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San Juan Bautista de la Concepción
Obras I - S. Juan B. de la C.

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  • TRATADO DE LA HUMILDAD
      • INTRODUCCION
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INTRODUCCION

 

            1.         Este texto se extiende a lo largo de los 48 primeros folios del tomo I autógrafo de san Juan Bautista de la Concepción. Es, obviamente, el primero de los 10 breves "tratados" de que consta el volumen (así son indicados), todos ellos agrupados, ordenados y empaginados, con numeración progresiva de los folios, por el mismo autor. Todo el volumen consta de 226 folios (formato 30 x 32,5), de los que figuran completamente en blanco algunos (ff.75, 77, 79, 80) y faltan dos (ff.76 y 78), a no ser que hayan sido saltados en la numeración. Además, al final hay tres hojas del mismo papel no escritas ni foliadas.

 

            A falta de pistas internas en el tratado, útiles para calcular el tiempo y el lugar de su composición, ese dato global del manuscrito hace pensar, a partir de alusiones rastreadas fuera del tratado, que éste fue escrito hacia finales de 1609. ¿Dónde? Tal vez en Salamanca1. Anotemos también que, como en otros casos, al reformador trinitario no se le ocurrió formular un título específico, cosa que hemos hecho nosotros en fácil sintonía con el contenido de la obra.

 

            2.         Al comienzo del tercer capítulo, se nos desvela la ocasión y el motivo principal del tratado:

 

            "No es mi intento hacer de ella (la humildad) tratado principal ni tomar este asumpto de propósito. Sólo me fue ocasión a tratar de ella el segundo dicho que prometí decir en este capítulo pasado, de que dije haber sido testigo, y fue que un religioso, viendo que otro con algún celo de más agradar a Dios se había entremetido en algunas cosas de gobierno, le scribió: "Su charidad, hermano, tiene necesidad de dar grandes muestras de humildad, porque lo que ha hablado y dicho descubre mala hilaza y grande soberbia". Lo cual sabiéndolo yo, me puse a considerar cómo era posible que un hombre diese muestras de humilde y que eso fuese humildad...".

 

            En opinión de un buen conocedor del Santo, "es muy verosímil" que uno de esos dos religiosos -el "entremetido en algunas cosas de gobierno"- fuera el propio reformador trinitario, y el otro -el de la carta-, Francisco de Santa Ana, su sucesor en el provincialato2. El objetivo primario del escrito es, como se ve, demostrar el sinsentido de una humildad de la que se pretenden signos externos; poner en evidencia que la humildad es una virtud interior, oculta, silenciosa. A partir de ahí el autor ahonda en la sustancia teológico-espiritual de esa virtud basilar del cristiano.

 

            3.         La humildad es una actitud fundamental del hombre que comprende y vive su existencia desde y ante Dios. Se sustenta en la conciencia de la verdad: "El


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conocimiento de Dios, conocimiento de sí propio y conocimiento de que lo poco o mucho que en él hay nace de la majestad y grandeza de Dios" (c.16,1). La persona humilde es la persona llena de Dios. Absorta en la contemplación del Ser absoluto, omnipotente, creador universal, infinitamente perfecto y fuente de todo bien, en su propio terreno, de su cosecha, no halla más que el pecado. Fascinada por la bondad y la misericordia de Dios, abre de par en par su corazón al amor divino. Al paso que va penetrando en el misterio de la íntima comunión con el Señor, va perdiendo la estima de sí misma y de las cosas terrenas, hasta llegar a considerarlas sin valor alguno cuando se las desliga del Creador. Juzga que sólo Dios es digno de su amor y de su obediencia incondicional y desinteresada, deseando servirle y glorificarle en todo momento. El humilde "ya murió al mundo y vive para sólo Dios" (c.2,7); "para Su Majestad guarda su corazón a solas" (c.2,9).

 

            La frase atribuida a san Francisco: Deus meus et omnia, sintetiza, según el autor, la íntima realidad del hombre humilde. En efecto, Dios es el único bien y lo único deseable para el corazón humilde. Su despojo radical le permite gozar del sumo bien; es el más rico de los hombres. Si ante los ojos de los demás parece débil e ignorante, ante la mirada de la fe es fuerte y sabio, ya que "sabe quién sea Dios y... de todo Dios se apodera" (c.9,1). "De aquí es que el humilde hace de Dios todo lo que quiere y parece lo tiene a su mandado. Porque, como lo entiende y conoce, sabe cómo lo ha de tratar y llevar o cómo se ha de haber con Su divina Majestad... Todo anda junto para el verdaderamente humilde: conocimiento de Dios, rendimiento de corazón y tener a Dios a su mandado" (c.9,1). Ahí radican la eficacia y la fecundidad extraordinarias de la oración y de toda la vida de los santos, es decir, los humildes: los apóstoles, un Pablo, un Francisco, tantas personas ignoradas por la historia...

 

            4.         La desestima propia, unida a la incapacidad de autodefensa y de autoexaltación, es una de las notas de la humildad. Polarizado en Dios con todos sus afectos y aspiraciones, el corazón humilde arde en deseos de publicar el amor de Dios; "no teniendo palabras para descubrirse a sí, tiene muchas y misteriosas sentencias para descubrir quién es Dios" (c.7). Siente un ímpetu irresistible para pregonar que "no es él quien vive, sino Cristo en él" (Gál 2,20); que todo lo bueno que pueda detectarse en su vida es puro don gratuito del Señor. El autor observa a este respecto que el cristiano humilde, cuando habla de Dios, no es un charlatán retórico y afectado; sus palabras -no importa si pocas o muchas- brotan del corazón y van transidas de espíritu y vida, por lo que impactan benéficamente a los oyentes.

 

            "La humildad tiene su asiento y virtud en lo escondido del corazón, en las raíces del alma... No hay que andar buscando la humildad en las palabras ni obras exteriores, porque muchas veces salen y nacen de un corazón soberbio y presuntuoso" (c.2,2). Es una virtud desnuda y oculta, no se exhibe. Nuestro santo llega a compararla con el alma separada del cuerpo, en cuanto ésta es invisible. No existen signos y manifestaciones externas inequivocables de la humildad, pudiendo ser humilde quien detenta cargos importantes y se relaciona con los grandes del mundo, y soberbio quien se presenta pobre y modesto. Es soberbio no sólo el que pretende demostrar con hechos y palabras la propia humildad, sino también quien cae en la cuenta de que la tiene. Recurre el autor a hermosas imágenes naturales


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para ejemplificar la condición de la humildad: es como la nieve, que, si la arropamos, se deshace, y si la manoseamos, se derrite; como el agua que empapa la tierra ocultándose en ella; como la rosa, que no soporta ser manipulada; como el árbol, cuya sustancia y vigor residen en el corazón y en las raíces...

 

            Amenazada constantemente por peligros internos y externos al hombre, la humildad reclama grande vigilancia. El afecto desordenado de las cosas, que pretenden el corazón humano, es una de las amenazas habituales. La tendencia pecaminosa innata del hombre ("un principio de perdición heredado de nuestros primeros padres" [c.5,1]) es otra de las amenazas. Está siempre al acecho la grandeza y majestad de este mundo, que es "el gusano que la roe, la polilla que la come, el gorgojo que la consume y el aire que la desbarata" (c.6,1). En fin, "no hay nieve tan fácil de derretir ni licor que tan presto se corrompa como la humildad"; basta "un pensamiento altivo" para, "como zángano, comer, desbaratar y desperdiciar lo que el alma humilde ha labrado en mucho tiempo" (c.5,1). De ahí que el verdadero humilde lleva con santo temor los cargos honorables, evitando aficionarse a ellos, y no se apena, sino más bien se siente liberado de un peso, al dejarlos.

 

            5.         El autor reitera vigorosamente la importancia esencial de la humildad en la vida cristiana, sin la cual no se puede acceder al reino de los cielos (cf. Mt 18,2-3). Subraya que sólo el humilde conoce de verdad a Dios y que Dios sólo al humilde otorga sus gracias, se da a Sí mismo y lo hace partícipe de la propia gloria. De hecho, sólo el corazón humilde se hace permeable a su amor, mientras que la autosuficiencia impermeabiliza el espíritu humano frente a los dones sobrenaturales. El carácter indispensable de la humildad emerge asimismo de su colocación en el conjunto de las virtudes, porque "donde ella no vive, las demás no habitan y donde ella se deshace, las demás se destruyen" (c.15,1). El corazón desembarazado y deshecho, al que Dios reserva sus comunicaciones, es el terreno donde florecen todas las virtudes. "Así como la soberbia es principio y origen de todo pecado, principio y origen de toda miseria y pena, de esa misma suerte la humildad es el cimiento, el fundamento, la casa y estabilidad de las otras virtudes; y ella propia tiene su fundamento en el mismo Dios, de cuyo conocimiento le nace al hombre el echar de ver cuán nada sea" (c.15,3).

 

            Una parte considerable del tratado discurre en torno a los premios de la humildad (c.5). Tras excluir eventuales premios materiales y compensaciones humanas para el humilde, se pone sólo en Dios su paga. Tal recompensa, más de lo que se pueda esperar, se da ya en esta vida: Dios revela sus misterios a los humildes (cf. Mt 11,25).

 

            El autor desarrolla con similar amplitud la idea de que Cristo es el único maestro y "modelo perfecto de humildad", como El mismo ha querido enseñarnos: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29) [c.5 y 15]. Como era de esperar, el místico trinitario pone también a la Virgen Santísima en un pedestal especial, viéndola como la criatura humana más aprovechada en la escuela de la humildad, incluso, como la única persona discípula perfecta de Cristo humilde.

 

            6.         Las pinceladas precedentes nos indican que estamos ante un tratado más doctrinal que ascético: la atención del autor se centra casi exclusivamente en los


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fundamentos y en la sustancia de la humildad, vista como actitud interior característica del hombre que vive en comunión con Dios. He ahí, a nuestro entender, su mayor originalidad frente a tantos otros "tratados sobre la humildad" (ascéticos y moralísticos, que versan sobre el ejercicio de la humildad y la aceptación de las humillaciones) que produjo la literatura religiosa española de los siglos XVI y XVII. Es significativo que san Juan Bautista de la Concepción, habiendo leído muchos textos importantes sobre la humildad, sea de los santos Padres como Agustín, Gregorio Magno, Bernardo, sea de renombrados escritores espirituales como el Kempis, Luis de Granada o Alonso Rodríguez, no los cite apenas.

 

            "Me ha impresionado fuertemente este breve tratado sobre la humildad", confiesa el mercedario Luis Vázquez, resaltando su impactante contenido y su "belleza literaria"3. "Son tan incomparables las preciosidades que nos escribe, que no es fácil hallarlas en otros autores", declaraba hace muchos años Nicolás de la Asunción4.


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            TRATADO DE LA HUMILDAD

[f.1r]    Jhs. Mª




1 Cf. N. A. [= Nicolás de la Asunción], Apuntes críticos al tomo I de las Obras del beato Juan Bta. de la Concepción: ActaOSST IV/7 (1948) 426-428.



2 NICOLÁS DE LA ASUNCIÓN, l.c., 412. Sólo aporta dos indicios, pocos para ser concluyentes: el tratamiento de su caridad, alusivo a un episodio interno a la descalcez, y el deseo de agradar a Dios que acompañó siempre al Santo en su tarea de gobierno.



3 "La belleza literaria de la obra de Juan Bautista de la Concepción salta a la vista tan pronto se interna uno por sus páginas, donde lo metafórico se ofrece frondoso y fresco, como en los mejores clásicos". Le reconoce "un arte especial para no degenerar, como es el caso de otros autores de la época, en barroquismo exagerado"; "gran fuerza lírica" en algunos pasajes; "elegancia" en sus precisiones conceptuales; "calidad literaria y frescor poético" en su decir. Cf. su Prólogo a [S. JUAN BTA. DE LA CONCEPCIÓN], Un maestro de liberación interior [= Tratado sobre la humildad], presentado y comentado por el P. Juan Luis Losada, Madrid 1977, 7-19.



4 Apuntes críticos...: ActaOSST IV/7 (1948) 412.






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