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San Juan Bautista de la Concepción Obras I - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
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CAPITULO 26 - En que se trata que estos ahogos y pesadumbres que hay en los varones spirituales, causados de injusticias o inadvertencias, no los habíe de haber en las religiones y conventos reformados, donde los prelados y padres spirituales deben saber tanto de piedad; y que, si alguna vez salen de esta rectitud, dan en mayores inconvenientes
1. Este tratado va enderezado a religiosos y a gente que trata de perfección, a quien en este camino angosto y estrecho se les ofrecen mil dificultades y mortificaciones interiores, porque un instante ni un momento no los quiere Dios holgando. Y para traerlos siempre ocupados, se ha con ellos como en el año que es muy llovioso, que toda la tierra se vuelve fuentes, cualquier quebrada arroyos, cualquier bajío lagunas y todos los caminos lapachares, de suerte que, por más que un caminante se subaa a las cuestas y collados, ha de llevar el lodo a la rodilla. Todo parece que lo lleva el labrador de buena gana a trueco del buen año que espera. En el justo siempre aguarda Dios grandes cosechas y fructos colmados. Y como quien esto acrecienta y multiplica son trabajos y mortificaciones, porque no quede por Dios, Su Majestad tiene cuidado de enviarle años lloviosos y trabajos cumplidos, de suerte que apenas haya puesto el pie en el suelo, cuando por allí no salga una fuente abundante de pesadumbres y aflicciones. Si se humilla y abate, por eso bajo van ríos y arroyos caudalosos de mill desabrimientos y amarguras con que los humildes son perseguidosb. Si sube y se levanta, ahí ha de zahondar por losc inconvenientes que ha de topar, sin que por parte ninguna que eche halled suelo firme y camino enjutoe. Todos le son resvaladeros, cenagales y atolladeros. Para todo esto hemos dicho la grande necesidad que tiene el justo de armarse de paciencia y confianza en Dios, que como sol de justicia, saldrá, cuando más descuidados estemos, a enjugar los caminos y senderos que el tal justo lleva para el cielo; y que, en caso de necesidad, Su Majestad se halla a su lado para que, si cayere, no se descalabre ni haga cosa con que sef ofenda.
2. Hemos también dicho del grande peligro en que se pondrían estos trigos y sembrados si les entrase algún río o arroyo que no tuviese por dónde se desaguar, sino que sobre ellos quedase hecha laguna; fuerza [es] que se seguía de ahogar el trigo y perder la haza. Y cómo el mismo peligro tiene el justo si los trabajos le vienen tan a montones que lo ahogan, entrándole ríos y avenidas de penas guiadas por [101v] personas que no tendrán un poco de advertencia; que no son los tales hombres mar que se han de sorber tantas avenidas, ni son bronce que pueda siempre resistir tantos golpes, sino un poco de heno delicado, que si Dios no les hubiera prestado un poco de fortaleza, a la primera ocasión hubieran desfallecido.
3. Ahora se nos ofrece una dificultad, y es: si este tratado va enderezado a religiosos y a siervos de Dios, parece que viene fuera de propósito tratar de estos ahogos y congojas espirituales en personas que siempre deben estar preparadas para llevar, como dicen, la carga en dos veces si no pueden en una. Y también parece fuera de propósito de parte de quien inpone los tales trabajos y mortificaciones, que son prelados y padres spirituales que tienen y profesan la propia vida que el súbdito; y particularmente entre frailes y religiosos descalzos, donde los prelados no han de ser como los phariseos, que ponían cargas sobre sus parrochianos y oyentes que ellos no las querían tocar siquiera con el dedo, sino unos prelados sanctos, buenos, temerosos de Dios, que una y muchas [veces] tantean la carga del súbdito. Así como no hay cortesano discreto por noble que sea que, mandando a un ganapán le lleve alguna carga o tercio, que se tenga por afrentado de sopesarla él primero, probar sus fuerzas si con entramas manos la puede levantar y, pudiendo, anima al que la ha de llevar para que se la eche a cuestas; y aun el propio ganapán toma brío de ver que el amo de la mercaduría la levanta del suelo; porque de otra manera pusiérase a peligro de que le dejara el tercio y carga en la calle y dierag con ella en el suelo volviéndole las espaldas, diciéndole que buscase un acémilla que la llevase, que aquella no era carga de hombres.
Esto propio hemos de entender hace cualquier prelado, particularmente de los que vamos tratando, de religiones reformadas: que, antes que al súbdito le manden y pongan peso sobre sus hombros, no se han de afrentar, por graves y honrados que sean, de tantear y sopesar el tercio y carga que les han de echar a cuestash. Que, con ver eso, ellos se animan y toman brío, porque lo demás fuera en el camino arrojar la carga y dar con ella en el suelo y decirle a su prelado busque una bestiai que la lleve, que aquella ni es carga ni mortificación de hombres. Ahora, pues, si este seguro llevamos y tenemos de parte destos tales [102r] prelados por juzgarlos por santos, prudentes, discretos, ¿qué necesidad ha habido de hacer esta digresión en estos capítulos pasados, amonestando a los unos a moderación en sus mandos y gobierno, y a los otros persuadiendo a paciencia y sufrimiento; a los unos que se vayan a la mano en el dar pesadumbres, y a los otros que, si se las dieren, las reciban no como de mano de enemigos sino como de mano de amigos y de gente que les hacen bien?
4. Verdad es que en estas religiones reformadas y descalzas, donde se guarda y debe guardar tanta perfección, habíe de haber menos peligro en caer en semejantes inconvenientes porque, cuando los prelados tengan menos letras (la causa: sus muchas penitencias y rigor de vida), tienen más oración y trato secreto con Dios, donde se aprende a más piedad y misericordia. Es una escuela allí donde con letras grandes del abecé se apriende compasión, blandura, clemencia y trato suave y amoroso de los prelados a los súbditos. Porque, como en esa escuela tienen un maestro tan celestial y divino como Cristo, él les enseña a sufrir, esperar y llevar sobre sus hombros la oveja perdida1. En él aprienden a ser los prelados dioses de grande esperaj, a no se amostazar por cualquier ocasión ni que por cualquier ocasioncita se les suba el humo a las narices, ni echarlo todo a trece. Allí ven muy a la clara cómo son hombres como los demás y que con grande facilidad fueran más flacos si Dios no los tuviera de su mano. Allí aprienden y se les enseña las setenta veces siete veces que deben perdonar a su hermano si cayere2, la obligación primero a la corrección fraterna que su defecto y falta se saque en público3. Nunca acabar fuera querer repetir las largas y acertadas liciones quek Cristo redentor nuestro está leyendo y enseñando en la cátreda de la cruz, en particular a los prelados cuando en la oración quieren ser oyentes. No menos es padre y maestro amoroso de los súbditos que allí se llegan, enseñándoles paciencial y sufrimiento en los trabajos cuando estuvieren más inocentes en las culpas, pues Su Majestad, la pureza y hermosura de los ángeles, muere afeado en una cruz.
5. Digo que todas estas cosas hay de por medio bien consideradas en los conventos y casas de los religiosos que tratan de perfección, para que de sus conventos destierren las ocasiones dichas en que un prelado aflige a un súbdito y en que un súbdito se ve ahogado como si ya no tuviera remedio. Pero, con todo eso, veo que [102v] dondequiera hay hombres y la carne y sangre hace su officio en ellos. Harto guardado estaba Lot y amparado de los ángeles, sacado del peligro, asegurado en el monte, y allí hubo y se halló flaqueza de hombre4. David era conforme el corazón de Dios: perdona injurias y pudiendo no ofende a sus propios enemigos; y después, aprieta y oprime a su buen siervo Urías hasta que deje el pellejo y vida5. No sé si diga [hay] algo de estom en estas casas y lugares de que voy hablando. Verdad es que los prelados tienen dos ángeles, fuera están del mundo donde todo es fuego, ira, enojo y rencor, subidos y guardados están en el monte y cumbre de la religión; bien los veo perdonar injurias y ser mansos y humildes como otro David. Pero también digo que hay tiempo en que son hombres, y ¡ay del pobre Uríasn que cogen debajo!, cuando obra la carne y la sangre y se apartaron un tantico de esta regla y nivel que Dios les tiene dado. Que nadie en el mundo puede así molestar y afligir a un súbdito descalzo y reformado como un prelado descalzo y reformado, fácil es de probar en el propio hecho de David con Urías.
6. A David nadie le habíe de maliciar el hecho ni habíe de sospecharo Joab, cuando lo envían a que lo pongan en el encuentro de la batallap que en David habíe semejante peccado de homicidio y adulterio, sino que habíe de por medio alguna causa justa que le moviese [a] aquel castigo; y así con mayor entereza y crueldad procuraríe ejecutar el mandado de su señor. A esta crueldad se junta la virtud de Urías, inocente, sencillo y llano, en quien no cupo malicia de tal peccado y maldad como David cometía, y la grande lealtad y obediencia que tuvo a su capitán y rey; que otro fuera que, sospechándose algo, abriera las cartas o maliciara la cortesía que el rey le había hecho, y huyera y no quisieraq tornar al campo. De donde en conclusión sacamos que no hay tirano semejante a un bueno si da en ser malo contra un inocente y simple siervo de Dios, porque haciendo mal de su parte, muele de represa y halla el sujeto aparejado para ejecutar su enojo; porque, como el súbdito es sancto y temeroso de Dios, el miedo que tiene de no le ofender le ata y liga de suerte que no le deja menear para que con ningún golpe le hieran r, como al perro que ata su amos para mejor lo castigar. Que parece es el asombro que san Pablo dice de sí y de los demás siervos de Dios a quien los [103r] tiranos perseguían, cuando dice scribiendo ad Corinthios c.4: Expectaculum facti sumus mundo, angelis et hominibus; maledicimur et benedicimust; persecucionem patimur et sustinemus; blasphemamur et obsecramus; et facti sumus omnium peripsema6. Que parece en todas estas palabras va encareciendo el sufrimiento y paciencia que tienen en el recebirlas a pie quedo sin huirles el rostro, aunque los pisen y huellen como estropajos; sino que todo lo recebían volviendo en retorno por maldiciones bendiciones, y por blasfemias oraciones; siendo asombro y admiración al mundo de que, siendo hombres de carne, tales cosas sufran sin volver el rostro atrás, obligándoles a ello el officio de apóstoles evangélicos a quien Cristo habíe llamado ovejas7, que sin tener armas ni pies para su defensa, no resisten a la crueldad y tiranía del lobo.
7. Todo esto aumenta en una religión reformada los trabajos desconcertados y desmedidos que, por inadvertencia, poco saber o malicia, se suelen descargar sobre el pobre súbdito, el cual por mill partes se ve obligado al sufrimiento y paciencia y a llevar la carga que los pies descalzos del prelado justifican (aunque por otras mill partes quede condenada). Este tal religioso, ayudado interiormente de todo aquello que Dios le enseña, sufre y recibe las molestias. Y quiera Dios no haya prelado que apriete hasta que gruja y rechine el pobreu súbdito, que, como no es carro de madera sino oveja mansa, primero se deja morir debajo de la carga que se oiga palabra malsonantev. En fin, son de carne, y en llegando a lo sobrado y desmedido, por sancto que sea, ha de llegar a los ahogos de que hemos ido tratando en los capítulos pasados; y la muerte, en cuanto al sentimiento de la carne, para todos es amarga y desabrida.
Los pasajeros y caminantes abominan de cierta tierra de Castilla la Vieja con un refrán antiguo y trillado que dice: Dios me libre de Tierra dew Campos, que sueltan los perros y atan los cantos. Y es el caso que, como en aquella tierra de noche hiela tanto y cai tanta escarcha, las piedras quedan atadas y cosidas con el suelo de suerte que, si un perro acomete a un pobre pasajero, no tiene con que se defender siquiera una piedra o canto. Pues, si bien advertimos lo que vamos diciendo, podremos hacer la propia obsecración y deprecación en estas tales religiones reformadas: que Dios nos libre de prelados sueltos, atrevidos o airados, que, como los súbditos son tan temerosos de Dios, tienen atadas las manos y las lenguas y refrenadas [103v] las pasiones; y así quedan sujetos a las cóleras y avenidasx desconcertadas que vienen sobre ellosy.
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a ms. susaba b con-perseguidos sobre lín. c sigue lapachares tach. d sobre lín., en lín. toque tach. e corr. de enjusto f corr. de le g sigue que tach. h sigue a sus súbditos tach. i sobre lín., en lín. acémilla tach. 1 Cf. Lc 15,3-7. j sigue pal. tach. 2 Cf. Mt 18,21-22. 3 Cf. Mt 18,15-17. k rep. l ms. pacienciencia 4 Cf. Gén 19,1-38. 5 Cf. 2 Sam 11,14ss. m ms. esta n corr. de Ulrías o corr. p corr. q corr. de quierera r ms. hierren s ms. mo t ms. benedicimur 6 1 Cor 4,9.12-13. 7 Cf. Mt 10,16. u sigue pal. tach. v sigue que tach. w sigue Castilla la Vieja tierra tach. y de sin tach. x sigue de los tach. y al marg. aquí se divida este capítulo |
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