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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [4] a CÓMO UNA DE LAS COSAS QUE AL JUSTO EN ESTA VIDA MÁS LE ATORMENTA ES VER EN SÍ ALGUNOS DEFECTOS Y FALTAS QUE DEL TODO NO PUEDE DESTERRARLAS RESPECTO DE LA FLAQUEZA HUMANA
1. Y puesto caso que siete veces al día cai el justo 1 y que no puede evitar todos juntos los defectos y faltas ordinarias y la fructa que echa y arroja nuestra inclinación y natural torcido, ¿cuál será el sentimiento que un justo tendrá y debe tener en presencia de tal Dios de ver que hace faltas y comete delitos? Que si pequeños, nada juzga por pequeño ni de pequeña consideración en presencia de tal Dios, que es la misma limpieza y hermosura del cielo y de la tierra.
2. Si una doncella estuviese danzando delante de un príncipe y a vista de todo el mundo y hiciese dos o tres inadvertencias echando los compases más apriesa o más despacio de lo que pide el son de la vigüela, ¡qué corrida y turbada quedaría! Si a la buena criada delante de su señora se le cayese de las manos un vaso, no porque fuese de
pequeño valor ni porque su ama se dejase de enojar, ¿dejaríe ella de recebir grandíssima pena pareciéndole habíe hecho un gran desacato? ¿Quién puede haber más mirado y recatado que un justo, y más mirado que un alma sancta? La cual de un defecto muy liviano recibe tanta pena que quisiera más estar metida en un fuego que parecer con un mínimo peccado venial ante los ojos de Dios. Ese le atormenta, ése le aflige y sirve de martirio.
3. Si es verdad que una dama y mujer hermosa repara en sólo un pelo que le nació descompuesto entre las cejas y hace melindre de un poquito de sol o de aire, ¿qué dama hay más hermosa ni más querida de su esposo que lo es un alma del mismo Dios? A quien él tantas veces y por modos tan diferentes en los Cantares [149v] la llama hermana, amiga, paloma, querida y hermosa 2, ¿qué mucho que ella repare en el más mínimo defecto que se puede imaginar y en un pequeño desorden de una palabrilla? Y aun vemos que muchas mujeres son tan miradas que de una gotilla de agua que les cayó en el vestido que por de fuera train, temerosas de que encima caiga polvo y hagab mancha, se afligen y lloran, con que saben la facilidad con que aquello se torna a quitar. Yo confieso que un peccado venial se perdona con un poco de agua bendita y que la mancha es muy liviana pues tan presto sale, pero con todo eso la pena que de esa pequeña culpa se concibe no presto se quita porque el alma que anda tan a vistas de su esposo y ha de ser toda hermosa, cualquier cosa la aflige.
4. Ahora pregunto yo: cuando los jardineros trabajan y labran todos sus jardines, ya se sabe que trabajan para uno o dos días que el rey ha de entrar en ellos. Si llegada la ocasión de estos días hubiera algunas hierbas que se tardaran en echar las flores y otras plantillas en reverdecer, si hubiera sido en su mano alargar el paso y echar con tiempo, ¿cuán agraviadas quedarían, cuán afrentadas de perder su buena ocasión y de ver las demás hierbas las reprehendían de que ellas como discretas damas se vistieron para la entrada de su señor y ellas aún no estuvieron tan vistosas? ¿Qué otra cosa es esta Iglesia y las sanctas religiones sino jardines divinos plantados de diferentes hierbasc que son religiosos y siervos de Dios, los cuales con riegos del cielo brotan y producen particulares virtudes de que se visten y adornan como de flores para parecer y estar en presencia de Dios? Pues si esto ha estado a mi cargo ayudado con la divina gracia, y me descuido en quedarme un poco atrás en no tener aquel verdor que debo de firme esperanza, aquel blanco tan fino de limpieza, aquel d colorado de la charidad, ¿quién duda que e no se dará un alma por afrentada y reprehendida de las demás almas sanctas y de los ojos del sposo que así las mira? Como pesándole de ver qué f a espacio [150r] se ha ido en el camino de la virtud y cómo
se pudiera haber aventajado, dice la esposa a sus compañeras: Nigra sum, sed formosa, nolite me considerare quod fusca sim, quia decoloravit me sol 3, etc. Dice la esposa: Negra soy, pero hermosa. No reparéis, doncellas y compañeras mías, en que esté un poquillo tostada g, porque el sol me ha puesto de esta manera. Ahora pues, pregunto yo: si es hermosa como ella lo confiesa, ¿para qué repara en lo tostado y en lo negro? La hermosura disimula todo eso. ¿Qué necesidad tiene de dar allí tantas escusas? Digo que es verdad que es hermosa, pero la hermosura en cualquier cosa repara, y porque sabe que sus compañeras son tan delicadas que mirarán en eso, por eso se escusa y se da como por afrentada y reprehendida del poco moreno que el sol puso en su rostro.
5. Arriba dijimos cómo Dios guarda al justo en las niñas de sus ojos, según aquel verso de David, que dice: Abscóndelos h, Señor, en lo escondido de tu rostro 4; y según aquello que el mismo Cristo dice: Quien os toca i, toca a la niña de mis ojos 5. Pues pregunto yo: ¿hay hombre que consienta ni disimule un pequeño polvo de tierra en el ojo, una pajuela liviana que se la lleva el aire? No, por cierto. Pues si ojos tan bastos y materiales como los nuestros no consienten ni disimulan cosas pequeñas, ¿cómo las han de disimular los ojos de Dios? Y las almas sanctas ¿cómo las han de consentir, considerando que su lecho y asiento es lugar tan delicado como los ojos de Dios?
6. No me j asombro k yo ver un labrador con la curiosidad que busca buena era para echar su trigo, que tenga buen suelo, que no levante tierra, y después verle pasar grano a grano la molienda para que el pan salga más floreado; y en las vendimias se pone a quitar una pequeña pámpana porque dice que avinagra el vino. ¿Por qué me tengo de asombrar de que un justo, que es manjar de Dios, repare en las cosas más livianas de cuantas cosas hay en el mundo y quebradas le den pena y sirvan de purgatorio? Si Sansón tiene, como denantes decíamos, su fortaleza en los cabellos, ¿qué mucho que los guarde y se aflija y atormente que uno [150v] se lo lleve el aire? Y tan uno a uno l y dos a dos se los puede llevar que lo dejen sin fortaleza 6. De esa misma suerte, no hay cosa más liviana que un pequeñito defecto y culpa venial, y ésa da tanta pena a un alma sancta que le sirve de muerte y martirio acá en la tierra, deseando guardar en todo grande entereza, no sólo en lo grave, pero aun en lo muy pequeño, en los cabellos y en las palabrillas que se las lleva el aire.
7. Digo más. Dios y el alma sancta son de una propia condición, se aman y se quieren grandemente; y con todo eso, por culpas pequeñas y peccados veniales da Dios en la otra vida purgatorio riguroso. Pues ¿qué hay que espantar que, siendo entramos a dos de una misma condición, no le torne el purgatorio acá en la tierra el alma que de
veras ama a Dios? Ahora pregunto yo: ¿qué significaba aquel decir David, después de perdonado su peccado: Amplius lava me, Domine 7; y en otra parte m: Et peccatum meum contra me est semper 8? Que con estar ya el peccado pasado y perdonado, sólo el acordarse que hubo tiempo que estuvo en su casa le da pena y enfado, le atormenta y agarrota. ¿Cuántas veces sucede que una mujer tomó una cosa sucia con las manos y se ha lavado y a cabo de cuatro días que se acuerda se torna a lavar, aunque ya tenga bien limpias las manos? Sola la imaginación le hace tornar a pedir agua. Y eso propio le hace a David pedir nuevos lavatorios. Porque aunque es verdad que acá decimos que agua pasada no mueve molino, pero en materia de culpas son tan delicados los justos que, con haber pasado ya las culpas y estar perdonadas, los muelen y atormentan de suerte que sólo la consideración les hace tomar la disciplina y echar mano del cilicio n y hacer otras obras semejantes.
8. No hay que detenernos en esto, que es pozo hondo y no prometí más de tocar las cosas que al justo le sirven en este mundo de martirio dilatado. Ruego yo lo preguntemos a quien sabe de esto, a un alma temorosa de Dios; que lo preguntemos a un san Pedro después de perdonado [151r] cuáles eran sus penas, cuáles sus aflicciones y cuáles sus lágrimas 9; que lo preguntemos a una Madalena en la cueva y en los desiertos tantos años haciendo penitencia después de le haber dicho Dios que iba perdonada y que se fuese en paz 10.