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VI. PENAS
DEL ALMA LLAGADA
1. Aborrecida
de los demás y de sí misma
Ahora
tenemos que responder a lo segundo que arriba propusimos, que pienso está de
aquí muy lejos, más de 4 pliegos: si esta enfermedad se causaba de
sóloa los bienes que su esposo le ha abscondido y de
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no sentir la
presencia de su querido en casa, u hay alguna posición de males, no digo de
males de culpa sino [167r] de males de pena.
Y respondo que quisiera yo saber
cómo esto se pudiera decir y encarecer como ello es. Que yo pienso no es menos
lo que queda por decir, que aumenta la enfermedad de esta alma, a quien así
Dios ahora quiere probar; que otros muchos contrastes le quedan, demás de los
sentimientos ya dichos. Que en lo que queda por decirb de esta alma,
parece se ha Dios con ella como un armero que acabac de hacer la cota y
la pone a prueba de arcabuz, punta de lanza y golpe de spada.
Esta alma, donde decimos que vino
Dios, con su presencia y en el fuego y horno de su amor diole un admirable
temple, y sacada del horno, la pone por blanco de muchos tiros y sola en el
terrero para que todos den en ella. Demás de los trabajos pasados, que siente
porque no siente la compañía de su esposo amantíssimo, y que está privada de
aquellos amorosos abrazos con que gustaba de recostarse en su regazo, oírle las
palabras llenas de suavidad que se le caían de la boca, y finalmente le falta
el ramillete de flores de que así estaba compuesto y adornado su todo
desiderable; sino que también le parece que vino un aire cierzo por las flores
que en su jardín tenía y gozaba, por cuyo olor sus amigas y compañeras le
hacían honra y amistad y le sustentaban plática, amaban, querían y
estimaband, que era el don de sabiduría, de consejo, etc. Halla que, sin saber cómo, como si hubiera
venido un aire cierzo, se le han marchitado, de suerte que ni tiene palabras
para nadie pero ni aun para sí, que no sólo no se le alcanza a dar consejo pero
ni aun tomarlo para ella. Que la que se sentía en algunos ratos tan poderosa
que, si mandara este monte que se pasara a otra parte, lo hiciera, ya se ve tan
flaca que no sabe ella si un ventecico liviano la trocará y mudará según está
medrosa. Y que por haber quedado tan seca en las hojas, parecer y ornato
esterior, permite Dios que las que hasta allí la estimaban y levantaban,
visitaban y trataban amigablemente, ya no se acuerdan della. Y si se acuerdan,
escogiera ella [167v] que la entregaran a eterno olvido, porque las pláticas
que de ella tienen se han vuelto en satírica murmuración, nacida de temores,
miedos y escrúpulos de satanás. Y que es ordinario decir estas palabras: Gran
peligro es el que train los que caminan por camino extraordinario; están
sujetos a un despeñaderoe; quien de alto cai, gran descalabradura se
hace. Luego se les va la imaginación a traer exemplos de personas que han sido
engañadas y ilusas de satanás, castigadas y deshonradas; y luego aplican a la
tal persona, diciendo: ¿Quién metió a Fulana o Fulano en estos dibujos?, más le
valiera su rosario y avemarías que no desvanecerse. Gran lástima es, y hay que
dolernos de ella, verla cuál la train entre lenguas; y plega a Dios no la
veamos mañana en la Inquisición. Todo esto no es posible que deje de ir a sus orejas.
La triste alma, no sólo [no] piensa
que están engañadas quien aquello dice de ella, pero ella es la mayor enemiga
suya. Como dice el sancto
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Job: Si sólo
padeciera yo la privación de bienes en que me veo, vaya, pero a eso añádese el
baldón y murmuración de los de dentro de casa; que la mujer que tenía, que era
las lumbres de mis ojos, ésa me dice que maldiga de Dios, que ¿para qué me ando
tras quien así me trata?1; y no para ahí, pero yo a mí propio no me
puedo sufrir, pues factus sum michimetipsi gravis2, soy para mí grave,
pesado, insufrible. Así nuestra alma afligida cree lo que las otras dicen de
ella; allá dentro juzga que tienen razón. Y es nada y pinctado
lo que las otras dicen en comparación de lo que ella piensa. No pasa por camino
do ve alguna horca donde por el pensamiento no le pase, no que merece ser
ahorcado, que eso puede nacer de un pensamiento humilde, sino que en realidad
de verdad merece serlo; y en el afecto, allá dentrof de sí anda las
calles que pasa el ahorcado, [168r] escucha el pregón y sube la scalera. No oye
decir de justicia que hagan que lo propio no le pase por la imaginación, lo
guste, lo trague y pase por ello; y así en todos los géneros de tormentos y
deshonras que hay en el mundo que ve, que oye, que dicen. Y no nos alarguemos
en estas penas que así Dios le quiere dar a gustar por lo que él se sabe, que
fuera nunca acabar.
Exemplo
tenemos en aquel gran siervo de Dios fray Enrique Susón, padre de la orden de
sancto Domingo, que después de le haber las mercedes arriba dichas hecho Dios y
regaládose con él muchos días, al tiempo que quiso hacerle la prueba de que
vamos tratando, le dijo Dios: Ea, Enrique, dispónte para nuevos trabajos.
Respondió el sancto: Dímelos, Señor, que minus iacula feriunt, quae
previdentur3; Señor, decídmelos, que menosg hieren las flechas
que de lejos se ven venir. Díjole Dios: No, conviene que no las sepas; que si
ahora las supieras, acabaras y perdieras la vida4.
Ahorah,
pues, pregunto yo, haciendo esta pequeña digresión, ¿por qué más habíe de
perder entonces la vida sabiéndolas que después padeciéndolas? ¿No es más
padecerlas que no saberlas? ¡Oh inmenso Dios!, que en eso muestras el gusto que
trai tu presencia y el bien de tus dones. Pues fue decirle: Conviene que ahora,
que está muy tierna la memoria de lo que gozas y tienes, no lo sepas; hasta que
poco a poco vayas haciendo el cuero a las armas y apartándote de esta ternura
que hasta aquí has tenido, que en fin, pasados algunos años de la privación de
estos gustos, unos trabajos te dispondrán para otros; y así conviene que no los
sepas, porque ahora está tu alma muy tierna: cualquier sentimiento y dolor de
absencia mía, con males y penas contrarias a este gozo, podría ser diesen
contigo en tierra. No quieras saber mási de que tus trabajos serán
tantos que no sólo los estraños te aborrecerán como a mal hombre, pero tus
amigos te baldonarán, te
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darán del
pie y dejarán por hombre perdido; [168v] y tú a ti propio no te podrás sufrir.
Y así fue que, cuando aquí pusiéramos su vida, no venía muy fuera de propósito
para que viéramos en prática lo que tratamos en especulación.
Pues lo propio le
pasa a nuestra alma de quien vamos tratando: que después de aquellos célebres y
dichosos desposorios en que gozó de su esposo y se adornó de sus bienes,
probándola se le absenta y deja sola, expuesta a mill trabajos de estraños,
amigos y de sí propia.
2. Sentimiento del mal de culpa
Tras estos trabajos, vánsele los
ojos a esta alma a los fundamentos que estas cosas pueden tener. Mira si lo que dicen
y ellos y ella piensan de sí si tiene fundamento. Y halla que allá dentro en su
alma el demonio levanta unas polvaredas de todas las culpas que en su vida hizo
y cometió; y aunque estén perdonadas, le trai el demonio a la imaginación unos
retratos de ellas tan vivos que, aunque lejos, los pincta con tales cercas que
le parece que allí se están y que sin falta ninguna lo pasado fue ilusión y
engaño y que lo presente es cierto; y que así no se espanta que suj
Dios se le haya ido de entre manos y que las gentes la aborrezcan y ella se
enfade de sí propio.
Y este
sentimiento se ha de notar que hay dos maneras de sentimiento de cosas
semejantes: uno adentro, allá en el alma, con una particular aprehensión de la
imaginación; y otro acá fuera, midiendo las cosas y pesándolas en sí propias. Y
este segundo sentimiento no es de tanta consideración, porque cuando falta el
sentimiento y asentimiento interior, es la pena de poca consideración; y éstas
son tentaciones del demonio de no mucho sentimiento, que por de fuera le cai. Pero las de adentro, las del alma, cuando
allá dentro entra una aflicción considerándose si acaso es enemiga de Dios,
esta es prueba interior que Dios da lugar para purificar esta alma.
Y más, para que de lo dicho no se
espanten, a esta tal alma estos [169r] pensamientos le son más graves y pesados
que si estuviera en el infierno. Porque en el infierno padecía sólo mal de
pena, que de ella el justo no hace caso en comparación del mal de culpa, que es
quien la aflige en semejante ocasión, quien la hace polvos, quien la desmenuza,
quien la enferma y quien llaga sobre llaga la hiere y lastima. Miren un enfermo
cuál estará, que sobre tres o cuatro enfermedades le sobrevienen otras tantas,
y sobre unas llagas otras llagas; y al fin, no saber si saldrá con la vida. Que
así está nuestra alma enferma de quien vamos tratando, que puede decir: bien
vengas mal si vienes solo; pues tantos duelos cargan sobre duelos.
¿Paréceles, mis
hermanos, que alma así enferma que tiene necesidad de cura y de remedio, de
médico y zurujano bien aguchillado? Pues
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sepa que a todos los daños ya dichos y gravedad de
enfermedad se le añade que en la tierra non est qui consoletur eam nisi tu,
Deus noster5. No hay, Señor, quien la consuele y quien la cure y
remedie sino tú, Señor, Dios nuestro, que sabes pesar y medir aquellos dolores
y aquella enfermedad que esta alma padece, no sólok por sciencia, sino
por experiencia, pues sobre tus tristezas y dolores estando en la cruz, con
grande sentimiento dijiste: Deus, Deus meus, quare me derelinquisti?6
Aquella alma sancta, tan llena de gozos y de bienes, se vido en aquella hora
tan llena de desconsuelos, tan combatida con afrentas e injurias, tiniendo
delante todos los peccados de los hombres hechos y por hacer con una viva
representación y conocimiento que no se habían muchos de aprovechar de aquel
bien. Así este Dios y Señor, como ciurujanol bien aguchillado en la
cruz, es el que sabrá muy bien curar nuestra alma, de que se trata,
enllenándola con sus bienes.
3. Las
dolencias corporales sirven de alivio
Con este
notable acabaremos con esta materia: que hay almas, tocadas de esta enfermedad,
que no se hallan ni se apañan a pensar en la humanidad de Cristo. Habrá dos
días que estuve con una gran sierva de Dios, que sin falta tenía algo de esto y
estaba algo herida de esta enfermedad, y díjome dos cosas: la una, que estaba
[169v] notablemente afligida de dos cosas, una acerca del cuerpo, y otra, del
alma; la del cuerpo, que padecía notables dolores, flaqueza y enfermedad en
todo el cuerpo y cabeza; la segunda aflicción era que decía que no podía pensar
en la pasión de Cristo, que qué haría, que era peor que una mora. Yo consoléla como pude; pero no todo se
puede decir con la claridad que se entiende, cuando se está con las tales
personas.
Y ahora digo que el alma, que así
está tocada de esta llaga y enfermedad, que esm un notable desaguadero
y alivio de este dolor y sentimiento dar Dios otros dolores y sentimientos
corporales, con que la tal alma se divierta del que es mayor; como acá solemos
decir, un clavo saca a otro clavo. Pero como es menor este sentimiento
corporal, no puede ni es posible sacar ni quitar el spiritual, que es mayor;
pero alívialo algo con menear la imaginación para que se divierta en otras
cosas. Como cuando acá nos duele una muela mucho y la meneamos con las manos o
nos enjuagamos con alguna cosa o con un hierro caliente la quemamos, no se quita
el dolor, pero amortíguase algo y adormécese por aquel rato. Lo propio me
parece hace Dios con un alma así herida, que si a ratos no tuviese quien le
adormeciese el dolor, reventaría; y por eso tiene Dios cuidado de darle unos
enjuagadientes,
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meneos y
rescoldos, con que, enfermando el cuerpo y dándole algunos grandes dolores, la
imaginación se divierta algo de aquel sentimiento.
Llano es que si un hombre le ha
cogido un sueño grande, según su grande enfermedad, que es remedio echarle agua
en la cara y aun darle tratos de cuerda7. De la misma manera aquella
alma quedóse con la imaginación asida y pegada al sentimiento que le quedó del
dolor interior, de tal manera que es necesario echarle agua en el rostro y aun
darle tratos de cuerda, para que aparte de allí algo la imaginación y se
divierta.
Los apóstolos de Cristo, con tantas
prevenciones como Su Majestad les hizo antes de su subida a los cielos
contándoles sus mejoros de su ida, pues con ella había de venir y bajar el
Spíritu Sancto de quien había dicho que les había de enseñar y
alumbrar8, y otras muchas cosas que en ellos había de hacer; y para que
la enfermedad den su absencia y ida fuese menor, les dice que conviene
que se vaya9, y los riñe a la partida [170r] para que se desasgan; y
con todo eso, quedaron tan asidos, tan robados los corazones de la absencia
corporal de aquel su buen Maestro que, si se iba, quedaba en su alma; con todo
eso, se quedaron suspensos, admirados, elevados, adormidos, sus imaginaciones
tan aferradas y enclavadas con aquel que se iba, que fue necesario bajase un
ángel como a echarles una jarra de agua en los rostros para que volviesen en
sí, diciéndoles: Ea, varones de Galilea, ¿qué hacéis aquí doloridos y
suspensos? Cure vuestra llaga y enfermedad, causada de la absencia corporal de
vuestro buen Maestro, este suavíssimo ungüento de las speranzas, considerando
que este Señor, que ahora se os ha absentado y subídose a los cielos, así
vendrá como lo habéis visto subir10.
Pues, siendo algo parecido a este
dolor el del alma sancta, a quien de repente se le trocó Dios y puso en otro
hábito que no le conoce -quiero decir que, tiniéndole en hábito de galán que,
sentado a su mesa, le daba algunos bocados celestiales, con que toda su alma se
reía y estaba llena de gozo, ahora mudó la librea y se ha vuelto de manera que
no lo entiende ni sabe cómo la trata-, es necesario que este clementíssimo
Padre use de algunos remedios para que no duela tanto la muela ni se sienta
tanto la enfermedad, aunque sea con cauterios de fuego, no sólo con echarle
agua en el rostro o tomar enjuagadientes; que de eso sirven las enfermedades
corporales, el dolor de la cabeza, el descoyuntamiento de todo el cuerpo, el
ver que toda su persona es un propio dolor. Y no sabe qué dolor ni cómo se es,
porque es un dolor sordo, adormido, para que por algún rato aduerma la
pobrecita imaginación que, dando vueltas por la cama do gozaba a su esposo,
como niño chiquito que se rodó deo la cama y desasió el pecho de la
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madre con
que se había quedado dormido, dispertando se harta de llorar por verse sin
abrigo y sin el pecho en la boca, que era el que le daba sustento y vida, sin
los pechos de la madre con que jugaba y hería de mano. Desta manera, la
imaginación, el entendimiento, la voluntad, etc. -que todo esto estaba asido al
pecho de Dios y gozando y tomando aquella leche que los ángeles toman, ven y
gozan-, hallando que a deshora se rodaron de este florido lecho y que se hallan
sin este pezón de donde ellos gozaban [170v] tanto bien, cuando así se sienten,
hártanse de llorar, dan mill vueltas; que si la ama no los acalla con alguna
invinción, perecerían los tales muchachos. Así digo yo que es tanto el
sentimiento de nuestra alma que es menester usar de alguna maña con ella,
dándole algunos entretenimientosp con que se sosiegue y quiete hasta
que venga su madre y no lo sienta tanto.
Así suelen hacer, que a los
chiquillos les ponen unos palos en la boca que chupen; pero, como en fin es
palo sin jugo y desabrido, luego se tornan a su llanto. Otras veces les hacen
son con unas sonajas; y como no es la oreja la que ellos quieren satisfacer,
vuélvense a sus lloros. ¡Oh alma dichosa y bienaventurada, aunque afligida, que
sin saber cómo, te rodaste de este sancto pecho, lloras, gimes y sollozas! Para
entretenerte Dios, y que con la fuerza de los gritos no te quiebres, te pone en
un palo de su cruz, te da a sentir sus dolores y fatigas en esas
indispusiciones y enfermedades que padeces; pero en fin, este es palo y cruz
que, aunque por un rato suspende, como no tiene jugo sino es amargo y
desabrido, suspende por un rato pero luego se vuelve a sus lágrimas y oficio
antiguo de sus lloros. Otras veces la acalla sacándola a la soledad, donde le
hace música con las voces y consonancia de esta grande armonía de las voces que
dan, y se oyen en toda la tierra, todas las criaturas sensibles e insensibles;
pero, como no es lo que ella echa menos lo que por las orejas percibe el alma
sino lo que por su boca le entra, que es por el entendimiento, y a la voluntad
como a estómago baja, que es esta leche de que vamos diciendo, luego se torna a
sus lágrimas y pucheros, porque todo eso no sirve más que un enjuagadiente que
de presto pasa.
4. Botones
de fuego que alivian
Pues no
sólo Su Majestad a esta alma la entretiene con esto, sino que también se le dan
botones de fuego por de dentro y por de fuera. Por de fuera anda la herrería de
infamias, afrentas, murmuraciones, falsos testimonios, dichos de gentes. No
sólo esos botones de fuego se dan, que suspendan el dolor de la muela que tanto
duele, que es esta enfermedad, sino también [171r] se dan otros por de dentro,
dándole Dios a sentir los dolores del infierno. Y como acá porque una llaga no
cunda, se le dan un par de botones de fuego, desta manera, para que
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la llaga de
aquella esposa no cunda y pierda el juicio, dale Dios una consideración tan
viva de las penas del infierno que no sabe si es más lo que ella padece que no
lo que padecen los condenados.
Según esto, almas que están tocadas
de esta enfermedad y llaga de su esposo, remedio es refrigerativo lavar
laq llaga con esta agua de estas enfermedades, cauterizarla con
diferencias de dolores.
Quizá estaba de esta enfermedad el
sancto rey David r tocado cuando decía: "Pasamos por fuego y agua;
y pasamos y nos vimos en refrigerio"11. Yo no entiendo esto,
David. El que pasa un río, veo que queda bien mojado, pues vos decís que el agua
entras y penetra en sus interiores12. El que pasa por fuego, necesario ha de
quedar bien dolorido, lastimado, llagado. Pues ¿cómo decís vos
que el agua y fuego os ponen en refrigerio? Sin duda, mis hermanos, debiera de
tener esta llaga de que vamos tratando; y para que no se sintiese tanto allá
dentro y que no cundiese más, determinó Dios de darle algún remedio
refrigerativo, que fue darle botones de fuego y lavatorios de agua. Y así vemos
a este sancto tan perseguido, tan afligido y con la consideración cada día que
descendía al infierno, con que se le aliviaba el dolor que sentíat.
Dum
dicitur michi quotidie: ubi est Deus?13 ¿Cómo queréis vos, Señor, que
yo tenga paciencia, sufra y lleve el baldón de las gentes y el sentimiento de
mi alma que los gentiles y bárbaros señalen con el dedo sus diosesu,
diciendo: veis allí mi dios, que es el sol; otro dice: veis allí el mío, que es
la luna; otro dice: veis allí el mío, que es un madero? A mí me baldonan los de
fuera y los de dentro, diciendo: Ea, David, ¿dónde está tu Dios?; señálanoslo
con el dedo. Los de fuera, que son los bárbaros, los de dentro, que son mis
sentidos, y aun mi alma, cuando no os siente, está diciendo: ¿Dónde, David,
está tu Dios?
Pues yo,
dice Dios, mitigaré esta pena y refrigeraré esa llaga, y os pasaré por fuego de
infierno en la consideración y por lenguas que abrasan; y tras esos botones de
fuego, [171v] vendrá el agua de las enfermedades y dolores hasta que todos
vuestros güesos se os descoyunten. Pero, Señor, todo eso es un enjuagadientes;
que por un rato se suspende el dolor, porque así los güesos dolorientos,
quebrantados y deshechos están diciendo que no hay otro semejante como tú:
Omnia ossa mea dicent: Domine, quis similis est tibi?14
Cierto,
mis hermanos, que a mí me suspende una alma de las que voy tratando, tendida en
un suelo de dolores, de enfermedades, que más parece cuerpo muerto que otra
cosa. Y en medio de aquellos dolores, de aquella flaqueza, de aquellos
desmayos, de aquellos vagidos y descaecimientos, está palpitando, suspirando,
aleando, y como que le están diciendo todos sus güesos quebrantados y
dolorientos: remedio es este dolor y todas estas cosas para algún pequeño rato
divertirme. Pero,
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Señor, todos
estos mis güesos están diciendo que no hay otro semejante a ti; no hay que
entretenerme, que yo no puedo dejar de llorar y sollozar cuando me acuerdo:
¿dónde está mi Dios?
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