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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [7] a DE CUÁN LEJOS ESTÁN ALGUNOSb PRELADOS DE ESTOS TIEMPOS DE PARECER A LOS ANTIGUOS, LOc CUAL RESULTA EN PENA Y MARTIRIO DEL SÚBDITO
1. Si lo que hemos dicho en el capítulo pasado lo hubiéramos de desmenuzar y aplicarlo d a los prelados de quien vamos tratando, qué
de cosas halláramos que servían de pena, muerte y martirio para nuestros súbditos, para que los sacáramos sanctos mártires de la marca conforme Dios los pide, para que se puedan llamar por excelencia sanctos de Dios e según los llama David en el psalmo que arriba muchas veces hemos alegado, donde dice: Pretiosa in conspectu Domini mors sanctorum eius 1. Que en fin, si los prelados, por no ser quien deben, si a sus súbditos no los sacan confesores, por ser quien no deben, los sacarán mártires.
2. Hemos dicho que los prelados son puertas principales que honran la casa y ellos a su comunidad, y que así como en señal de la grandeza de la casa suele haber a la puerta armas y cabezas de jabalíes o venados f, mastines y perros que las guardan. Pero ¿qué diríamos si, de la misma manera que en algunas casas sólo quedó a la puerta una señal muerta y un perro pintado o g león de piedra, viésemos que habíe algunos prelados que en ellos no ha quedado más de una muestra exterior de la grandeza antigua, un ser leones no verdaderos en el rigor y aspereza de su vida y en el defender sus súbditos y religión, sino un ser de piedra, un parecer de leones, que la verdad está lejos; un no estar como el león cuando duerme, los ojos abiertos, sino un estar cuando dispierto los ojos cerrados; si en ellos viésemos no la humildad h antigua ni la pobreza primera, sino así como a las puertas se dan las pieles de los animales que cazan, en ellos sólo hallásemos la piel y exterioridad de la virtud, que es una hipocresía y humildad i fingida, una pobreza sólo librada en remiendos, y quiera Dios no sean j significación de otros tantos bolsicos interiores en que encierran sus codicias, ambiciones, propias voluntades y amor propio?
3. A estos tales, antes que llamarlos y tenerlos por prelados, los podría yo comparar a unas puertas que el [179v] día de hoy suelen pintar y fingir en correspondencia de las verdaderas por amor de la hermosura del edificio. Pero aunque hay algunas tan bien pintadas que parecen verdaderas, pero no lo son y les falta la verdad. ¡Oh, qué de prelados se deben de dar el día de hoy a las communidades que están bien lejos de la verdad y de ser quien deben! Unos prelados aparentes, fingidos, disimulados, que no tienen más que la aparencia y correspondencia con los prelados pasados y primeros, que más sirven de disimular la fealdad que puede haber en la tal comunidad por no haber otro general en correspondencia del primero, otro ministro o prior como el antiguo. De esto deben de servir, antes que de puertas y prelados verdaderos y como deben.
4. Yo creo que cualquier cosa que en esto dijere, cualquier religión me lo perdonará, respecto del servicio que por una parte se hace a sus sanctos fundadores, si por otra parte se descubre otra k tibieza y flojedad. Y si no, díganme ¿cuándo descubriremos otro Francisco pobre, humilde
y vivo retrato de Jesucristo, cuándo otro Domingo, cuándo otro Buenaventura, cuándo otro Tomás? Que en su comparación, si en sus lugares ponemos otros, hemos de decir que son puertas pintadas en su correspondencia, antes que puertas verdaderas. ¿Cuándo, mis hermanos, entre nosotros descubriremos la perfección de la sanctidad y vida escondida de nuestros primeros padres 2, aquel fervor, aquella charidad, aquel aborrecerse a sí por amar y cuidar de los pobres, aquel entregar sus vidas por redimir las de sus hermanos que estaban entre infieles? ¡Oh sancto Dios! Cuando yo leo la vida de un Agustino, de un Benito y Jerónimo l, ¿quién no se ha de asombrar de ver en la tierra tales columnas, tales leones, tales arcos y saetas enarboladas para matar y consumir peccados y convertir peccadores? Estas sí que eran puertas principales. Pero cuando a mí y otros como yo considero, más merecemos nombre de postigos o portillos caídos hechos en el edificio antiguo que no puertas verdaderas en correspondencia de las primeras. Esto, pregunto yo, ¿no ha de resultar en grande pena de los súbditos, así por verse privados de la majestad y honra que por ahí les podía venir por tener prelados sanctos [180r] y verdaderos imitadores de sus primeros fundadores, ya por los trabajos y menoscabos que tienen m de tener sobre sí n leones no vivos, sino de piedra, no mastines como un Domingo, sino con la piel de encima, con la aparencia y disimulación? Que [no] hay que espantar que estos tales prelados, si así los hay en el mundo, el mundo no los honre y reverencie y haga caso de ellos adorándolos, como antiguamente hacíe a los santos prelados cuando los reyes se tenían por muy dichosos de hacerlos padres de sus casas y familias, cuando -como se vido- hicieron tantos reyes de su propio exército general al glorioso Bernardo. Dadme vos otro prelado así criado a los pechos de la Virgen con tales labios, tales palabras, que poderoso es Dios ahora como entonces para echar a sus pies coronas de reyes, mitras y tiaras de o obispos y papas. Dadme vos un Buenaventura p y un Thomás, y daros he la mesa de los reyes y sus corazones por prisioneros de tal virtud y sanctidad.
5. Pero si, por nuestros peccados, los prelados de estos tiempos -algunos digo; y si algunos no se saben q, dígolo porque no los haya y se sepa-, que son como las puertas que yo veo ahora en casa de los grandes, según ahora se usa, que honrando lo principal de la puerta con jaspes r, moldaduras y ricas piedras deshonran sus zaguanes haciéndolos latrinas, caballerizas y lugares asquerosos de los que van y vienen. Quiera Dios no haya prelado a esta correspondencia, hombres que habiéndolos buscado de buenas partes en lo natural, como es ser noble, bien nacido, de buen talle y cuerpo, en lo espiritual y sobrenatural no valga ni aun para lo que hemos dicho. Pues díganme por charidad:
¿puede dejar de ser pena bien grande ver los súbditos que sus prelados no son honrados, estimados y tenidos por no tener la virtud y perfección que deben?: ver que sólo sirven de aparencia y cumplimiento, ver que ellos son privados de los bienes que en otros tiempos tuvieron sus religiones y communidades por regirlas y gobernarlas s sanctos, ver que tienen prelados y no de la marca t que Dios pide y manda u, no del tamaño de los antiguos y primeros, ver que son prelados y puertas y no de margaritas como las puertas de quien decíamos denantes, sino de pobre y triste madera carcomida, hombres [180v] vestidos de su propio interés y voluntad, hombres que por no seguir a Cristo en sus obras y palabras no tienen la luz que deben, y si la tienen no es luz de vida, como la que dice Cristo por san Juan, que el que le siguiere tendrá luz de vida: Qui sequitur me, habebit lumen vitae 3; que tendrá, dice Cristo, el que le imitare lumbre de vida.
6. Yo a esta lumbre de vida entiéndola como la luz y lumbre del sol, que con ella engendra y produce v ricos minerales en la tierra. Entiéndola como el calor de las aves, que con él engendran sus pollos. Desta misma suerte, el que sigue a Cristo tiene calor y luz de vida. Quiere decir que en sus súbditos engendra y produce nueva vida y con su virtud y calor produce nuevas virtudes en sus súbditos y hijos, dándoles nueva vida. La luz que digo yo sí la tienen, que no es como ésta, sino como la luz del candil que con un soplo se mata y si se arrima y pega a alguna cosa no le da vida, sino la quema y tizna. De éstas es la luz de quien no sigue a Cristo: luz que con pequeña y liviana ocasión se apaga y a quien se llega y junta por comunicación la tizna y enpeora. Estos tales prelados puertas son, pero no son de las puertas que decíamos del Apocalipsi, que siendo doce tenían doce ángeles 4. O porque las tales puertas representasen doce ángeles en el cielo, o porque los prelados que figuraban que eran puertas a imitación de Cristo, que es puerta del cielo por quien cualquiera que entrare será salvo 5, habíen de ser más ángeles que otra cosa. Pero ¡ay!, ¿qué digo? Que son hombres, y hombres flacos, no puertas que están abiertas de día, como éstas que vido san Juan, por donde entre a su comunidad la luz del sol, Cristo, sino puertas que se cierran de día; y quiera Dios no se queden abiertas de noche, sujetando a los que en la casa viven a los temores noturnos y a las desgracias que suelen suceder en las tinieblas. Para cuyo resguardo tenía Salomón 70 varones fuertes que le guardasen 6, que eran como puertas o porteros que acudían a los peligros y trabajos que se podían ofrecer w.