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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
1. Sin título ni división formal, el autor agrega al precedente texto sobre los estudiantes cuatro folios y poco más (VI, ff.207r-212v) dedicados a los predicadores. Es breve porque no desea teorizar sobre la predicación ni tampoco entrar en todas las cuestiones que su práctica plantea. Estaría de sobra, como reconoce de entrada: "Hay tanto scrito acerca de esto, que no será necesario cansarme yo". Lo único que pretende es "decir algo" a sus propios hermanos para que sepan alimentar la predicación con la oración y ejercerla con espíritu evangélico.
Estas páginas hay que datarlas, como las anteriores, en Madrid por el período ya indicado, es decir, de julio de 1606 a principios de 1607. Respecto a la foliación, recordemos lo dicho en la introducción al tratado anterior. El Santo repitió la cifra 205, continuando luego en orden ascendente hasta el fol. 211, último del escrito y del vol. VI. Una mano de este siglo (probablemente, el P. Nicolás de la Asunción) "corrigió" el descuido añadiendo a bolígrafo la cifra que corresponde. Es esta última numeración la que seguimos, advirtiendo también, aunque ha quedado aludido, que todos los epígrafes, comenzando por el título, los hemos puesto nosotros.
2. El Reformador sabe que sus hijos, en quienes únicamente piensa, no necesitan de un nuevo tratado de predicadores, que tanto proliferaban en su tiempo. Se ciñe por tanto a detectar escuetamente, con la indicación de los remedios adecuados, "algunos inconvenientes" que se dan o pueden darse en el ejercicio de tan alto ministerio. Por idénticas razones se muestra también muy parco en sus consideraciones doctrinales y de base bíblica. Los consejos que imparte apuntan al espíritu y a las actitudes de fondo del predicador. Este ha de esforzarse por predicar sólo al Cristo del evangelio, sin "revestirlo" con imágenes y palabras de erudición humana. Insiste en que la buena predicación -la que provoca a sincera conversión- debe apoyarse en una vida santa y centrarse, como pide Pablo (1 Cor 1,22), en Cristo crucificado, que debe ser el "obiecto de nuestros sermones". La preparación para el púlpito pasa, por consiguiente, a través de la oración, momento de íntima apertura al Señor y de puesta a punto del talante necesario para comunicar a los oyentes lo que Dios da y quiere. Teniendo en cuenta que el buen ejemplo es más eficaz que muchas palabras y que el fruto no depende del lenguaje, se ha de predicar, ante todo, con la propia vida; luego, expresarse con humildad y sencillez sin buscar halagar a los oyentes. No concibe el ministerio del púlpito sin un celo ardiente por la salvación de las almas.
Alerta varias veces acerca de la fácil tentación de dispensas y privilegios en los predicadores, cosa que él había experimentado entre los calzados, donde la misma legislación asignaba ciertas distinciones a los predicadores oficiales. Las dispensas "en cosa esencial" (oración, seguimiento de la comunidad, ayunos de Regla...) "son inconvenientes perniciosos para toda la Religión" y "para los propios predicadores". De los predicadores principiantes postula la completa observancia de las obligaciones
comunitarias, so pena de entorpecer seriamente el clima de igualdad que ha de reinar entre los hermanos.
3. El escrito rezuma la sabiduría que brota de la larga experiencia de nuestro Santo entre los calzados, donde la predicación fue su carisma y tarea principal, iniciada quizá a raíz de recibir el presbiterado 1. Reflejo y resonancia de su norma personal son sin duda las reflexiones que aquí y en otras partes 2 dedica a los predicadores. Su aptitud para el púlpito debía estar demostrada cuando los superiores, con ocasión del capítulo provincial de 1589, le nombraron predicador del convento de La Guardia, cargo en el que sería confirmado tres años después. Con idéntica función le hallamos, antes de la cuaresma de 1594, en la casa de La Membrilla (Ciudad Real), perteneciente a la provincia de Andalucía. Y poco después (noviembre de 1594) es enviado nada menos que a Sevilla "por predicador de aquella casa" 3, con patentes del provincial Fernando de Zafra. Ascenso brusco y vertical: de un convento modesto al principal de la provincia, residencia de los ministros provinciales y de tantos eminentes religiosos (lectores, catedráticos... predicadores). Su valía excepcional para el púlpito, unida a la intervención de su amigo Fr. Martín de Virués, procurador y visitador provincial, fueron las razones básicas del cambio 4.
El oficio de predicador se encomendaba, tras rigurosa selección, a muy pocos religiosos. Ciencia y virtud probadas, prudencia y madurez, dos cursos de teología como mínimo, 24 años cumplidos y, de no ser abiertamente docto, el examen de dos teólogos o la declaración escrita del definitorio provincial: eran los requisitos fijados por las constituciones 5. La legislación nacional de 1593 impartía minuciosas instrucciones sobre el contenido y la forma de los sermones; todo un tratadito del buen predicador 6, que seguramente practicó san Juan Bta. de la Concepción. Existía
en cada casa un predicador titular, que posteriormente se llamará predicador mayor. Fr. Juan Bta. Rico obtuvo su primer nombramiento a la edad de 27 años y sin el concurso de títulos especiales (lector jubilado, presentado, maestro), como era entonces habitual. Ello patentiza dos cosas: su excelente preparación para tan delicado ministerio y el buen nombre de que gozaba en la provincia. Se ha escrito de él: "Tuvo palabra fácil, santidad de vida reconocida por todos en la Orden y fuera de ella, erudición de doctrina tanto sagrada como profana nada común, grande aceptación del público y no menor provecho que sacaba en las almas" 7. Es una estimación que subscribimos. La riqueza y buen uso del vocabulario y la erudición saltan a la vista en cada página de sus escritos. Declara de sí que es "fácil en el decir" 8. Con frecuencia le llevaban a predicar fuera de su sede 9. A pesar de los achaques físicos, su dedicación al ministerio de la palabra era completa 10.
SOBRE LOS PREDICADORES
[f.207r] Las cosas dicen que toman [207v] el sabor por do pasan. Si las palabras que predican sólo pasan por el aire, sabrán a viento y torbellino, pero si entrándolas allá dentro en el alma y en su propio espíritu, tendrán fuerza de spíritu y de alma. Parece ya hemos dado en los estudiantes hechos predicadores y que fuera bien decir algo, si Dios diera, de cómo se había de ejercitar este officio entre nosotros. Y pienso hay tanto scrito acerca de esto que no será necesario cansarme yo. Sólo decir, si acaso se han descubierto algunos inconvenientes entre nosotros en el modo de ejercitarlo, procurar se remedien.