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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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CAPITULO [3] DE LA PUSILANIMIDAD Y COBARDÍA QUE ALGUNOS RELIGIOSOS COBRAN PARA LAS COSAS DE RIGOR Y ASPEREZA, Y EL MODO QUE HA DE HABER PARA LOS CURAR

 

  1Parece en este capítulo pasado he tratado de la flaqueza y pusilanimidad interior con que, cayendo en algunas culpas por las causas allí dichas, las siente como muerte, ellas y sus penas. No será fuera de propósito tratar aquí de algunos religiosos que en estas religiones reformadas se han dejado llevar de otra pusilanimidad corporal y exterior, según la cual no se atreven a hacer obra de fortaleza ni seguir y guardar su sancta regla en su fuerza y vigor. ¡Ojalá yo acertase a pinctar este género de gentes y descubrir la falta que tiene y culpa de su parte para que los prelados supiesen curarla!

  Pues digo que en estas religiones hay unos hombres que, si los miráis por un lado, os parecen que están buenos y fuertes y, si por otro, os parecerán enfermos y caídos, que no podrán rezar un rosario. Unos hombres que están buenos para comer carne, dormir bien y descansar en su celda, entretenerse en la güerta y pasearse por la casa, y no tendrán salud para ir al coro, vestir, dormir y comer como los otros. Estos son unos religiosos que, habiendo tenido alguna enfermedad y en ella habiendo relajado el interior, no supieron ni se dispusieron a cobrar fuerzas para tornar a la vida primera, sino que, queriendo siempre tratarse como enfermos o convalecientes, no saben salir de ese estado -que tiniendo en él salud más es de seglares y gente perdida que de religiosos reformados- a otro estado de fuertes y de gente que desea su aprovechamiento y el de su religión. Estos son unos religiosos que o el demonio o la mala costumbre que ya hicieron por el camino del descanso dispierta en ellos unos dolorcillos de cabeza, unos ardorcillos, a quien los médicos melindrosos llaman calentura o vagedos de cabeza. Y recetan como si nosotros buscásemos vida de regalo y la hubiésemos menester para el gobierno de grandes mayorazgos, y no para emplearla padeciendo [184v] por solo Dios, que para eso se la da al religioso y siervo de Dios: para que por su amor tenga una vida que sea más muerte y cruz dilatada que vida de contento y de placer. Estos son unos religiosos que jamás pierden el miedo a las cosas de trabajo sino que, tiniéndose por delicados como el vidrio, piensan se les ha de quebrar la salud con cualquier tris, con cualquier ayuno y disciplina. Y así quieren estar siempre en vasera guardados, tenidos y apartados de los demás. Como el otro que, perdiendo el juicio, dio en decir que era olla y, cuando iba por la calle, iba diciendo a todos que se apartasen, que era olla, no la quebrasen; y así procuraba andar siempre por calles y caminos diferentes de los otros. Así son estos tales religiosos: que dan en decir que son vidrio -aunque creo mejor dijeran, como el otro


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loco, que eran olla pues todo se les va en pensar en su olla y puchero que esté bien guisado y sazonado- y, porque no se quiebren, siempre procuran echar por caminos diferentes de por do echa la communidad, diciendo a todos que se aparten no los quiebren; que aparten los que ayunan, que si se juntan, les dará dolor de cabeza y vagedos, si están de rodillas les dolerá el cuerpo, si trabajan se encenderán en calentura.

  2.  Y así estos tales no están en los conventos más de para bien parecer, como los vidrios delicados en los aparadores de los grandes, siendo las piezas que ruedan los vasos de oro y de plata. Y es cierto que en las religiones los sanctos y buenos son los que ruedan y andan a toda broza. Y esta gente delicada sólo son para ponerlos donde ellos vean y los vean, quedos. A Dios, ¿[qué] otra cosa hacen sino enbarazar y ocupar los conventos y lugares donde han de estar los que vienen a servir a Dios? Y ¡ojalá en eso parase todo!, porque, por disimular su flaqueza y tibieza y tener más de su bando que apoyen la relajación y flojedad, buscan otros de su natural y chalidad, a quien enseñar sus mañas y leerles sus cartillas, que tienen ya sus documentos sabidos como oración de ciego.

  3Dicen que en estas religiones reformadas ha de haber grande charidad y que han de tratar con mucho regalo a los enfermos y convalecientes, como si la charidad del alma que se ha de tener con su mayor aprovechamiento no se hubiese de [185r] anteponer al cuerpo y a su regalo. Dicen que no quiere Dios que mueran sino que vivan para hacer penitencia; y dicen bien, pero ellos no viven para hacer penitencia, ni tienen tal pensamiento, sino para comer y regalarse. Dicen que un hombre achacoso no puede seguir comunidad, y no consideran que son achaques de intención y de flojedad y que Dios a los que se animan los sana y quita cuantos achaques se pueden imaginar. Dicen que de andar descalzos se arromadizan y, si algo desnudos, se destemplan, si no duermen se desvanecen, si no comen a lo que quieren se desmayan; y dicen bien porque, andando sin gracia de Dios, en quien todo se puede, en todo desfallecen.

4. Pareceb que estos tales tienen alma de cántaro y spíritu de melcocha y todos ellos son delicados como paja centenaza de albarda, que sólo vale para enllenar el vestido de los borricos, quec en sacándola de allí, sale deshecha, quebrada y molida. Así son estos tales: para que con tiento los sentéis en un lugar; y en quitándoles de allí, para nada valen sino para echarlos al muladar. Son una gente como los zánganos de las colmenas, que sin salir a los prados por flor ni labrarla dentro en la colmena, se comen lo que las otras pobres abejicas buscan, llegan y labran. A quien y con quien se habíe de hacer lo que hacen las abejas con los tales: que los matan a picadas y los echan fuera; así se habíen de echar éstos fuera de los conventos para que no desgastaran y comieran el sudor de los angelitos que ganan las limosnas y se las envía Dios por la buena labor que hacen en sus conventos y retretes.


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Váyanse al siglo u a otras religiones donde con su vida y trato común los pueden regalar y curar; y no estén en religión que, para darles un puchero de carnero y comprarles una gallina d, es necesario que todo el convento ayune ocho días. Y créanme, hermanos, que hablo de experiencia y que esto no sólo lo he visto en los coristas sino en algún lego y donado, que no hay quien los haga entrar en cuerda ni ahilar tras la razón sino tras su perdición y tras la de sus conventos.

  5Sola una cura he hallado para estos tales, y es mostrarles rigor y aspereza y fiar de Dios que el prelado que les mandare guardar rigor lo defenderá e de cualquier culpa o mal que les haga [185v] la tal observancia. Si dijeren que se mueren, responda el prelado que no inporta, que a eso vino, a morirse por amor de Dios. Concédales todos los males que ellos se pronosticaren hasta que pierdan el miedo, y verán cómo no sólo no se mueren sino que sanan mucho mejor que con los primeros regalos. Y advierto que sean perseverantes y fuertes de suerte que siempre tengan firme confianza en Dios que, cuando les una y dos calenturillas por el cumplimiento de la obediencia, se las sabrá quitar; que bien vemos en todos los trabajos corporales que en sus principios afligen y muelen demasiado, pareciendo sepultan f las fuerzas que los han de llevar, y cada día van cobrando más fuerzas y parece se van apocando los trabajos. Procuren tenerlos siempre ocupados y que no se vayan a la cama por cualquier cosita; que son como los malos pollinos, que, antes de caer, con un palo pasan adelante y, después de caídos, no los levantarán cuatro. Si a estos tales los dejan echar en la cama, cierto que para tornarlos a los hacer levantar que es necesario traer unas angarillas de piedra porque así se hicieron pesados como los mismos guijarros y piedras.

  Paréceles a ellos que, porque no salen de casa y se están encerrados, ya con eso son del todo perfectos y consumados; y me parece a mí no han enpezado, pues no tienen fortaleza para vencer cosas tan pequeñas como es la acidia y pereza corporal que cobraron de los achaques y enfermedades pasadas, con que consumen y muelen a los pobres y tristes prelados.

  6.  No es dificultoso de conocer cuáles son los enfermos verdaderos, con quien se ha de tener charidad muy cumplida y sacar fuerzas de flaqueza un convento para los regalar y servir, consolar y acariciar. Todo es muy sancto y muy justo con los justos y sanctos que con paciencia y sufrimiento llevan una enfermedad prolongada, a quien la enfermedad atormenta de muchas maneras: atormenta ella propia el cuerpo afligiéndolo y adelgazándolo; aflige el alma por ver que no puede como quisiera acudir a las cosas de rigor; y sólo el verse privado de los consuelos spirituales que sus hermanos tienen en los actos de comunidad, le sirve de tormento y quisiera más mill muertes que tener una sola vida privada de tanto bien. Y sí las tiene pues, cuando de noche [186r] oye tañer a maitines y ve que no puede ir, los golpes de


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la campana son golpes que le da el corazón para que siquiera en la cama lo levante a alabar a Dios; las veces que oye a sus hermanos azotarse, viéndose él carecer de aquel castigo y pena corporal, la toma el interior por ver que son mayores sus culpas y que merecía mayores penas que los otros. Y en todos estos actos hace este tal enfermo mill amagos probados y detenidos porque no le alcanzan sus fuerzas.

  7.  Pero Dios, que es piadosíssimo padre, con los comienzos se contenta y los recibe como obras muy cumplidas de las personas que no pueden más. Y así los prelados de estos tales se dan muy por pagados y obligados a los servir y regalar, porque en las pruebas que hacen echan de ver no pueden más, que si más pudieran más hicieran. No sólo estos tales religiosos muestran con estas obras su imposibilidad de fuerzas, pero Dios, que gusta que los prelados estén satisfechos, desengañados y enterados de las pocas fuerzas de sus súbditos, les da un conocimiento muy grande interior con que conocen muy bien sus ovejas, demás que por de fuera en el color y señales ordinarias de la enfermedad los conocen los muy straños; causas todas para que de muy buena gana el prelado le lo que ha menester, hasta el corazón si fuere necesario.

  8.  Y de esa misma manera, por el contrario, estos de quien principalmente en este capítulo hemos tratado, muy dende lejos descubren su mala hilaza y que sus enfermedades y achaques son pie de pobre que no gustan sane por tener -como dicen- el pie en el lecho y el brazo en el pecho para no hacer nada. Son una gente que cada día sacan achaque nuevo según del lado que durmieron y el sueño que soñaron; y g es bastante haberse mudado el aire de noche para que a ellos se les alteren los humores. Son una gente que en ser frailes descalzos erraron el golpe, porque valían más para gentiles hombres y recín casados que tuvieran mujer que les diera cada día sopas de paridas, y vivieran según las reglas de los que viven en el mundo a su voluntad, y no en las religiones sujetos a las ajenas y echando a perder a los otros.

  Para estos tales torno a decir que haya ánimo y que trabajen y suden, que con eso [186v] saldrá el mal humor; y si es el demonio el que finge aquellas enfermedades, viendo que se las entienden y que el enfermo ha de seguir así como así su communidad, querrá dejarlo porque no merezca más. Para estos tales no hay aguardar términos ni tiempo: siempre lo es para ellos muy acommodado y, para que con el trabajo suden, siempre ha de ser abril y mayo. Porque, si se aguarda al que viene en la primavera, jamás llegará según su querer y voluntad porque siempre desean vivir encogidos como en el invierno h, como los perezosos, que por no se helar las manos, las quieren tener metidas en el seno y abrigo del regalo, deseando sólo el que les está bien para el cuerpo aunque arruine el alma del ejercicio de las buenas obras i.

 




a  sigue se desma tach.



b corr. de parecen



c corr. de porque



d  llina sobre lín.



e sigue Dios tach.



f sigue sus tach.



g  sigue es b tach.



h sigue y tach.



i sigue espacio de 23 lín. en blanco.






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