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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [8] DEL RECEBIR CARTAS LOS RELIGIOSOS
Parece todo se nos ha ido, en este capítulo pasado, en negar el scribir cartas. Y por no hacer el capítulo tan largo, me ha parecido hacer ahora división en el modo de recebirlas, pues tengo por cierto es más mortificación no leer las cartas que se reciben que no scribir las que se quieren, porque más inclinado es el hombre a saber, lo cual se hace con las cartas que recibe, que no hacer saber a o enseñarb, quec se hace con las que scribe. Y así, me parece, si para los primeros usamos de remedios para quitarles la gana del scribir, con éstos habremos menester gracia y don celestial para alcanzar de ellos gusten y quieran mortificar d tal apetito.
Uno de los mejores remedios es no recebir las cartas ni ponerse en ocasión de que vengan a sus manos. Pues tenemos ley y ordenación que nadie pueda recebir carta sin licencia del prelado, prevéngale y dígale: Hermano, yo me inquieto recibiendo cartas, sabiendo nuevas; yo gusto mucho, por el mal natural que tengo, que su charidad me ayude a mortificarlo en no darme las cartas que para mí vinieren. Y sin que el súbdito lo pida, debe el prelado, en razón de perfección, no dar siempre las cartas a los súbditos, sólo aquellas que les ha de ser ocasión para más y mejor servir a Dios. Algunas veces yo daba cartas que trataban de las miserias y desastres del mundo, para que sepan agradecer a Dios el bien que les dio en su rincón, y otras en que los padres alaban la suerte y vida de su hijo porque salió de este mal mundo. Finalmente, [36v] poca sabiduría ha menester el prelado para e ver si la carta que recibe y lee puede hacer daño o provecho al súbdito.
Tenemos por culpa -y a ella señalada pena- que el prelado no lea todas las cartas de sus súbditos, séanse para quien se fueren, para evitar esos inconvenientes, y que sea fiel ejecutor que pese lo que del mundo puede venir pesado con peso falso y engañoso. Después de haber el prelado dado la carta al súbdito, bien podría sacrificarla y ofrecerla a Dios y, por su amor, negarse aquese gusto que podría tener en f leerla. Yo supe en Roma que un padre de la Compañía de Jesús habíe siete u ocho años no sabía de sus padres y, por grande ventura, vino g a sus manos un pliego de cartas de ellos y, sin abrirlo, se hincó de rodillas y se lo ofreció a Dios y lo echó en el fuego, diciendo que él ya los había dejado y que sólo quería saber, conocer y amar a Dios. Yo tuve éste por un acto heroico, en que hasta hoy yo no me he mortificado; y me parece virtud dificultosa que, para alcanzarse, tiene necesidad de reparo de sanctos y buenos pensamientos.
Es gravíssima culpa recebir el súbdito de cualesquier manos cartas sin que primero hayan pasado por las del prelado.
Si alguna vez, por alguna justa causa, el prelado diere al súbdito alguna carta, huiga y aborrezca el súbdito de andarla leyendo y mostrando. Basta h que él se inficione con nuevas de cosas exteriores, sin que ande apestando a los demás, inquietándolos y perturbándolos.
En los prelados es notable defecto dar cuenta a los súbditos de las cosas que les scriben, pertenezcan a cualquier fuero, porque si al súbdito no le es lícito recebir ni leer cartas, menos le será saber las nuevas y las cosas que scriben a los prelados. Los inconvenientes que hay en esto ha permitido Dios los sepa por experiencia, que son hartos y harto grandes. Y no diga el prelado que lo hace por descansar y desahogarse. Descanse con Dios y comuníquelo con Su Majestad, que, pensando dice las cosas de la Religión a su amigo, las echa muchas veces en la calle. Y si él no tiene sufrimiento para callar, que es prelado, menos lo [37r] tendrá el súbdito, particularmente si acertasen a ser defectos y faltas de religiosos, que de ordinario se scriben a los prelados, o para tomar parecer con ellos, o para que las castiguen.
Si un religioso topa una carta abierta por los rincones o corrales, es vana curiosidad, inperfección notable [leerla]. Si acertase a ser del prelado, que se le cayó o perdió, es grave culpa donde se hallare leerla. Si viere que es carta desechada, rómpala; si viere que es carta perdida, álcela y déla al prelado para quien es. El prelado, en todas las ocasiones que pudiere, quíteselas a los súbditos de que le lean las cartas, aunque sean cosas ordinarias y communes las que vienen en ellas, quemándolas o rompiéndolas, de suerte que no esté convidando la media carta para que el otro la lea cuando está despacio en el lugar secreto. Y el súbdito procure no andar buscando y sabiendo nuevas de cartas rotas.
Y para que entiendan en esto hablo de experiencia, digo que un religioso diole gana de juntar unos pedacitos de una carta que habíen enviado a su prelado y, después de juntos, halló que decían de él algunas justas y debidas penas que merecía por ciertas culpas que habíe hecho. Y pareciéndole que él no las merecía y que estaba justificado i, engrudó sus pedazos de carta. Y trailos consigo para que le sirvan, a mi parecer, de sentencia y memoria de que tiene necesidad de ser más siervo de Dios de lo que es. También es vana curiosidad, si el religioso topa alguno que traiga cartas, preguntar para quién son, leer el sobrescrito, procurar conocer la letra, y después preguntar al que la recibió si hay algo de nuevo en la tierra o convento de donde j trujeron las tales cartas.