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San Juan Bautista de la Concepción
Obras IV – S. Juan B. de la C.

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EXHORTACION 31

Dónde se deben acortar las obras exteriores de los religiosos para que no se en exceso y pierda el cuerpo
la salud y las fuerzas

1. Lo que en este capítulo, siendo Dios servido, se ha de tratar, es materia que hemos tocado en muchas ocasiones, y así en ella no seremos largos. Así como a los seglares les hemos puesto cinco de corto, me parece es necesario a muchos religiosos ponerles otro cinco de largo de donde no pasen, porque hemos visto a muchos, por pasar de lo que pueden y deben, perder las fuerzas y la salud y aun quedar tan imposibilitados que no quedan para proseguir el juego en adelante. Como vemos a algunos hombres que, por querer alzar algún peso descompasado, se quebraron o, por tirar una piedra a lo largo, se desconcertaron el brazo y hubieron de hacer punto antes que convenía.

2. Las cosas de Dios, cuando el alma con veras a ellas se entriega y enpieza a gustar, déjase llevar de suerte que, dando ella pasos, a nuestro juicio, tan descompasados, el cuerpo no le puede seguir. Deseosa, pues, que en ella no haya nada que atrás se quede, anima al cuerpo lerdo todo cuanto puede a aligerándolo en la comida, dispertándolo y picándolo en la disciplina, continuándolo en las vigilias, de suerte que suele dar con él en tierra, dejárselo atrás y aun muchas veces necesitado por la charidad de regalarlo, entretenerlo y curarlo. Y así es bien, con tiempo y con discreción y prudencia, le curemos estas enfermedades antes que vengan, procurando preservarle de ellas y llevarlo con nosotros a paso que dure.

3. Algunas veces veo yo salir algunos hombres a caza y llevar consigo muchos perros, [103v] los cuales, no tiniendo la flema de su amo que va en alguna bestia lerda b, en saliendo al camino hacen mill carreras, se adelantan y se van y se vienen, de suerte que en el propio camino que anda el amo el perro anda muchas leguas. Lo propio debe hacer un siervo de Dios: que, saliendo a buscar y cazar virtudes y presencia de este gran Dios, no tiniendo el alma y hombre interior la flema del exterior, sea el caso que, yéndose este nuestro cuerpo a espacio según sus fuerzas y natural, el alma corra, se adelante, se vaya y se venga por la oración y contemplación, de suerte que, en el propio camino que el cuerpo anda, el alma haya caminado y andado muchas leguas en servicio de su Dios.

4. Prudencia es muy grande a nadie echarle más carga de la que puede llevar. Ni vale decir que de lo bueno mucho y lo que se hace con gusto no enfada. Buena es la miel y, comida en demasía, hace daño; y con pechugas de capón se puede uno ahitar y venir a ayunar después para sanar; y tanta carga de oro o plata podemos echar sobre una acémila que demos con ella en tierra. Y muchas veces vemos que el demonio, invidioso del tósigo que el justo le da cada día con sus buenas obras, le hace se una hartada de penitencias y obras penales, con que acabe o por lo menos no quede para hombre. Puesto caso que lo principal de la vida spiritual es el ejercicio interior del alma, ahí es donde el hombre ha de soltar las riendas, tiniéndoselas muy de ordinario a la flaqueza de este hombre exterior.

5. El sposo, dice el Spíritu Sancto en los Cantares, hizo a su esposa unas arracadas de oro y plateadas por de fuera 1. Bien se deja entender que, siendo lo principal y el peso de que eran hechas oro y lo de fuera plata, con que estaban bañadas, que lo de menos seríe la plata y lo que allí valía era el oro. Suelen aquí algunos preguntar por qué el oro lo echó allí el sposo adentro y la plata la puso afuera, siendo lo contrario lo que usa el mundo. Aquí se nos ofrece una respuesta y es que, quiriendo el sposo dar a su esposa cosa que valiese, no le habíe de echar el oro por de fuera, que con poca cosa habríe harto, sino adentro, que entraríe mucho. De esa misma suerte, siendo lo que en el hombre vale lo de adentro, en eso ha de haber mucho, y lo de afuera, que c vale poco, ha de ser menos. Y aun lo propio nos dio a entender el Spíritu Sancto en las alabanzas que el sposo dijo de su esposa, que, alabándole el exterior y asemejándolo a cosas exteriores, cuando vino a hacer el aprecio del interior, no halló a qué compararlo y así de ello trató a carga cerrada [104r] diciendo: Absque eo d quod intrinsecus latet 2.

6. El fin que tienen estas obras penales, penitencias y mortificaciones exteriores, demás que, ayudados para ellas con la divina gracia, se merece mucho delante de Dios, pero, demás de muchos sanctos fines que tienen, uno es y muy principal rendir e y sujetar f el cuerpo. Y como quiera que no nos debemos asegurar de él, cuando más rendido, hemos de estar más sobre cuenta y nunca descuidarnos, porque es como el gato, que, después de mucha amistad y compañía, suele dar una manotada y un aruño, con que os echa a perder la stima g. Pero, puesto caso que a este cuerpo lo hemos menester y no podemos vivir sin él, bien es le tomemos el pulso y, según su enfermedad, lo curemos y, según las fuerzas y brío que tuviere, lo tratemos. Y si está rendido, sujeto, domado y sentimos que ya está a nuestro mandado y que con obras ni movimientos no contradice lo que el alma y la razón le manda, dejarlo holgar, que harto trabajo h tiene de andar siempre arrastrado en cosas contra su gusto y natural.

7. El buen amo, cuando ve que el sclavo trabaja y hace lo que le manda, si de su i cosecha tiene el gruñir siempre, no lo enpringa, déjalo. Es imaginación pensar que este nuestro cuerpo no nos haya de gruñir y que en él no hayamos de sentir otra ley que contradiga y repugne a la j ley y fueros interiores 3. Haga él lo que mandamos y queremos, y gruña cuanto quisiere; ruede el carro, lleve la carga y rechine hasta que salten las astillas, que en verdad que para el señor cuerpo ha de ser la peor parte. Puesto caso que su gruñir y rechinar no se le ha de quitar con untarlo regalándolo, con eso se pone peor, ni con la unción del Spíritu 4, ni aun con la disciplina, porque esta inclinación que tiene a contradecir los bienes del alma tiénela de su cosecha y natural después del peccado.

8. Como quiera que la sabiduría de Dios k de todo saca bien, nuestros males ya sucedidos después del l peccado de nuestro primer padre ordenólos a mayor bien nuestro, de suerte que, no habiendo en el mal culpa ni peccado, mejor es tenerlo que estar sin él. Por el peccado se nos hicieron atrevidas nuestras pasiones, desordenóse el hombre interior y exterior en m el hombre. Estos y otros infinitos males trujo tras sí el peccado. Pues quitemos la culpa y el caer en peccado de estos desórdenes y atrevimientos que en nosotros tienen estas pasiones, y veremos cómo nos son de grandíssimo provecho.

9. Como si una provincia se rebelara contra nuestro rey, llano es que, puniendo a una parte la culpa que aquéllos cometieron, era de grande provecho a quien apaciguase el tal motín, ya por el servicio que hacíe a su rey, [104v] ya por la honra y gloria que ganaba y premio que merecía y por los despojos que sacaba de la tal guerra, con muchos sclavos captivos que con cadena a la n cadena o, s y clavo con que le habíen de servir. Lo propio le sucedió a Dios con el hombre, que era y lo habíe Dios hecho y formado como una república bien concertada: que en él se levantaron bandos p y comunidades, haciéndose a una las pasiones, la carne y la sensualidad contra el spíritu y la razón. Cometió Dios la impresa al propio hombre a costa del mismo Dios, que para ello lo habíe de favorecer y dar el caudal de su gracia. Y así el hombre interior quedó siempre en guerra para que, tiniendo siempre victorias, siempre tuviese nuevos premios y despojos con que ser honrado y aprovechado. De suerte que no es de los menores provechos que de estas victorias el hombre tiene q el sacar esclavos que, rendidos con grillo y cadena, le sirvan, que r son sus pasiones refrenadas, su cuerpo y su carne, a quien en buena guerra y por nuestro provecho hemos de rendir y no matar, porque, si mueren, careceremos de sclavos que nos sirvan s.

10. Esto es lo que David dijo: Irascimini et nolite peccare 5; quitad el peccado del desorden que esa pasión de la ira y enojo puede resultar, y dejadla haga su officio, que de gran provecho es en casa, como si dijera. Y así podemos decir en las demás, juntamente con nuestro cuerpo y carne, que lo hemos de mortificar pero no matar; rendir, sujetar, prender y echar prisiones de sclavo, pero no quitarle la vida.

11. Verdad es que, si un hombre, por la mala costumbre de los peccados y vida depravada que ha tenido, viese que para rendir el cuerpo y sus pasiones era necesario ponerlo en peligro de muerte y que se le acortase la vida y de dar con él en tierra, que lo debe hacer. Que ya hemos visto haber sclavos tan malos y depravados en casa de sus amos que los dejan muertos en los castigos, y gustan más de eso que de que les roben la hacienda o les sean traidores. Y también en la guerra al soldado que no rinde la persona y las armas, lo matan y no lo captivan y quieren para sclavo. Lo propio digo yo, la guerra en nosotros, las penitencias y mortificaciones han de ser hasta rendir el cuerpo y la carne, hasta sujetar las pasiones; y si siempre se queda con un mismo brío y bestiales movimientos, con claro y manifiesto peligro de que con ocasión y sin ocasión nos ha de hacer alguna traición, [105r] pegarle hasta que caiga.

12. Las madres suelen, por mucho que aman a sus hijos, echarles algunas maldiciones de que no hacen caso, como es decirles: La pierna quebrada si has de ser travieso; chico hoyo hagas si has de ofender a Dios. Bien desean estas tales madres que a sus hijos no se les quiebre la pierna ni se mueran en tierna edad, pero es tanto lo que aborrecen las travesuras de los muchachos y los peccados y culpas que pueden cometer, que los querrían ver antes muertos. Lo propio digo yo en nuestras penitencias: que, si nuestras pasiones, cuerpo y carne han de hacer alguna travesura y, incitados por ellos, hemos de ofender a Dios, mueran —la pierna quebrada y hagan chico hoyo—, que menos mal es no vivir que mal vivir. Y en esta ocasión puede el religioso cargar la mano sin miedo ni temor de que en sus penitencias haya exceso, que no lo hay en el soldado que mató al enemigo que lo traía a tan mal traer que ya se juzgaba por muerto. Las penitencias y mortificaciones hemos dicho que uno de los fines que tienen es contra nuestra carne, sensualidad y pasiones; y estas penitencias y mortificaciones no se pueden llamar excesivas mientras no salen con lo que pretenden o llegan a lo que desean, porque es llano éstas se han de medir con los atrevimientos y desórdenes que en nosotros hubiere, y no han de cesar mientras nuestra carne y apetito no cesare de querer echar a nuestra alma y espíritu a puertas, sino que duren y han de durar t y salir con las suyas.

13. Otra cosa es, como queda dicho, en el religioso que ya con sus continuos ejercicios y penitencias tiene su carne y cuerpo hecho un retablo de duelos y un tasajo salado o bacallao curado al sol, que ni vive ni aun tiene humor para que en él caigan gusanos de movimientos torcidos que den pena. A este tal, porque no se pierda la mala costumbre y ejercicios sanctos, bien es pasen adelante algunas disciplinas algo contadas, algunos cilicios y ayunos, que los buenos soldados, para no perder su destreza, aunque no haya guerra, suelen salir a dar un paseo en orden de guerra; y el buen cazador, porque no se le olvide el tirar, suele muchas veces tirar u a un v blanco puesto en un terrero. Sea nuestro cuerpo blanco y terrero, vivo y muerto: cuando vivo para mortificarlo y cuando muerto para ejercitarnos.

14. Pero adviértase que en esta ocasión los rigores no han de ser como los primeros y cuando w estaba el cuerpo vivo, que eso ya fuera a moro [105v] muerto gran lanzada; ya fuera más morirnos del todo, dando punto al merecer, que no alargar la hebra de nuestra vida para que la tela de la gloria que hemos de vestir sea mayor. Siempre hemos de traer en la memoria que es más y vale más un grado de gloria más, que corresponde a un grado de gracia que acá se adquirió, más que cuantas penas y trabajos se pueden padecer en el mundo de aquí a la fin de él. Y así hemos de procurar con nuestro cuerpo hacer lo que sus dueños con el gato de algalía, que, para que aquel licor que tanto vale, por una parte lo regalan y dan de comer y, por otra, lo azotan. Y aunque es verdad que lo azotan y afligen para que sude el algalía, pero no para que muera, que eso ya fuera perder el provecho que de él se tenía. Es certíssimo que esta nuestra vida natural y el ejercicio de nuestros sentidos exteriores, afligidos y entristecidos según Dios, como san Pablo dice 6, dan celestiales fructos, los cuales se acabarían el día que se pusiese la hacha x a la raíz del árbor para lo cortar. Lo cual no hace el discreto hortelano con el árbor que está sano y lleva buena fructa para su amo. Procura él chapodarlo, limpiarlo, llegarle o apartarle la tierra para que cargue más fructo. Eso propio debe hacer el religioso con su cuerpo, cuando lo ve bien concertado y que da fructos dignos de penitencia 7, que jamás se ha de cansar pareciéndole ya ha veinte o treita años que da fructo, sino conservarlo, guardarlo, vestirlo o desnudarlo, según el tiempo o lo que tuviere necesidad, para que continúe lo que tiene obligación, y dejarlo, que así agrada a Dios.

15. Pregunto yo, si un relox anduviese bien concertado y diese las horas cuando debe y a su tiempo, no seríe bien ir al oficial y decirle: límame estas ruedas, desbaratadme este relox, que lo quiero limpiar. Eso era gastarlo y aun ponerlo en peligro de que después, por menoscabo de la salud o de las fuerzas, no acudiese a la oración y ejercicios que solía. Refrenemos el cuerpo, castiguémoslo y, en acudiendo a lo que debe, dejémoslo descansar. No queramos limarlo tanto que nos menoscabe vida que tanto vale para servir a Dios.

16. Confieso que hay algunos religiosos, como otras muchas veces he dicho, que todo lo quieren llevar a fuego y sangre. Y viven con una ignorancia muy grande, que, sintiendo dentro de sí una [106r] repugnancia interior, acuden a ella con tantas y disciplinas y mortificaciones desordenadas, como yo he visto, que más son palos de bestia que castigo de carne racional. Piensan que por sus muchos azotes ha de faltar aquella raíz y el fomes peccati que siempre vive aun en los muy sanctos. Paréceme éste al que lavase un ladrillo muchas veces porque tenía tierra; fuera muy grande bobería pensar que, por su mucho lavar, habíe de dejar de ser tierra. Mis hermanos, quitemos con penitencias las manchas y limpiemos nuestras conciencias, y dejemos el cuerpo, que siempre ha de ser ladrillo y, después de más y más lavado, más y más azotado, ha de ser cuerpo, con quien hemos de tener pleitos. Enemigos eran z los Jebuseos y los [hijos de Judá]; [los] dejó Dios pegados a la tierra de promisión para que los ejercitasen en la guerra y fuesen causa de que hubiese buenos soldados en el pueblo de Dios 8. Aunque mal vecino nuestro cuerpo, provecho nos hace, bien nos ejercita, terrero a y blanco nos es, no acabemos con él, dejémoslo, que provecho trai a la república interior.

17. Lo que denantes decíamos, que no todo se ha de llevar a fuego y sangre, es certíssimo es victoria muy gloriosa la que se hace por vía de concierto sin muerte de soldados ni gastos del reino. Que parece es falta de hombres y buenos terceros, prudentes y discretos que avengan las partes, sin llegar cada día por quítame allá esa paja, como dicen, a romper las armas y quebrar las spadas. Digo que es falta de oración y consideración, por cualquier sentimiento que tengamos, tomar la disciplina en las manos y salar las carnes, quebrar cadenas y romper nuestro cuerpo. En tal ocasión, acudir a Dios, al sacramento y comunión, y que la oración y buenas consideraciones entren de por medio haciendo amistades, sujetando el cuerpo y rindiendo la carne a lo que mandare la razón.

18. Por esto se tuvo por tan gloriosa la fábrica del templo de Salamón, porque en ella no se oía martillo ni herramienta, viniendo las piedras labradas de fuera 9. Y por eso tengo yo la vida y perfección de los b inocentes por tan gloriosa, porque, habiendo [106v] enpezado de tan tierna edad a rendir sus corpecillos, ya cuando grandes fabrican un templo suntuoso en sus almas sin tanto ruido de penitencias y mortificaciones, trocando esa parte en otra más perfecta, que es altíssima oración y contemplación. Lo cual, siendo Dios servido, se declarará más en la exhortación que viene.




asigue qu tach.



bsigue p tach.



1Cf. Cant 1,10.



csigue a de ser poco tach.



dsigue qd in tach.



2Cant 4,3.



ecorr. de rendirnos



fcorr. de sujetarnos



gsobre lín., en lín. la mano tach.



hsigue de tach.



isobre lín.



jsigue se tach.



3Cf. Rom 7,23.



4Reminiscencia de 1 Jn 2,27.



k de Dios tach.



lsigue primer tach.



mrep.



ncorr. de al



osobre lín., en lín. pié tach.



pms. bando



qsobre lín., en lín. saca tach.



rsigue estas sus tach.



ssigue que tach.



5Sal 4,5.



tcorr. de dudar



ucorr. de tirara



vsigue p tach.



wsigue vivo tach.



6Cf. 2 Cor 7,9-11.



xms. haca



7Evocación de Lc 3,8: «Facite ergo fructus dignos poenitentiae...».



yms. contas



zal marg. vide



8Cf. Jos 15,61.



ams. terro



9Cf. 1 Re 7,9-12, en referencia al palacio de Salomón.



bsigue ino tach.






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