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San Juan Bautista de la Concepción
Obras I - S. Juan B. de la C.

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  • EL RECOGIMIENTO INTERIOR
      • CAPITULO 3 - Cómo la dificultad del desasirnos de las cosas de acá abajo nace del amor que las tenemos, de su trato y communicación. Lo mucho que para con Dios gana quien de veras las renuncia. Y cómo, en rigor, por este desasimiento entendemos el del corazón
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CAPITULO 3 - Cómo la dificultad del desasirnos de las cosas de acá abajo nace del amor que las tenemos, de su trato y communicación. Lo mucho que para con Dios gana quien de veras las renuncia. Y cómo, en rigor, por este desasimiento entendemos el del corazón

 

            1.         No hay que espantar sea dificultoso y muy sensible el apartarse un alma de todas las cosas de acá abajo, ni tampoco nos ha de espantar las muchas diligencias que los sanctos ponen para de veras despedirse de ellas, porque es mucho lo que pretenden con ese medio, que es quedar solos para a solas darse, entregarse y unirse con Dios. Estas dos proposiciones procuraremos probar en este capítulo.


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            Las cosas que más se aman están más asidas y entrañadas con nosotros. Aquellas cosas más se aman que más tratamos, communicamos, conversamos, que más nos acompañan y más bien nos hacen y son más conforme a nuestro natural. Todo esto tienen con nosotros las cosas de la tierra, luego más las amamos y de ahí más asidos y pegados y más dificultosos de apartarnos de ellas. La primera proposición, que es a quien los artistas llaman "mayor", está clara, que no tiene necesidad de probación, porque llano es que tanto cuanto amamos la cosa, tanto la asimos y unimos con nosotros propios, porque no hay cosa que tanto junte y conglutine las cosas como el amor.

 

            2.         La segunda proposición -en que decimos que las cosas de la tierra son las que más amamos porque más las tratamos, communicamos, conversamos, quien más nos acompañan, más bien nos hacen y son más conforme a nuestro natural- también está bien claro, pues ellas nos son la vida del cuerpo, quien la sustenta, alimenta y alarga, y sin ellas el cuerpo perece y acaba. Hácennos tanta amistad que son nuestra alegría, contento y desenfado. Son la cama de flores que hizo Dios al hombre en el paraíso antes de criarlo. Son quien alivia nuestras cargas, congojas, fatigas, penas y aflicciones. Tan nuestras las hizo Dios que a los que las dan y dejan por su amor no ofrece menosa que un reino de los cielos, pues lo da a los pobres de spíritu1; [51v] y ofrece el hacerlo dicípulo suyo al que de veras renuciare todo lo que posee2. Y san Pedro, por unas redes rotas que dejó, con osadía dice qué es lo que le han de dar; y Cristo les ofrece grandes cosas, diciendo que se sentarán en las doce sillas escogidas que tiene en el cielo y que juzgarán los doce tribus de Israel y recebirán ciento por uno3. No hemos de entender que cuando san Pedro pide tiene delante los ojos el valor de las redes solas en cuanto en sí eran, pues pocos reales debieran de valer, sino las muchas cosas para que le servían, pues en ellas tenía su vida, su pasada, officio, entretenimiento y las demás cosas necesarias para llevar, conservar y ayudar esta vida tan trabajosa. Pues dejar Pedro por Cristo tantas cosas en una y quedarse en casa con sola la vida pobre, pesada, pedigüeña, triste, afligida y sujeta a tantos menesteres de que le libraban sus pobres redesb, podía con osadía pedirle a Cristo paga, recompensa o cosas que suplieran las necesidades en que era fuerza caer privado de sus redes. Y así Cristo, como a quien hizo mucho, mucho ofrece: lo primero sillas, porque, si en estas cosas de acá abajo descansa nuestro cuerpo y natural, menester es que le ofrezcan otro asiento donde descanse; y quien por Cristo renucia lo de acá abajo, le da de mano dejando su corazón libre y desasido de todo, bueno será para juez de los tribus y pueblo judaico, que tanto amó y codició bienes temporales. Y si en las redes deja san Pedro muchas cosas, muchas son las que Cristo promete, pues da ciento por una, porque


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en ningún tiempo el hombre se pueda llamar a agravio de que, dejando una cosa, en una dejó muchas y en ella la vida; y así con las ciento ofrece Cristo la vida eterna.

 

            3.         Según esto, no hay que espantar que al hombre le sea dificultoso apartarse y desasirse de estas cosas, pues en ellas está tan concentrado y unido y en ellas así tiene su manida y descanso; y que, dejándolas de veras, sea camino cierto por donde el hombre alcanza la unión verdadera con Dios, en quien le dan ciento por uno, en quien le dan silla, descanso y vida eterna. De donde también saco yo que, para desasirnos de estas cosas, no sólo basta [52r] la mortificación, sino que es necesario el conocimiento interior esté muy puesto en Dios, en quien el hombre halla todo lo que pierde trocado en cosas más altas con grandíssima perfección.

 

            La mortificación podráme desasir de lo material y ayudar a desasir el corazón de lo formal de las cosas, pero quien últimamente lo aparta y aleja es el conocimiento que un alma tiene en Dios, cuando Su Majestad le enpieza a dar la manoc para lo unir y pegar consigo; la cual mano la halla tan llena y tan larga de las cosas que acá dejó por su amor, mejoradas con tanta ventaja como decimos, que le pesa de no tener más que dejar y de no lo haber hecho antes. Conoce el engaño primero en el desengaño postrero que se le da en aquella celestial y divina junta. Digo "engaño primero", de haber hecho más caso de lo que debía y merecían estas cosas de acá abajo, pues siendo cosas que Dios las había puesto debajo de los pies del hombre, él las había puesto sobre su cabeza. Y allí por "los pies" no entiendo estos corporales, sino debajo de los pies del alma que son los afectos, dándole a entender que de ellos se sirviese para el cuerpo, dejando el alma libre para que sobre todas las cosas amase a su Criador. Y el "haberlas puesto sobre su cabeza" había sido el haber puesto en ellas el conocimiento y afición como si fueran nuestro fin último, sujetando nuestra alma a las leyes y necesidades del cuerpo; como hacía el otro rico avarientod que, llenas sus trojes, hablaba y decía a su alma que tenía grandes bienes, que comiese y se holgase4, como si el manjar del alma fuera comer trigo y holgarse en las cosas de acá abajo. De manera que para despegarse y desasirse de estas cosas es necesario el conocimiento claro de su valor y lo mucho que interesa cuando, uniéndose con Dios, las trueca por cosas de arriba.

 

            4.         Querría estuviésemos de veras persuadidos a esta verdad: de que es tan dificultoso desasirnos del todo de estas cosas, ya por el amor que les tenemos ya por la amistad que nos han hecho acompañándonos en nuestros trabajos y necesidades (como queda dicho), que es necesario la presencia del mismo Dios para que de veras y del todo nuestra alma quede de ellas desembarazada. Bien podríamos nosotros con diferentes


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luces y fuegos ahuyentar las tinieblas de una casa, pero es imposible eso se haga como se debe hasta que en el día salga el sol, [52v] con quien no tienen las tinieblas ninguna conformidad, según dice san Pablo: Quae convencio lucis ad tenebras, Cristi ad Belial?5 Jesucristo dice por san Matheo 6: Nemo potest duobus dominis servire, etc., Deo et mammonae6, entendiendo por este vocablo mammonae las cosas de la tierra. De esa misma suerte, cuando de un alma queremos ablentar la memoria, presencia y afectos de cosas de acá abajo que al alma le sirven de nieblas, ñublados, tinieblas y obscuridad, algo haremos cuando nos mortificamos y ejercitamos en actos contrarios, pero no podemos alcanzar lo que pretendemos de veras, porque, en mill rincones donde no pudo llegar la tal mortificación, se quedane sus aficiones antiguas scondidasf.

 

            Pongamos exemplo: mortifico yo el oído y procuro de esta mortificación hacer muchos actos; alumbraré este sentido, pero dejaré esotros en tinieblas. Y lo propio digo cuando mortifique la voluntad o el entendimiento, pero todo el hombre interior y exterior no es posible hasta que en el hombre entra Dios y el alma se une con él, que entonces ya no hay tinieblas y, mientras esta unión durare, no es posible haberlas, porque luz y tinieblas no se compadecen. Esto he dicho porque los que tratan de mortificación y del ejercicio de otras virtudes procuren enderezarlas a esta unión y presencia de Dios, en quien y por quien con grande facilidad alcanzarán lo que por otros caminos les será muy dificultoso.

 

            5.         También querría se advirtiese aquí que este desasimiento deg las cosas de la tierra, de que vamos tratando, es el interior y el despego del corazón, a quien Cristo llamó pobreza de spíritu7; que el spíritu sea pobre cuanto fuere posible en lo temporal y rico en lo spiritual. La cual pobreza y desasimiento bien se compadece con el uso de algunas cosas temporales necesarias para el sustento y puesto de su persona, que no se entiende por "desasirse de todas las cosas" quedar un hombre en lo exterior tan pobre que sea necesario pedir por amor de Dios. Bien es verdad que es más perfeción en lo interior y exterior ser pobres y haberlo dejado todo, que por eso dijo Cristo al otroh mancebo: "Ve y vende todo lo que tienes y dalo a pobres"8, de suerte que no le dejaba nada. Pero esto es tan dificultoso que, en quien pide y desea esta perfección, causa tristeza, cuánto más en quien piensa que porque tiene los ojos zarcos, en cerrándolos, se les ha de [53r] venir Dios a unir con ellos. Pero personas que no se pueden o no se determinan a se disponer para tanto, éstas procuren, como queda dicho, ser pobres de spíritu y desasir el corazón de suerte que, tiniéndolo todo, no tengan nada. Y si dejaren parte de la hacienda, ésta sea para suplir y remediar las necesidades del cuerpo, digo las precisas y no las superfluas y las que sólo sirven a nuestro gusto. Que esto es fácil de entender en algunas


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señoras devotas y que tratan de oración: que no la tengan con la perrilla en las faldas ni al son de la vigüela, o con la preparación del baile o sarao, que esto todo ha de salir de casa porque, como estas cosas son delicadas, en verdad que, si en ella están, que se nos han de entrar a pesar nuestro y aposentarse en nuestro corazón.

 

            6.         Arriba dije, en un capítulo pasado9, de algunos varones spirituales que eran como los muertos corporalmente, que, despedidos de sus bienes, los propios bienes se van tras ellos a los sepulcros; y que así habíe algunos varones spirituales que, dejando las cosas de la tierra, las dejan tan en casa que, no perdiéndolos de vista, topan con ellos cuando se les antoja. Digo ahora, al propósito que voy hablando, que allí sólo reprehendo en los tales varones la vanidad o locura interior, si alguna quedó, con la cual conservan algunas cosas exteriores que sólo pertenecen a gravedad, pundonor y honra. Que en lo demás, ya yo digo que el que vive en el siglo tener tiene con qué pasar; y si por verse necesitado de estos bienes y por usar de ellos, como flaco, no pudiere ser de los más perfectos, conténtese con ser de los medianos, que en la casa de Dios muchas mansiones hay10 y no todos han de ser apóstoles ni todos evangelistas ni todos doctores11. Y Dios, a quien pretendemos servir y agradar, por su misericordia nos dará buena medida y revertida de su gracia, con que alcanzaremos la vida eterna en compañía de los más perfectos por los siglos de los siglos. Amén. Etc.

[53v]




a  sigue con tach.



1 Cf. Mt 5,3.



2 Cf. Lc 14,33.



3 Cf. Mt 19,27-29.



b sigue que tach.



c  sigue la qua tach.



d al marg. vide



4 Cf. Lc 12,19.



5 2 Cor 6,14-15: "Quae societas luci ad tenebras? Quae autem conventio Christi ad Belial?".



6 Mt 6,24.



e  sigue con tach.



f  sobre lín.



g  sigue que tach.



7 Cf. Mt 5,3.



h  sigue pobre tach.



8 Mt 19,21.



9 c.2,6.



10           Cf. Jn 14,2.



11           Cf. Ef 4,11.






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