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San Juan Bautista de la Concepción Obras IV – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
Trata de algunas causas por qué en la virtud enpezada muchos hallan dificultades para no pasar adelante, habiendo de hallarse cada día más fáciles, y de otras muchas razones que nos obligan a perseverar
1. Es el hombre tan mudable en todas sus cosas y tan amigo de novedades que, al segundo día que trata o hace una cosa, ya le parece vieja, de suerte que, para que no le dé en rostro, es necesario guisársela con mill sainetes y diferencias de potajes. Todo por no atender, como en otra exhortación hemos dicho 1, a lo principal de la cosa y de nuestro provecho, sino al gustillo de nuestro paladar, de quien somos llevados como otra Eva de la hermosura de una manzana, sin reparar de cuán poca inportancia le era comer o no comer una manzana quien era señora de tantas diferencias de fructos. Y aun Adán parece se dejó llevar de cosas menos, pues el no perseverar en el bien a y quebrantar el precepto de Dios no fue el propio gusto que él esperaba de la comida vedada, sino dárselo a su mujer y no entristecerla 2. Que todo este mal para con el hombre tienen las cosas que se ven con los ojos del cuerpo, se tocan y se palpan con las manos b, que, ciegos, adentro en el alma no reparan en los grandes daños que con cosas tan livianas se acarrean.
2. Exemplo de estas verdades tenemos en los hebreos, a quien trai Dios por los desiertos con mill mejoros de los que tenían en Egipto. Y, con todo eso, mill veces murmuraban de Moisés porque los había sacado, sólo por acordarse del gustillo que tenían en sus ollas podridas 3, cebollas y pepinos 4. Y dándoles Dios el suavísimo maná, le dicen a Moisés: Iam anima nostra nauseat super isto cibo levissimo 5. Liviano llaman al manjar que c sabe a todos sabores 6, en quien cada uno hallaba el sabor de su paladar. Y ponían sus gustos en unas codornices y carnes que apenas las habíen mascado cuando bajó la ira [44v] de Dios sobre ellos 7. Que eso merece el que se cansa de andar al gusto de Dios y el que le dan en rostro las cosas del cielo por hacérselas Dios comunes y ordinarias y alargarles el fin de las cosas que pretenden.
3. Bien veo yo, mis hermanos, que las cosas de Dios, si se tratan como deben, jamás darán en rostro. Antes el sernos comunes y ordinarias trai consigo el ser más amadas y queridas. Que es la diferencia que tienen de las cosas del mundo: que éstas dende afuera se hacen amar y tratándolas se hacen aborrecer, porque son como la azucena, que dende afuera es agradable y tocándola da mal olor; pero al contrario las cosas de Dios, que dende afuera son desabridas y palpándolas son gustosas. Como de sí confiesa la esposa, que, siendo negra por de fuera, era hermosa adentro 8, causa por qué d su esposo la amó y la entró en su aposento, al trato secreto que se tiene con las personas que así se aman.
4. Pues ¿qué sea la causa por qué a muchas personas el trato común en las cosas de virtud les causa enfado, y la dilatación de los fines en las cosas que pretenden les es de tanto disgusto que retroceden y dejan lo comenzado? Digo que este disgusto y sinsabor les viene en quedarse en lo de afuera; y no consideran el bien que está encerrado en lo de adentro. Doctrina es muy común y cada día muy sabido lo que Cristo predicó en el monte, puniendo en la hambre hartura, en la pobreza el reino de los cielos. ¿Quién se ha de hartar de ser pobre y de padecer por Cristo si tales bienes tienen en sí encerrados los trabajos que en la tierra se padecen por su amor? Pero quien sólo es pobre por no poder más y el que padece hambre por no tener qué comer, llano es que se ha de hartar y cansar e, como el que sigue la virtud no por ser virtuoso sino porque le es fuerza cumplir con el mundo y otros humanos respectos.
5. Los cuales me parece son como los ganapanes del mundo, los cuales, como van cargados de peso ajeno, si es lejos la posada o mesón donde llevan la carga, la arrojan en el suelo, no estimando lo que llevan más de en el medio real que les han de dar por su carga. Yo no me espancto que muchos de los que hay en la casa de Dios arrojen el peso que al principio lo pusieron con algún gusto sobre sus hombros, porque, no habiéndose hecho señores de esa hacienda ni tomándola a sus cuestas como cosas propias, sólo sintieron el peso y carga que traían consigo y, viendo que se les alargan los ayunos y disciplinas por premio tan corto como ellos interesaron cuando enpezaron a abrazar las cosas de virtud, las arrojan y dan con ellas en el suelo. Desprecian las penitencias y mortificaciones estos tales de las religiones, murmuran de tal carga. La cual, si fuese propia, no se afrentarían de padecer mortificación y trabajos, por los premios que Dios tiene [45r] prometidos a las tales cosas.
6. Digo, lo segundo, que la causa de no gustar estas cosas de virtud —que tanto nos inporta perseverar en ellas— es por el poco rendimiento interior que hallan en nosotros, que es donde ellas echan raíces, quedándose con poco jugo, como aquella parte de trigo que cayó sobre las piedras, que, por no tener humor, se secó presto 9. Es certísimo, si un hombre se dispusiese como debe en los principios de suerte que en la virtud hallase buena acogida, no se marchitaría en él hasta que en la cosecha diese el ciento por uno 10.
7. Tanbién vemos que el gusto hecho a cosas contrarias no apetece lo que le dan. Y si un religioso no ha mortificado el gusto que tenía hecho a las cosas del siglo, al amor de los padres y afición de los parientes y amigos, ¿cómo ha de gustar de la soledad, de la compañía de sus hermanos y pobreza de su orden? ¡Oh sancto Dios, y qué fácil es de ver y conocer los que ansían f perseverar en la virtud! No hay sino mirar al que se saborea tratando del siglo y de las cosas de afuera, ya de la hacienda de sus padres, ya de la nobleza de sus antepasados y de otras cosas semejantes. Y a este tal pronostíquenle luego el trocar y vomitar las cosas de la religión; y si dijeren que las aman, mienten, que no es posible amar y querer dos cosas contrarias. Sino que disimulan en las cosas de acá adentro, como el mal enfermo desganado que hace que masca la comida y, a vueltas de cabeza del enfermero, la arroja detrás de la cama. Estos tales que así gustan de los manjares pasados de la vida primera, es cierto mascujan las cosas de la religión y, para engañar los prelados, hacen que dan vuelta al bocado en la boca, digo que muestran abrazar y desmigajar las cosas de virtud, siendo la verdad que a vuelta de cabeza lo arrojan y pisan todo.
8. No es mala razón, para que el enfermo persevere en tomar las medicinas, el saber que es buen médico el que las ordena y el estimar la salud que de ellas se ha de seguir. ¡Oh, mis hermanos, si supiésemos el valor de la gracia y amistad de Dios, cuánto gustaríamos de perseverar en los trabajos comenzados, y más sabiendo que es Cristo el que nos los ha ordenado, sabiduría del Padre 11 que no puede errar ni mentir porque es la propia verdad 12!
9. Tanbién es de mucha consideración los ruegos del enfermero, sus caricias y nuevos avisos de lo que le inporta al enfermo animarse. Bien veo debe hacer esto el prelado y cualquiera que tiene a su cargo cualesquier religiosos, y que seríe grande falta en estas tales personas ser despegadas, desabridas y mal acondicionadas. Debe el prelado facilitar [45v] las cosas de penitencia, rogar y acariciar las personas con quien trata, porque no hay enfermo que dé tantas arcadas a una purga como nuestra carne las da a la cruz de Cristo cuando la ve.
10. Pienso que una de las cosas más fuertes para perseverar en la virtud es persuadirnos del todo que Dios, que nos dilata lo que pretendemos y quiere más y más penitencias, no es por negárnoslo, que bien desea Su Majestad vernos bien aprovechados, perfectos y premiados, sino que sabe Su Majestad que, dilatándonos la cosa, más la hemos de desear y disponernos mejor para ella y hacernos más dignos. No es lo principal que en nosotros Dios pretende vernos penados, sino más premiados; no vernos afligidos en la dilatación de nuestras g penitencias, sino ver el gusto y gana con que en ellas lo buscamos. Pregunto yo: si con sumo gusto un hombre aceptase un h officio de grande trabajo que el rey le encomendaba, no más de por ser mandado del rey, que gustaba y quería emplearle en la tal obra, y en ello se tenía por muy honrado, ¿quién duda que, si por el mismo i camino supiese que el rey quería perseverase en el dicho officio otros dos o tres años, o que perseverase hasta que fuese su voluntad, que no lo tenía olvidado, quién duda que, con el mismo gusto que lo habíe aceptado, con ese propio no j perseverase k, pues no hubo más razón para recebirlo que para continuarlo? Antes hay más razón para lo proseguir que para lo enpezar, que es el no perder lo ganado. Válame Dios, hermanos, ¿qué más razón hay para ser frailes con gusto en los principios, cuando tomamos el hábito y abrazamos las penitencias, que después de cuatro o seis años? Si al principio dejamos el mundo por entender que así fue voluntad de Dios, siendo la propia que perseveremos, ¿qué razón hay para aquello que menos nos obligue que a esto?
11. Yo más razones hallo para perseverar que para enpezar. Una es porque en los principios está la mitad de la obra l, son los más dificultosos. Pues quien ha pasado lo dificultoso, pasado lo medio, ¿por qué no andará y pasará lo fácil y lo menos? Y más, que, puniendo Dios y el hombre en las demás virtudes cuidado y diligencia para el darlas y el recebirlas, siendo la virtud de la perseverancia don gracioso de la mano de Dios, parece que trai consigo un solo querer y voluntad de Dios más cumplido que en las otras virtudes.
12. No es pequeña razón el ver que, después de los principios dificultosos, el alma más se llega a su centro, que es Dios, y así [46r] a él ha de caminar con más fuerza, con mayor gusto y facilidad. Como lo vemos en todas las cosas: que, cuando más se alejan de sus contrarios y se acercan a su asiento y paradero, van con mayor priesa. Mirémoslo en una piedra, cuando enpieza a bajar de una torre, el zumbido que lleva cuando se acerca a la tierra; y el fuego cuando sube; y un ave, cuando de la tierra se levanta, qué pesada sale y, cuando está en el aire, es tan ligera como el mismo aire. No me espanctara yo que un religioso en sus principios fuera pesado, tardo y algo detenido, porque se está cerca del mundo donde fue morador, pero que, ya apartado y subido al estado de perfección, no vuele como un viento, eso me espanta; que se haya alejado del mundo y de la tierra y viva en otra región, y se halle tan pesado que quiera dejar esa vida y volverse a la pasada. Diré que sus alas son de avestruz, que son cortas, y el cuerpo pesado. Diré que todavía, pues tanto pesa, que es tierra que apetece otra tierra y que, habiéndose apartado del mundo, va lleno de mundo; y que lo menos que tiene es de Dios, pues vemos que m quien sale con la suya es el mundo, que lo torna a sí con las obras, pensamientos y afectos.
13. Que una nave se tarde de salir del puerto, vaya, que aguarda tiempo y se rehace de los menesteres para el viaje, pero que, después de salida, en la mar se pare y se detenga por su culpa, no puede ser sino con demasiada de malicia, o el haber tomado poca agua y llevar el suelo muy cerca n. Que un religioso pensase sus primeras determinaciones, que se detuviese algunos años en el siglo, vaya, que aguardó viento recio y vocación eficaz y fuese dispuniendo. Pero que, después de haber salido, se pare, se detenga, ¿qué puede ser sino malicia o tener muy cerca el suelo? Y teme no aterrar, que, si hubiera subido en alta mar y a la culmen de la perfección, donde no faltan vientos del Spíritu Sancto, él volará.
14. De manera que muchas son las razones que nos obligan a la perseverancia en la virtud. Y una de ellas, y muy principal, es ver que quiere Dios perseveremos, por cuyo gusto enpezamos. No me parece que será pequeña razón el ver está Dios presente y tiene puestos los ojos sobre nosotros: Oculi Domini super justos 13. Como el amo que está sobre los peones de su viña para que trabajen bien todo el día y merezcan el jornal. ¿Quién ha de enperezar ni descansar viendo que el dueño de la hacienda que se hace, que es Dios, nos está mirando, contando los pasos y azadonadas para bien pagarlo todo? Et gressus meos dinumerasti 14; et omnes vias meas [46v] previdisti, quia non est sermo in lingua mea 15. Nada hay, pequeño ni grande, en nosotros que no lo tenga Dios muy bien visto; secreto o público, que no lo haya meditado. No hay descuidarnos, porque, si nos parece podemos en nuestras tareas irnos a espacio quia peregre profectus est 16, porque el amo se fue al campo, advierto que fingit se longius ire 17, que se finge apartarse de nosotros, que ahí se queda cerquita de nosotros. Que es como el hombre celoso, que desea saber lo que su mujer hará en su absencia: que se viste de camino y parece quiere correr la posta, y se queda escondido tabique en medio.
15. Y, si no, miremos lo que le sucedió a San Antonio (In vita eius per S. Athanasium, apud Surium, tomo 1) o: que, después de una lucha muy grande con el demonio y largas peleas, que le parecía al sancto, según lo vecxaban y afligían tentaciones, que Dios estaba lejos y él muy desamparado. Y así le dice: Ubi eras, bone Jesu? Ubi eras? Quare a principio non affuisti, ut sanares vulnera mea? ¿Dónde estabas, buen Jesús, dónde has estado? ¿Cómo dende el principio no estuviste a sanar mis llagas, remediar mi flaqueza y animar mi poquedad? Entonces oyó una voz que decía: Antoni, hic eram, sed expectabam videre certamen tuum. Nunc autem, quia dimicando viriliter non cessisti, semper auxiliabor tibi. Antonio, aquí estaba, pero estaba aguardando el fin de tu batalla. Pero ahora, que he visto p que no rendiste las armas al enemigo, antes lo sobrepujaste varonilmente, siempre te socorreré 18.
16. Porque eso gana y merece el varón fiel que supo aprovechar los cinco talentos que le dieron, que le tornen otros cinco 19 y doblen la ración. Y la mujer que después de la prueba sale honrada y fuerte, la vista su esposo y marido de gloria, como hicieron los israelitas a la varonil Judic por haber cortado la cabeza a Holofernes 20. Bien veo yo que para mujer flaca enpezó jornada dificultosa, pero, después de la haber enpezado y ya determinada, obligación tuvo de hacer lo que hizo: no temer las guardas del ejército contrario, verse entre gente enemiga y con hombres que blasfemaban el nombre de su pueblo y, juntamente, fiar de Dios, que le dio el enpezar, que ayudaría hasta el fin. Jornada es dificultosa la de un religioso q, la que hace cuando se determina de dejar el mundo y acometer, no sólo a un enemigo, sino muchos y fuertes, y entrar entre siervos de Dios, que así aborrecen el mundo y sus cosas. Pero, puesto caso que ya se determinó, no ha de temer ni enflaquecer, que cerca está Dios, que en los principios lo llamó para cosas grandes, para que en los fines salga con ellas y coronado de gloria, que es la que promete Dios al que persevera.
17. A este propósito dice Surio, tomo 2, pág. 916, capítulo tercio, de un sacerdote llamado Canon, que tenía por officio baptizar. Sucedióle un día en un baptismo ser conbatido de pensamientos lascivos de unas mujeres que se hallaron presentes. Luchando muchos días con sus pensamientos, viéndose sin mejoría, determinó r de dejar el officio. Y ya que se iba absente, aparecióle s san Juan Baptista y, haciéndole tres [47r] cruces en los lomos t, lo sanó, diciendo: Crede michi, presbyter Canon, volebam te pro hac pugna mercedem donare; sed, quia non vis, ecce abstuli a te hoc bellum, nec ullus mulieris aspectus te amplius turbabit, mercede autem hujus operis carebis. Yo quería —dice el sancto— que por esta lucha se te diera grande paga, pero, pues no quieres más pelear, yo te quito la pelea y de hoy en adelante no te turbará ninguna vista de mujer, pero adviértote que carecerás del premio y paga de esta obra. Según esto, dichoso es el religioso a quien más le dura la lucha y a quien más se le dilata la victoria, pues todas son trazas de Dios para ser más premiados.
18. No hay que cansarnos, hermanos. Perseverar, que, para sacar el slabón fuego del pedernal, no se contenta con dar un solo golpe, sino muchos hasta que prendió u la yesca y hizo lo que quería. Y el que pedía los panes enprestados, de quien habla el evangelio 21, tres veces importunó. Y Moisés muchas veces hirió la piedra para que les diese agua 22. Terrible es esa nuestra carne; menester es herirla una y muchas veces para salir con lo que pretendemos, que es gracia y gloria. Etc.