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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [56] DEL HERMANO HORTELANO
1. Cada convento con su huerta
Fuerza es en todos nuestros conventos tener una muy buena güerta, así por ser todo el sustento de los religiosos como por la perpetua clausura que siempre se ha de tener, y es necesario haya de nuestras puertas adentro algo con que los enfermos se recreen a, los melancólicos se alegrenb, los afligidos de spíritu se desavahen y los cansados de los ejercicios spirituales se entretengan, y aun con que los tibios y flojos levanten el spíritu. Todo esto hace y suple en nuestros conventos un pedazo de güerta o jardín bien compuesto. Y cierto digo verdad que el convento nuestro que no tuviese güerta lo desharía; y jamás aceptaría fundación que no tuviese muy buena commodidad para eso, pues en ella a tan poca costa se reparan y remedian tantas cosas bien necesarias para la conservación y vida monástica.
Y si es verdad como lo es quec, criando Dios a nuestros primeros padres tan perfectos y acabados, les dio güerta y jardín que les fuese paraíso en que se entretuviesen y sustentasen 1 y, siendo los primeros obedientes y a quien Dios cargaba con aquel nuevo precepto y obediencia, tuviesen en qué mirar la larga mano del que tanta diversidad de cosas les proveía, quitándoles y privándoles de una sola; y si los príncipes y reyes y aun la gente muy ordinaria en una güerta y jardín hallan mill colmos de bienes d, ¿por qué no los ha de tener en ella un religioso, que de todo lo que ve saca mill provechos y todo lo aplica para reparo y medicina de males? Es certíssimo no fuera posible decir los provechos que un religioso saca de estos lugares cuando con necesidad y licencia se sienta a un rinconcito de su güerta y se pone a mirar las
yerbezuelas y flores, y en ellas unas veces considera su sustento, que la tierra, como madre suya, tiene cuidado de darle esos fructos, como la madre e el pecho a su hijuelo. Yo sé un religioso que, en muchos días que entraba en la güerta o salía al campo, no f podía divertirse de g considerar cómo la tierra producía aquellas yerbas y plantas, cómo les daba vida, las asía, pegaba y unía a sí h. Seas tú, Dios mío, bendito mill veces -decía-, que tal virtud communicaste a las criaturas.
No son estas cosas para decir, sino para salir de sí sintiéndolas y pesándolas. Luego, en esas yerbas y flores [212v] considera un cielo estrellado y un paraíso florido, mira el campo y vuelve sobre sí a sacar provecho de lo que mira. Hácese una artificiosa abeja que hurta y roba de los mejores jardines lo mejor de las flores para labrar en su corcho el panar de miel. Lo propio hace nuestro religioso dende el rinconcillo de su güerta: da una ojeada y con las species y retratos de las cosas que mira, allá adentro en su alma labra y compone un dulce panar de miel para los labios graciosos de su esposo, un ramillete de varios conceptos i, con que adorna el altar donde en su alma cada día adora a Dios mill veces. Otras veces piensa y ve en aquella güerta y jardín una cama de campo colgada, adornada y matizada que tiene Dios hecha y compuesta para que en ella descanse de los trabajos spirituales y cese por un rato de las obras que ha enpezado. Aquí ve cuánto nos ama Dios, pues tanto nos entretiene, cuánto cuidado tiene Su Majestad de j proveer de obiectos muy proporcionados con que se entretengan y recreen nuestros sentidos. Míralo todo y hace de ello grande estima y ponderación para dejarlo y despreciarlo por lo que tanto vale y tanto ama como su Dios. Bien gusta de ver y oler las rosas y flores, pero es para cogerlas y k enplearlas l en servicio de su Dios. Quiere aquella recreación no para estarse en ella, sino para que le dispierte el apetito, ensanche el corazón y m avive n los sentidos.
Bien veo es remedio corporal, pero necesario para que el cuerpo tenga la disposición debida para ayudar al alma. Y el alma -que de todo es bien o saque provecho- sabe muy bien de esas cosas exteriores sacar mill bienes para su interior. Proposición es de Aristóteles 2 que oportet inferiora subjici astris superioribusp; están sujetas estas cosas inferiores a los astros superiores q. No hay animal ni yerbezuela que r no tenga necesidad de que le dé el aire, el sol, el agua, que pise y ande la tierra; y si por unos pocos de días s tapáis y encubrís cualquier cosa de estas
inferiores, pierde el color, las fuerzas, la salud y entereza que debe tener. Y entre todas las cosas criadas, quien más t subjeción y dependencia tiene es el u hombre, que, por ser de suyo tan delicado y criado para el cielo, está más subjeto y subordinado a v las cosas de allá. No tratemos de la comunicación con los elementos, pues es verdad que un instante que le faltase un poquito de aire acabaría y si se le disminuyese el calor perecería, y así de los otros dos. De donde vino a decir el propio Aristóteles que el sol y el hombre engendran al hombre 3, dándole tanta parte de las generaciones de acá abajo a los movimientos de allá arriba y poniendo tanta trabazón que el día que cesase lo uno cesaría lo otro.
Supuesto esto y que los religiosos, por sanctos [213r] que sean, son hombres y necesitados a la communicación de las cosas del cielo e influencias de los astros superiores, debemos dar lugar algunos ratos a que el religioso los goce, pues en esta comunicación w consiste su conservación. Y es certíssimo que un hombre afligido sólo con levantar los ojos al cielo se alegra, regocija y goza y, si tiene alguna apretura en el corazón, con sólo desabrocharse y dar lugar a que le toque x un poquito de aire, aunque sea por de fuera, queda desahogado y, si está encogido, strecho y y helado, un poquito de sol lo estiende y dilata.
Es bien que los prelados de en cuando en cuando den lugar a z que sus religiosos salgan un ratico al campo y den una vuelta por la güerta, pues, demás de ser remedio spiritual para el alma encogida a, lo es tambiénb para el cuerpo enfermo y relajado.
3. Algunas reglas para el hortelano
Por estas razones, y otras muchas, he dicho yo inporta mucho que todos nuestros conventos tengan güerta y, si es posible, un pedazo de jardín, donde mis hermanos saquen, corten y miren yerbas y flores con que recreenc el d cuerpo y medicinen e el alma. Y puesto este caso, que la ha de haber, quisiera yo haber sido hortelano y jardinero -que le soy aficionado- para dar las reglas necesarias y enseñar el orden que ha de tener en su officio f el hermano hortelano. Yo no debo tratar del modo de regar, cavar y labrar su güerta, pues en eso consiste el serlo, sino tratar del cuidado, en orden a los religiosos, que debe tener en su güerta g.
Lo primero, debe procurar que siempre esté poblada de todas las cosas que en aquella tierra se crían, cada cosa para su tiempo, pues es verdad que la mejor provisión y plato es de nuestra güerta. Y así, tendrá mucho cuidado cada día de coger la verdura necesaria para la cocina y para el refectorio, particularmente coles y rábanos, que jamás han de faltar de la güerta, cocina y refectorio; y avisar a los officiales lo que han de coger sin que le destruigan la güerta, advirtiendo que nunca cojan lo peor, que suelen coger las lechugas y rábanos porque spigan y entallecen y, mientras éstos se comen y gastan, se entallecen otros, y así siempre come el convento lo peor, pues, mientras h uno gasta y come, lo otro se enpeora.
La güerta siempre la ha de tener cerrada, que si el prelado diere licencia a algún religioso, el portero, que debe tener otra llave, le abrirá. Jamás entre por su licencia o parecer algún seglar en ella ni religioso sin licencia del prelado. No tiene licencia para poder hablar con los seglares o religiosos que en i ella entraren, porque eso sería culpa grave, ni pasearse ni ocuparse con ningún género de personas, que no está allí para entretener a los que van y vienen.
[213v] Si de los seglares que entraren alguno cogiere alguna lechuga o frutilla, no repare en ello; si pajes o mozos hicieren alforja, estórbelo con buenas palabras, diciendo que él no tiene licencia para eso. Tampoco la tiene para dar o presentar verdura o fructa. Si hubiere alguna obligación, el prelado tendrá cuenta de lo mandar, que bien es, pues en nuestros conventos no tenemos otra cosa, a personas devotas y principales j algunas veces enviarles de lo que en la güerta hubiere. Tenga siempre toda la tierra ocupada; si solo no pudiere, por ser grande, manifieste su necesidad para que le den ayuda.
Si las caballerizas donde están los jumentos o corrales do están las gallinas están cerca, tenga siempre mucho cuidado con aquella puerta porque, si se sueltan y entran, pueden echar más a perder en una hora que él ha trabajado en muchas semanas. Procure que de la güerta nada se le pierda. Puede k aprovechar lo que sobrare del gasto de la communidad l y avisar al hermano ministro se dé a pobres; si no fuere de provecho a los jumentos o tener algunos conejos, que es lícito en nuestras casas m para los enfermos, o para los sanos los domingos, y ellos pueden gastar las sobras de los conventos. También suelen gastar y echar a perder mucho los pájaros y otras avezuelas, y así es bien ponerles spantajos o hacerles ruido para que se vayan y busquen su ración por los campos y dejen aquello para los siervos de Dios, pero no le será lícito tener honda o tirar piedras para ablentarlos.
Siempre procure estar muy proveído de todo género de semillas y preguntar a quien más sabe cómo ejercitará su officio, de suerte que más aproveche. Puede tener un libro de los que andan impresos que tratan de este officio y ministerio, que bien es que cada uno se precie
de su officio, particularmente éste, que es tan necesario y de tanto provecho para nuestros conventos.
Procuren los ministros no ocupar en otra cosa a los hermanos hortelanos, antes los ayude en todo lo que tuvieren necesidad, dándoles, según la grandeza de la güerta, quien se la ayude a labrar, pollino para la noria y dineros para semillas. Y yo, de mi parte, al ministro y hortelano les ruego y pido encarecidíssimamente sean en esto solícitos y curiosos, por los muchos provechos que una comunidad tiene en la güerta o jardín, que tan de ordinario les ha de servir de desavaho y desenfado de muchos trabajos interiores, como arriba queda dicho. Para esto es bien que el ministro ayude mucho a ello [214r] y sea muy aficionado a cosa que le ha de servir de mucho descanso para sus religiosos. Y el hortelano y todo lo sea, porque de otra manera no hacemos nada, y echarse ha de ver en la limpieza que tiene en las calles, en las paredes -vestidas de mill buenas yerbas- y en el estar siempre poblada y abastecida de todo lo que se gasta en aquel tiempo.
Será muy necesario tenga un aposentillo para guardar las semillas, arcaduces y toda la herramienta con que labra la güerta, la cual n ha de recoger siempre a prima noche para que después no ande perdido por la mañana buscándola. Las vísperas de las fiestas hace sus riegos y las demás cosas que fueren necesarias, de suerte que el día de o fiesta no le sea necesario trabajar, y si lo fuere p algún riego, quede el agua sacada del día antes. En su trabajo no ande enfaldado de suerte que parezca mal a los que entraren en la güerta, sino, alzando el hábito de encima, le quede otro hábito interior largo, que le cubra las piernas. Nunca jamás coma en la güerta por mucho que le dispierte el apetito la buena fructa o verdura que hubiere, pues la puede comer en el refectorio como todos los demás q.