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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [6] DE LAS LIMOSNAS QUE SE HAN DE PEDIR Y EL MODO QUE EN ESO SE HA DE GUARDAR
Yo voy ya cansado scribiendo estos capítulos que, aunque se han de poner al medio, se scriben a la postre por estar olvidados. Y echo de ver que son los que con mayor spíritu y verdad se habíen de scribir, porque en este capítulo principalmente scríbese contra la codicia de los prelados y desorden que suelen tener los súbditos en el salir fuera de los conventos a menudo en achaque de sus limosnas. Y estas dos pasiones, de codicia en el prelado y libertad en el súbdito, cuando se desordenan son menester riendas y freno de acero para detenerlos; y
no habéis de poder por ser ya muchos caballos desbocados que, en achaque de necesidad y de hambre, se les calienta la boca para que sus súbditos corran la tierra y las provincias y pidan limosnas que jamás bordoneros inventaron. Por eso digo yo que quisiera tener un spíritu encendido en charidad para persuadirles los grandes daños que de esto resultan a las comunidades, y un grande spíritu de pobreza para que nos contentáramos con lo suficiente según nuestra sancta regla, sin querer tener nada sobrado para mañana ni revertido de lo que cabe la medida que nuestra regla nos da de legumbres y otras semillas y yerbas.
Por introducción deste capítulo, pido a encarecidíssimamente a todos nuestros charíssimos hermanos prelados traigan a la memoria tanta muchedumbre de daños, males, distraimientos y perdiciones que han causado en las religiones de Dios traer [30v] los súbditos por los pueblos inventando limosnas. Que digo piensen cuántos prelados y súbditos están ardiendo en los infiernos porque, tiniendo en sus conventos sus religiosos recogidos y modestosb, los entregaron al fuego y concupiciencia de la carne, soberbia [de la vida y concupiciencia] de los ojos 1, que son las tres cosas y tres desórdenes de vicios que reinan en el mundo.
¡Oh sancta regla nuestra, que en ti prevido el Spíritu Sancto estos males, cuando quisiste contentar a tus religiosos con una comida tan pobre que con pan y yerbas haces sus banquetes y fiestas, sólo por no dar ocasión a que los prelados anden perdidos con demasiada solicitud y cuidadoc, buscando regalos y cosas superfluas para sus súbditos, pues en nuestra regla es superfluo lo que para otros es necesario! Yo confieso que, si en esto hubiese de haber desorden, más querría lo hubiese en que en nuestros conventos de las puertas adentro tuviesen lo necesario que buscarlo inportunando a los pobres, amohinando a los ricos y quitando a todos el bocado de la boca. Yo espero en Dios que Su Majestad abrirá a todos los ojos para que todos vean cuán de poco provecho y de mucho daño es esta continuidad de andar los frailes por los pueblos pidiendo, para que con pocas palabras quede eso remediado.
En nuestra sagrada Religión solas dos limosnas se acostumbran a pedir: una de trigo y otra de vino. La de trigo se pide después del agosto, con dos religiosos y dos personas principales del pueblo donde se pide por las casas. Que esto se puede hacer con poca molestia de los unos y de los otros, pues en un día se puede hacer y volverse los religiosos a su casa, y el labrador recibe menos mohína y molestia, porque puede despedir con menos vergüenza y temor al fraile, no tiniendo delante el montón y media fanega que le convidan a que dé en las eras, quiera que no quiera. Los pueblos que hubieren de pedir los lleven scritos en la licencia y los días que en eso hubieren de gastar. Pues se han de acompañar de personas seculares, denles la mano para que ellos lo pidan. No sean importunos ni pesados. Tan buen rostro
hagan al sí como al no. Y entienda que más le da quien tiene gana de darle y no tiene qué -porque esa tal persona le da su corazón- que no quien le da la media fanega de trigo.
La otra limosna que no es posible menos de pedirla es la del vino [31r] por las vendimias, respecto de que se nos prohíbe por nuestra regla el poderlo comprar y la necesidad de que los religiosos lo beban es grande. Y por ser esta demanda de más días, es de mayor trabajo e inquietud. No me parece mal que el religioso que la hubiera de pedir lleve un pollino y algún hombre que le ayude, por ser cosa de mucho trabajo. Procuren los ministros enviar sus súbditos a esta demanda con todo lo necesario: si son sacerdotes, con la limosna de sus missas se pueden sustentar; si no lo fueren, denles algún trigo y dineros, que no es bien pidiendo una limosna cansen los vecinos con otras inportunidades, aunque siendo el convento pobre bien podría disponerse el religioso a pedir limosna para sustentarse. Pues no son todos los vecinos del pueblo los que dan limosna de mosto, podrán pedir esotra limosna ordinaria entre esotros vecinos.
Y pues esta limosna es de más días, hemos menester pedir a los tales religiosos que las van a hacer tengan grande cuenta con sus personas, huyendo el cuerpo de corrillos, conversaciones, pláticas y juntas que se suelen hacer entre los demás religiosos de esotras órdenes, que, cuando sean buenas, más bueno es estarse en su celda o aposento recogido, rezando y encomendándose a Dios. En la propia casa do estuviere, no esté siempre en conversación con ellos; algún pequeño rato basta, en que puede estarles leyendo o tratando alguna cosa sancta. En su aposento no deje entrar a nadie estando él dentro. Lleve consigo su disciplina, cilicio y libritos de devoción. No ande visitando las vecinas -que esto seríe culpa gravíssima- ni las personas que le dan o le han de dar la limosna con intento d de que le den más, que Dios tendrá cuidado, estándose él recogido, de poner en sus corazones le aumenten la limosna más que si él los obligara con mill visitas; cuánto más que los labradores no son necios y ya saben que esas visitas se hacen por ese respecto y antes las murmuran que las agradecen.
Cuando fuere a decir missa, vaya vía recta, sin pararse ni detenerse en las calles ni en los corrillos de la plaza cuando sale o entra en la iglesia. La preparación y hacimiento e de gracias de la missa lo haga en la iglesia, sin entrarse en la sacristía a parlar con los clérigos o sacristanes.
No esté noche fuera de su casa, recójase con tiempo. En su comer y beber tenga la f templanza que en su convento. Procure, si no está lejos y no fuere sacerdote, venirse a confesar y comulgar al convento los días de fiesta y domingos; y si fuere [31v] sacerdote, a registrarse a la obediencia y a adorar y reverenciar aquellos rinconcitos sanctos, donde con tan particular providencia está Dios consolando a sus siervos, que en esto muestra un religioso estar desasido del trato y conversación de los seglares y tener pegado el corazón al recogimiento de su celda.
Aunque las limosnas se pidan por las casas y con la commodidad que queda dicho, tenemos ordenación que no se puedan desviar del pueblo do estuviere el convento más que seis leguas, por ser todo lo demás perdición y distraimiento. Si con eso no pudieren los prelados sustentar sus casas, déjenlas y envíen otro prelado que sea más activo y próvido. Que hay prelados tan desgraciados en esto que no serán para sustentar cuatro pájaros si no es vendiendo los bancos de la casa. Y si los unos ni los otros prelados pudieren hacer eso, dejen el convento y múdenlo a otra parte, que menos inconveniente es deshacer un convento que deshacer y apurar la virtud de los que viven en él por traerlos por los pueblos perdidos.
Y así ruego yo a todos mis charíssimos hermanos, por las entrañas de Cristo crucificado y por lo que deben a la honra de su sancto hábito, no funden ni tomen conventos en pueblos que no los puedan sustentar, que frailes tan pobres y poco costosos muy desastrado ha de ser el pueblo que no les pueda dar pan y legumbres para su sustento. Y si faltare en eso, no somos obligados con detrimento nuestro a poblar todos los pueblos. Que si un ermitaño, que sólo pretende comer unas yerbas silvestres, no las halla acommodadas en un sitio, busca otro cual lo ha menester el regalo de tanta poquedad; y siendo la nuestra tanta abstinencia voluntaria, no es bien se añada otra forzosa para que, combatido este pobre cuerpo por tantas partes, demos con él en tierra; que cuando él no fuera tierra, sino muralla fortíssima, tiene necesidad de algún reparo y terrepleno para defenderse de los golpes, si son fuertes y continuos. Y así digo se pongan nuestros conventos en pueblos donde sean ayudados con algún regalo, según el rigor de nuestra propia regla, y no en pueblos donde un pedazo de pan, que busquen los religiosos con grande trabajo, tengan necesidad de partirlo con los vecinos dél.
Otras limosnas hay cortas y de menos consideración en cada tierra, según los fructos que lleva. Según la necesidad del convento, [32r] las harán pedir tan solamente por los hermanos donados, no buscando limosnas ni peticiones tan extraordinarias que cansen y amohínen a los pobres labradores, de quien es bien tomemos solamente g lo que nos dan de buena gana. Y miremos que hay muchos que por su pobreza pasan vida más austera y rigurosa que la de los frailes descalzos; y si hubiéramos con ellos de hacer lo que deben los buenos médicos con sus enfermos -que, recibiendo en una parte la paga de su visita, la deben dejar en otra, donde la pobreza no da lugar a que se haga lo que manda-, es certíssimo no trujera el fraile a casa nada, porque recibiendo a una puerta limosna fuera menester repartirla en dos que no alcanzan para comprar un pedazo de pan.
En el pedir cualquier género de limosnas, tengan advertencia de dar lugar y primería a las limosnas más antiguas de esotras religiones, no tiniendo porfías, debates ni altercaciones con los padres religiosos que acuden a esotros pueblos, que es mucha justicia y razón no les quitemos
su limosna ordinaria, en que tienen ellos puesto el sustento de sus religiosos y gastos de sus conventos. Contentémonos con coger las spiguillas y sobras que después quedaren, que, como son sobras de la charidad, siendo la que debe, jamás se le halló fin ni cabo, porque siempre tiene qué dar y repartir, como lo vemos en la charidad con que Cristo nos amó: que habiéndonos dado todas sus cosas, no se cansó hasta darnos a sí propio, y en él jamás le falta ni puede faltar qué darnos, como nosotros nos dispongamos para pedir y recebir, etc.