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San Juan Bautista de la Concepción Obras IV – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
De la necesidad de esta virtud de la perseverancia, y la poca razón que tienen los que se cansan antes de tiempo
1. A todas las exhortaciones pasadas nos ha servido de tema y dado materia aquella palabra que Cristo dijo a sus discípulos por san Juan: Qui sequitur me, non ambulat in tenebris 1. En las cuales palabras —hemos dicho muchas veces— quería y pedía Cristo la perseverancia y continuidad en los que le seguían. Y he deseado ya variar esta plática y tomar otra, y me parece para mí esta materia muy porfiada, pues no acierto a dejarla de la lengua. Que aun hasta en esto quiere la perseverancia mostrar su virtud, pues aun a a los que tratan de ella quiere que en hablar de ella perseveren; y quiere tener esta virtud no solamente su asiento en el corazón y en las manos, donde debe echar sus raíces, sino también en la lengua, donde está la aparencia de su hermosura.
2. Bien me holgara yo, mis caríssimos hermanos, ya que trato de ella por pláticas tan prolijas, variarle su guisado, y confieso que a eso no alcanza mi sciencia, porque, como ella, para ser perseverancia, siempre ha de ser una, unas son las palabras y los modos que hay de tratar de ella. Verdad es que, dentro de un mismo modo en que se trata de ella, hay más y menos y pudiera, dando Dios sciencia para ello, traer cosas que más entretuvieran nuestros entendimientos y aficionaran nuestras voluntades. Pero también digo que, si el aire es bueno, una centella basta para abrasar y quemar un monte; y con muy pocas palabras suele el Spíritu Sancto disponer muchos corazones. Esté la tierra bien dispuesta, que bien sabe ella de cuatro granillos llevar muy buenos manojos en su cosecha. Y acá decimos que a buena hambre no hay pan malo. Si de parte nuestra nos juntamos aquí con deseo de acertar y hacer la voluntad de Dios, esa salsa basta para que el manjar, aunque mal guisado, sea bueno y entre en provecho.
3. Cuánto más que en esto pienso se diferencia el gusto corporal del spiritual: que el corporal más atiende al sabor y gusto que al provecho, más b al modo que no a la cosa, más a las species con que el guisado se saborea que no a la cosa principal que se come. Por donde vemos que muchas cosas malas, y tanto que suelen dar la muerte, por tener y llevar buen sabor, se comen y saben bien; y otras muy buenas y de provecho, por no tener tal gusto, se dejan de comer. Pero c, en la comida espiritual, el gusto está en el provecho y en la cosa de que nos aprovechamos, y no en el guisado. De donde vemos los sanctos echar mano de cosas harto dificultosas y desabridas, que, para tragarlas la carne, le hacen dar mill arcadas y hacer mill visajes, y todo esto por el provecho que el tal manjar le hace al alma. ¿Quién guisó la cruz de Cristo tan desabrida para el hombre, los azotes, la mortificación y penitencia, sino la consideración del alma, que en ella halla su gloria y cielo?
4. En fin, la Scritura a estos tales los llama varones perfectos y a los contrarios, niños, que de solas las aparencias de las cosas se dejan llevar y engañar, deshaciéndoseles entre las manos lo que tenía parecer de grandeza. Y, al contrario, al siervo de Dios lo que parecía deshecho [42r] fue tan grande que basta a engrandecerlos. ¡Ojalá, hermanos d, acabásemos de entender que la palabra de Dios no tiene su sustancia en esta pronuciación mía, en esta voz y sonido! Que de esa e calidad sola son las palabras de la tierra. Tiénenla f en un ser divino, en una virtud inmensa que les communicó Cristo g cuando las predicó y enseñó, y cuando el Spíritu Sancto las inspira. Que lo que pone de su parte el que las pronuncia no es más de como quien lleva un rico tesoro en una spuerta vieja, o el dinero en una talega rota, que no deja de ser dinero porque está en tal bolsa o se cayó de ella. No deja de ser palabra de Dios la que dice un predicador malo o la que pronuncia con voz ronca, aunque el que las predica y dice sea el mismo demonio, pues, predicando el demonio verdades en tiempo que era necesario estuviesen secretas, les manda Cristo que callen y que no descubran y digan h ipsum esse Christum 2. Luego, si el bien del alma está en la cosa que se dice y no en el modo de más o menos, tratando de nuestra virtud no hay sino buscar palabras que de ella Cristo dijese y predicase, que, cuando salgan guisadas a lo ignorante y tosco, buen provecho nos harán y eso será lo que nuestras almas desean, desengañadas de lo contrario.
5. La necesidad de esta virtud la enseñó Cristo, Lucae 13, diciendo: Contendite intrare per angustam portam 3; contended, procurad y porfiad entrar por la puerta angosta. Sobre las cuales palabras dice san Gregorio, libro 12 de Los Morales, capítulo 28: Dicturus angustae portae introitum, praemisit, contendite, quia nisi mentis contentio ferveat, unda mundi non vincitur per quam anima semper ad ima revocatur 4. Siempre las cosas dificultosas tienen necesidad, para las alcanzar, de contención, porfía y trabajo, porque siempre que pretendemos cosas mejores, quasi contra ictum fluminis conamur 5. Somos como los que nadan agua arriba, que han menester romper la corriente del agua. Y así dijo san Jerónimo 6: Si paululum [se] remiserit, quomodo qui adverso flumine lembum trahit, si remiserit manus, statim retrolabitur et fluentibus aquis, quo non vult, ducitur; sic humana conditio, si paululum se remiserit, discit fragilitatem suam et multa se non posse i cognoscit. Es admirable exemplo a nuestro propósito el que aquí pone san Jerónimo. El que nada contra el corriente ha menester siempre porfiar, siempre menear los brazos y romper el agua con las manos, porque, en descuidándose tantico, luego conoce la fragilidad de su naturaleza porque se lo lleva el corriente y vuelve atrás j en un momento lo que con tanto trabajo habíe pasado. Exemplo es que bien descubre la necesidad de nuestra perseverancia, porque, pretendiendo entrar por esta puerta angosta, hemos menester porfiar y contender, como el que nada contra el corriente, por la dificultad que la virtud trai consigo, porque, en parando un rato, en no meneando las manos y trabajando de noche y de día, nuestra flaca naturaleza se vuelve atrás y desdice en un momento lo que primero en muchos días granjeó, porque de suyo no tiene más que la corcha sobre el agua, que es ventilar y dejarse llevar de cualquier ola. Es necesario fuerza, que ésa es la que padece el reino de los cielos 7. Y si son pocos los que entran por él 8, porfía será necesario para que nos quepa [42v] la suerte.
6. No han de ser, mis hermanos, de menos consideración las cosas sobrenaturales que las naturales y las spirituales que las temporales. En las naturales vemos que, para conseguir el fin que pretenden, no se cansan sino que perseveran en una continua y como eterna duración. No se amohína la naturaleza en los árbores por ver que el primer año que lo plantan no lleva fructa, sino que dura y está debajo de la tierra, primero echando raíces y luego crece y lleva sus hojas y luego flores y, últimamente, fructa. Y aun de esa fructa sufre el ver que no toda sale sana y entera, porque mucha se le pudre. La tierra no se cansa en ver cuán poco a poco nacen los trigos y crecen. Ni el hombre tampoco se desconsuela de verse niño tantos años sin llegar a edad perfecta. Pregunto yo, ¿por qué el premio de la virtud lo hemos de querer en enpezando, quiriendo todos nuestros deseos en los principios bien logrados? Y si de ellos no sentimos el consuelo y aprovechamiento que deseamos, ya estamos afligidos y desconsolados.
7. Lo propio es en los bienes temporales, que persevera un hombre en sus tratos y ganancias, fía y aguarda, pone sus tributos y espera, y todo lo lleva bien, con ser cosas de tan poca consideración en comparación de lo eterno y spiritual. Y, con todo eso, queremos como antemano y adelantada la perfección antes que en ella seamos principiantes. Y saber decorar y scribir sin haber aprendido las letras del abc. Queremos ser como los ángeles, de k quien dice sancto Thomás 9 que, sin pasar por los medios, están en los fines con sus operaciones mediante las cuales están en [un] lugar. Así nosotros queremos que no haya medio entre el principio y el cabo, sino ser como el pensamiento, que estando aquí en otro instante está en el cielo.
8. ¡Oh si nos acabásemos de persuadir de que, mientras estuviéremos en esta vida, no es tiempo de llegar al cabo, porque no lo tiene lo que Dios desea darnos mediante su gracia y nuestra porfía! Es nuestra vida, mientras dura, una guerra 10, la cual, mientras dura, no le es lícito a un soldado volverle las spaldas, que por ellas podría acometerle el enemigo, y no sólo perder lo ganado sino también la vida. Es como el que guarda un castillo, que jamás se ha de cansar porque ayer o en un año el enemigo no lo haya combatido. Yo supongo, mis hermanos, que un religioso haya alcanzado muchas victorias, muchas virtudes. Pregúntole ¿queda la guerra todavía en pie? Sí, hermano, pues jamás es tiempo de descansar, porque jamás nuestro enemigo se descuida y, después de vencido 20 veces, tornará sobre sí y sobre nosotros y en un momento se desquitará de las pérdidas pasadas, y nosotros perderemos las ganancias presentes.
9. No ha de haber descuido un instante en la guarda de este presidio, antes oportet semper orare et vigilare 11. Y cuando lo veamos cercado, acudir a Dios, como rey y señor de esta tenencia, a que nos dé socorro y libre, aguardando tiempo [43r] hasta la muerte. Que parece hablaba David con hombres de poco sufrimiento y perseverancia l cuando decía (psalmo 26) m: Expecta Dominum, viriliter age et confortetur cor tuum, et sustine Dominum 12. Spera a Dios y trabaja varonilmente, porque enpezar y no acabar es de pechos flacos y mujeriles, que se ahogan en poca agua y, por no dar cuatro braceadas más, se van a lo hondo y no dan lugar a que Dios llegue con el favor y socorro que ya tiene determinado. Y ojalá n, ya que en casos semejantes dejamos de ser hombres, fuéramos como aquella mujer fuerte de Judic, que, viendo la determinación de su pueblo de se dar y entregar al enemigo si dentro de cinco días no tenían socorro de Dios, les dice: Quis estis vos, qui tentatis Dominum? Posuistis vos tempus miserationis Domini, et in arbitrium vestrum, diem constituistis ei 13. ¡Qué de religiosos en el mundo han hecho esto, que determinan el tiempo en que han de servir a Dios, en el cual, si no se ven socorridos y facilitados en las cosas de virtud y ejercicios sanctos, se cansan y vuelven atrás!
10. ¡Qué necio fuera el que, viniendo de las Indias cargado de muchas riquezas, por no llegar a España al tiempo que él tenía determinado, según la cuenta que él había hecho, tomase todas las riquezas que traía y las echase en la mar! —¿Qué haces, hombre? —Echo este tesoro en la mar, porque yo había dicho que habíamos de llegar a tantos de mayo y estamos ya en junio, y no hemos llegado. —Pues ¿no te aguardarás? Quizá no heciste bien la cuenta y, cuando la hicieras, es cuenta con parte que la habíes de hacer con Dios, que es Señor de los tiempos y tiene dominio sobre la mar 14. Y más, que podrá ser haya habido descuido en los marineros en subir o velas y darles cuerda larga; o ser el bajel pesado o roncero.
Lo propio digo yo a los que, por cansarse en el camino de la virtud, vuelven atrás, pareciéndoles que, por haber dos o tres años que habíen de haber llegado a la virtud que otros, echan a fondo lo ganado y se vuelven atrás. Que parecen al vizcaíno, que, caminando a un pueblo que de lejos se veía, decía que iba huyendo de él y, ya que estaba un cuarto de legua, se volvió seis que había andado. ¡Oh cuánto lo yerran los que no perseveran! Paréceles muchas veces que, mientras más andan y caminan, están más lejos de la perfección y de lo que desean, siendo la verdad que están más cerca. Salvo que nuestro gran Dios, por el deseo grande que tiene de vernos muy aprovechados y perfectos, disimula ese fin y paradero, y en él hace los visos que los grandes llanos disimulando lo cerca que de él estamos, para que no enperecemos y nos vamos a espacio, pareciéndonos que ya es tiempo de descansar.
11. Digo, lo segundo, que el fin que tiene la virtud y perfección se puede considerar de muchas maneras. Uno [43v] el que ella trai consigo, y muchos premios que dende el principio de la virtud y perfección tiene p. Pero Dios, que no quiere que ahí nos quedemos, tápanos esos fines, premios y gustos y descúbrenos otros que siempre están muy más lejos, que son los que se quedan y están encerrados en su infinita bondad y amor, con que nos desea ver muy aprovechados. Pero nosotros, que sin este gran Dios hecimos la cuenta de que con unos pocos de ayunos y disciplinas habíemos de llegar donde imaginamos, si este fin y paradero a nuestra cuenta no lo alcanzamos cuando a nosotros nos pareció ponerlo, como cansados y hartos de esperar, nos entregamos al enemigo, a nuestra pereza y flojedad, echando a fondo lo ganado. No considerando que esa cuenta la habíamos de hacer no a solas, pues nosotros no somos los dueños de estos bienes que pretendemos, sino con Dios, que es el que manda a los vientos 15, que son los del Spíritu Sancto, con que nosotros caminamos.
12. Cuánto más que, en no haber llegado cuando pensamos, podríamos tener nosotros la culpa, como es así, que no dimos harta vela y entregamos toda nuestra voluntad para que de ella hiciese Dios lo que fuese servido. O que, siendo nosotros vasos pesados y cargados de negocios, anduvimos poco. De este jaez fueron aquellos dos discípulos de Cristo que topó en el camino de Emaús 16, a quien preguntándoles Cristo cuáles eran sus pláticas y conversaciones q, porque iban tristes, respondieron que esperaban que Jesús Nazareno habíe de resucitar dentro de tres días y ya estaban en el tercero y no habíe resucitado, aunque les habíen dado un sobresalto. ¡Válame Dios, que aun la palabra de Dios y su término aún no estaba cumplido, y ya desconfían y vuelven las espaldas a tantas cosas como les obligaban r a esperar! ¡Oh qué bajeza de condición la del hombre, que le cercarán millares de cosas que le obliguen a la perseverancia y a ir adelante y, tiniéndole Dios prometido su favor y paga al fin de la jornada, sólo porque se cansó porque no fue cuando él pensó o cuando él midió el tiempo por su corto juicio, se echa con la carga, etc., y se vuelve atrás!
13. San Crisóstomo dice que los hijos que siempre están al lado de su padre sin salir de casa, ésos son los más amados y los que son herederos de lo principal de su hacienda, pero los hijos que entran y salen con cualquier cosa los contentan. Y la gallina enpolla los güevos que siempre están debajo de ella y las aves aburren el hijuelo que lo han manoseado. Según esto, para ser más [44r] queridos y amados de Dios, siempre hemos de procurar perseverar en presencia de Dios, y no consentir que nos saque el demonio con cualquier tentación de debajo de sus alas, donde tomamos calor y somos fomentados para engendrar y producir buenos pensamientos. Porque, de otra manera, si nos dejamos manosear del mundo y tratar de la carne, después de ser hijos de Dios por la gracia, cierto es seremos desechados y aburridos de Dios.
14. Ad lectorem s. Aunque es verdad que en estas pláticas y exhortaciones después de ellas se deciende t a cosas particulares y se toman y reprehenden las culpas, por livianas que sean, aplicándoles la doctrina que se ha dicho, pero nada de eso se escribe aquí, porque el que de estas exhortaciones se aprovechare le será eso fácil, según el religioso que hallare haber faltado en cualquiera de las cosas a que tiene obligación.