabras aprendidas en la tierra y quieren las obras del cielo. Yo me daré a entender. El parlar, como es fácil, abrázalo un hombre muy bien y, como con este parlar él está contento, parécele que con eso solo ha de contentar a Dios. Las obras, como cosa dificultosa, quiere que bajen del cielo, que allá se lo haya Dios con los méritos de Cristo y que sus azotes sirvan por todos, y sus ayunos. Y yo digo que ha de ser al revés, que las palabras han
de bajar del cielo y las obras se han de hacer en la tierra. Acá ha de ser el ayuno y la disciplina, porque allá absterget Deus omnem lacrymam ab oculis eorum 3.
En cuya confirmación, a los apóstoles, en la venida del Spíritu Sancto, envió lenguas 4, mostrando cuán poco valen las de la tierra para satisfacer y agradar a Dios. Y no bajaron disciplinas ni cárceles, etc., porque eso acá está y acá se ha de hacer. Y esto es lo que Cristo dice: Non omnis qui dicit Domine, Domine, intrabit in regnum caelorum, sed qui fecerit voluntatem Patris mei 5. Decildes a los bachilleres, que van muy satisfechos porque me han f dicho dos razones a su parecer bien acertadas, que no todo hombre que parla entrará en el reino de los cielos, sino el humilde que en su rincón, retrete y cocina está haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
La segunda causa por qué estos así doctos se salen tan presto de los pies de Dios es que en eso descubren que van allí sólo por curiosidad y por entender y conocer, por sólo recrear el entendimiento y no aficionar la voluntad. Y como, en llegando, lo primero que se les ofrece es ese fin y arrojan los ojos por lo que saben, entienden y estudiaron en las escuelas, paréceles que les basta aquello y que suficiente luz tienen para salvarse y que de conocimiento harto hay. Y que, si otro extraordinario allí aguardan, será tarde, mal y nunca, porque aquél, aunque lo descubre el entendimiento, la g voluntad es quien lo atrai, porque no lo da Dios sino a aquellos que tienen voluntad dispuesta para se aprovechar de semejante luz. Y como ellos están lejos de esa dispusición, vense muy apartados de ciencia nueva y así, por no desesperar, no la quieren aguardar, sino vanse con su esportillo [189r] como lo trujeron.
Pero estotros ignorantes y humildes, que se presentan delante de Dios para sólo hacer su voluntad, dales Dios con que los engolosina y aficiona, encadena y ase con la suavidad de su doctrina para que no se aparten dél un momento. Y es cosa certíssima hallar a éstos aprovechadíssimos y a estotros muy secos, mostrando cada uno la diferencia del fructo que da y lleva la sabiduría que el cielo enseña a los humildes o el que brota y echa la sciencia de las escuelas.
Yo pienso que todo esto que digo vale poco para lo que habíe que decir y encarecer acerca de esto que voy diciendo. Y así sólo digo una palabra: que deseo ser en nuestro convento -y Jesucristo me oyese- que yo fuese el más ignorante, el más desechado, y que Dios me diese tanta fee viva como un grano de mostaza 6 y a los demás más ciencia
que llevaría un camello. Que yo quedaría h muy contento y entendería ellos no estaban pagados, id est satisfechos i, según las obligaciones que tienen.
¡Ea, mis hermanos, que luego diré bien de las letras, no se les haga tarde a los que son estudiantes! Pero digamos primero de lo que primero y más nos inporta. Ruégoles por el crucificado Jesucristo seamos humildes y escojamos ser abatidos y desechados ante los ojos del mundo. Antepongamos este verdadero desprecio a cuantas cátredas hay en todo el orbe. Sea nuestra corona la humildad, sea nuestro adorno la pobreza, sea nuestro bien la charidad. sobre mí, si sus charidades se abrazan con este manojico de despojos, si no j les cantaren a la entrada del cielo más gala, más gloria que k a los que acá vencieron y se alzaron con los magisterios de toda la tierra.
¡Oh Cristo mío, y quién lo entendiese! Y cómo en el día de la cuenta dirás: Venid, benditos de mi Padre, que tuve hambre y me distes de comer, y sed y me distes de beber 7; venid, humildes y hijos míos llenos de charidad, que aquí tengo los pedazos de pan y jarras de agua que l distes en la tierra, guardado está y engastado en mis entrañas amorosas para que ésas pasen a las vuestras, que se dolieron y condolieron de los pobres. ¡Oh Dios de mi alma!, ¿por qué no decís: Venid, doctos letrados, que os quemastes las cejas, velastes, trasnochastes, perdistes la salud por aprovechar, gastastes vuestras haciendas; venid y recibiréis el premio [189v] de vuestros silogismos?
¡Ay, hermanos míos m, cómo eso no se toma en la boca, sino se calla! ¡Cómo me pone cuidado, pues no lo reciben por gasto para en descuento ni por recibo para paga! Que me temo que durmieron su sueño y no hallaron nada en sus manos; atesoraron letras y por no se aprovechar de ellas se les desvanecieron en sus pensamientos 8. Cómo me temo que fue talento que de ordinario se esconde en la tierra 9, porque ya veo por mis peccados que todas las letras sólo se inclinan a pretensiones e intereses de tierra. Pues tesoro escondido y sciencia no vista ¿qué provecho -dice el Spíritu Sancto 10- hay en cosas semejantes? ¿Qué paga han de aguardar los que estudiaron y granjearon letras y no hicieron empleo?
Paréceme les dirán entonces lo que el glorioso Gregorio dijo11 al otro mal fraile propietario, a quien le hallaron scondidos ciertos dineros a la hora de la muerte. Enterrándole con el propio dinero, le dijo: Pecunia tua tecum sit in perditione n 12. Lo propio me parece se le deben de decir a los que se hicieron propietarios de sus letras, no aprovechándose de ellas para o con ellas hacer el empleo que convenía, que les dirá Dios: Tus letras sean contigo, ellas te remedien p, pues fueron para tu
perdición; que si estudiando te quemaste las cejas q a la lumbre del candil, también te abrasaste las alas r con que habías de volar a Dios a la luz de tu sciencia; y pues tan bajo te quedaste en tus pensamientos, acompáñete tu bajeza. Venid vosotros humildes, a quien yo descubrí la sabiduría de mi cruz, la cual por no conocerla el mundo os tuvo por tontos, siendo sabios como los ángeles.
Dichosa humildad, dichosa, dichosa charidad, dichoso recogimiento y oración bien despachada. ¿Es posible, mis hermanos, que ya no advierten esta gloria, esta dicha? ¿Es posible que no gustaran más de ser tristes cocineros que dichosos catredáticos si esa diferencia de fines han de tener? ¡Oh Señor mío, y quién no supiese más que salvarse! ¡Quién no supiese más que conocerte! ¡Quién no supiese más que despreciarse, abatirse, deshacerse, conocerse y mirar que es nada y mucho menos [190r] de lo que piensa cuando mucho piensa! ¡Oh bien y alegría de los ángeles, sabiduría eterna, si yo te tuviese a ti y qué tendría de sabiduría, y si tú me faltases y cuánta sería mi ignorancia! Mal haya quien otros caminos busca para saber sino conocerte a ti y al que enviaste, Jesucristo 13. Ea, bien y gloria mía, derrama una gotica de esa eterna sabiduría sobre nuestras tinieblas, que bastante será para dejar hecha un alma más clara y resplandeciente que un cielo inpíreo. Luz será que añublará toda la sabiduría de acá y volverá tinieblas a lo que los doctos llaman luz.
Ea, mis hermanos, ¿para qué queremos s saber más de lo que nos conviene saber para vivir con la templanza 14 que Dios manda? Pongan los ojos, mis hermanos, en la sabiduría que tuvieron los primeros ángeles, que fue tan grande que llamaron al caudillo Lucifer, luz de ver, y con todo eso cayó en tinieblas 15, porque no tuvo ojos para mirar y ver con la luz que le daban. Si después de nuestra ciencia, por no ser quien debemos, hemos de quedar encandilados, ciegos, despeñados, poco aprovechados, si han de ser armas para contra nosotros, si los medios con que las procuramos no han de ser medios más acommodados para nuestra salvación, ¿para qué queremos otros medios más que un breviario, una disciplina y una t sancta cruz? Bástanos saber las oraciones y lo que la Iglesia manda y pone por necesario.
¡Oh bienaventurado Francisco, que parece no sabías más que el Pater noster, y aun ése parece que no lo sabías todo, pues tres y cuatro días enteros se te pasaban en solo decir: Padre nuestro, que estás en los cielos, hágase tu voluntad u! Ea, Francisco, pasad adelante, ¿tan poco os
han enseñado? Dejadme -parece que responde-, que no quiero saber más de que tengo a Dios por Padre que vive y reina en los cielos.
Ea, mis hermanos, aprendamos de este buen maestro, que es muy linda escuela. ¿Quién hay que con facilidad no aprienda solas dos palabras v, que digan: Padre nuestro que estás en los cielos, haga yo tu voluntad? Yo no quiero saber más, con esto, Señor, me contento; yo me huelgo de parar aquí, en que yo y tus frailes hagan siempre tu sancta voluntad. Pasen los que quisieren al conocimiento de las cosas y sean [190v] grandes filósophos, alcance y descubra el metaphísico las verdades que quisiere, que yo una cosa sola quería saber, que es acertar a hacer la sancta voluntad de Dios y que conozca, en todos mis trabajos, que tengo buen Padre, que es señor del cielo y de la tierra.
¡Qué poquito ha menester saber un niño mientras está debajo w de la protección del padre! Nada ha menester saber, a mi parecer. Con solas dos cosas tendrá cumplido, con conocer a su padre y hacer lo que le mandare, que lo demás a su padre se le queda. El es el que lo defiende, el que lo acredita, apoya, honra, acompaña. Y sin que un hijo hable x, la ciencia de su padre lo hace docto. Finalmente, mientras está debajo de las alas del padre, como todo es común, poco ha menester saber el hijo. Bien se echó de ver, glorioso Francisco, en vos, que, como Dios era vuestro Padre, no quisistes aprender más que estas dos palabras: Padre nuestro, haga yo tu voluntad. Con esto os distes por contento, porque sabíades que todos los bienes del Padre os habían de ser comunes y que la sabiduría de Dios habíe de ser vuestra y vuestro Padre os había de honrar, defender y amparar. Y pues tenéis Padre que haga todo eso, hacéis muy bien en no aprender más. Los que andan ya fuera de la casa de este buen Padre y viven solos y por su pico, estudien para que les valga. Y aunque lo tengan tan bueno y que sean picazas, no llegarán a lo que vos sabéis con solas estas dos palabras.
5. Dos casos que muestran la verdadera sabiduría
¡Oh Señor mío, y si me dieses a conocer en qué consiste la verdadera sabiduría, en qué está mi bien, en qué consiste mi gloria! No sé qué me diga. Cuando veo morir tantos predicadores que han hecho raya en el mundo y, dándoles Dios tantico de conocimiento de allá entre lo mucho que habíen buscado acá, ¡qué es verlos hacer juntas, llamar predicadores, hacer desengaños, jurar y hacer protestaciones! ¡Oh, qué he oído de estas cosas y qué he visto!
Dijéronme en Roma de aquel gran predicador, fraile dominico, Miranda z, que tuvo al principio Clemente octavo, que, habiendo sido luz del mundo con sus letras y doctrina, estando en esta pujanza y a pique de ser cardenal, le abrió Dios los ojos del alma, dándole [191r] unas
vislumbres de otra ciencia que no se apriende acá, con que le dejó bien absorto y lleno de tinieblas para lo de acá, de suerte que el que sabía ya no sabía porque sabía lo que le convenía. Esta pequeña luz fue causa para privarle de otra cualquiera, de suerte que me decían en Roma que, no sé si en dos años que así vivió, no salía de lo oscuro de un aposento triste, melancólico de la poca luz y conocimiento pasado, temeroso de la cuenta por venir. Pero fue luz con que él las procuró componer en aquel tiempo con tantas veras que, no hablando a nadie, después, a la muerte cercano, hablaba a todos sólo ocupándose en cantar: Laetatus sum in his quae dicta sunt michi 16.
¡Dichosa y bienaventurada alma que espera y aguarda este sol y esta luz! Que, en fin, se diferencia de la de acá en lo que se diferencia la luz de los bienaventurados a la de los hombres, que el Cordero a, Dios, es luz de los bienaventurados y el día del cielo no tiene noche 17. Pues así digo yo que la sciencia de acá tiene noche, tiene tinieblas y obscuridad y, por bien que sepáis, no sabéis. Pero la luz que Dios da es luz del Cordero, es luz del cielo, luz de Dios y luz a quien no se le sigue noche, porque en el alma donde entra todo es día y claridad. Abracemos, mis hermanos, esta luz y veremos cómo no andamos en tinieblas.
Ahora me dicen que está acabando el señor obispo de Córdoba, hombre docto y que ha tenido grandes officios en los consejos de su majestad 18. Y me dicen está diciendo y muriendo con grandíssimas ansias y deseos de haber sido un pobre cocinero en un convento reformado. ¡Oh Dios mío, que ya trueca la luz de sus letras por la luz que entra por una saeterilla en la cocina, y dice que con solo eso muriera contento!
Díganme, mis hermanos, pues esto descubre Dios a los obispos y doctos a la hora de la muerte, ¿por qué no lo hemos nosotros de mirar y considerar, pues representamos en vida hombres muertos; y siendo pobres frailes descalzos, contentarnos antes con un triste rinconcito en un camaranchón, antes que apetecer los generales y teatros de las universidades?