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San Juan Bautista de la Concepción Obras IV – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
Cuánto inporta aprovecharnos bien de los
gustos y consuelos spirituales para que duren. Y cómo el faltar es porque así
conviene a nuestra disposición, que Dios de su parte
siempre está aparejado a darnos grandes consuelos
1. Mucho obligará a Dios, para no nos olvidar como a flacos en darnos estos divinos consuelos, el aprovecharnos de ellos según el fin que Dios pretende. Llano es que, si a un enfermo doliente le diesen una poca de salsa para que comiese la gallina, que es la que le ha de entrar en provecho y poner sustancia, y él no comiendo la gallina sólo se comiese la salsa con un pedazo de pan, que se la quitarían de delante y no se la tornaran a poner, porque para solo aquel fin se la daban. Lo propio es cuando al enfermo le dan una purga, que toma un bocado de membrillo o una aceituna a para componer el stómago y para que no la torne con las arcadas que el olor y sabor desabrido causa en ella; que, si no tomase la purga, yerro fuera darle al enfermo membrillo ni aceitunas. De gran consideración es que el siervo de Dios conozca el fin que tiene Dios en entretenerlo y festejarlo con consuelos spirituales y gustos sobrenaturales, y cómo ésos siempre van enderezados a otro mayor fin que el que en sí tienen encerrados.
2. El gusto de la perdiz y de los otros manjares no es para que sólo gustemos de ella y nos paladeemos con ese manjar, sino para que, comiendo esas cosas, sustentemos esta nuestra vida con ella, porque, como el comer es cosa de suyo tan asquerosa, proveyó Dios de ese gusto en ellas b cuando las come. De esa misma suerte es cosa tan desabrida a la carne y a este nuestro hombre sufrir y llevar una cruz pesada, un camino y soledad tan triste y desabrido como el que los justos llevan por este mundo, que, para que no vomiten y truequen la vida, sabe Dios muy bien pegar y ingerir con las propias cosas en que nos ejercitamos un gusto y consuelo spiritual; que, si el hombre estuviese con aquel gusto obrando, jamás se cansaría. Pero hase de advertir que, así como no es lícito comer sólo por el gusto, de esa misma suerte no es lícito obrar por la golosina y gusto que siente le ha de dar Dios, sino porque es voluntad de Dios que obre y con las tales obras conserve la vida espiritual. Lo cual [217v] es bien fácil de conocer para remediarlo un alma que desea agradar a Dios, sólo por quien es Su Majestad, mirando cuál es el fin último que en las tales obras tiene y si el gusto y consuelo va enderezado a obrar más o a detenernos en las tales obras hasta que las hayamos desfructado y quitádoles c el jugo que tiene y que trai consigo.
3. No es dificultoso saber si el otro la uva que tiene y vendimia de su viña si la quiere para vino o para pasas. Si la pisa y le saca el jugo y arroja el orujo que de ella queda, es señal que la quiere para vino, pero si la entra en lejía, cuelga al sol donde madure y se enjugue, es señal que la quiere para pasas. De esa misma suerte con facilidad conocerá un hombre el fin que tiene en las obras spirituales. Si la estima que de ellas hace es sólo por desfructarlas y sacarles el jugo, como hemos dicho, quedándose con solo el gusto y arrojando y despreciando las tales cosas, pasado ese consuelo interior, es señal que sólo las quiere para vino y para el gusto, como el que, habiéndose saboreado con el bocado, lo echase de la boca. Pero si los trabajos, cruz y ejercicios sanctos los abrazase de suerte que todos enteros, el cubo y la corteza, los tragase y se aprovechase de ellos, por enjutos que viniesen, bien se echa de ver que ése quería la uva para pasas y las obras para solo ejercitarse en ellas.
4. Y puesto caso que el gusto que el cuerpo toma en las cosas materiales lo recibe de la cosa según la tal o tal disposición que la persona tiene y que, no estando siempre de una manera, ha de tener un propio gusto y que le es fuerza, para conservar la vida, animarse a comer con gusto y sin gusto, de esta propia suerte ha de entender un siervo de Dios que, cuando en las obras que hace y ejercicios que tiene no recibe el gusto y consuelo que otras veces, que eso no le proviene de que Dios se lo haya quitado, sino de su diferente disposición spiritual que en la tal ocasión tiene su alma; y que, puesto caso que esos ejercicios son los que la conservan en la tal vida espiritual, no porque le falte el gustillo de otras veces le han de dar en rostro las tales obras, sino que se ha de animar como el enfermo, aunque sea a regañadientes, a mascar sin gusto y a obrar sin consuelo, que a su tiempo, quitado el inconveniente que hay de nuestra parte, sabrá Dios tornárnoslo a dar muy copioso, como sucede al convaleciente después de bien purgado.
5. Y aunque es verdad que he dicho que la falta de la continuidad en estos gustos spirituales está de nuestra parte, por no tener la disposición que debemos, no siempre hemos de andar buscando y escudriñando en nosotros estas causas, sino dejarlo a Dios, que, como amorosa madre, sabe el cómo y cuándo ha de dar el pecho a su hijuelo. Y querer saber por qué ahora tarda y lo deja llorar revolcándose por el suelo y después, en toda la noche, [218r] no se lo quita del lado dándole leche y más leche, sería nunca acabar. Sólo debemos entender que madre que ama tanto a su hijo no lo dejará padecer sin causa y mayor bien suyo.
6. De donde saco yo que, si hay tiempo y tiempos en que la madre se descuelga a su chiquillo de los brazos y lo deja padecer, que no ha de querer un hombre, que ya se tiene por hombre aprovechado y varón perfecto, estar siempre chupando consuelos y que lo tenga Dios como a criaturica colgado del pecho. Y como racimo de uvas asido a la vid, debajo de hojas frescas al rocío de la noche [y] aire fresco del día, cortarse tiene al tiempo que le pareciere al padre de familias y echarlo en el lagar para que, pisado, dé el mosto y fructo que en sí tiene, o para que, puesto al sol y metido en lejías, como denantes decíamos, quede pasado. Y bien pasado queda el justo cuando, conviniendo así, lo desarrima Dios de estos consuelos spirituales y le da una y otra lejía y lo pasa por mill cernadas de trabajos y tribulaciones, que parece sólo tiene el cielo inclemencias para lo secar y enjugar y sólo viven los hombres para lo strujar y esprimir, pisándolo y dándole de mano en todas cuantas ocasiones hay de gusto y de consuelo. Bueno es d en estas ocasiones pensar que el jugo que tiene ese racimo de uvas y las fuerzas que tiene el justo para padecer en semejantes tiempos, que se los dio la vid y se los comunicó en el tiempo de la bonanza, y que a eso fue enderezado el cultivar aquel padre de familias su viña, ararla y cabarla 1. Que, a no ser buen año de fructo, dejará los racimos en agraz, en la cepa e se secarán y quedarán para los pájaros del cielo. Mill gracias debe dar a Dios un alma cuando siente que Dios la trata con rigor y aspereza, por ver que, pues Dios la lleva por aquel camino, algo debe de haber f puesto Dios en ella, pues a su tiempo acude a coger el fructo y, cuanto fuera peor, dejarla en el pezón, donde recibiendo cada día gustos no fuera de provecho para otra cosa sino para dejarla ahí a los sucesos de los tiempos.
7. Hay una diferencia en el modo que Dios tiene de comunicar sus gustos y consuelos a los pechos de la madre, con quien da leche a su chiquillo g, y de la vid que a los racimos de uvas comunica su virtud. Que, como es virtud limitada la que tiene la madre y la que tienen los demás árbores, suelen muchas veces, porque no reciban daño ni detrimento las madres —particularmente si son viejas o están enfermas—, quitarles los hijos y ponerlos a pechos ajenos. Y aun lo propio se hace en los árbores, que, si cargan de fructa, o se les cai o se la quitan para que pueda madurar la poca que le queda. Tienen otra cosa, y es que esta virtud todas las cosas de acá abajo no siempre tienen una [218v] propia virtud. La madre, cuando el niño le nace, le provee la naturaleza de leche en los pechos y hace fecunda; y cuando el muchacho es grande y puede comer pan, se le van enjugando los pechos su poco a poco; y h lo propio tienen los árbores, que, en madurando la fructa, recogen su virtud adentro, sin dar a cada cosa más de aquello de que hubo necesidad para llegar a aquel grado de perfección que adquirió dentro de los límites de su propia naturaleza.
8. Muy diferentemente hemos de entender de Dios porque, como su virtud es infinita y no limitada ni le viene de fuera ni está sujeta a nadie, siempre está Su Majestad hecho un abismo y depósito de bienes eternos e infinitos para todos aquellos que los quisieren, sin buscar de parte de Dios tiempo o sazón en que i pedirlos y buscarlos. Esa es la causa por qué dijo por Esaías 46, n.3: Audite me, domus Jacob, et omne residuum domus Israel; qui portamini a meo utero, qui gestamini a mea vulva. Usque ad senectam ego ipse, et usque ad canos ego portabo; ego feci, et ego feram; ego portabo, et salvabo. No seré, dice Dios a su pueblo, como la madre que da el pecho a su chiquillo, que eso lo hace a tiempos y cuando moza, sino como quien tiene de su cosecha bienes eternos, que en cualquier tiempo los puede dar y comunicar. Usque ad senectam et ad canos ego portabo. No me faltará, como si dijéramos, en la vejez la virtud, porque en ella trairé a mis pechos los scogidos; ni seré como los árbores y tierra, que enpiezan a llevar fructo que no lo pueden madurar, porque ego feci, et ego feram; ego portabo, et salvabo; lo que enpezaré lo perficionaré y llevaré hasta el cabo, de suerte que por mí no falte.
9. Tampoco puede faltar por parte de los hombres el tener siempre necesidad de este pecho y virtud, porque, como decíamos denantes, cuando los árbores tienen su fructa madura, recogen a sí la virtud y, cuando la madre su niño criado, se le enjugan los pechos. Y nosotros siempre somos niños y lo debemos de ser para entrar en el reino de los cielos 2. Y por muy criados que estemos y aprovechados, jamás es posible en este mundo llegar a estado y última perfección, sino que siempre tenemos necesidad de más y más virtud. Según esto, siempre le hemos de estar pidiendo a Dios nos tenga asidos y pegados a sí. Y si no fuere comunicándonos sus consuelos y gustos spirituales, porque a nosotros por entonces no nos conviene y no porque en Su Majestad falten, por lo menos que no nos desanpare según sus grandes misericordias y necesidad que en nosotros hay respecto que, mientras en este mundo vivimos, siempre somos [219r] niños y necesitados de tal pecho, de tales brazos y junta divina. Que, de ahí apartados, ¿qué otra cosa se puede aguardar de nosotros sino j secarnos, enflaquecernos y dar en un abismo de miserias?