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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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INTRODUCCION

 

 

  1Publicamos aquí el texto completo del volumen VII autógrafo -228 folios en total-, cuyo encabezamiento original hemos abreviado un poco. Breves tratados acerca de los officios más comunes, anuncia el autor, pero luego distingue cada sección con el monograma Jhs. M.ª y el subtítulo capítulo de..., sin agregar número alguno ni insinuarlo con un espacio en blanco. Se deduce que, en su intención, cada capítulo corresponde a uno de los breves tratados previstos. Nos ha parecido conveniente numerar tales secciones, sin trastocar el orden, cual si fueran capítulos de un único tratado, como lo hicieron los editores de 1830. Por otra parte, el dese  o de facilitar la lectura nos ha aconsejado introducir subtítulos en los capítulos de mayor extensión. Originales del autor son únicamente los epígrafes iniciales.

  San Juan Bautista de la Concepción, sin un plan literario preconcebido, fue redactando sus observaciones al hilo de las circunstancias variables en que se hallaba a su paso por las comunidades. Si además se considera el amplio abanico de cuestiones abordadas, se comprende que vaya dejando en el trayecto varios folios en blanco, pensando en destinarlos después, con más tiempo, a algunos oficios y cuestiones de particular relieve.En un segundo momento, subsanará sólo una parte de esas lagunas. La imprevista visita apostólica de 1608 le obligó a restringir a lo esencial algunos capítulos y a abandonar otros. Por ejemplo, proyectaba "un largo tratado" sobre el maestro de novicios, pero debe resignarse a tocar el tema "con cortedad", dejando en el tintero aspectos importantes. "Un grande tratado o libro" le reclamaba el tema del discernimiento de los candidatos, pero tiene que contentarse con un puñado de páginas. Lo mismo le sucede con el capítulo sobre el enfermero, remitido "a la postre por escribirlo más largo" y presentado "más corto" a causa de "una visita que al presente tenemos". Por carecer de tiempo, no redacta un capítulo deseado acerca del "oficio de humildad" y se ve forzado a recortar los relativos al discernimiento vocacional y a las visitas de familia. Tras exponer telegráficamente el plan general, concluye afirmando que no le ha sido posible completar el volumen 1.

 

  2.  Estamos ante unas páginas de gran interés, pues en ellas el Reformador presenta el entramado de tareas, servicios y prácticas que conforman la vida de sus descalzos. Atento y vigilante respecto al devenir cotidiano de sus conventos, ha sentido más de una vez, en el pasado, el impulso a esgrimir la pluma para corregir o prevenir inconvenientes, pero no lo ha hecho por no ver clara la oportunidad del momento 2. Ahora, mediado el trienio de su autoridad superior como ministro provincial, ve llegada la hora de codificar, cual legado para sus sucesores en el cargo


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y para todos sus hijos, el tenor de vida que Dios ha ido alimentando durante un decenio. Con la expresión "oficios comunes" (igual a ocupaciones o cosas comunes) abraza todo el terreno existencial "común" de sus religiosos. Dedica un espacio particular, mayor o menor según los casos, a los siguientes oficios propiamente dichos: portero, procurador conventual, hospedero, cocinero, fregador, despensero, refitolero, servidor de mesa, lector, ministro en el comedor, celador, encargado del coro, sacristán, acólito, sacerdote celebrante, confesor, ordenando, maestro de novicios, hortelano, ropero, enfermero. Aborda también la cuestión general del trabajo "según la Regla". Describe, por otro lado, el modo de comportarse en los actos y en las situaciones habituales. Obviamente, el ámbito casero absorbe la mayor parte de su atención. Habla del modo de estar y rezar en el coro. Varios capítulos giran en torno al refectorio (abstinencias, orden en la comida, mortificaciones usuales, etc.); otros, en torno a la celda (recogimiento y modestia, etc.). Los hay que contemplan el comportamiento fuera de la celda (trato con el prelado, clausura, recepción de huéspedes, etc.). En este sentido, el autor desarrolla largamente el tema de las recreaciones: la diaria de la comunidad, las especiales de algunas fiestas, las de los convalecientes, las que se hacen en el campo. No descuida ciertas exigencias de salida del convento: cuestaciones, viajes, posibles visitas a la familia. Se detiene con amplitud en lo concerniente a las cartas que se mandan y reciben.

  Encomendando a Dios el futuro, enjuicia la realidad que tiene ante los ojos: "Nuestro intento en estos tratados -declara- no es predicar ni dar doctrina que persuada con eficacia, sino poner por scrito lo que se guarda". Propósito que ratifica constantemente con otras expresiones similares 3. Describe lo que se hace, acentuando sobre todo el espíritu, el talante, las actitudes que han de informar y animar cada observancia. Sus consejos apuntan a mantener pujante y sin fisuras el espíritu inicial de oración, recogimiento, caridad fraterna, pobreza, humildad, mortificación. No describe oficio u ocupación sin percibir en su entraña la urgencia de la caridad, la humildad, la presencia de Dios, el amor a la pobreza y a la vida fraterna. En esta perspectiva, no puede pasar por alto el tema nuclear de la selección y formación de los candidatos 4 tanto para hermanos donados como para religiosos sacerdotes: así, en varios capítulos ofrece criterios y pautas sobre el discernimiento vocacional, la acogida y educación de los novicios, su aprobación y disposiciones de cara a los votos, terminando con unas orientaciones relativas al período sucesivo a la profesión.

  Tratándose de una presentación pormenorizada de los compromisos de la descalcez, el lector se sorprenderá ante la falta de dos capítulos atinentes a la actividad redentora y a las obras de servicio a los pobres. Pero nótese que el Reformador examina la forma de vivir de los descalzos tal y como se desenvuelve ante sus ojos y, si hace propuestas de futuro, es para corregir y mejorar "lo que se hace". De ahí que silencie ese compromiso social, que esperaba aún su alumbramiento. Por circunstancias de orden coyuntural, en aquella fase no resultaban viables ni los


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rescates ni los hospicios para los pobres, tareas que, sin embargo, siguen interpelando su conciencia cuando escribe las presentes páginas, pues anhela que -"cuando Dios fuere servido"- los descalzos se ocupen de esa misión esencial. Y, entretanto, al hablar del hermano portero y de otros menesteres, reclama una marcada sensibilidad de cara a los indigentes, que por entonces recibían asistencia en las porterías de los conventos.

  Es preciso captar bien su intención y método. Subraya a menudo que no está dictando "leyes ni constituciones", sino dando simplemente "consejos", avisos fraternos. Por otra parte, fiel al principio de que la vida ha de preceder a las leyes, evita el sobrepasar los linderos de la experiencia personal y comunitaria, que -lo recuerda- es la fuente principal de sus informaciones y propuestas. Con ello elude el andar espigando en libros ajenos: "Diré aquí en cuatro palabras lo que a mí me han enseñado con la llaneza que escribo lo demás, no rigiéndome por papeles ni libros, sino por lo que Dios es servido y más bien me parece conviene se ejerciten y hagan nuestros religiosos", confiesa a propósito del examen de conciencia. Dando por conocido lo que enseñan "tantos libros", a los confesores no hace más que "avisar lo que se usa y debe usar en nuestra sagrada Religión". Significativo a este respecto que emprenda la escritura arropado por un diálogo ficticio con "un hermano donado llamado Juan, que... en otro tiempo estudió alguna cosa y, por haber tratado con diversidad de gentes, sabe alguna cosilla de cada officio".

 

  3.  La solicitud por el instituto le empuja a encarar una cuestión tan delicada como inaplazable: la relación entre calzados y descalzos. En coincidencia con la visita canónica de 1608, se agudiza el viejo debate relativo a la admisión de los calzados en el instituto. Brotan porfías y disensiones, discordias y enfrentamientos entre calzados y descalzos y en el seno mismo de la descalcez, a las que alude varias veces nuestro escritor. En tal contexto, nuestro Santo empuña la pluma para defender la autonomía institucional de la Reforma, marcando las diferencias y las escasas posibilidades de relación con los hermanos de la antigua observancia. "De cuánto inporta que las religiones reformadas estén desmembradas de las del Paño ­y de que no haya tránsito de los descalzos a los calzados", titula el c.48. A fuer de buen argumentador escolástico, comienza enunciando la opinión de los adversa­rios de la tesis (los calzados), que propugnaban la "mezcla" y "comunicación" entre unos y otros, el "estar todos juntos", la "unidad y tránsito", el "ser todos unos e incorporados sus conventos en la reforma". Estas expresiones reflejan la misma idea del visitador, el franciscano observante Andrés de Velasco, y del nuncio, Decio Carafa. Los calzados querían hacer replegar la reforma a un movimiento de observancia dentro de la Orden, con un esquema análogo al de la recolección franciscana. El autor va desgranando las razones de esta postura, que substancialmente confluyen en considerar que la unión institucional y la interrelación aportarían beneficios espirituales y garantías de conservación a calzados y descalzos. Los calzados opinan que, así como las casas nuevas se construyen en viejos solares y los viñedos se remozan en sus propias hazas, lo lógico es que "la nueva reforma de la SS. Trinidad" sea implantada en el viejo solar y tronco de la Orden.

  También su respuesta está tejida con orden y método escolásticos, esto es, a base de distinciones, argumentos y conclusiones. Es de notar, ante todo, el anclaje de su pensamiento en el breve constituyente de Clemente VIII, quien -recuerda-


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"cierra la puerta" del posible tránsito de los descalzos sea a los calzados sea a cualquier otra religión "menos estrecha". "No me pasa por la imaginación decir que nuestra sancta reforma sea como la recolección de los padres de san Francisco. Ya Su Sanctidad nos desmembró y apartó del todo, y es bien así lo estemos y se lleve adelante y por su defensa, si fuere necesario, se ponga la vida". Las razones probatorias que aduce apuntan al riesgo de retroceso a una vida menos perfecta y de inestabilidad en los compromisos adquiridos.

  El problema más vidrioso que el Santo encara es el que enuncia así en el c.47: "Acerca del recebir padres del Paño de nuestra sagrada Religión o de otra". Cual matriz de las ideas actuales, se detecta su experiencia pasada. La exposición de argumentos en pro y en contra es amplia y articulada, cubriendo todos los niveles remarcables, desde el biológico al vocacional/espiritual, pasando por el psicológico, el educacional y el sociológico. Se constata que nos ofrece el fruto de un estudio serio del problema, por juzgarlo, sin duda, de vital importancia. Sabe que de su correcta solución dependen en gran parte la pureza y buena marcha de la descalcez. Su personal opinión, que en virtud de la autoridad de la que emana adquiere el valor de un dictamen, excluye los dos extremos: "Es infalible que no conviene recibir a todos los que vienen de los padres del Paño". "Tampoco es bien dar regla general y decir que no se reciba ninguno". Afirmar esto último le parece "palabra de soberbia" en los que están dentro, como si la Religión fuera propiedad suya. Subscribe la idea de la complementariedad y recíproca ayuda dentro de la descalcez, donde hay que saber conjugar prendas interiores y exteriores, lo natural y lo sobrenatural: Los calzados necesitan aprender vida interior de "los que sólo han sido descalzos"; éstos necesitan "quien les corrija y enseñe en lo exterior y natural".

  Emerge una cierta evolución en las actitudes del Reformador acerca de la admisión de calzados. En los primeros tiempos de Valdepeñas (antes y después de la aprobación de la reforma) eran marcadas sus preferencias por los jóvenes de proveniencia secular. Se mezclaba una relación conflictiva con los ex-calzados. Su desafección hacia "los antiguos" de la Orden se traducía en propensión al rigorismo a la hora de efectuar el discernimiento vocacional. Moderó ese cerrado talante -aleccionado, al parecer, por algunos casos de ex-calzados ejemplares- antes del primer capítulo (1605), según se desprende de las opuestas críticas de que fue objeto por parte de los dos bandos. En las reflexiones de 1608 (el texto actual), muestra una actitud más abierta y receptiva. En sus palabras ya no hay rastro de una propensión notable a privilegiar los candidatos seglares y rechazar los otros. Prefiere todavía, eso sí, un número mayor de los primeros: No en vano el instituto es autónomo y se abre paso un nuevo modelo de vida trinitaria. Sin embargo, espera con ánimo acogedor y agradecido las vocaciones que Dios suscite entre sus hermanos de la antigua profesión. Su preocupación primaria no es ya la de desenmascarar falsos pretendientes para expelerlos, sino más bien la de buscar los indicios de sincera conversión para no perder ninguno de los buenos. Ello exige diligencia, pero siempre acompañada -dice- de "entrañas amorosas y llenas de caridad" para acoger al que "viniere tocado de Dios".

 

  4.  Con estos "tratados" el autor pretende subsanar las lagunas del ceremonial y paliar la carencia de unas constituciones apropiadas al desarrollo de la Reforma. Existe ya, lógicamente, una normativa publicada, que el autor evoca al citar una


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serie de "actas", "ordenaciones" y "constituciones" vinculantes. Ninguno de tales textos -constituciones y actas; las ordenaciones son asimilables a unas u otras- ha llegado a nuestras manos. Lo mismo nos ocurre con el ceremonial, mencionado repetidas veces e impreso, según se lee, con "menoscabos y muchas cosas que faltan" en todos sus capítulos, ya que "por la priesa y brevedad con que se imprimió, sólo hubo tiempo para recoger lo más común y universal". Pensamos que se denominaba más bien manual y su contenido fundamental, que vertía sobre ciertas ceremonias, es deducible del tercer manual, en el que se reedita la carta exhortatoria de "Fr. Juan Bta. de la Concepción, provincial", fechada en Madrid a 15-VII-1606, con la que se introducía el primer manual 5.

 

  5Alusiones internas y otros elementos de referencia inducen a sostener que todo el escrito fue redactado de forma discontinua durante el bienio 1607-1608, la mayor parte en Madrid y algunas secciones, cuya extensión no se puede calibrar, en Córdoba y Sevilla 6. Curiosamente, nada menos que tres veces (ff.39r, 57r y 77r) topamos con la rúbrica de la firma de san Juan Bta. de la Concepción, muy similar a la que acompaña a su firma más antigua conocida: la del acta de su profesión religiosa en Toledo 7.

 

 


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DE LOS OFICIOS MAS COMUNES DE LA RELIGION DE DESCALZOS DE LA SS. TRINIDAD

 

 

[f.1r]       Jhs. M.ª

 

BREVES TRATADOS ACERCA DE LOS OFFICIOS MÁS COMMUNES DE NUESTRA  SAGRADA RELIGIÓN DE LOS DESCALZOS DE LA SANCTÍSSIMA TRINIDAD

  Y por poder responder y acudir a todas las dificultades, grandes y pequeñas, que en los tales officios se ofrecieren, se escribirá debajo de un diálogo entre dos religiosos, siendo el que responde un hermano donado llamado Juan -que se presupone ser religioso que en otro tiempo estudió alguna cosa y, por haber tratado con diversidad de gentes, sabe alguna cosilla de cada officio- y el que pregunta será el religioso que tiene el tal officio. Y aunque es verdad que las cosas tratadas en diálogos no tienen aquella autoridad que las que se afirman en prosa, por parecer tienen licencia para enllenar de fingir alguna cosa, pero aquí se ha de presuponer que, salido de los nombres, otra ninguna cosa se disimulará y ésos serán los verdaderos a en los que preguntan y todob lo demás será la verdad, preguntando y respondiendo a aquello que Dios más y mejor diere a entender para que se haga y guarde acerca del tal officioc.

  Que aunque es verdad es atrevimiento tomar yo la pluma en la mano para cosas semejantes, pero sólo esto servirá de pagar lo que en otra parte tengo prometido, que es ofrecer mi cornadillo, y no querer en las cosas de cuidado y trabajo sacar el ascua con mano del gato, como dicen, que no lo es pequeño en una Religión que enpiezad en quien Dios y los hombres con cuenta y atención ponen los ojos, ponerlos un gusanillo en las muy pequeñas menudencias que sobre cualquier officio es necesario ofrecerse e. Y si las f arañas, como dice el propheta [Oseas], que hacen sus telas en casa de los príncipes y reyes 1 parecen mal y arguyen descuido en casa del pobre que tiene g su casa pajiza, ¿qué podrán parecer descuidos e inadvertencias de religiosos, que en la casa de Dios deben andar hechos ojos para que no haya en qué topar? Quiera la Majestad de Dios dármelos a mí con alguna partecita de la propiedad que dice el Spíritu Sancto tienen los del Señor cuando dice que oculi Domini multo plus lucidiores sunt super solem 2; más mucho que el sol. Porque si el sol descubre los átomos que están acá fuera, los ojos [1v] del Señor descubren los pensamientos más obscuros de adentro. Y si para el sol hay noche, no la hay para los ojos de Dios, quia sicut


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tenebrae eius, ita et lumen eius; et nox sicut dies illuminabitur h 3. Y si se pueden dar pasos huyendo del sol, no se pueden dar escondidos a Dios, pues de lo primero dice David: Et nox sicut dies illuminabitur 4; y de lo segundo, el sancto Job: Et omnes gressus meos dinumerat 5.

  Para tratar tantas menudencias como se han de ofrecer en los officios ordinarios de una communidad, bien fuera necesario nuestros ojos fueran más que del sol para que descubrieran los átomos muy pequeños y que nada nos encubriera la noche de nuestra ignorancia i y descuidos -que muchos hermanos, por no saber, hacen en las cosas que se les encargan- y que ninguno diera en su officio paso que aquí, con letras y tinta, no se le contara. Pero ya que en este breve tratado todo no quede deslindado, mirado, contado y advertido por ser yo hombre tan ignorante, en fin algo es el enpezar y el descubrir la caza. Podrála seguir y tomar aquel a quien le diere Dios mejores pies y que, con su sabiduría y discreción, mejor corriere tras las cosas que a mí no j se me alcanzaren. Y esto no se estime y tenga en poco.

  Pluviera a Dios, según lo que estas advertencias son necesarias, fueran scritas por el Spíritu Sancto y a cada religioso que exercita su officio se diera un traslado k para que siempre tuviera grande advertencia con las cosas que en su officio se le han de ofrecer. Que no yo por qué ha de ser instruido un officio, por bajo que sea, en casa de un príncipe, temiendo los yerros pequeños no se le castiguen con penas graves, y en la casa de Dios, donde nada hay pequeño ni bajo, no ha de ser uno instruido en la forma que se ha de haber en el officio que por asignación se le encomendó.

  Dos maneras hay de officios en nuestros conventos: unos que tienen trato y communicación con religiosos y seglares, otros que sólo tratan y se estienden a la communicación con los religiosos. Para el exercicio de los primeros es menester gran sanctidad y prudencia; para los segundos -que, en fin, entre nosotros no hay las leyes y cumplimientos del mundo- bástale a un religioso ser siervo de Dios y desear acertar. Y pienso que a estos segundos les pudiéramos dar algunas reglas l generales, debajo de las cuales encerráramos muchas cosas particulares que se les podían ofrecer. Pero, atento que me piden hable con más distinción y claridad, será necesario [2r] descender a las cosas muy pequeñas para quien, como decíamos denantes, era necesario, a quien trata de ellas, tener ojos de lince y, si de águila subida y levantada al trato con m Dios, con vista y ojos claros para ver las dificultades que a cada uno se le pueden ofrecer. Dénos Dios a sí propio para que en todo hagamos su voluntad.

 

 




1 ¿Por qué no pro sigue? Probablemente, porque, terminado su mandato, no quiere interferir en las competencias de su sucesor, Francisco de Santa Ana. Se siente en el deber de no hablar como antes de las pautas de comportamiento exigibles a los religiosos; escribirá aún páginas exhortatorias, pero ya no con el estilo de quien establece unas observancias.



2 Véase lo que dice arriba en Para los prelados, 1,4.



3 Ese "poner por escrito lo que se guarda", sin pretensiones de maestro y legislador, denota su humilde abandono en las manos providentes de Dios, que, según él, dirige los pasos del instituto. Actitud que subyace, cual surtidor oculto pero siempre activo, en todo cuanto sale de su pluma. Los hechos presentes y el futuro de la Reforma los relaciona siempre, implícita o explícitamente, con la soberana voluntad de Dios.



4 Una ley "acerca de los que se reciben" estaba entre los proyectos del Reformador desde el principio, pero no había llegado a cuajar: cf. Memoria de los orígenes de la descalcez trinitaria, 44,6 (II, 372-373).



5 Cf. Carisma y misión, 316-320.



6 Ibid., 294-299.



7 Cf. I, 34.



a  ms. verdadero



b sigue será tach.



c Y por poder-officio subr.



d sigue qu tach.



e corr.



f sigue telas tach.



1 Cf. Os 8,4-6.



g corr.



2 Eclo 23,28.



h  quia-illuminabitur al marg.



3 Sal 138,12.



4 Sal 138,12.



5 Job 31,4.



i corr. de ignorancias



j sobre lín.



k sigue de tach.



l ms. regla



m sobre lín., en lín. de tach.






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