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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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CAPITULO [23] CÓMO EN LOS PRELADOS IMPIDE PARA SU OFFICIO EL DEMASIADO ESTUDIO Y ENBEBECIMIENTO EN LAS LETRAS, Y CÓMO PARA ENTRE NOSOTROS PARA ESE OFFICIO BASTA UN SABER MODERADO, RESPECTO DE LAS MUCHAS OBLIGACIONES A QUE DEBE ACUDIR

 

  1.  Yo tengo escrito este tratado de los prelados 1, quién y cómo mejor podrá acudir a este officio y con mayores fuerzas. Pero por haberse ofrecido ocasión acerca de esta disposición, que parece inpide el ejercicio de tal officio, nos alargaremos con alguna cortedad a decir cuatro palabras en este capítulo acerca de los que tratan de letras, en qué forma éstas también pueden ser algún estorbo para lo prático del tal officio. Es de tan gran consideración acertar a poner un prelado cual conviene a una comunidad, que si no fuera tentar a Dios pedirle consulta, haciendo preguntas y pidiendo respuestas, siempre que se ofrece ocasión se habíe de hacer, porque, habiendo a de serb los tales grandes en el reino de los cielos, grande sería su pérdida si se errase, como lo fuera estar el mundo sin luzc, la tierra sin sal y las villas sin ciudad, que todos tres títulos da Cristo a los prelados 2, cuyos bienes y propiedades no las scribiéramos en muchos pliegos ni libros. Y aquí yo no trato ni hago diferencia de buenos o malos prelados, sólo trato de los buenos, y aun en los muy buenos buscar y mirar si algo de su bondad puede estorbar o impedir alguna cosa de la perfección que se le al ejercicio del tal officio. Y parece que en el capítulo pasado dispertamos el tratar ahora de otro inconveniente o inpedimento que en los prelados se puede hallar, bien parecido al primero, aunque menos perfecto en la persona que se hallare.

  Es certíssimo -y la experiencia nos lo enseña- que hay hombres tan enbebidos en sus letras y estudios que, así como a los primeros los elevó la contemplación y trato con Dios, a estos segundos los elevó y enajenó destas cosas communes y exteriores la lición y especulación de los secretos que están encerrados en la Scritura sagrada. Que yo no trato aquí de otras ciencias, pues entre nosotros no se profesan, en las cuales también [110v] muchos hombres que las profesan quedan tan enbebidos y enpapados que llega tiempo que no os podréis aprovechar de ellos si no es para sólo eso.

  2Dije que esta enajenación no es tan perfecta como la primera, por muchas razones, que no si será bien detenerme en esto. Digo con brevedad que ésta es natural y la otra sobrenatural. Esta se halla y se puede hallar en todo género de gentes, la otra en sólo los amigos de Dios. A ésta subió un hombre -como dicen- subido y calzado,


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digo asido a las cosas de la tierra; a la otra subió un justo pobre, desasido y descalzo de todo lo de acá. Esta es sólo en el entendimiento, dejando la voluntad, aunque entonces algo rendida, pero libre. Este se enajenó con la corteza y letra de las cuestiones y delicadezas que estudiaba, el otro d con el spíritu y corazón de lo que está encerrado en esas cuestiones, sutilezas y dificultades. El uno tiene el fuego en llama que alumbra y no quema, el otro en ascuas que le dan luz y lo abrasan. Diferéncianse que el enbebecimiento que train consigo las letras, cuando se pasa, queda un hombre con su antiguo acuerdo y hállase en el estado primero que tenía, pero el que se causa por amor y presencia de Dios no vuelve un hombre con esa libertad que siempre trai rastrando el grillo de su pasión.

  3.  Pues digo que, puesto caso que así los unos como los otros quedan enajenados, quedan inpedidos del ejercicio de los tales officios y, todo eso que están enajenados, defraudan el officio de lo que deben, porque si el prelado no es suyo sino de sus súbditos y él está enajenado en las letras, está hurtando y quitando al súbdito lo que es suyo. Ya tengo advertido que trato de unos hombres tan enbebidos en esto que aun en su propia persona olvidan las cosas necesarias, y se ha visto no saber si han comido o bebido. Pues si en su persona estas necesidades naturales no los dispiertan, mal los acordará la necesidad del súbdito que está más lejos. Y puesto caso que es obligación mayor y más propia la que tengo de acudir al officio que no la que tengo de acudir a las letras o sermones a los estraños, debo dejar lo ajeno por abrazar como debo lo propio, cuando por la inperfección de la naturaleza esta tal persona no pudo abrazar entramas cosas con entereza.

  4.  No digo yo unos hombres que de tal manera acuden a sus [111r] letras y estudios e que no sólo no les inpide, pero ayuda y aprovecha. Tampoco trato yo ahora de éstos. Que también para decir de cuánta consideración sean las letras para los prelados es imposible decirlo, pues Cristo los llamó sal 3 y sabiduría, como quien dijo que f prelado dijo prudente y sabio, pues lo uno sin lo otro no vale. No trato sino en quien las letras es enfermedad, enbebecimiento y enajenación, causa de que los súbditos anden distraídos, inquietos g, necesitados y enajenados, buscando por terceras personas lo que sus prelados les deben dar, los cuales, por no tener el acuerdo que deben, andan buscando otros dueños que se acuerden de ellos.

  5.  Muy ordinario es las letras ocupar un hombre entero, y aun cansarlo y gastarlo de suerte que le falte la salud que ha menester para acudir a una comunidad, particularmente la nuestra que ha menester un hombre de bronce y entero, así para las abstinencias, mortificaciones y penitencias, como para acudir al coro con puntualidad de noche y de día. Pues si todo esto lo gastase y consumiesen las letras, mal podría


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acudir a todas estas cosas, en que debe ser el primero, y mal cumplirá con decir que está estudiando o que por haber estudiado ha menester cenar o regalarse. Las letras son obra del entendimiento ayudado con h esotras dos potencias, memoria y voluntad, obra que en el hombre llamamos ad intra, y la prelacía y officio de los que rigen y gobiernan es obra ad extra, toda ella es un ejercicio y disposición de cosas exteriores en orden a los súbditos, no obstante que la distribución y dispusición de esas cosas bien ordenadas pertenece a la prudencia, que es obra del entendimiento. Pero lo principal de este officio está en lo exterior, en el acudir a las cosas necesarias de los súbditos, aconsejando, predicando, amonestando, castigando y acudiendo a todas las necesidades de las personas que tienen a su cargo.

  6.  Pues siendo las letras mera obra del entendimiento y ad intra y el officio y ejercicio del prelado es ad extra, parece que en alguna manera están encontrados estos dos officios. Yo me declararé. No están encontradas las letras con los prelados, que me parece dijera una grande herejía si eso yo confesara, pues Cristo los llamó sal y sabiduría y luz del mundo 4. Lo que digo es [111v] que el estudiarlas y adquirirlas con grande enbebecimiento contradice al ejercicio de las obras del prelado porque, siendo el estudio obra pura del entendimiento y el ejercicio del officio del prelado obras exteriores, opónese y contradice lo exterior a lo interior. Y vese un hombre obligado, para acudir a la obra interior, cesar en lo exterior o, para acudir a lo exterior, haber de cesar en lo interior, porque el entendimiento bien se deja entender que, para recogerse, como potencia tan spiritual, que le ha de ser necesario cesación de estas cosas exteriores que con facilidad lo pueden perturbar e impedir.

  7Digámosle a un prelado, que está con cuidado de proveer trigo y el sustento de los religiosos y obligado a acudir a mill cosas esteriores del gobierno de su casa, que se vaya a estudiar una cuestión muy delicada scolástica. Es nunca acabar, porque, después de haber enpezado a formar su silogismo, concluirá con que está lleno de penas y bien atajado de lo que debe hacer para acudir a tantas cosas como tiene obligación. Y, por el contrario, a un hombre muy ocupado en sus libros, decilde que acuda dende la provisión de las cosas más bajas en la cocina a las más altas en el coro. También es nunca acabar, porque no han de comer silogismos los frailes ni rezar i en el coro lo que él estudia en la celda. Y así, para que uno acuda bien a las obras de entendimiento es menester desembarazarle de las exteriores, y para que acuda bien al ejercicio de las cosas exteriores es menester quitarle los cuidados de los estudios. Digámoslo en una palabra: el prelado, para ejercitar su officio, ha menester ser hombre entero y estar en todo el officio y todo en cualquier parte; y lo propio, para el estudio y especulación de las cosas ocultas y secretas, ha menester recogerse y retirarse dentro de sí todo entero.

 

 




1 Cf. arriba Para los prelados.



a  corr. de siendo



b de ser sobre lín.



c ms. sal



2 Cf. Mt 5,13-14.



d  sigue q tach.



e y estudios rep.



3 Cf. Mt 5,14.



f sigue quien dijo tach.



g sigue y tach.



h  corr.



4 Cf. Mt 5,13-16.



i sigue lo que el tach.






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