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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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CAPITULO [7] DE CUÁNTA IMPORTANCIA SEA QUE LOS RELIGIOSOS SEAN CORTOS EN EL SCRIBIR Y RECEBIR CARTAS

 

En todas las religiones reformadas hay grande cuenta cómo estorbar y detener la continuidad de recebir y escribir cartas, con actas y constituciones que para eso se hacen, procurando evitar con eso algunos de los muchos daños que por ese camino las tales religiones reciben; y que, pues es otro mundo, otro reino y otro seno distinto y diferente -como el de Abrahán y el del rico avariento 1-, que nada pase de una parte a otra con daño y detrimento del tal reino; y si algo pasare sea [32v] con muchos registros, particularmente las cartas -de quien dijo el [sabio]: Epistola non erubescit2; que no tiene la carta vergüenza-. Y así, las cartas son las que entran y sacan los atrevimientos, desenvolturas y desvergüenzas, el plato do puede entrar el veneno al rincón más recogido y por donde se desaguan, vierten y derraman los spíritus más retirados. La carta suele ser guchillo para el que la scribe, el que la lleva y para quien va, que así lo fue para David, para Urías y para Joab 3, pues con una carta, como con una piedra, pretendió el demonio matar tres pájaros. Para contra todos tres quisiera tener yo spíritu, palabras y doctrina, con que al que en nuestros conventos la scribe le cortara las manos y al que la lleva los pies y al que va los ojos, para que el uno no la scribiera, el otro no la llevara y el otro no la leyera. Será Dios servido que la buena cuenta de los prelados, las leyes y sancta doctrina que cada día acerca de esta materia se advierte, refrene y corte esta vana curiosidad e inpertinente trato para quien sólo pretende y quiere tratar con Dios.

  En nuestra sagrada Religión tenemos constitución que ninguna carta se pueda enviar ni recebir si no es de cosas muy necesarias, y registrada inviolablemente por el prelado. Y digo de cosas necesarias porque totalmente se deben evitar las cartas entre a seglares y religiosos, que en ellas no pretenden otra cosa más que unos inpertinentes cumplimientos, con que se gasta el tiempo y se ponen a peligro de decir cuatro mentiras,


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no tiniendo otro fundamento más de preguntar cómo están, qué hay de nuevo y si se olvidan o se aman y desean servir. Que si un religiosob ama y desea servir a Dios, es fuerza mentir en todos los encarecimientos que dijere a la persona con quien trata y padecer particular distracción con las novedades que scribe o que le scriben.

 

 

1.  Cartas de padres y parientes

 

  Otras cartas hay de padres y parientes, destruidoras de la paz, quietud y sosiego que un religioso tiene interiormente, porque jamás los padres ni parientes quieren a los hijos y religiosos si no es para darles cuenta de sus trabajos, desastres, desgracias y males temporales, encareciendo y haciendo torres de viento de lo que muchas veces en sí es nada, lo cual es fuerza haga impresión en el corazón simple y sencillo de un religioso, cuya charidad y entrañas son remediar, si él pudiera, a todo el mundo. Y como el amor que se tiene a los padres, aunque en la Religión se amortigua, no se apaga, es certíssimo que lasc palabras [33r] de la carta fueron soplos y el papel yesca y trapo viejo con que de nuevo se tornó a encender el fuego y a levantar llama hasta perturbar la paz y el sosiego interior que tenía el buen religioso. La verdad de esto remito a lo que ha pasado a cada uno en semejantes ocasiones.

  Y pues los trabajos de los padres y parientes un pobre fraile descalzo no los ha de poder remediar, no ha menester saberlos, pues que la noticia de ellos sólo sirve de hacer mal y enpobrecer al hijo de los bienes que tiene ganados, antes que el hijo remedie a su padre. Sólo puede servir esta carta, en que el padre da cuenta al hijo de sus trabajos, de que lo encomiende a Dios. Esto el hijo tiene obligación y debe tener cuidado cada día de encomendar a Dios a sus padres, como si siempre estuvieran en necesidades y en peligros. Y lo que el hijo hace y debe hacer con grande cuidado cada día, no hay que tornarlo a pedir de nuevo ni tornarlo a obligar con las nuevas de los trabajos que se ofrecen. Y si fuese algún caso raro y justo de que el hijo lo sepa, en tal caso el prelado lee la carta y es fácil, por buen camino, avisarle al tal religioso de aquello que le conviene saber, dejando las inpertinencias que le pueden perturbar.

 

 

2.  Entre religiosos de distintas religiones

 

  Otras cartas hay de religiosos de otras religiones para religiosos de las ajenas, y éstas las hallo tan inpertinentes y más que las pasadas. Porque, si dicen son cartas spirituales, hartas hay inpresas y libros devotos donde hallen más doctrina, más documentos, y con menos trabazón de respectos humanos y aficiones desordenadas que se dispiertan entre los unos y los otros con las cartas, razones y encarecimientos que en ellas


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se dicen. Ahorran el tiempo, el papel y muchas palabras ociosas que se salen sin registro ni cuenta al más religioso. Si estas cartas, dicen, son para dar cuenta de lo que hay en la una y en la otra religión, es perdición y causa de grandes inquietudes que se dispiertan con las tales nuevas, porque estos scritores jamás son de los más perfectos, sino unos hombres desocupados que andan a buscar amigos en las casas ajenas con quien malgastar el tiempo; amigos que no los conozcan ni traten ni puedan reprehenderles sus desconsuelos o inquietudes que tuvieren, antes aumentándoselas con nuevas murmuraciones de las cosas perfectas de su Religión que, por ser ellos de los más relajados, les parecen inperfecciones y desórdenes. Estos, como se guardan respecto los unos a los otros y no se han de descubrir las mentiras ni faltas, deslénguanse, caliéntaseles d la boca [33v] para parlar y decir cuanto se les antoja. Con decir "todos somos religiosos, a todos se nos entiende", descúbrense los secretos de la Religión, las faltas de los inperfectos, que ellos desean bien saber para vivir más consolados en las que ellos tienen o para aprender otras nuevas.

  Yo supe de un religioso de otra religión e que mucho tiempo trujo inquieta una orden de las muy reformadas, scribiendo cada día carticas que sólo contenían: "Si me quieren, si no me quieren; por qué no le scriben y lo tienen olvidado; no lo merece mi afición y voluntad; aunque f me olvide, lo tengo de scribir, etc.". No quiero decir las demás inpertinencias, que sabe Dios lo que yo hiciera con el uno y con los otros. Que cuando sean de religiosos sanctos reformados, no han menester esa comunicación ni saber lo que pasa de las puertas adentro en casa del vecino, que muchas cosas se pueden usar en una religión reformada sanctas y buenas que, por estar ya la tal religión hecha y asentada, le son de consideración, que saberlas y quererlas hacer la que enpieza fuera destruirla. Que con un exemplo que yo he puesto muchas veces quedará claro. Cuando se hace un sancto en casa del entallador, anda rodando por los rincones sin hacer caso dél, pero después de hecho lo ponen en los altares, lo adoran y ofrecen incienso. Hay algunas religiones reformadas donde con mucho trabajo y después de mucho tiempo granjearon mucha perfección. A los cuales me parece a mí, como a gente que ya alcanzó victoria, que los regalen, reverencien, estimen, amen, quieran y se huelguen. Pero en la nuestra (pongo exemplo), donde ahora se enpiezan a entallar y amoldar los sanctos, estos tales poco inporta que rueden por los rincones de casa, que vivan desestimados, encerrados y poco servidos y regalados.

  Esto digo porque en estas cartas de que voy diciendo se daban nuevas estos tales religiosos y decían: "En mi religión salimos al sol, dannos lugar para nos holgar, y no ha de ser todo abstinencia, que g bien comemos". Y luego, los frailes a quienes venían las carticas decían: "Aquella religión es sancta y salen al sol y comen; en verdad que es mal hecho no hacer en la nuestra lo propio". De aquí venían a desamar


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a su prelado y religión y a andar inquietos. Esto justificado en nuestra sagrada Religión se ha puesto precepto y descomunión para que no se scriba a religioso de otra religión dándole cuenta de lo que en la nuestra hay, sea más bueno o menos bueno. Que, como ya digo, estos tales, no siendo los más perfectos, los tuviera yo donde sólo trataran con Dios y con las bestias [34r] en los campos, y no scribiendo cartas en los poblados, con que ellos se ocupen y los otros se perturben.

 

 

3.  Entre religiosos de la misma religión

 

  Otras cartas hay entre los religiosos de su propia orden, fundadas en que son amigos, se quieren bien y saber cómo les va en aquella casa, cómo lo hace el prelado nuevo y cómo se holgara vivieran juntos, que haya cuidado de se encomendar a Dios y que diga a los demás hermanos cuánto los ama y que no lo olviden.

  Cierto que creo que, reprehendiendo yo a los otros, hago en mí materia de reprehensión y que todo esto en alguna manera me parece inpertinencia, porque en breves palabras podíamos decir si se habían de scribir cartas o no y con eso concluir. Ya que así no se hace, sirva h mi inpertinencia -si lo es- de descubrir otras ajenas.

  Y digo que no sólo scribir este género de cartas es inpertinencia, sino inperfección, ociosidad y aun culpa. ¿Qué necesidad tiene un fraile descalzo de tener amigos ni compañeros a quien scribir cartas, ni saber cómo le va o no le va, ni si lo hace bien o mal el prelado? Pregunto yo: si le va mal, ¿qué ha de hacer él para que le vaya bien? ¿Hase de volver negociante y hacer procurador del bien o mal de su amigo? O ¿hay necesidad de eso donde los prelados se andan desvelando de cómo consolarán a sus frailes? Si le scribe que el prelado lo hace mal, ¿no es para murmurar? Si dice que bien y regala a sus súbditos, ¿no es para inquietarse y quererse ir a vivir con su amigo? Si en estas religiones reformadas desnudamos de cualesquier afectos que no sean enderezados en Dios a un religioso, ¿por qué hemos de consentir se vista de un amigo, que son los que al alma de ordinario hacen obras de enemigos? ¿Qué necesidad tiene de que le encomienden a los hermanos, ni decirles que los ama? Porque, si no los ama, miente; si los ama, es religioso inperfecto que derrama en las criaturas lo que sólo debe poner en el criador. Dirá que los ama como a prócximos y sanctos, de suerte que este amor no inpida a esotro i. Según eso, a todos los prócximos y sanctos que habíe en el mundo habíe de scribir, porque a todos los debe amar. Concluyo que a estos tales que scriben estas cartas, cuando las train a registrar, los trujera yo preparados para una buena disciplina, que le valdrá tanto si la lleva por amor de Dios como lo que le habíe de rezar su amigo. Cuánto más que, si yo fuera prelado, porque él no scribiera [34v], yo le diera todas las oraciones de mis


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amigos, en quien pocas veces pongo mi confianza en cuanto amigos míos. En cuanto amigos de Dios, son obligados a rezar y pedir por todos los peccadores y por todos sus hermanos; y ahí entro yo y en esas oraciones creo y confío, y pocas veces a las que se hacen movidos de aficiones de tierra y de carne.

 

 

4.  Cartas a los prelados

 

  Otras cartas se scriben a los prelados, significándoles cuán hijos suyos son y cómo siempre querrían que fuesen sus padres, que no se olviden de ellos, que no tienen otro consuelo sino acordarse que lo aman como a hijo y que, en pago de eso, lo encomiendan siempre a Dios. Y a la postre lo disponen para que le den o le alcancen una licencia para su tierra o para irse paseando a otro convento. Estas cartas son reprehensibles e inpertinentes porque los prelados echan de ver que es cumplimiento aquél del súbdito y que, si no fuera prelado, no le scribiera aquellos cumplimientos j, los cuales sólo los hace, por si acaso alguna vez cayere en sus manos, para k que entre los otros a él lo haga singular en el amor y en la cortesía y, si no, se pueda quejar en presencia diciendo que no le paga el l amor que en absencia le habíe tenido. Y conociendo esto el prelado a quien van estas cartas, no m las responde; y así se enoja el otro súbdito diciendo que, en viéndose prelados, no hacen caso de sus compañeros y amigos; si les responde, tampoco hay que hacer caso, porque también les pagan con cumplimiento. Y todo para en viento, humo y ociosidad.

  Digo más, que estas cartas ni escritos son lícitos entre siervos de Dios, porque a todos los prelados deben amar los súbditos n, séanse buenos, séanse malos. Y así, no es menester cansarlos con impertinencias ni satisfaciones. Si las dicen porque les den licencia, son adulaciones para alcanzar lo que pretenden.

  Y así concluyo que a ningún género de personas es lícito escribir cartas ni gastar tiempo en eso. Sólo deben tratar con Dios, amar y querer a Dios, en quien, con grande certidumbre, hallarán todo lo que quisieren, pidiéndolo con las condiciones debidas. ¡Oh hermanos míos, y si nuestro intento fuese sólo agradar a Dios, qué molestosa cosa nos sería tratar con los hombres, séase por cartas o en presencia! ¡Oh Padre nuestro y bien nuestro, ábrenos los ojos y enséñanos tu mayor agrado para que en nada faltemos y nada perdamos de lo que tenemos obligación [35r] de enplear en tu servicio!

  Hasta aquí he tratado de cartas que en su corteza son buenas y parece que todas ellas tiran a buen fin. Y, con todo eso, digo que de suerte ninguna al religioso es lícito scribirlas, por las razones dichas que se me han ofrecido. Pues díganme, ¿si estas cartas no fueran de esa manera, sino cartas noveleras, murmuradoras, incitadoras de discordias,


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inquietudes y perturbaciones? De éstas no tengo qué decir, reprobadas se quedan, y quiera Dios no lo esté el que perseverare en semejante iniquidad y maldad. ¡Qué de cartas he visto scritas con sinceridad, llaneza y bondad y, por entenderlas el otro a su modo y como se le antoja, volverse ponzoña, veneno, irritación y perdición de los unos y de los otros! Enseñe Dios cuánto importa el evitar esto.

 

 

5.  Las cartas lícitas a los padres

 

  Diránme: Hermano, pues ¿es posible que no ha de quedar alguna puerta abierta para scribir alguna carta en algún tiempo? Digo que sí, puerta ha de haber; pero querría que en ella hubiese muchos porteros que registrasen la carta que se scribe o que se recibe, para que en ella se mire y advierta no entre algún veneno dissimulado.

  Digo que alguna vez es justo scribir a sus padres, que son padres y desean y aman a su hijo que engendraron, pero el mal no está tanto en el scribir como en el modo de scribir. El fin que este tal religioso ha de tener en scribir a sus padres ha de ser hacerles saber cómo está vivo y los encomiendan a Dios, no con deseo de saber nuevas de su tierra, como queda dicho, y abreviándolo en cortas palabras.

  Puede scribir una carta o en ese modo, con pocas más o menos palabras. Siempre en lo alto, debajo de la cruz, ponga: [Bendita sea] la Sanctíssima Trinidad; y las primeras palabras sean alguna sentencia spiritual. Y luego diga: "Yo, padre y señor mío, amo a vuestra merced con muchas veras, deséole grande aprovechamiento en la vida spiritual, para que todos nos salvemos y gocemos en el cielo, pues para hacer este viaje más cierto ha sido necesario apartarnos y dividirnos en la tierra. Para esto ayudo a vuestra merced y a mis hermanos con mis pobres oraciones. También les deseo mucha salud en el cuerpo porque mejor puedan llevar los trabajos que se les ofrecieren en este mundo, aunque también le advierto que el mayor alivio y fuerzas más acommodadas, para tantas molestias y miserias como cada día es fuerza sobrevenir a los que están por allá, es la gracia, la amistad de Dios; porque, siendo sus amigos, él sale a nuestras causas. Procure vuestra merced serlo con grandes veras [35v] apartándose de lo que le puede apartar de un tan grande y buen Dios como tenemos. Y procure las virtudes que más nos llegan a él. Yo, padre y señor, tengo salud; todavía me soy inperfecto, no la enpleo como debo. Todos los hermanos que están en mi compañía desean que sea sancto. Pídaselo vuestra merced a Dios, pues es mi padre y en todos mis bienes tendrá grande parte, pues dice el Spíritu Sancto que es honra del padre el hijo sabio 4. Y no hay mayor sabiduría que saber y conocer a Dios, que en eso está todo nuestro bien, porque en el punto que lo conozcamos nos está


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obligando a que le amemos y, amándole, le sirvamos; y de escalón en escalón vamos subiendo hasta que le gocemos".

  Si estuviere enfermo, diga: "Algunos achaques y enfermedades tengo. Así me debe de convenir para mi salvación. Los hermanos de esta casa me regalan mucho y con mayores ventajas que si estuviera en el siglo; en fin, es casa de oración y charidad y aguardan la paga de Dios. Si alguien viniere de por allá, me holgaré de saber de la salud y vida de vuestra merced, a quien nuestro Señor prospere en grandes bienes spirituales, como yo, humilde hijo de vuestra merced, deseo, etc.".

  Estas y otras palabras semejantes a éstas puede scribir en la carta [que] enviare a sus padres. Y ésta sea a cabo de mucho tiempo, para que sepa su padre está su hijo vivo. Guárdese de preguntar cosas en la carta, pues ya queda reprobado el saber nuevas, séanse de quien quisieren, ni enviar encomiendas ni saludes para primas y vecinas.

  Será Dios servido en algún tiempo yo pueda scribir dos docenas de cartas spirituales para las pocas ocasiones que se les ofrecieren 5.

 

 

6.  Otros casos

 

  A otra ninguna persona hallo que sea necesario scribir cartas. A los prelados, si se ofreciere alguna ocasión muy urgente, avise a su ministro y diga qué es lo que quiere o ha menester, y en su carta lo pondrá cuando se ofrezca scribir al prelado. Es certíssimo que todo lo que los ministros me han pedido para sus súbditos lo he hecho y lo que ellos me piden nada, o lo remito a sus propios prelados, que saben más acerca de aquella necesidad que yo.

  En otra alguna ocasión se podría ofrecer alguna necesidad tan urgente para scribir algunas cartas el súbdito que sea necesario dar la tal licencia el prelado. Entonces examine las causas y sepa muy bien lo que el súbdito scribe. Y el súbdito guste de tomar de su prelado las razones que le dijere, pues por ese [36r] camino evitará la muchedumbre de inconvenientes que quedan dichos.

  Para evitar algunos de estos daños, tenemos mandado en nuestra sagrada Religión ningún donado se atreva a traer carta ni darla al súbdito sin registrar, so pena p, la primera vez, de tres disciplinas; la segunda, quince días de cárcel; la tercera, enviarlo a su casa. Y si no fuere donado, sino otro algún religioso, las dos primeras penas; y por la tercera se le agrave según la gravedad de su culpa.

 

 




1 Cf. Lc 16,23-31.



2 CICERÓN, Epistulae ad familiares, 5, 12.



3 Cf. 2 Sam 11,14ss.



a  sobre lín., en lín. de tach.



b  sigue desea tach.



c sigue carta fue tach.



d  corr. de caliéntanseles



e sigue que tach.



f sigue no tach.



g sigue reci tach.



h  sigue esto tach.



i corr. de esotros



j  sigue que tach.



k corr.



l sigue as tach.



m sobre lín.



n sigue por inp tach.



o  sigue que contenga esto tach.



4 Prov 10,1: "Filius sapiens laetificat patrem".



5 Promesa, al parecer, no cumplida, pues no hay rastro de tales cartas.



p  sigue que tach.






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