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San Juan Bautista de la Concepción Obras I - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
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CAPITULO 10 - Cómo el hombre, deseando naturalmente librarse de un trabajo y mortificación interior divirtiéndose de él y saliendo acá, fuera de sí, halla otro que le suele ser más penoso y de menos provecho
1. Natural cosa es nuestra flaca naturaleza aborrecer cualquier género de mortificación, desear y amar el descanso para que el hombre fue hecho y formado. Porque si los trabajos ya penas se han connaturalizado con los hombres, en nuestra casa nos las entraron las culpas y pecados que los hombres cometieron, porque al principio del mundo, cuando Dios crió a nuestros primeros padres en gracia, en el paraíso los puso para que gozasen. Y si los ocupó en que lo guardasen, trabajo era sin pena, antes lleno de mill entretenimientos y gustos, pues entonces no habíe otros ladrones de quien lo poder guardar, sino de las propias guardas. Que por ser tan poco de fiar, si Dios puso al hombre por guarda del paraíso, Dios se hizo guarda del mismo hombre. Todo lo cual se entiende de aquellas palabras que la Sagrada Scritura dice en el Génesis, capítulo 2, donde dice que puso Dios al hombre en el paraíso para guardarlo: Ut custodiret illum1. En las cuales palabras entienden los sanctos la guarda que Dios encomendó a Adán del paraíso y la guarda que Dios había de hacer del hombre, refiriendo aquel pronombre illum al paraíso, respecto del hombre, y refiriéndolo tambiénb al hombre, respecto de Dios. De suerte que las penas, trabajos y mortificaciones entráronse en casa por respecto de los pecados2. Y aunque es verdad que el hombre apetece la culpa debajo del bien deleitable que halla en ella, pero aborrece la pena y trabajo que por ella contrae. Y así, cuandoc tiene y le viene esta penad, lo siente y naturalmente desea desasirse y apartarse de ella; y no le es posible de suerte ninguna, porque, amando Dios tanto al hombre, como hemos dicho, enllenó el mundo y la vida del justo de penas y trabajos, para que éstas le estén espoleando y desaficionando de esta vida y dispertando el apetito para la otra, donde [37v] solamente se halla descanso de veras, sin ningún género de mezcla de penas. Así, por donde quiera que el justo eche, ha de hallar cuatro leguas de mal camino y un acíbar amargo que lo destete y aparte de los pechos del mundo. Pero, como quiera que sea natural cosa el aborrecer las penas, naturalmente, cuando está en unas, desea echar por otro camino, pareciéndole las ha de hallar menores. Y, como es Dios el que las da, por donde quiera que echa las halla preparadas a ese mismo talle hasta que, a las unas o las otras rendido, sólo desea aquello que sea más y mayor gusto de Dios.
2. Esto presupuesto, digo que sintiendo el justo mucho la mortificación, apeteciendo naturalmente apartarse de ella, procura u ofrécesele ocasión, ordenándolo Dios así, para que se divierta y salga acá fuera, donde, aflojando su poco a poco las cuerdas interiores y desahogando el alma, halla acá fuera otra mortificación exteriore que, su poco a poco y muy sin pensar, se le va pegando, no de menos consideración o pesadumbre que la interior de que se apartaba. Habiéndose en esto como el hombre que desea salir del valle porque tiene lodo, y apenas ha salido cuando empieza a subir la cuesta, siendo lo uno, cuál más cuál menos, trabajoso que lo otro, y aun quizá bien arrepentido por el trueco. Y aun, sin duda lo afirmo, que pesados los trabajos y penas interiores con los exteriores, aunque pesan más los interiores y más se sientenf, por mejor tienen el llevarlos y el sufrirlos que no los exteriores, porque éstos están en sujeto más flaco que los interiores, que están en el alma, y ellos, de suyo, son más bajos, de menos provecho y consideración.
Que por este exemplo lo entenderemos: el oro es el metal más pesado de todos y, con ser más pesado, más querríades llevar veinte ducados en oro que no en cuartos, porque el oro, aunque pesa más, en menos cantidad tiene más precio y más valor que si estuviese en cuartos, los cuales enbarazan más, dan más pesadumbre y valen menos. Así son los trabajos exteriores: que en ellos está un hombre más enbarazado, más cargado y molestado que no con los interiores, como, digamos, [38r] una calentura o enfermedad corporal, cansancio o tribulación destas que se quedan por acá fuera. Y estas tribulaciones y trabajos tienen menos valor que los interiores. Pero estos interiores son como el oro: que, enbarazando poco, son de mucho provecho, no obstante que de su naturaleza pesen más que todos los trabajos exteriores. Pero como quiera, según vamos diciendo, que el hombre en ningunos trabajos se halle bien, cuando siente los interiores procura divertirse y apartarse de ellos saliendo acá fuera, donde halla otros, en los cuales siente una nueva mortificación: y es el ver que en estos trabajosg exteriores es más flaco y que le son de más pesadumbre y de menos valor, lo cual le trai confuso y atribulado por ver cuán sin malicia se halló burlado en lo que entendió hallarse más aprovechado.
3. Uno de los menoscabos que siente en esta ocasión (que ésta ha de ser la mortificación que en este capítulo hemos de tratar en particular) es que con la mortificación interior, tiniendo recogido y mirando adentro con todas sus potencias, con ellas hablaba y hacía lo que quería. Salido acá fuera, con estotros trabajos hállalas divertidash y como desperdiciadas, de suerte que, si en ellas quiere buscar algo, no lo halla con esa facilidad -así como es más fácil en un aposento pequeño buscar una cosa que no en un campo grande-, donde por mucho tiempo no hará o conocerá lo que en breve pudiera, cuando padeciendo la tribulación interior estaba adentro recogido. De suerte es esto que, sintiéndose un hombre por una parte más descansado y aliviado, por otra parte se siente y ve más penado y afligido, con un dolor y sentimiento inmenso de verse así flojo y como tibio y descaído en las cosas de Dios, las cuales no entiende ni percibe con aquella cuenta y facilidad como cuando padecía el trabajo interior, según el cual el entendimiento vecxado le daba la ciencia de que tenía necesidad para tratar con Dios, ofrecerle su vida y sus trabajos.
4. Y porque de la diferencia de estas dos mortificaciones tengo ya dicho en muchas partes, no tengo ahora en que detenerme en ellas. Basta saber que de las interiores ordinariamente es Dios su autor y maestro; y basta que pasen por aquellas soberanas manos [38v] para que traigan mill gustos y sabores divinos, aunque de suyo sean amargas y traigan cuantos acíbares quisieren.
Pero estos trabajos exteriores -aunque es verdad, como dice el propheta [Amós]3 que ningún mal (de pena, se entiende) hay sobre la tierra que no haga el Señori- inmediatamente vienen labrados, hechos y machacados por las manos de las criaturas, que en todas sus obras son toscas y bastas, y así lo son en el desbastar al justo en el tiempo de la tribulación. Pues, como quiera que la imaginación acuda con más atención donde la llaman con el dolor o mortificación, llamándola afuera, sale afuera, donde las cosas las conoce con más tardanza y con menos certeza y sutilezaj.
5. No parezca esta doctrina de poca consideración, ni mortificación pequeña la que vamos diciendo. Y pluviera a Dios yo pudiera scribirla como la siento, de donde podría ser sacásemos un documento para los padres spirituales en el modo que tienen de regir y gobernar almas sanctas. Sucede muchas veces que, tratando o rigiendo alguna persona de quien entienden o imaginan tiene alguna luz extraordinaria de Dios, mortificarla exteriormente, penarla con muchas cosas de pesadumbre, unas fingidas y otras verdaderas. Y esto con buenos intentos, pareciéndoles que en medio de esta tentación o mortificación han de ser más iluminadas o han de tener más claro conocimiento de lo que desean que tengan, según las cosas en que se ocupan. Y es cierto muy de ordinario suceder al revés de lo que ellos pretendieron, porque, divirtiéndose con las penas exteriores, no sólo no adquirieron nueva luz o conocimiento, antes perdieron el que interiormente tenían y por gran rato de tiempo, según duró la aflicción corporal, quedaron necesitadas de quien, en lo común y particular, guiase a las tales personas como a gente que en aquella ocasión será harto sepan callar y sufrir el trabajo que de nuevo se les ha ofrecido.
Declaremos esto más, aunque no me parece dificultoso. En estos trabajos exteriores cánsase y aflígese mucho el cuerpo; y el cuerpo cansado, aduérmese el alma en sus propios pensamientos, porque, siendo tan delicados como son los que adentro tiene, cualquier cosa los enturbia y perturba hasta que, pasada la tribulación, se torna a serenar el alma y vuelve a sus ciertos y determinados juicios.
En esto creo podré poner [39r] exemplo en mí, en cosas que me han sucedido. Hame acontecido ir a hacer algún negocio del bien de nuestra sagrada religión y llevarlo bien pensado, entendido y conocido lo que había de hacer, tratar y negociar; y llegado al puesto -no sé yo si el demonio por inpedir, o los hombres por probar, o los unos y los otros, permitiéndolo Dios así, para más mortificar- levantar una tribulación, una aflicción tan grande que, turbado exteriormente, nada sabía ni entendía de lo que interiormente llevaba pensado que tratar y negociar, más que si yo no fuera a aquello; y venirme sin hacer nada. Y después de serenada el alma, y quieto en aquellos trabajos, conociendo lo que conmigo se habíe hecho, y cómo enk ello me había dado como por vencido entonces y vuéltomel sin hacer nada, decía: ¿Es posible? ¿Estoy loco? ¿He tenido juicio? ¿Yo, a qué vine? ¿Qué he hecho? ¿Cómo me vuelvo? Y padecer tan grande mortificación de la ceguera que había tenido y la cortedad con que había procedido, que me parecía jamás podía llegar la mortificación a lo que aquélla llegaba. Y conociendo de mí esto, me ha sucedido decirle al compañero: hermano, si yo olvidare o contradijere esto, acuérdeme su charidad que no debo hacerlo, que lo contrario es lo que conviene.
Digo que esta dispusición de cuerpom, que inquieto y turbado no me da lugar para conocer lo que deseo o conviene, me ha costado hacer muchos caminos a hacer cosa que del primero pudiera, si fuera Dios servido. Que sólo con razones hubiéramos todos de proceder dejando al alma, como dicen, quieta en su lugar. La cual en los que tratan de virtud (ya que en mí no sea) sólo goza de los tales conocimientos en su quietud y reposo, donde, por estar recogida en su pequeño retrete, le es fácil de hallar adentro y en sí lo que de fuera busca y no halla.
En el río y en la mar, cuando están quietos y sosegados, por grande golfo de agua que haya, se ven hasta las más pequeñas guijitas que están en el suelo, y aun en el medion se ven andar los pececillos y gusarapillos más pequeños que allí hay; y si se enturbia un poquito el agua, o se alborota la mar y el río con algunas olas, nada se ve, por grande que sea. Y así, el alma perturbada, aunque sea con cosas justas y lícitas, no ve lo que antes, en su quietud y sosiego, veía.
6. Y porque me parece esto no puede dejar de tener dificultad, me parece será bien declararlo de suerte que no deje duda alguna. No deja de haber [39v] alguna razón de dudar cómo pueda ser que un alma de lejos vea y conozca la verdad, certidumbre y conveniencia de una cosa y que después se le esconda cuando está, como dicen, de manos en la labor, de suerte que entonces dude y, si no duda, por lo menos tema o no se muestre con aquella fortaleza que en otro tiempo tenía cuando de fuera veía y conocía su verdad.
En este capítulo y acerca desta mortificación que ahora yo iba tratando del alma, no trataba yo esta doctrina con tanta universalidad como pide este capítulo. Pero, con todo eso, procuraré responder con la facilidad que yo pudiere. Digo, lo primero, que muy bien puede ser y hacer y causar Dios esta mortificación para mayor mérito de esta alma en el tiempo del obrar: que la que vido o conoció de lejos la conveniencia de una cosa, después caiga en tinieblas al tiempo del obrarla, tiniendo necesidad de aprovecharse de fee, consejo y prudencia de los hombres, en que la tal alma halla mayor mérito por causa del rendimiento que tuvo de parte del entendimiento a la fee y de parte de la voluntad al consejo.
No quiero yo aquí decir ni tratar de las cosas que, por razón de ser obiectos desiguales y desproporcionados a nuestras potencias, cuando estamos más apartados de ellos los percebimos mejor que cuando estamos muy llegados a ellos, como un grande sonido o una grande luz. Y lo propio pudo hacer el conocimiento de la cosa que dende fuera percebimos: que llegados a la misma cosa en que venía envuelto, parece se nos enturbió.
De entramas cosas pudiéramos poner exemplo en los Reyes, los cuales, lejos y apartados de Jerusalén y de donde Cristo estaba, en Belén, siempre tuvieron su estrella clara, visible y de suerte que les fuese guía agradable; pero en llegando a Jerusalén, se esconde. La razón: porque allí estaba la fee del Mesías verdadero que aguardaban, y ésao era sobre la estrella. También se les encubrió la estrella en el pesebre porque la luz del sol que allí estaba tapaba y encubría la luz de la estrella. Y si la estrella mostraba a Cristo, mayor, mejor y más verdadera estrella era la benditíssima Virgen, que tenía a Cristo en sus regazos. Digo más: que si la estrella venía a enseñar y mostrar a Cristo, después de lo haber hallado fue otra, y en vano estaba allí la estrella4.
7. Yo no trato de ésta ahora, de esta fee que aumentó el mérito de la hechura de la obra en absencia del primer conocimiento que de ella primero se tuvo, ni trato cuando una luz grande encubre y tapa la pequeña, y que en presencia de un grande conocimiento se tapa el menos y más imperfecto, ni del conocimiento especulativo que se absentó por haberse llegado ya el prático. [40r] Sólo trato cuando, por algunas mortificaciones no acertadasp de los maestros o personas que rigen y gobiernan un alma, suele quedar llena de dudas y tinieblas en la obra la que, estando apartada y retirada de ella, en su quietud percebía, entendía y conocía con certidumbre y claridad. Y porque esto parecerá dificultoso a quien trata estas tales almas, me parece será acertado facilitarlo y tratarlo con algunaq claridad, para que no parezca conocimiento fantástico, ilusión o sueño el que un alma tuvo antes, cuando vean que en la obra se le añubló o escureció.
Lo primero, digo que si el conocimiento que de la tal cosa el alma tuvo fue extraordinario y sobrenatural, es fuerza que éste sea más claro que el que después tiene de manos en la labor, porque, cuando obra, obra con conocimiento natural que, por claro que sea, tiene más tinieblas y obscuridad que el sobrenatural respecto de las especies en que lo natural representa su tal conocimiento. Y pudo ser el sobrenatural infundirlo Dios sin especies, retratos o semejanzas. Y cuando el conocimiento sobrenatural fuese en especies, son más claras las que Dios o algún ángel representa que no las que yo formo con la abstración de la cosa cuando la venga a obrar. Y si no, digámoslo en una palabra, mejor y más claro por sí sola conoce el alma cuando Dios la ayuda sobrenaturalmente que cuando ella se ayuda de los sentimientos tardos y engañosos.
8. Tampoco trato de estas tinieblas que el alma padece en esta ocasión, sino de las que le causan con las mortificaciones exteriores, las cuales al alma le sirven de niebla que de cerca escurecen lo que de lejos se veía con claridad. Así como sucede estar dos o tres leguas de una ciudad, ver sus torres, chapiteles, edificios y las demás grandezas que tiene con particular distinción y, llegándose cerca, ser tanto el polvo de los que entran y salen r y de las bestias y carros que entran cargados, que vemos menos que cuando estábamos lejos. Lo propio sucede al que metido en un pozo mirase el cielo: que lo vería con más claridad y distinción, él y las strellas, que si estuviese fuera. Verdad es que tanbién seríe la causa el estar la vista recogida en aquella profundidad y el estar menos inpedida con otra claridad intermedia que la pudiese impedir. Pero a mi propósito digo que la causa sería [40v] el estar menos inpedida la vista con las nieblas y vapores intermedios, los cuales, si estuviesen sobre mis ojos, no me dejarían ver lo que pretendía.
Paréceme que en esto no habíe que buscar más razón de la que los médicos, como philósophos, nos diesen de por qué hay hombres que, siendo de larga vista, no ven las cosas de corta y, viendo lo lejos, son inpedidos para lo cerca. Este es el mal que hacen los maestros a estas tales almas de quien vamos tratando: que, no dejándoles aquella libertad de cerca al tiempo de la hechura de la obra, padecen más tinieblas y obscuridad con sus mortificaciones, sirviéndoles de niebla y polvareda que les levantan a quien, retiradas y dende afuera, gozaban en su quietud y reposo del conocimiento que Dios habíe sido servido de darles. De donde el demonio podría en esa tal ocasión hacer fuerza y dar a entender que los primeros pensamientos fueron falsos y engañosos, pues se enturbiaron cuando habíen de tener más claridad y certidumbre.
Yo sé que si, así como acá al ladrón lo azotan y hacen restituir lo que hurtó, hubieran de hacer lo propio con los padres espirituales que menoscaban a algunas almas y les hacen perder hartos bienes que después podría ser en mucho tiempo no ganarlos, que habíe de haber cada día azotados y restituciones de cosas, que sus haciendas spirituales quizá no alcanzaran a satisfacer lo que hurtaron o hicieron perder en un breve rato que pretendieron hacer torciese el camino el alma que quizá caminaba bien el que llevaba.
Denos Dios su gracia y a todos nos enseñe lo que más nos conviene para obrar y enseñar. Que esto de enseñar espíritus es materia tan dificultosa que bien es dejarla al Spíritu Sancto. Que él infunda este dons y conocimiento de spíritu al que él fuere servido, dándonos a todos su gracia. Amén. [201r] Jhs. Mªa
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a sigue penas tach. 1 Gén 2,15. b sigue a Dios tach. 2 Cf. Gén 3,1-23. c sigue lo tach. d esta pena sobre lín. e corr. de interior f sigue y tach. g al marg. h corr. de difervertidas 3 Cf. Am 3,7. i sigue p tach. j al marg. V k corr. de con l corr. de puéltome m corr. de querpo n sigue andar tach. o corr. de cesa 4 Cf. Mt 2,1-11. p sigue el alma tach. q sigue g tach. r ms. sales s sigue de tach. a al marg. Qno. 11 |
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