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CAPITULOa 9 - Cuánto inporta disponernos para
recebir esta luz, y los provechos que con ella nos vienenb
1. Ea, mis hermanos, los que estos
ringlones leyeren, dispónganse para tanto bien como Dios desea hacernos
dándonos esta soberana participación de su luz. Desembarácense de veras despreciando todo lo que es lodo y arena y
los puede impedir para no caminar con más presteza a alcanzar este bien. Procuren, en la forma
que pudierenc en este mundo aún viviendo, desnudarse de este hombre
terrestre, que tan ciegos y llenos de tierra les tiene los ojos del
entendimiento para que no veand, miren ni gocen de luz que tantos
bienes train consigo. Procuren, cuando así se vean inpedidos y estorbados, con
esa tierra hacer lo que Cristo mandó al ciego cuando le puso lodo en los ojos,
que le dijo que se fuese a los baños de Siloé a lavar1. Lavémonos una y otra vez, como pedía David
a Dios cuando decía: Amplius lava me ab injusticia mea2. Que nadie se
contente con lavarse una vez, sino muchas, pues es llano que la ceguera es
dificultosa de curar; lávese una vez en la confesión, otra vez con lágrima, y
otra y millares de veces pida a Dios lo lave, limpie y desembarace con su
gracia.
2. ¡Oh
Señor mío, y si advirtiesen todos los poderosos y grandes del mundo en qué
consiste el recebir esta luz que enseña los caminos ciertos, derechos y
verdaderos para ti sin errar, y cómo lo procurarían! No es dificultoso de
conocer, si ellos se ponen a considerar un niño de quince o deciséis años en un
rincón de su celda pobrecito, solo, con unos trapos viejos cubiertas sus
carnes, sentado en un rinconcito y suelo de su celdilla leyendo en un
Contemptuse mundi, que le está enseñando no sólo a despreciar lo que ya
ha dejado, sino a sí propio, y a desnudarse de cualesquier afectos. A éste le
hallarán lleno de sentencias, lleno de
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sabiduría,
lleno de luz y claridad con que sabe por dónde ha de ir y caminar; y no sólo
tiene luz para [sí], sino para dar a quien se la pida.
Esta verdad Cristo nos la enseña,
que dice: Confiteor tibi Pater, Domine caeli et terrae, quia abscondisti haec a
sapientibus et prudentibus, et revelasti ea parvulis3. Tu gusto y
agrado es comunicar tu luz, sabiduría y conocimiento a los humildes [19v] y despreciados
del mundo, y esconderlos a los poderosos y sabios de la tierra porque ésos,
como están tan cargados de lodo y arena, ni pueden caminar ni ver lo que Dios
siempre está dispuesto para enseñar a todos los que con veras se dispusieren.
Luego, si el alcanzar esta sabiduría consiste en humildad y desprecio de todas
las cosas de la tierra, y por otra parte vemos que vale tanto que es madre de
todo bien y es la que enseña a la voluntad lo que ha de amar y la que nos
enseña y da a conocer a Dios, ¿quién no es muy humilde, muy pobre, y procura
estar tan solo que sólo con Dios hable?
¡Oh Señor mío y bien
mío, consuelo de los hombres, qué bien en esta ocasión te podemos llamar lumbre
de nuestros ojos, pues los más claros son ciegos sin ti que les des luz verdadera!
Ea, mis hermanos, amemos mucho a Dios, que aunque es verdad que el conocimiento
enseña lo que se ha de amar, el amor ayuda al conocimiento para que más conozca
y más quiera conocer. Llano
es que la necesidad que un estómago tiene de comer dispierta el gusto para
comer. La hambre que uno tiene de Dios y el deseo de amarle dispierta al
entendimiento para que busque y descubra las grandezas de Dios, que ha de ser
amado.
3. ¡Ojalá,
Señor, conociese yo tanto de ti que no me conociese a mí! Ea, Señor, enciérrame
en ti, abscóndeme en ese piélago de tu infinito ser. Piérdame a mí porque sólo
halle a ti, donde tendré eterno y perpetuo seguro porque, como eres luz sin
tinieblas4, día que no aguarda noche5, no hay que tener miedos
ni temores, porque en la noche es cuando salen omnes bestiaef silvae,
catuli leonum ut rapiant et querant a Deo escam sibi6. Y aun por eso
decís vos, Señor, que allá arriba no suben ladrones a escalar la casa y hacer
hurtos y robos7, porque no hay noche que los encubra, sino todo luz.
Por esa seguridad me conviene a mí estar siempre unido, pegado y encerrado en
vos, para que vuestra luz me guarde y defienda de los temores de la noche.
Pero, si estoy en mí, en quien es ordinario andar juntas luz y tinieblas, y si
un rato gozo de alguna luz divina con que mi alma festeja día solene, soy tan
flaco que debo temer la cercanía de la noche, en que hacen sus presasg
los leones rugientes que andan solícitos [20r] buscando a quién tragar8.
Por eso,
Señor, comparó David el alma que de ti gozaba, te tenía y poseía con beso de
paz y abrazo de charidad, al día del cielo: Et
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tronum eius sicut dies caeli9; tu trono y
asiento es como el día del cielo. En el cielo no hay más que un día, y ése se
está en un propio ser, porque aquel día no se regula por las vueltas y
discursos del sol, que nunca para como los días de acá, causa que con su
absencia y huida se multipliquen los días y sucedan las noches. Pero en el
cielo el sol que alumbra es el Cordero -et lucerna eius est Agnus10- y
esta luz jamás se les esconde; y por eso no se les trasmonta el día ni se les
descubre la noche, porque -como dice san Pablo11- quae convencio lucis
ad tenebras? ¿Qué tienen que hacer las tinieblas en casa de la luz?
Nada, porque es imposible se puedan juntar a hacer pacto o concierto en un
sujeto.
Pues de
este bien goza el alma que, ayudada y favorecida de Dios, se hizo trono y
asiento para que en ella morase y estuviese este gran Dios: que gózase del día
del cielo, de un día que, mientras Dios está en ella, no aguarda noche ni se
muda ni trueca, porque no es sol que camina, sino está de asiento en el alma
que persevera en el cumplimiento de su ley. Así lo dice Cristo: Ad eum veniemus, et mansionem apud eum
faciemus12. Gran cosa es, mis hermanos, esta soberana unión, esta junta
y compañía con quien tanto bien nos viene.
4. No
me parece que me hallo a salir de este capítulo. Como por mis peccados y
miserias me hallo, me hallo tan lleno de tinieblas y obscuridad con que nada
acierto a hacer cual conviene en servicio de este gran Dios, paréceme que por
tratar de esta luz se me ha de pegar algo con que yo vea y conozca qué bueno es
alejarme de las cosas de la tierra y estar en Dios.
Esto, bien mío, no lo puedo hacer si
no digo con la Iglesia una y millares de veces: Veni, Sancte Spiritus, emitte
caelitus lucis tuae radium; sine tuo numine nichil est in homine, nichil est
inocxium13. Dame, Señor, tu divino Spíritu, que con la luz de sus rayos
lave lo manchado, fortifique lo débil y flaco y encamine lo torcido, porque sin
este Spíritu y soberanos rayos, nada hay en el hombre que no esté dañado.
Venga, Señor, a mí la lumbre de los corazones: Veni, lumen cordium14. Porque,
aunque es verdad que la lumbre está en el entendimiento y el amor en el corazón
y en la voluntad, según lo que Cristo pide: que le amemos ex toto corde, ex
tota anima et ex tota mente15, amor y conocimiento son dos cosas tan
conjuntas que, diciendoh Cristo que lo amemos con el entendimiento
siendo obra de la voluntad, [20v] dice también la Iglesia que es lumbre de los
corazones, porque ellos no saben amar sin esa luz, ni el entendimiento conocer
sin ese amor. Y así, tiniendo luz, tiene el corazón amor; y tiniendo el corazón
amor, tiene el entendimiento conocimiento, por ser dos cosas que siempre
caminan juntas y dadas las manos. Y en una jerarchía se hallan entramas cosas
entre los spíritus divinos,
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puesi, siendo los querubines inflamados y a quien
se le atribuye el amor, son los serafines a quien se les da la
sciencia16; y entramos son hermanos y están juntos en un escuadrón y
capitanía. Y esa es la razón por qué, siendo la Palabra la segunda persona de
la Sanctíssima Trinidad, a quien es dado el hablar y enseñar como sabiduría
eterna del Padre, confiesa la Iglesia que locutus est per Spiritum
Sanctumj17; porque, como el Spíritu es amor, el amor hace
hablar y él es el que enseña.
Según
esto, danos tú, Señor, conocimiento para que te amemos y amor para que te
conozcamos. Porque, si en mí hubiese conocimiento y no te amase, sería peor que
un demonio, que te conocen y te aborrecen. Si te amase y no te conociese, eso
sólo sería amor que llaman inperfecto, que todas las criaturas tienen aunque
sean irracionales; o, por mejor decir, no sé qué amor sería, si sería como el
de la bestia, que se va tras su amo porque le da de comer, sin tener
entendimiento. Pero entramas cosas juntas son de grande consideración, porque
mucho se ayudan entre sí.
Así lo
dice David: Inpinguasti in oleo caput meum; et calix meus quam preclarus
est18. La cabeza
del hombre es el entendimiento, el cual lo engorda Dios con el aceite de su
sabiduría. Y a su sabiduría llama aceite porque el aceite es el que sustenta la
luz; con él, metiéndole debajo del agua, ven lo que está metido y escondido en
aquella profundidad. Pues dice que con este aceite y sabiduría engordó su
entendimiento, y que provino de ahí et calix meus quam preclarus est, que el
cálix de los trabajos y tribulaciones se me volvió claro de turbio, se me
volvió dulce de amargo.
¡Oh qué
linda ayuda la que tienen la voluntad con el entendimiento, pues sus trabajos
se los saborea con altas consideraciones, y la voluntad al entendimiento le
aguijonea para que abra los ojos! "¡Ay del solo -dice el Spíritu Sancto19-, que si
cayere no tendrá quien le ayude!" ¡Ay del que sólo tiene entendimiento y
le falta el querer y voluntad, que se estará depravado y pertinaz! Y el que
dice tiene voluntad y no busca la luz, estará siempre parado y detenido en
tinieblas.
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