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San Juan Bautista de la Concepción
Obras I - S. Juan B. de la C.

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  • EL RECOGIMIENTO INTERIOR
      • CAPITULO 23 - De lo que un siervo de Dios debe hacer cuando Su Majestad permitiere semejantes inadvertencias en los prelados y padres espirituales, de que los traigan injustamente ahogados
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CAPITULO 23 - De lo que un siervo de Dios debe hacer cuando Su Majestad permitiere semejantes inadvertencias en los prelados y padres espirituales, de que los traigan injustamente ahogados

 

            1.         Y si, con todos estos avisos que se dan a los prelados y estas obligaciones que tienen a mirar cómo tratan a sus súbditos, permitiere Dios que, habiendo de ser los tales luces que con prudencia y discreción obren, sean tinieblas y obscuridad y que, como gente ciega, no dé disciplina sino palo de ciego que ponga a un justo, como él confiesa en los capítulos pasados, afligido, sina poder levantar los ojos al cielo y tan muerto que ya le parece que para él no hay vida, con todas las demás cosas que confiesa un hombreb; que en tal caso, habiéndolo así permitido Dios, considerec lo quiere Su Majestad para muy sancto [92v] y para que a él sólo se le rinda con grandes veras, de quien todo lo bueno viene1, ante cuyos ojos no hay Lázaro tan sepultado y de cuatro días muerto que no lo mire y sea poderoso para lo sacar de un lugar tan strecho y escondido y darle nueva vida; y vemos que, faltándole al


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difunto palabras para la pedir y a las hermanas confianza para rogar por él, hubo en Cristo misericordia y piedad para lo resucitar, obra que obligó a Lázaro a regalar y servir a Cristo, y a los que vieron el milagro, a alabar a Dios2.

 

            ¡Oh, qué de bienes saca Dios cuando saca a un alma de sus congojas y fatigas, cuando, viéndose un hombre sepultado y sin tener resquicio por donde le entre el socorro, le entra Dios a puertas cerradas! ¡Oh, qué alegría en el afligido! ¡Oh, qué consuelo en el desconsolado y cómo a medida de lo uno envía Dios lo otro!

 

            2.         No pudo nadie estar en esta vida más sepultado que estuvieron en el limbo las ánimas de los sanctos padres antes que Cristo muriese, olvidados ya de tantos años, metidos y envueltos en tinieblas, cerradosd donde sólo el poder de Dios pudo llegar a romper aquellas puertas y calabozos. Y cuando más descuidados están y Cristo más acabado pues en él habíe hecho la muerte división del alma y del cuerpo, entonces rompe aquella sanctíssima alma tantas dificultades y se les entra por sus puertas, trueca sus tinieblas en luz más clara que de mill soles, sus ataduras desata, su captiverio liberta, sus cárceles deshace y de gente detenida lae saca en su acompañamiento. Ya, mis hermanos, consideramos muchas veces esto el sábado en la oración. Allí parece que en nosotros dispertamos unos afectos de particular gozo, considerando lo que aquellos sanctos tendrían en aquellos dichosos truecos y cambios que tan brevemente hicieron. Sin sucedernos a nosotros, parece que nos regocijamos cuando hacemos tan en breve aquella contraposición de tinieblas a luz, de soledad a compañía de Dios, [93r] de privación de bienes a posesión de tanta gloria, y de tantos lloros a canciones de tanta alegría. Es certíssimo, por mucho que esto se considere, no se puede sentir la menor parte de lo que allí sucedió.

 

            Pues, mis hermanos, si queremos gustar y participar de algo de aquello, debemos tener paciencia cuando por manos de Dios o de los hombres nos viéremos metidos en otro limbo, en otras tinieblas y obscuridad, vestidos de desconsuelof, sustentados con lágrimas de dolor; y entender que, cuando más olvidados estamos de los hombres, no lo estamos de Dios, para quien no hay cárceles ni prisiones tan fuertes que no sean hebras de hilo muy delgadas que con sólo un soplo no las desbarate Su Majestad. Que hacían de guardar a san Pedro con dos cadenas aherrojado y entre dos soldados, y él durmiendog y bien descuidado pues se habíe desnudado para tomar el sueño como quien en aquellos trabajos estaba de espacio, y no le falta a Dios un ángel que le llame, le dispierte y abra las cárceles y puertas de la ciudad y saque libre3. Y lo propio podrá hacer Su Majestad con el más desamparado de favor, trocándole todas sus penas en gloria, su aflicción en


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consuelo y su desamparo en socorro y su descuido en un continuo acuerdo que debe de tener dende entonces de Dios que lo libra.

 

            3.         Bien veo que el mayor trabajo que en tal ocasión un alma siente es no ayudarse de sus potencias, de su entendimiento, memoria y voluntad, respecto de estar como absorto y haberse llevado tras sí la vehemencia del dolor a todo el hombre interior. Pero advierta, en la forma que mejor y cuando pudiere, que menos potencias tenía y menos cosas que dispertasen a Dios a darle el ser que tiene cuando era nada; y con todo eso, lo sacó Dios de ese abismo a la grandeza y excelencia del ser, moviendo a esto a Dios no cosa exterior sino sola su bondad, que quiere tener criaturas [93v] a quien comunicarse. Considere que en su generación no hubo alguna petición de parte suya que obligase a sus padres, pues tuvo después ser, que los tuviese; y con todo eso, repartiendo Dios los hijos, quiso que él lo fuese de los padres que fue Su Majestad servido de darle. Pase un poco más adelante y considérese en el vientre de su madre, que no tiene boca para pedir sustento ni manos para recebirlo; y con todo esoh, hizo Dios tan próvida a la naturaleza que, por vías secretas que ni el niño lo sabe ni la madre lo entiende, le da lo necesario. Mírese cuando nacido, que no tiene más que una bestezuela, antes menos, que por mill partes es necesario guardarle; y todo eso hace la madre movidai del amor natural que le tiene.

 

            Pues, si todo esto hace Dios conmigo tan sin obligación y por sólo darme vida, ¿qué confianza debo tener cuando, después de tenerla, deseo y he deseado mejorarla y tener fuerzas para servirle, y no perecer y acabar sin tiempo, metido en un abismo de trabajos? Que tanto más se moverá Dios a sacarme de ellos cuando en mí fueren más descompasados, más torcidos, descaminados por manos [de] quien de eso no sabe. Sólo por el alegría y contento que un alma recibe de verse libre y que a medida de sus males le han de venir los bienes, los habíe de dar por bien enpleados cuando los padece; cuánto más que no hay mejor señuelo para llamar a Dios y a que venga fuera de paso que padecer y pasar trabajos por su amor. Acordémonos de lo que le pasó a san Esteban padeciendo: que, con más priesa que sobre él caían las piedras, se corrían las cortinas del cielo y se le mostraba Dios en postura que estaba allí para lo librar de aquellas penas y trabajos y se las trocar en grados de gloria y soles relucientes4.

 

            4.         Bien veo que en esta ocasión quisiera un alma llamar [94r] a Dios, decirle mill razones amorosas, pero si no puede porque su aflicción es grande, no se desconsuele, que no hay encarceladoj por pobre que sea que no se le dé un procurador que hable por él en las audiencias, defienda su causa y alegue su derecho; y cuando todo falte, tres pascuas hay en el año en que sueltan los encarcelados que no tienen quien haga por ellos. Por eso dio Dios un ángel a cada uno de


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nosotros, para que en semejante ocasión, cuando yo no puedo hablar y me parece que no vivo, que acuda él a Dios, defienda mi causa y alegue mi justicia, que es el mismo Cristo y lo que por mí padeció. Y cuando de todo estuviera distituído, ya Dios tiene sus tiempos determinados en que con parte o sin ella aflojará los cordeles y soltará al preso libre sin costas por las muchas que Su Majestad pagó en la cruz por él. ¿Quién, pregunto yo, habló por los hijos de los cuervos cuando, dejados y desamparados de sus padres, aun piar no saben en el nido?; y con todo eso, dice David que ellos invocan a Dios y Su Majestad los oye5.

 

            5.         No tiene Dios necesidad de gritos ni voces formadas para mirarnos y socorrernos en nuestras necesidades. Sólo el sufrimiento y paciencia que tenemos es el que le llama, el que le dispierta y entra por nuestras puertas. No piense nadie que, por darle a Dios más voces y más priesa, ha de alargar más el paso; que muchas veces fue llamado de los hebreos, y no fueron oídos, como por Jeremías los amenaza Dios diciendo (Jere 11)k: Ego inducam super eos mala, de quibus exire non poterunt, et clamabunt ad me, et non exaudiam eos6; porque quien no ha tenido orejas para oír a Dios en tiempo de su bonanza, no es mucho que Dios no las tenga para oírlos enl tiempo de su tribulación. Y lo propio dice por otros muchos prophetas.

 

            Las voces que Dios oye son unos suspiros muertos y ahogados, que parece no se pueden despedir de lo escondido de las entrañas y secreto del corazón, unas ansiedades que apenas pueden formar un ¡ay! Basta para Dios ver los revolcaderos de un alma afligida y desconsolada para ir tras ella a la buscar donde la hallare. Muerto estaba Abel y su sangre estaba ya helada, y ésa, que no habíe quedado dél otra cosa, clamó no con voces ni con venganza, [94v] sino con aflicción, de la muerte ya pasada7. Y Dios oye las tales voces y, si ésas no hubiere, la crueldad del enemigo y la tiranía que usa con el justo ésa llama a las puertas de Dios; y desenvaina su cuchillo para volver por el inocente y castigar al culpado.

 

            6.         ¿Quién, pregunto yo, sacó lágrimas y sollozos de los ojos y entrañas del buen viejo Jacob cuando sus hijos le dan las nuevas o señas de la muerte


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de su hijo Joseph? No su cuerpo, que no lo tiene delante cuando fuera muerto. No los gritos de hijo vendido, que no lo sabe y, cuando lo supiera, es hombre y no los podía oír de tan lejos. Sólo el mirar la vestidura teñida y manchada en sangre de un cabrito, ésa le hace lamentar y cuitarse, ésa saca lágrimas copiosas y suspiros y sollozos a montones, porque, para quien de veras ama, bastan indicios de la aflicción del amado, bastan retratos y figuras de sangre de cabrito que representen la del propio hijo8. Pues, si un padre talm siente, tal hace por un hijo que de veras no sabe si es muerto, sino que se sospecha por la sangre del cabrito de que vido manchada la vestidura de su hijo, Dios que tanto nos ama y tan sin medida más que todos los padres a sus hijos, que no hay comparación por no haber proporción y igualdad, ¿qué hará este tan buen Dios y Padre nuestro cuando vea al justo que tanto ama, hechura de sus manos y hijo por la gracia, cuando lo vea derramar sangre, verter lágrimas, despedir sollozos, oprimido de alguna injusticia, o comprimido de la cruz que le pusieron sobre sus fuerzas, gritos y voces que, por lejos que estén, le están presentes y, por escondidos y sepultados en las entrañas, le están patentesn?




a  sigue le tach.



b sigue que ya le parece todo se acabó para él tach.



c  sobre lín.



1 Cf. Sant 1,17.



2 Cf. Jn 11,17.38-45; 12,1-2.



d sigue sin tach.



e  sigue hace tach.



f  sigue armados tach.



g  sigue y con todo eso tach.



3 Cf. He 12,3-11.



h  sigue pero tach.



i   ms. movido



4 Cf. He 7,55-60.



j  sigue aquí tach.



5 Cf. Sal 146,9.



k al marg.



6 Jer 11,11.



l   rep.



7 Cf. Gén 4,10.



8 Cf. Gén 37,31-35.



m sigue sien tach.



n  al marg. aquí se puede dividir capítulo






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