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San Juan Bautista de la Concepción Obras IV – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
Prosíguese la materia de la exhortación pasada y se declara cuánto gusta Dios de unos enfermos en quien Su Majestad coge el fructo de sus penitencias a
1. Yo no trato de estos enfermos ni de estas enfermedades que hemos dicho en la exhortación pasada b, sino de otros que, conociendo su flaqueza, quisieron dar de cabeza por sólo su gusto en querer ser singulares con algo más de penitencias que los demás de sus hermanos. Unos religiosos que, aun no sabiendo [115v] andar, quisieron correr y, no tiniendo aún pluma, quisieron volar. Muchas veces he dicho que estas dos vidas, activa y de trabajos y penitencias, contemplativa y de oración y recogimiento con Dios, son como dos alas con que se transmonta un alma y sube a la perfección que desea. Ahora digo yo, si la una fuese mayor que la otra, no se podría volar bien. Es fuerza que sean parejas, y los pies iguales para no cojear. Digo, pues, que no le estaríe bien a un religioso hacer mucho de penitencias y tener poco de amor de Dios, poco de recogimiento, oración y contemplación y mucho de obras penales, porque la almohadilla sobre que carga la cruz y el peso es la blandura del amor de Dios interior. Es la melena sobre que se pone el yugo; es el pilón de la romana que hace el contrapeso para con facilidad levantar las penitencias y mortificaciones; y es el centro donde lo más pesado no pesa.
2. Pero, en sacando de ahí nuestras penitencias, son, como tengo dicho, purga desnuda que hasta el olor amarga y da fastidio. Son como las piedras al hombre, que muelen a quien las lleva y desean c bajarse a los pies. Son espinas sin rosas, que sólo sirven de deslanar a quien se les llega. Son penitencias en quien el religioso para para no pasar adelante. Y es carrera en quien, por no llegar al puesto, no ganó la joya. No basta correr, mis hermanos, sino correr bien. El mundo no da por buena carrera aquella en que al jinete se le cai el sombrero, se le quiebran las riendas y, por picar más la espuela, dio con él el caballo abajo. Es este nuestro cuerpo caballo en que corre nuestra alma en el cumplimiento de los mandamientos de Dios, según aquello que dice David 1: Viam mandatorum tuorum cucurri, cum d dilatasti cor meum. A este nuestro caballo y cuerpo no se le ha de picar de suerte que caiga y dé con el jinete abajo y pare el alma en las cosas que tenía enpezadas, ni sería buena carrera si en ella perdiese la salud, como a quien se le cai el sombrero.
3. Verdad es que sucede muchas veces salir un hombre a dar una lanzada al toro y, por algún descuido, salirle la suerte torcida y caer en tierra, y tomar de ahí ocasión para hacer otras suertes bien acertadas y de mucha honra. Esto propio debe hacer el verdadero siervo de Dios, que, si alguna vez, por descuido y no bien ordenar sus penitencias, cayere en alguna enfermedad, como a quien coge el toro, que no desmaye, sino que eche mano de la paciencia y sufrimiento, de la charidad y paz interior, y con estas virtudes haga otras suertes, que, aunque diferentes, [116r] de mucho e provecho para él y honra y gloria para Dios. Muchas victorias tuvieron los sanctos en la carrera de este mundo, ya escapándose de las manos de los tiranos, ya alanceando la maldad y el peccado con la espada y cuchillo de la palabra de Dios, pero, si alguna vez caían en manos de los tiranos f sin poderse levantar de la tal persecución, trocaban las suertes y jugaban al trocado, volviendo los ojos a Dios y rogando por sus enemigos como un Esteban 2, diciendo mill requiebros a la cruz como un Andrés, abrasando corazones como una Caterina.
4. Yo he visto, mis hermanos, algunas personas enfermas, háyase sido la causa errada o acertada, que, puestas en una cama, parecen pedazos de hierro encendido puestos sobre ayunque que, a la priesa de las martilladas, están echando centellas de palabras que abrasan corazones. Y allí puestas, estas tales personas son como otro Jonás vomitado de la ballena, asombrando un mundo entero con su doctrina y predicación 3. Son como otro Baptista que, si en la cárcel y con cadenas, para poder visitar a Cristo y hospitales dende allí, se aprovecha de los pies de sus discípulos para que busquen a Cristo y le lleven recados 4. ¡Oh dichosos enfermos y dichosas almas!, que, si impedidas con las enfermedades y aprisionados con los dolores, buscan pies enprestados para hacer las impresas que hicieran en salud y, a más no poder, allá dentro se las han con Cristo, su esposo verdadero. Que, como no es el casamiento que con él hace como los del mundo ni Cristo ha menester esposa para que corra y cace vanidad por las calles, no la desprecia ni desestima en la cama donde está enferma, antes se regocija porque así la tiene a pie quedo para entrar y cenar con ella 5 y que goce de los amorosos requiebros que se dan en la paz y sosiego interior.
5. Lo cual parece nos confirman unas palabras de la esposa en los Cantares, ora sea por quererse pagar en la propia moneda de lo que vamos diciendo, ora sea porque así más le importaba por otras razones secretas que tendría. Hale dicho a su esposo en el capítulo 2, n.8, que es ligero como el gamo y como el cervatillo saltador de la cabra montés y que sus idas y venidas son ligeríssimas, pues venit saliens in montibus, transiliens colles. Pues, deseando tenerle de suerte que en paz y quietud le goce y no se le vaya con tanta presteza y ligereza, le dice en el capítulo octavo, n.1: Quis michi det te fratrem meum, sugentem [116v] ubera matris meae, ut inveniam te foris, et deosculer te, et iam nemo me despiciat? Apprehendam te, et ducam in domum matris meae. Ibi me docebis, et dabo g tibi poculum ex vino condito et mustum malorum granatorum meorum, etc. Muchas veces he declarado este lugar a diferentes propósitos. No es obscuro lo que ahora diremos de él a nuestro propósito. ¿Quién te me diese, esposo mío, mi hermano a los pechos de mi madre, de suerte que te halle yo acá fuera, te bese y nadie me desprecie? Cogerte he y daré contigo en casa de mi madre y ahí te daré, Señor, vino aromático y zumo de granadas. Vamos diciendo, hemos dicho cuánto agrada un alma sufrida en las enfermedades a su Dios, que gusta tenerla a su mandado, cenar con ella y tratar de spacio las cosas de su remedio. Pues dice la esposa: Esposo mío, yo también querría pagarme en la propia moneda; y atento que, en cuanto Dios, sois un cervatico ligero y una cabra veloz, que por esos cielos corréis sobre alas de cherubines, deseo, Señor, veros vestido de nuestra mortalidad y hecho niño chiquito a los pechos de mi madre y que yo os halle acá fuera. Que fue decir: Querría, Señor, veros enfermo, que h enfermedad es ser hombre y niño chiquito, pues vemos que con esta vestidura el fuerte se hizo flaco, el poderoso necesitado, etc. Y ¡qué mayor cama que los pechos de la madre para un niño! Y ¡qué calenturas que sirvan de trabas mejor que los pañales que fajan al niño! Así os querría yo, Señor, para teneros a mi mandado. Que eso quiere decir quis michi det te fratrem meum, para lo que yo quisiere hacer de vos. Et apprehendam te, y os coja, porque de esotra manera corréis mucho. Es necesario que enferméis para que yo os alcance. Y esta enfermedad sea acá fuera, sea en este mundo que tiene caminos fragosos y cuestas arriba, donde sentaréis el paso y os iréis a espacio de suerte que una doncella os alcance. Porque, cuando vos, Señor, corréis mucho, esme a mí fuerza buscaros y dar pasos descompasados y dar vuelta por las calles, donde, como me sucedió, me toparon las guardas y despojaron, donde fue fuerza quedara algo deshonrada. Pero, si yo os hallo con las condiciones que pido, nadie me deshonrará: ut nemo me despiciat. Que fue decir: Si yo, Señor, os hallo acostado en la cama de los trabajos y con las enfermedades de hombre que no dicen inperfección, podré gozaros en paz y en quietud. Llevaros he a casa de mi madre, donde, [117r] como a enfermo, os podré hacer algunos servicios, como son daros vino aromático y zumo de mis granados i. Ahí es, Señor, donde habrá espacio para besaros y abrazaros.
6. Y en señal de que la esposa andaba acertada j en esta petición, dice luego el esposo: Adiuro vos, filiae Jerusalem, ne suscitetis neque evigilare faciatis dilectam 6. ¡Oh, qué lindo éxtasi y arrobo k el que mi sposa tiene cuando tales peticiones hace! No la dispertéis, pase adelante, que bien me agradan tales deseos. Duerma mucho de norabuena, que, para darme yo como ella me pide, hermano y niño y a los pechos de su madre y bebiendo vino aromático, no habrá menester correr mucho con los pies del cuerpo. Duerma, que basta que vele el alma. Enferme el cuerpo, que trato es el que se ha de hacer de la esposa enferma y el esposo niño, de espíritus juntando el uno con el otro. Y así fue y lo vido luego cumplido la esposa, pues al instante dijeron sus compañeras: Quae est ista quae ascendit de deserto, deliciis affluens, innixa super dilectum suum? 7 ¿Quién es esta alma, dicen las que miran, tan rica de deseos y pensamientos l en tierra tan despoblada y recostada sobre su esposo?
7. Bien se infiere de aquí, mis hermanos, que si los deseos de la esposa fueron buenos deseando ver a su esposo a pie quedo vestido de nuestra humanidad, sujeta a tantas miserias y trabajos, sólo por hacerle algunos servicios en tal ocasión y gozarlo más de espacio y que no se le fuese, que serán también muy acertados los deseos de Dios: vernos muchas veces enfermos y en una cama, porque allí mejor estemos a su mandado; y que, como almas a quien él de veras ama, se ofrezcan allí nuevas ocasiones de darnos vino de su bodega y charidad de sus entrañas, zumo de granadas de sus güertas y sangre de sus venas, que eso significa la granada. Allí gustará tenernos, porque sabe muchas veces fuera de allí somos ciervos y gamos y que saltamos y huimos lo riguroso y áspero de las penitencias. Y en fin, en fin, puestos en una cama, donde representamos a un niño chiquito, danos beso y abrazo de paz. La cual nos la dé Su Majestad para que con veras lo sirvamos y amemos así en las penitencias y mortificaciones bien ordenadas como en las enfermedades justamente padecidas. Etc.
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