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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [57] DEL HERMANO ROPERO Y SASTRE
1. Necesidad de la limpieza exterior
La limpieza es tan agradable a Dios que, por mill modos y a maneras, historias divinas y humanas nos la enseñan, no sólo la interior, sino también la exterior. Y así en muchas partes unas veces la mandan, otras la aconsejan y persuaden con exemplos, figuras y ceremonias, que
fuera nunca acabar si hubiéramos de dar a nuestro capítulo principio con autoridades y lugares de la sagrada Scritura u otras humanidades. En este capítulo sólo hemos de tratar de la limpieza exterior, que, por ser dibujo, muestra y señal de la limpieza interior, debía ser muy amada, procurada y estimada.
Y no sé yo en quién puede parecer bien la porquería. Séanse malos, sean buenos, en todo género de gentes debe ser aborrecible. Y me parece cierto que el que no reparase en la limpieza exterior no tendría dél buen concepto acerca de la limpieza interior. No digo yo de los cocineros y otros hermanos, que de la noche a la mañana el officio que tienen los obliga a andar sucios y, por mucho cuidado que tengan, no se pueden scapar de la cofradía de los puercosb. Trato de los demás religiosos que, estándose en las celdas y tiniendo officios limpios, son ellos sucios, sin mirarc de la manera que comen y beben, dónde se sientan y dónde se arriman, cómo train los candiles y llevan las velas. Que hay algunos que es menester se quemen primero las manos que echen de ver les cai la cera encima, y comprar doblado aceite para que ceben el candil y derramen sobre sus hábitos, haciendo paños de narices el scapulario y halda de la capa, cosa que quita bien la devoción, por muchas indulgencias que haya a besarles el hábito. Pues decid si, ya que les falta la habilidad para andar limpios, tendrán cuidado con lavarse, sino que se dejan entrapar en manchas y porquería d, que, por haberse vuelto la misma inmundicia, ya no bastan los batanes para strujar y exprimir la suciedad que han cogido arrastrándose por la casa y barriendo el suelo con los hábitos, no digo por largos, sino por no mirar dónde se sientan o hincan de rodillas.
Yo he visto algunos hermanos tan amigos de no e andar limpios que, después de andar mucho tiempo sucios, por no lavarse pegan remiendos [215r] sobre las manchas o cortan el pedazo del hábito manchado f, como si fuera tajada de tocino que hubieran de echar en la olla, y luego tapan el agujero con otro pedazo limpio. Que, si yo fuera que el prelado, yo les jabonara el hábito en las carnes para que así le imprimieran la limpieza. Y no parezca voy hablando acerca de esta materia con encarecimiento, que no lo puede haber para la limpieza que todos nuestros hermanos deben traer en nuestro sancto hábito, de cuya esencia es ser blanco; y si hubiera de ser sucio g, tengo por cierto nos lo enviara pardo la Sanctíssima Trinidad cuando lo trujo el h ángel. Y si tantas excelencias, como cada día nos dicen en el púlpito, están encerradas en la blancura de nuestro sancto hábito, no es razón las borremos con las manchas y suciedad que traemos a cuestas.
En orden a esta limpieza, fuera bien dar algunas reglas generales a todo género de religiosos.
Los que no tienen officio, deben estar advertidos de las cosas arriba dichas: que si se sentaren en el suelo, no sea en lugar sucio, mojado, manchado o escupido, y lo propio cuando se hincaren de rodillas. Jamás se deben arrimar a las paredes cuando estén sentados o levantados. Cuando comieren, tiendan la servilleta de suerte que cubra i los j hábitos de medio abajo; cuando coma o beba no sea tan de golpe y echando más de lo que cabe por la puerta, que sea necesario derramarse k la media carga a la entrada l, haciendo muladar de las sobras en la barba o barbilla, particularmente si es vino tinto o cosas de grosura o m aceite lo que come o bebe. Si pasare por donde hay lodo y sintiere que los hábitos han de llegar al suelo, levántelos un poco. Cuando se quite la capa, téngala doblada o colgada. Cuando se acueste, ponga sus hábitos donde no los escupa de noche.
Si fuere cocinero, haga algunas moderadas diligencias para no ensuciarse, y digo moderadas porque no sea causa su limpieza de hacer mal su officio y por no atizar la lumbre dé cruda la comida y por no ensuciarse con la olla la dé por sazonar. Tenga su delantal sobre sus hábitos y procure estar enfaldado o tener un hábito viejo para la cocina, que bien se permite, por ser nuestro hábito blanco, tener otro para en saliendo de allí. Si fuere servidor, no lleve las tablas de la comida pegadas a sí o arrimadas al pecho; y los platos o scudillas que quita [215v] de la mesa, si tuvieren algo, no pongan unas sobre otras de suerte que las sobras las vayan vertiendo sobre sus hábitos. Si fueren fregadores, no arrimen a sí los calderos y calderas con que sacan o llevan agua y las ollas que limpian y no se arrimen al tinajón n en que friegan. Si barren, rieguen, por el polvo que los puede ensuciar.
Yo no puedo prevenir todos los inconvenientes que tiene por contrarios la limpieza ni es posible enseñárselos a quien la naturaleza lo hizo de la basura o y escoria de los demás hombres, que éstos tan de ordinario andan ciegos, que siempre tropiezan en candiles, sartenes, calderas y cain en los charcos, muladares y lugares inmundos. Gente es que, cuando el prelado les sacuda el polvo con cuatro disciplinas, ellos tienen cuidado de tornarlo a hospedar con brevedad p.
Para este género de gente y para los que no pueden más -que en fin lo blanco está más sujeto a esta plaga que otro color-, ponemos en este tratado el officio de ropero, que está directamente q para médico y remedio de esta enfermedad, procurando anden todos limpios exteriormente en los hábitos e interiormente de piojos y comezón. Para esto tenemos en la Religión acta y ordenación para que en la ropería haya hábitos interiores y exteriores, para que los religiosos se puedan limpiar
y despiojar. Y asimismo tenemos ordenado que cada mes los hábitos interiores se lleven al batán r. Y de todo esto debe tener mucha cuenta el ropero, con que jamás le falte este socorro y regalo para los frailes, recogiendo con tiempo los hábitos de las celdas, haciéndolos lavar y limpiar. Debe estar siempre en la celda cosiendo y remendando, que, siendo nuestros hábitos pobres, más gustaremos de traerlos remendados que no sucios. Siempre esté proveído de agujas, dedales, vara, mesa y sayal, según la posibilidad de la casa. No se ha de consentir trocar hábitos viejos por nuevos, sólo trocar hábitos sucios por limpios y viejos por remendados.
Debe tener cuenta el ropero, si él u otro cortare los hábitos, que todos se corten por un tamaño y una medida, digo para los de cuerpo ordinario, que para los chicos bien se podrán cortar menores. A los hábitos sólo se les echa de anchura la que tiene el sayal, echando por nesgas abajo lo que se quita de arriba. De largo, [216r] sólo que cubran los pies s, sin que lleguen a la tierra. La capa está dos tercias del suelo, el scapulario una. Para las capillas se ha de tener un molde, que es donde más se echa de ver la proporción del hábito, no siendo grandes, sino proporcionadas de suerte que, puesta toda ella sobre la cabeza, no caiga sobre los ojos ni sea mucho más ancha de lo que tiene necesidad la cabeza para cubrirse.
Debe también el hermano ropero estar proveído de algunos sombreros para cuando van camino los religiosos, y en viniendo los ha de tornar a su ropería, porque nunca es lícito que los religiosos tengan en la celda más hábitos y ropa de la que tienen puesta. Calcetas jamás se usan en la Religión, sólo se les consientan a los hermanos donados para cuando van camino a pie, y a otro cualquier género de hermanos caminando t de esa manera.
Está tanbién a cargo del hermano ropero la guarda de los vestidos de los novicios, los cuales debe tener y guardar con cuidado y limpieza, los de cada uno de por sí en un lío, con una cédula scrita que diga: "Este vestido es del hermano Fulano, que en el siglo se llamaba Fulano. Tomó el hábito tal día. Hay en éste vestido, capa, sayo, etc."; y todo lo demás, porque si se perdiere algo haya cuidado de tornárselo, si no perseverare, pagarle su valor. En la Religión hay descomunión para que nada puedan enajenar destos vestidos hasta que los novicios hayan profesado. Tanbién se acostumbra a dar algunos destos vestidos u por amor de Dios, así por su poco valor como por ver que con ellos se hacen grandes limosnas a gente necesitada.
Y por amor de nuestro Señor, tengan los prelados gran cuenta con ayudar y favorecer este officio de suerte que, estando en el hermano ropero la limpieza y regalo de los religiosos, en mudar un pobre sayal que train a raíz de las carnes, esté proveído de hábitos interiores, de paños menores y todo lo demás que fuere necesario para que cumplidamente los religiosos puedan tener este regalo. También han menester
ser favorecidos para que nadie se atreva a que se toque el vestido de seglar del novicio, porque algunas veces, con parecerles que el novicio aprueba bien, o lo dan por amor de Dios o a criados de casa, causa muchas veces de hartos disgustos y pesadumbres.
Debe siempre tener llave y, si saliere, cerrar, que cualquier cosa que le falte de su officio le hará gran mal y daño v.