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San Juan Bautista de la Concepción
Obras IV – S. Juan B. de la C.

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93

[223v]

Jhs. Maria

Otra noche que el portero dijo que se había recibido la limosna ordinaria

Esta mañana, estando, hermanos, diciendo missa, en el verso del introito leí unas palabras que quisiera no fuera en aquella ocasión para dejarme llevar del sentimiento de ellas, porque, a mi parecer, suspendieran y pararan a su consideración al hombre más desacordado. Las palabras y verso fue: Verbo Domini caeli firmati sunt, et spiritu oris eius omnis virtus eorum 1; con la palabra de Dios se firmaron los cielos y con el spíritu de su boca, toda su virtud. Representóseme una rueda de un carro, que corre, rueda y va con grande velocidad, y que topa un canto grande, con que se calza y al instante se detiene y se para y se firma. Parecíanme los cielos, así redondos como son, que con tanta velocidad vuelan, ruedan y dan su vuelta; y que, para detenerlos, para los firmarlos, que no pasasen adelante, cuando Dios quiere, basta arrojarles su palabra. Con ésa, como con una piedra que se le puso a la rueda, se pararon y detuvieron. Más, desde que Dios los crió, los dejó firmes, que no se caigan ni se descompongan, con sola su palabra.

El hombre es comparado a la sfera, a la rueda: a la sphera por su grandeza; a la rueda porque jamás para ni está quieto, siempre corre. Sicut aqua dilabimur 2, dijo la otra mujer; que corremos como el agua. Veloces pedes eorum, etc., currunt ad effundendum sanguinem 3. Son como la rueda [224r] y sphera, porque no tiene principio ni fin. Y assí al hombre jamás le hallaréis principio en sus pensamientos, fin ni cabo en sus obras. Y aun quizá por eso dijo David que: Impii in circuitu ambulant 4; que corren, ruedan sin principio ni fin. Pues ¿qué hace Dios? Viendo que su correr y rodar es más desenfrenado que el de los cielos, ¿qué hace? No se contenta con calzar la rueda con su palabra, detenerla y pararla con sus preceptos y mandamientos, sino que le arroja y echa un canto y una piedra y otra piedra, un beneficio y otro beneficio, una dádiva y otra dádiva, para que ésas detengan y paren en ese camino de la virtud, de que te vas deslizando poco a poco hasta dar en el atolladero de los vicios.

¿Qué diríamos de un hombre que, yendo por un camino, topa en medio un río muy profundo que no se puede vadear y sin puente y que, con todo eso, se determina con mill peligros a desnudarse y a echarse a nado? Diríamos que a este tal hombre le importaba y iba mucho en acabar aquel camino; y que, si no le es de importancia, está loco en su porfía. Viendo Dios la priesa que el hombre lleva tras sus desacordados pensamientos, hácele un valladar para que no pase adelante, como dice por su profeta [Oseas]: Sepiam viam tuam 5; yo cercaré tu camino. Yo atravesaré un río de beneficios, de dádivas, que te detengan; y esta muralla que haré de dones presentes será tan grande que llegue al cielo; y el río será tan hondo de sus misericordias, que éstas no las puedas vadear y aquellos dones no los puedas tapar. Y con todo eso, sea tan grande la porfía, los vueltos y revueltos de este hombre [224v] que no haya cosa que le pare, que le firme y detenga a pensar y considerar sus obligaciones, sino que, no importándole su camino, antes trayéndole y acarreándole muerte y mill peligros, da a de cabeza, como loco, a pasar adelante, a rodar por su camino, a porfiar en su correr y rodar y no parar hasta que consigo en el infierno.

Treta es de guerra, cuando el contrario va desaforado, perdido a derramar la sangre de su contrario, ponerle en el camino por do ha de pasar muchos despojos, riquezas y, si le sienten hambre, ganados, para que allí se pare y detenga mientras el contrario se pone en cobro, fortalece o estotro, enbebecido en sus bienes que gana, da algún lugar a su ira y cólera. ¡Oh buen Dios, y cómo te veo que usas de esta maña con el hombre!: que, viéndolo enojado, desaforado, llevado de sus apetitos a derramar sangre suya —pues a sí primero se hiere que hiere a su hermano— y la de Cristo —pues, en cuanto es de su parte, con el pecado le torna a herir para que la torne a derramar—, pues ¿qué piensan, mis hermanos, que hace este gran Dios con este jaez de gente? Arrójales y pónele en el camino riquezas, ya de bienes temporales ya de spirituales, derrámales su sangre en esas sendas por do ha de pasar; a ver, veamos si, teñido su b pie con sangre de Cristo, se para. Pónenle a su sanctíssimo cuerpo atravesado en una cruz con tantas heridas; a ver, veamos si con eso te paras y detienes siquiera a pensar por qué le quitaron la vida y quién es a quien se la quitaron; a ver si, en el rato de esa consideración, olvidados c tus enojos, pierdes la cólera y te amansas. Y con todo eso, vas tan ciego, tan perdido [225r] y vencido de tu cólera, que nada miras, que nada piensas, nada consideras, adelante vas. Dejemos esto, mis hermanos, que en fin son ciegos, locos y desatinados.

Tratemos de nosotros, que, si no rodamos y corremos tras la maldad, porque ha placido a la misericordia de Dios detenernos y pararnos, traernos a la Religión, cuyos votos y murallas nos sirven de cadenas que nos detengan, pero, en fin, somos hombres y ruedas en lo natural, que, si no tenemos gran cuenta, ya que no corramos tras los vicios, rodaremos tras nuestras tibiezas y cairemos del estado perfecto al imperfecto. Pues para firmarnos, Dios, como firmó sus cielos, y detenernos y pararnos, que esté cada uno en su grado contemplando y pensando lo que más le importa, cada día nos arroja limosnas, beneficios y dádivas, con que nos obliga a detenernos. ¿No veis, cuando el otro perro se quiere ir tras el forastero, con qué cuidado le echa pedazos de pan y de carne y de comer? Lo propio parece que ha hecho Dios con nosotros este domingo 6, que, a trueco de que nuestros sentidos y gustos no se vayan tras el olor de las ollas de los seglares —que al fin es gente forastera—, hoy nuestro amoroso Dios nos ha enviado pedazos de pan y de carne para que, tiniendo el sustento necesario, nos estemos en casa en nuestro recogimiento, clausura, alabando y sirviendo a tan buen Señor.

Dice el otro medio verso: et spiritu oris eius omnis virtus eorum 7. Las virtudes de los cielos dice también que las firma con el spíritu de su boca; como si dijera, tomando la letra en su rigor, con su anhélito, con un [225v] soplo. ¡Oh, bendito sea tal poder de Dios y tal obediencia de las virtudes de los cielos! Consideremos que estas virtudes son los planetas, que uno es húmedo, otro frío, otro caliente, uno guerrero y otro pacífico, uno mata y otro da vida, etc., cada uno es de su calidad y manera, y con un soplo los firma Dios y pone a que se rindan y detengan a su voluntad, haciendo que el planeta que reina, aunque sea seco, le hace que llueva y al que mata, que vida. Y assí los trueca y muda a su querer con el spíritu de su boca, con un soplo, como si fueran veletas de tejados, que, estando puestas a parte que prometen agua, las vuelve a parte que envíen sol; y al planeta que apuntaba muerte, ya le hacen que señale vida, y assí de las demás. Confusión grande del pecador, que, si su natural es planeta colérico, no le pacificarán los soplos y aires bóreas ni septentriones d ni le volverán sus pensamientos, sino que han de descargar a donde su mal natural le apunta. Pues ¿qué, si es carnal y deshonesto? No bastarán tantos soplos y spíritu de la boca de los predicadores. Los soplos que dan a las justicias de que está amancebado, tantos soplos como le dan sus vecinas, tantas amonestaciones de sus confesores no lo trocarán y volverán, sino que del lado que cayó su natural, de ése ha de morir. Mirad a un David, que se le puso en la cabeza la deshonestidad y adulterio de Betsabé, qué de avisos le dio el spíritu de Dios, qué de recuerdos interiores y exteriores, ya de los beneficios recibidos en el alma, ya de las mercedes temporales en el cuerpo, ya que Dios habíe puesto su spíritu en su boca, etc.; no hubo quien le volviese, sino que pasó adelante [226r] hasta cumplir su gusto 8. ¡Ay, hombres, que sois livianos y más que veletas de tejados para correr tras la maldad y para no volver atrás, sois más firmes y pesados que si fuérades de bronce y de plomo!

Digamos que estas virtudes de los cielos son las inteligencias y ángeles que los mueven, y éstas las firmó Dios y puso en un lugar donde, dende que Dios crió los cielos, aplicando su virtud los mueven y hacen caminar sin parar. Mirad lo que hace el spíritu de Dios, que a las virtudes de los cielos las para, y estas virtudes mueven esa grandeza y máquina; y que la inteligencia que assí le mueve no sea ángel, sino el mismo Dios, in quo vivimus, movemur et sumus 9; ¡y que, si te paras en el vicio, no hay quien te mueva; y, si te mueves de la virtud al pecado, no hay quien te pare! e




1Sal 32,6. La primera parte (Verbo Domini caeli firmati sunt) se recitaba en el introito de la misa del domingo segundo después de Pascua.



2Cf. 2 Sam 14,14.



3Sal 13,3.



4Sal 11,9.



5 Os 2,6.



asobre lín.



bms. tu



ccorr.



6Domingo segundo después de Pascua. Cf. nota 1.



7Sal 32,6.



dms. setentriones



8Cf. 2 Sam 11,2-5.



9He 17,28.



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