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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
[CAPITULO 22 DOS CLASES DE ELEVACIONES]
1. También querría que notásemos, porque lo dicho no sea regla tan general que no tenga esención, que estas elevaciones que una persona puede padecer, entre otras, son dos: unas son en personas algo flacas y no muy mortificados y desinteresados a los sentidos y el hombre exterior, por lo cual, para que de veras el alma goce la suspensión interior, suspende Dios también en el cuerpo, de suerte que el hombre no ejercite los sentidos ni el hombre exterior acuda libremente a lo que debe. Que es, digamos, como cuando una señora quiere gozar de alguna buena conversación algún rato y sus hijos o criados, por ser traviesos, se lo han de estorbar: los encierra u ata donde no hagan mal. Pero, si es gente morigerada, pacífica, quieta y sosegada, déjalos libres para que acudan a las cosas necesarias de la casa mientras ella está ocupada en su visita. Pues digo que nuestro Dios, que quiere hacer esta merced de esta suspensión o elevación del alma, para que con veras la goce, si los sentidos han de estorbar por no estar tan mortificados como deben, los ata y encierra de suerte que al alma la dejen libre gozar sus entretenimientos. [107v] Y estas tales personas son las que yo digo que están inpedidas para acudir a estos tales ministerios.
Pero si por ser personas que con continuas y grandes mortificaciones rindieron y amansaron este hombre exterior, es muy ordinario, como quien no ha de hacer daño al interior, dejarlo Dios libre para que mientras el alma adentro goza del bien que se le communica, él afuera
haga las haciendas y cosas necesarias de casa. Y estos tales digo que son muy buenos para prelados, porque quien inposibilitaba al hombre interior de no poder acudir a estas cosas exteriores era el atamiento que en este ejercicio tenía el hombre exterior, que es de quien se ayudaba el alma, como de parte principal, para ejercitar el officio de prelado. Y éstos podrémoslos llamar no solamente cuerpo, ni sólo espíritu, ni sólo hombres, sino hombres divinos para cualquier cosa que los quieran ocupar.
2. Digo más: que a este estado que ahora digo de estos hombres, cuyas almas gozan y cuerpos no impiden, han llegado estas tales personas por dos grados de mortificación. La una fue antecedente a la primera vida perfecta y extraordinaria que alcanzaron, y con esta primera mortificación desasieron el cuerpo y el alma entramos juntos y cada uno de por sí de estas cosas esteriores, que esto no se hace ni se alcanza si no es con grandíssima mortificación y muy sensible; y con esta mortificación calificada y en el punto que debe subió esta tal persona a este primer grado, donde el alma quedó elevada y el cuerpo se fue tras ella atado y detenido en sus acciones para con ellas no estorbar ni hacer daño al alma.
La segunda mortificación es la que coge a una persona en este primer estado. Y digo que, después de estas primerasb mortificaciones que pelean contra todo el hombre, para que de veras se desasgac y ponga en esa elevación, hay otras para el hombre así elevadas. No es mi intento tratar ahora de qué mortificaciones sean, sino digo que estas segundas mortificaciones pelean contra este hombre así elevado y transformado, pelean con el cuerpo, para que se desasga del alma, y pelean contra él a una, para que con más libertad goce del bien que recibe. Yo me declararé. Va una señora a hacer una visita -que, aunque este exemplo es común, no lo hay más a propósito-; sus hijos que tiene, por el castigo que les ha dado y el temor que le tienen, vanse tras ella muy humildes, rendidos y sujetos, sin temor de que harán cosa que no deban, [108r] y la madre gusta de llevarlos porque, aunque es verdad que están morigerados, pero podríase temer que solos y de por sí no hiciesen alguna cosa que no deben. Bueno es esto, pero mejor sería, si estuviese ya tan satisfecha esta señora de la humildad de sus hijos, que, cuando los dejase solos y ella se fuese sola y de por sí, no habían de hacer cosa que no debiesen, porque, en fin, quitaba aquel enbarazo d de llevar consigo muchachos aunque fuesen buenos. ¡Sea Dios mill veces bendito y glorificado! ¡Qué bueno es que tras un hombre se vayan sujetos los sentidos y que en presencia del alma ninguno se atreva a lo que no debe! Pero mejor sería que ya los sentidos y este hombre exterior estuviese tan rendido, tan sujeto, tan humilde y blando, que pudiese el alma apartarse del cuerpo para sus sanctos ejercicios, como, desencuadernado el uno del otro, no hubiese temor de que habíe de hacer el cuerpo cosa que no debiese.
3. Diránme: Hermano, ¿cómo puede ser eso? Digo que esto se alcanza con estas segundas mortificaciones, cuando ya un hombre, elevado y enbebido en Dios en este estado, le ofrece Dios, ora sea por manos de los hombres, de los demonios o del mismo Dios, tantas mortificaciones interiores y esteriores que por todas partes le conbaten. Que estas mortificaciones, siendo más muertes vivas que hieren en lo vivo del alma, el cuerpo se desase del alma y el alma se desase de aquello que goza, quedándose con la quintaesencia de ese bien y merced que se le hace y dejando lo material o lo que está en lugar de material de esa obra.
Por un exemplo lo notaremos. Lleva un hombre dos o tres haces grandes de romero u otras yerbas, va tan cargado que harto tiene que llevarlo; pero si de ese romero, con mill fuegos, tornillos y tormentos, le sacasen la quintaesencia, llevaríades toda la carga que el otro llevaba sin que os hiciese estorbo ni impidiese otros ejercicios. De esta misma suerte, en el primer grado de elevación va un hombre cargado, que no puede llevar más ni entender en otra cosa, pero, si Dios acude con otros nuevos fuegos, apreturas, tornos y pesos, de esa primera vida saca e otra en f que queda hecha la primera quintaesencia; y ésa tiene y goza el hombre sin enbarazo de poder acudir a otras cosas exteriores en que le quieren ocupar. Y estos tales digo que son ya para prelados por la [108v] libertad que tienen.
4. Y para que mejor se vea la causa por qué así el cuerpo en esta ocasión se apartó del alma en la forma que pudo, dándole licencia para que ella a solas gozase del bien que poseía, digo que g estas segundas mortificaciones son grandes por dos razones. La primera, porque las mortificaciones son ya más spirituales y el hombre, cuando las padece, es más espiritual y la guerra es muy mayor entre dos spíritus que no entre dos cuerpos o un cuerpo y un spíritu.
Probemos, antes de la conclusión, cómo estas mortificaciones son más spirituales y el hombre en este estado de elevación es más spiritual. Que aunque esto segundo de sí está claro, pero no sé si bien entendido. Las mortificaciones digo que son más spirituales porque en este estado el autor de ellas es el mismo Dios, porque de las ordinarias ya aquí no se hace caso, y, en fin, siendo Dios el que aprieta la mano, dará las cosas a sentir como quien él es y él quisiere, y lo propio será si con su licencia fueren hechas por los demonios o por los hombres.
5. Digo, lo segundo, que estas mortificaciones son muy mayores respecto del objecto a quien se enderezan, porque las mortificaciones con que un hombre se desase de las cosas de la tierra, por muy asido que esté a ellas, en fin son tierra y asimiento a cosas de tierra, que llegando el verdadero desengaño todo le queda luego fácil. Pero mortificaciones contra un alma asida con Dios, de quien por parte ninguna le conviene desasirse, terrible cosa herir a un alma tan en lo vivo. Y si no, díganme cuán gran mortificación seríe para san Pedro decirle
Cristo que se saliese de su casa 1. Pregunto yo: ¿seríele tan grande cuando le dijo que dejase las redes 2? Es cosa de risa la una con la otra.
6. Digo más: que estas mortificaciones ya hieren en un hombre que es puro spíritu, que siente y pesa las cosas con el sentimiento y conocimiento que Dios le ha dado, que en este estado es altíssimo. Son estas mortificaciones que llegan al alma y penetran el spíritu y entran hasta lo más hondo. Ellas se hacen agua y aceite, como dice David 3, para entrarse en lo interior, y aceite para penetrar los güesos. Ahora, pues, siendo estas mortificaciones tan terribles, el cuerpo ya se echa con la carga, ya no puede más, ya se da por vencido. El dice que, si muriese, muera, que de allí no puede pasar; que, si por Dios o por milagro le quisieren dar vida, que él la recebirá, pero que, si él la ha de tener en compañía del alma, [109r] que no lo tiene por posible, pues el alma no puede hacer milagros dándole fuerzas al cuerpo (que así lo sería) porque esté hecho, aunque dé tantas martilladas tan fuertes y poderosas. Así, el alma y el cuerpo se avienen a que, si Dios fuere servido de darles vida, apartándose en la forma que pueden, que la recebirán; y si no, que se echan a nado en el piélago de su misericordia, gustando de morir y dar cuenta y pasar a otra vida, pues en ésta ya no son sufribles tantos trabajos sobre lazada tan flaca como es la del alma y el cuerpo. Aunque es verdad que la lazada última, que es aquella con que el alma abraza al cuerpo, digo la que le hace hacer pie que no se vaya, que aun no quiero decir que es milagro el estar entramos juntos en estas ocasiones. Pero en ellas todas las demás lazadas y trabazones que hay entre el cuerpo y el alma, ya todas quedan resueltas y abreviadas.
7. Diránme: ¿Qué lazadas h serán éstas que en esta ocasión se deshacen y quiebran? Diré que no lo sé. Sólo me parece que muchas son las cosas que tienen juntos a los dos, al alma y al cuerpo. Pongamos un exemplo. Están dos hermanos juntos, porque son hermanos y demás de eso son amigos y tienen un trato juntos. Quebróse la amistad, faltó el trato y estánse juntos porque son hermanos. El alma y el cuerpo están juntos porque son hermanos, son amigos y tienen un trato. Vinieron tantas cruces, tantas mortificaciones en este estado de que vamos hablando, de ella fueron causa a quebrar el amistad que tenían por la desigualdad que hubo, subiéndose el alma a ser spíritu al cielo y quedándose el cuerpo tierra. Quebróse el trato que entre entramos tenían porque ya no acuden juntos a las obras que cada uno hacía. Diremos, si no se apartó el alma del cuerpo, que, quebradas las demás lazadas, sólo quedó la última de la hermandad que Dios puso entre entramas, y con ésa viven sin morir, no obstante que murió el trato, la conversación y amistad que entre entramos había. Y digo que murió la paz, no digo
la paz que era rendimiento y sujeción -que ésa siempre queda, esa pacificación interior de todas las potencias y sentidos, y más en su punto en este estado- sino la paz que resultaba de la igualdad entre entramos. Y paz llamo en cuanto paz significa otros bienes y asimientos que entre dos se suelen tener.
8. [109v] ¡Oh, qué estado tan divino, tan alto, tan soberano, tan dichoso y bienaventurado! Estado en que un hombre queda labrado y espiritualizado de suerte que dél podéis hacer espíritu y acudir a las cosas corporales y temporales. Que quien ya es tan señor y alcanzó tal vida y grandeza en eso se muestra, en que su persona la puede con libertad acommodar i a cualquier officio alto y bajo y de cualquier condición que sea. Esta persona ya es más angélica que humana en cualesquier acciones y officio. El ángel es ángel, ángel cuando guarda al hombre y ángel cuando j lo ocupa Dios en otras cosas más altas. Y así es este tal hombre ángel si es prelado y ángel si contempla; en todas las ocasiones es una misma cosa, porque en todas ellas, como ya no le estorba el cuerpo, es libre para en todo buscar y hallar a Dios. Sea él mill veces bendito, que no sé si, como debo, podré yo acabar de explicar lo que con estas segundas mortificaciones con sigue un alma, y a dónde llegan, aunque haga mill añediduras.
9. Paréceme que esta alma, puesta con Dios, asida y elevada en el primer estado que ahora decíamos, aun se tiene algo suyo, pues gusta de gustar y tener a Dios, gozando de Dios. Vienen luego estas segundas mortificaciones y cargan sobre esta alma así elevada y levantada. Como estaba bien asida con Dios según la porción superior, no fueron bastantes ni aun enderezadas a desasirla de este bien, pero fueron bastantes a desasirla según la porción inferior con la cual gozaba y gustaba ya. Y esta mortificación causó en ella un salir a un celestial partido, que fue quedarse con Dios y no gozarlo según aquel arrobamiento, éxtasis o elevación con que lo gozaba, no quiriendo ya nada, sino sólo a Dios desnudo de todo interés. Y así, tiniendo y poseyendo el alma este summo bien, sin que le inpida, y el hombre con nueva fortaleza para no dejarse llevar de esas elevaciones, puede acudir a lo que mejor le está, que son las cosas de su officio. Adviértase que esta mortificación, que sobrevino a este hombre en este estado, hizo daño o, por mejor decir, su golpe en lo que habíe vivo del hombre spiritual, porque, aunque en ese estado hay algo en el hombre que reparar, eso lo reparó la mortificación, mató y consumió dejando al hombre más entero para vida más perfecta, en la cual más y mejor pudo ejercitar su officio, etc.