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San Juan Bautista de la Concepción
Obras I - S. Juan B. de la C.

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  • EL RECOGIMIENTO INTERIOR
      • CAPITULO 19 - En que el justo pregunta la causa por qué muchas veces en los trabajos se ve como ahogado y sin spíritu; y de algunos juicios no acertados que echa de la causa de su pena
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CAPITULO 19 - En que el justo pregunta la causa por qué muchas veces en los trabajos se ve como ahogado y sin spíritu; y de algunos juicios no acertados que echa de la causa de su pena

 

            1.         Diráme el justo que es verdad, que él confiesa y ve todos estos provechos, bienes y ganancias en los trabajos, pero que le diga la causa por qué muchas veces se ve comoa ahogado con ellos, tan penado que apenas le parece puede levantar los ojos al cielo, tan afligido queb no tienec spíritu, tan muerto que entiende ya se le huyó la vida, pues le parece que el corazón no lo siente, que es fuente dellad; y el entendimiento lo tiene tan absorto que no puede hacer un discurso; la memoria de nada se acuerda que le pueda ayudar de lo que otras veces pensó; la voluntad, sin ayuda de esas dos potencias, duerme; y todo el hombre interior no sabe qué se hizo; solo se ve metido en unas penas que, sin saber quién echa leña al fuego, cada momento más arde, más se enciende, más quema y consume.


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            2.         En esta ocasión desea un alma estar de antemano preparada para saber cómo se ha de ver en ella, qué ayudas de costa podrá tener, porque parece faltan todas las que hemos dicho y, si las hay, están bien sepultadas para el que padece aguardando a que Dios [85v] las descubra cuando fuere servido; pero por entonces no es decible lo que un alma siente, lo que pena y sufre. Y pudo ser que todo este fuego se levantase de una pequeña centella que dentro cayó en el alma, ora entrase por la imaginación siendo yo el autor de ella, ora que la dispertasen la gente con quien trató, ora fuese que del monte sale quien el monte quema y que, cuando Dios quiere y tiene determinado que yo padezca, poco me sirve huir el cuerpo, que en mí sabe Su Majestad poner el molde en que se imprimen los trabajos y de una salen enteros y cumplidos sin que falte una tilde de lo que Dios tiene determinado. Y no es lo de menos consideración la obscuridad y tinieblas que en aquella ocasión se padece, en la cual el alma no puede leer lo que en esos trabajos está scrito, aunque la letra como decimos sea de molde. Rara cosa es que padezca un alma y que no sepa qué padece, cómo padece ni qué remedio tendrán sus penas.

 

            3.         Para responder a esto era necesario hacer mill distinciones y poner mill diferencias de trabajos que se hallan en los justos. Y porque en otras partes tengo tocado y tratado esto, lo acortaré todo lo que pudiere, procurando salirme al intento que llevo ya en estos capítulos, que es más tratar de los trabajos exteriores que a un alma se le ofrecen que de los interiores. Porque parece aquí un alma se puede considerar debajo de unos trabajos que sólo Dios sabe cómo son y él sólo, que es el que hiere, sabe y puede sentarlos en parte tan scondida como ellos están, en lo profundo del alma, sin ser espina la saeta que allí entró que puedan pinzas ni dedos entrar a sacarla; sino que le es fuerza a un alma rendirse de una vez a sufrirlos y llevarlos, como carga que ya puso Dios no para quitarla sino para que fuesen color con que el alma y estos propios trabajos fuesen de una tinta. Porque pensar qué remedios aliviarán estas penas y quitarán estas congojas, es imaginación; y sucederle ha al alma que los buscare y hiciere lo que al toro [86r] cuando, agarrochado, se revuelca en el suelo, que más se le entran los guinchones y garrochas mientras se arrima a las paredese, estriega en los suelos. Sólo me parece tiene un alivio este toro: o sujetarse a la muerte y acabar en esos trabajos, o meterse en la vacada y aguardar que el vaquero venga y le saque los aguijones y cure las llagas. De esa misma suerte un alma herida con penas interiores de la mano de Dios: cualquier remedio que por su industria busca, más la pena y aflige, sean fiestas, recreaciones y entretenimientos, sea comer o beber; dondequiera que vaya, a cualquier parte que se arrime, allí ha de hallar cosas que más la penen y ocasiones que más le entren el aguijón. Sólo aguarde su muerte en esas penas, porque ése es el camino que Dios tiene determinado para llevarlo al cielo. Y si le parece que no puede


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más, calle su boca, procure en la forma que mejor pudiere entrarse entre los ángeles, pues de esa manada ha de ser y para esa compañía Dios lo tiene, y aguarde que el dueño de esas vacadas, que es Dios, le saque la espina y quite los aguijones y cure las llagas.

 

            4.         Suelen almas penadas, viéndose ya como arriba ellas propias dicen, echar mil juicios de la causa de sus penas. Unas veces se quejan de sus amigos y conocidos y de las personas con quien tratanf, como si ellos fuesen quien mueve aquella piscina. Pequeñas ocasioncitas que les den, levantan grandes querellas, como si eso poco solo fuese causa de lo mucho que ellas padecen. Y aunque a los tales los quieren bien, por otra parte les parece que, si se hubieran de dejar del natural y sentimiento que tienen, que los despedazaran. Y esto no porque de alguna suerte llegue a la voluntad de jamás ponerlo por obra, sino que, así como el toro de quien decimos, dejándose llevar del sentimiento de sus aguijones, corre y arremete tras el hombre de paja para lo hacer pedazos como si él fuera el que le hizo el mal; y sin ser los hombres los que a los justos hieren en estas penas de que vamos tratando, [86v] poca ocasión basta para que a la naturaleza, si la dejaran, diera tras los primeros que se le pusieron delante, con pequeña o grande ocasión que le diesen para algún desabrimiento.

 

            En esto parece que son como algunos pobres llagados: que, llegando una mosca a les picar en la llaga, como si aquella mosca sola fuera quien les habíe hecho aquel mal, le arroja la mano y la deshace entre los dedos. Pues estando estos tales justos llagados de la mano de Dios, todos los hombres que se juntaran a les dar pesadumbre, fueran pequeñuelas moscas, y pequeñas las picaduras que hacían con su mal en comparación de lo que dentro se padece, pero, como no saben a quién echar la culpa, se arroja sin acuerdo la naturaleza a entender son aquellos hombres que, como moscas, los pican con algún disgusto o desabrimiento.




a  sobre lín., en lín. pal. tach.



b sigue le parece tach.



c  corr. de siente



d corr. de de la vida



e  sigue rebuelca tach.



f  sigue pensando que tach.






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