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San Juan Bautista de la Concepción
Obras IV – S. Juan B. de la C.

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IV

Fuente: Obras completas, II, 740-743.

A FRAY GABRIEL DE LA ASUNCIÓN, SALAMANCA

 

Madrid, 12 de marzo de 1607

Esta carta, transcrita de segunda mano, la incluye el autor al inicio de Asistencia de Dios a la descalcez trinitaria 23. La volvemos a publicar ahora. San Juan Bautista de la Concepción pide a un hermano que la copie, pues en ella se relata un episodio con el que desea demostrar la amorosa asistencia de Dios Trinidad a sus hijos los trinitarios descalzos. Introduce el texto con estas palabras: «Quiero enpezar por unas conversiones misteriosas que Dios hizo en esta nuestra casa de Madrid, que, por no poderme detener a las decir porque pedían mucho tiempo, determino de poner aquí una carta que acerca de ello escribí al hermano fray Gabriel 24 a Salamanca, en que le daba cuenta de ello».

 

Sea siempre con todos [nuestro Dios], dándonos aquello de que tenemos más necesidad para ser muy suyos. Con el correo screbí unos pocos ringlones, porque siempre deseo sepan de nosotros y que gocemos del bien de que gozaba Noé y sus hijos cuando terra erat unius labii 25; y que, habiendo una sola lengua, ésta sea para manifestación de nuestros bienes y consuelo de nuestros males. Pero, como nuestro Dios es tan padre desta particular Religión, como de su mano ha enpezado a correr bienes, cada día van haciendo mayor vertiente y quitando más los inpedimentos aclarando la madre por donde vienen y bajan con mayor ímpetu.

Ha sido de tanta consideración el que ayer, domingo segundo de cuaresma 26, hemos recebido que, aunque me alargue un poquillo contra el poco tiempo que tengo, lo diré. Las mujeres de la casa pública han andado y las han traído por todos los predicadores desta corte. El hermano Juan dio en traerlas a casa este domingo. Hicimos que el hermano fray Francisco se preparase, ayudándole con algo, de lo que no quiere Dios que agora yo predique. Trujeron catorce e. A las ocho de la mañana ya fue necesario cerrar la iglesia, porque no se ahogasen y pereciesen todos, aunque, como por allí se tapó, rompieron la portería y no tuvimos fuerzas para que toda la casa no quedase patente a todo género de gente, hombres y mujeres.

Enpezó su sermón el hermano fray Francisco, y enpezó Dios a descubrir lo que pretendía hacer, puniéndose el Spíritu Santo en su lengua. Hermanos, no es encarecimiento, que cosa semejante para semejante ocasión no la he oído en mi vida, porque él fue sermón de Spíritu Santo. Y sólo diré un punto. Fueles pintando a Cristo galán y enamorado suyo y cómo buscaba mil trazas y mudaba libreas para aficionar las almas. Y el que vistió en f el desierto cota y arnés para vencer al demonio 27, y otro día vestía poder para mandar a los vientos en la mar 28 y sanar los enfermos en la tierra, hoy en el monte Tabor mostraba otro vestido 29, en cuya librea descubría el plus ultra que hasta allí había descubierto, porque, si en esotras libreas había mostrado ser señor de mar y tierra, en ésta mostraba ser señor de la gloria, rico de bienes de acá y de allá, etc. Dijo aquí particulares excelencias de la gloria, visiones y vislumbres que de ella los santos habían tenido, y cómo la quería para los hijos de los hombres; cómo con ella convidaba y dotaba a aquellas almas. Y si con un Dios tan hermoso se querían desposar.

Y, en esto, sacó una corona entretejida de hierbas y flores. Enpezó en el púlpito a pregonarla, si había quien la quisiera. Y, diciendo particulares cosas, levantáronse cuatro, en grande alarido de todo el pueblo y auditorio. Olvidábaseme que luego le pusieron a cada una su corona y se les dio g su palma, y sentáronlas en las gradas del altar, tomando la bendición del sacerdote que decía la misa. Enpezó el predicador a hacer una sclamación, diciendo: ¡Venga todo el mundo a dar el parabién a este buen pastor!, que, subido en el monte Tabor, dando un silbo y voz el Padre eterno que oigan a su Hijo, y el Hijo tirando a las ovejas perdidas el cayado de su gloria, en que sustenten h y fijen sus speranzas, ha hallado cuatro ovejas de las de su rebaño perdidas. Dennos el parabién, Señor, los cielos y la tierra, los ángeles, los hombres. Haya músicas acá y allá, y en todas partes se hagan fiestas y díganse cantares, suenen músicas.

A este tiempo había mucha chirimía en el choro de secreto, aguardando lo que Dios hacía, y sonaron por un rato, mientras el predicador descansó. Y luego tornó a su sermón y enpezó a decir que él determinaba de sacar a Jesucristo de otra librea, pues aquellas que quedaban no se enamoraban de vestido y traje de gloria. Sacó entonces un Cristo, diciendo cosas admirables. Que quisiera screbirles el sermón. Preguntó: —¿Cuántas son las convertidas? Dijéronle en voz alta, que todos lo oyesen: —Cuatro. Respondió: —Pues cinco son las llagas, dame, Señor, otra. Y aquí hizo y dijo cosas, no de fray Francisco i, sino de j un Cristo crucificado, porque me parece un ángel era poco. Enpezó a entonar una letanía, pidiendo a todos dijesen y respondiesen en sus corazones, dende kyrie eleison, etc., Cristo óyenos, Cristo exaudi nos; Padre del cielo, ten misericordia de ellas; Hijo redentor, Dios, perdónalas; Spíritu Santo, Dios, alúmbralas; Santa Trinidad, Dios, recíbelas; santa María, ruega por ellas. Diole tres o cuatro títulos a nuestra Señora y luego fue por todos los coros de los ángeles y santos. El auditorio era un grito y un alarido. Que yo, que sabía el sermón, ayudé con mi parte. No fue posible que se levantase ninguna, porque dicen que una que se iba a levantar, la tiraron y detuvieron las demás. Después de esto acabado, viendo el predicador que así estaban duras, enpezó a dar voces: —¡No queréis gloria, no queréis pasión!, etc.; venga una alma del infierno y dígaos el lugar que allá os está aparejado. En esto sacó una alma que agora se ha pintado a lo nuevo, de las que están en el infierno, vivo retrato de las que allá se queman. Aquí es donde ya la gente perdía pie. Enpezó a hablar con ella: —¡Dime cuyo retrato eres! —De una mujer deshonesta, etc. Aquí dijo, preguntó y respondió muchas cosas de gran sentimiento.

Pedíales que se levantasen. No quisieron. En esto dijo el predicador que oía voces del infierno y que veía muchos demonios y gente que venían a celebrar su entierro. —Oigamos la letanía que os cantan. Enpezó a decir otra letanía en contrario: Cristo, no las oigas k, etc.

Con esto, acabó su sermón sin que se convirtiesen más. Acabóse la missa con sus chirimías. Lleváronlas a una casa, aquí cerca, a comer, donde las regalamos, apartadas las convertidas de las otras. Sobremesa tocó Dios a una, y fueron tantos los alaridos que dio y los gritos de las convertidas, que vinieron por mí: que se hundía aquella casa. Fuimos a ella algunos frailes. Era más para llorar que para hablar. Quise decir yo algunas razones a las que quedaron por convertir. Y, como era inpresa de solo Dios, todo no fue nada. Dije que les quería hacer un presente sobremesa. Mandé que les trujesen l el cristo grande, que será ese que lleva o otro de ese tamaño. Hice que se le pusiesen en las faldas y las dejasen solas, que el cristo las hablaría y que con él se lo hubiesen. Salimos todos y quedaron solas. En un momento, sale una con el cristo arrastrando, abrazada dél, dándole mil besos, dando mil gritos, que, para screbir lo que decía, era necesario muchos pliegos de papel. No le podíamos quitar el cristo para tornarlo a las que quedaban. Y, finalmente, tornámoselo a enviar. Y, en otro momento, sale otra abrazada m con él, haciendo cosas que ahora no lo puedo screbir. De sentimiento, los diputados que allí estaban y alguna gente era tanto lo que lloraban, que nadie sabía qué hacerse ni qué decirse, porque cosa semejante, decían, no habían visto en cuarenta años de diputados.

Convirtiéronse allí, en aquella casa, sobremesa otras cuatro. Sólo quisiera que todo el mundo las entrara a ver. Fue tanto su sentimiento, tantos sus gritos y lágrimas y abrazos que daban a dos o tres cristos que tenían, peleándose por cuál se había de abrazar mejor, que unas se caían amortecidas, otras desmayadas.

Parecióme que sería bien gozase todo el pueblo desta vitoria y vencimiento que había hecho Cristo. Determinamos de llevarlas o tornarlas a casa. Y, aunque ya la calle estaba tan llena de gente que había acudido a los gritos que no nos podíamos valer, pusímosle a cada una una guirnalda de hiedra y flores, y dímosle un ramo de oliva. Y el cristo que yo llevaba le pusimos [a] otra, y una palma. Y salimos, con la dotrina. Ellas iban detrás y hacían otra procesión, que una de ellas llevaba un cristo grande, como yo. Salimos por las calles. Movióse todo Madrid, que con diez o doce alguaciles no nos podíamos valer.

Hizo otra plática breve junto a Santa Cruz, en que dijo cómo Cristo salía a pedir el hallazgo de la oveja perdida y a que conociesen sus victorias. Dijo poco y muy bueno. Cuando veníamos a casa, vino llorando otra mujer moza y de buen talle y gesto y dando gritos: —¡Yo y todo soy mala mujer y me quiero convertir! Y, con ésta, fueron nueve.

Hase de advertir —que me olvidaba— que una de las cuatro que sobremesa se convirtieron, que había sido la más terca y dura y la que en la iglesia en el sermón hacía a las otras que no se levantasen, que fue la que salió con el cristo arrastrando, cuando las dejamos a solas, fue tanto lo que predicó y dijo a las que se iban y volvían a la casa, que le prometo, hermano, que semejante spíritu (sin encarecimiento) yo no lo he visto en mi vida. Hincada de rodillas, daba gritos y voces, con un cristo en las manos, y decía: —¡Tómalo, Catalina mía, bésalo, abrázalo, mira quién es y cuál está! Decíale su Catalina que se levantase. —No me tengo de levantar hasta que le abraces. Y luego n íbase a otra y decía: —¡Compañera mía, vuélvete a Dios y pídele perdón; mira cómo dice que él quiere! A ésta no le podimos quitar el cristo, y es la que lo llevó en la procesión. Ahora le han preguntado los hermanos qué le sucedió cuando la dejamos con las demás a solas con el cristo en las faldas, y dice que le miró una vez y que claramente le dijo: ¡Abrázame! Y que luego no fue más señora de sí o.

Den sus charidades mil gracias a un Dios tan bueno, que con tales señales quiere honrar esta su Religión; y en ella, no sólo obrar maravillas con los de dentro, sino tanbién con los de fuera. Quieren el domingo tornar las que quedaron y buscar más. Y Dios, que ha enpezado y no acabado de remediar tantas almas, spero Su Majestad convertirá las demás para mayor gloria suya.

 

 




23Cf. Obras completas, II, 740-743.



24Fray Gabriel de la Asunción, que será el tercer ministro provincial y el primer ministro general de la descalcez. Las noticias que siguen son confirmadas por dos testigos de vista en los procesos: Basilio del SS. Sacramento (Proc. inform. de Valdepeñas, f.86v) y Ambrosio de Jesús (Proc. inform. de Madrid, en PAT, f.486v).



25Gén 11,1.



2611 de marzo de 1607.



ems. quatorce



fsobre lín.



27Cf. Mt 4,1-10.



28Cf. Mt 8,23-27.



29Cf. Mt 17,2.

 



gcorr. de dios



hcorr. de sustentaren



i no de fray Francisco sobre lín., en lín. que bien fuera decir no que las dijo Fr. Francisco tach.



jsobre lín.



kms. oyas



lms. trujen



mms. abrazado



nsigue d tach.



ocorr.

 






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