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San Juan Bautista de la Concepción Obras I - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
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CAPITULO 2 - Cómo, entre esas dificultades de contentar al mundo, la mayor es la que se ofrece en la virtud de la humildad por ser virtud secreta y escondidaa 1. Y aunque es verdad que en cualquier género de virtud es cosa trabajosíssima cumplir con los hombres, particularmente con la virtud de la humildad. Quiero decir que es dificultosíssimo ser uno humilde ante los ojos de los hombres y quererles satisfacer acerca de esta virtud, porque por el propio caso que quiera dar muestras de humildad ya no es humildad, sino soberbia. Todas las otras virtudes tienen con qué vestirse y con qué poder parecer por de fuera. Y yo no le hallo a la humildad ningún género de vestido que el propio vestido no la deshaga. Debe ser como la nieve, que si la arropamos se deshace y, si la manoseamos, se derrite. Y así, como virtud desnuda, no quiere parecer afuera sino siempre anda escondida y metida en los rincones y en lo más profundo del corazón, sin se atrever a sacar la cabeza afuera. Y, si no, mirémoslo en el publicano y fariseo1, que quiriendo el phariseo dar muestras de su humildad diciendo qué hacía, salió sin ella y vestido de soberbia. Y el publicano, que bajó sus ojos sin se atrever a los levantar metido en los rincones del templo, salió justificado y con buen despacho. 2. Yo considero a la humildad y a las otras virtudes como árbores diferentes; que unos tienen la virtud en la hoja, otros en la fructa, otros en lab corteza y otros en el corazón y raíz del mismo árbor, como lo vemos en el palo sancto y en la zarzaparrilla. Hay virtudes que su asientoc o virtud la tienen en la lengua, en las palabras o en las obras, pero la humildad tiene su asiento y virtud allá en lo escondido del corazón, en las raíces del alma: Cor contritum et humiliatum, [3r] Deus, non despicies2. No hay que andar buscando la humildad en las palabras ni obras exteriores, porque muchas veces salen y nacen de un corazón soberbio y presumptuoso. Hase de buscar en el corazón, y no en corazón entero sino en un corazón deshecho. Pues, válame Dios, si el corazón está deshecho, ¿cómo en él conoceremos esta virtud o la hallaremos? Porque lo que está deshecho no es y por el consiguiente nada tiene. Pues esto es lo propio que yo digo: que la humildad, como está en corazón deshecho, no la halla el hombre ni la conoce. Sólo Dios es el que penetra esas profundidades, ese no ser, y así halla y conoce cuál es la verdadera humildad y el verdadero humilde. 3. La humildad es como el agua que tiene su asiento en la tierra y en ella se empapa, se esconde y amasa, de suerte que derramando mucha agua sobre la tierra ninguna parece, porque toda se la traga y esconde. De esa misma suerte la humildad se sujeta y halla en unos hombres hechos tierra, desechados, abatidos, despreciados en sus ojos y en los de los hombres; y en el punto que ahí entra la humildad, aunque sea grande, como cai sobre tierra, toda se hunde en esos hombres hechos tierra, se esconde y amasa en ellos de tal manera que nada parece sino tierra, deshecho y desprecio. Lo cual los hombres no lo tienen por humildad, sino por necesidad, por suelo y tierra, porque nunca jamás ellos acabaron de entender qué fuese y en qué consistiese la verdadera humildad. 4. Para confirmación de esto trairé dos dichos que por mis orejas oí y con mis ojos vi. En Roma conocí un rústico labrador, en lo natural hombre ordinario, a quien por su singular sanctidad y virtud nuestro muy sancto padre Clemente octavo, de felice recordación, mandó venir y asistir en Roma, porque era de un pueblo o aldea de cerca de Nuestra Señora de Lorito. A este labradord le traían los cardenales y grandes de la corte romana sobre sus cabezas, de suerte que el que lo llevaba a su casa un día a comer hacía cuenta que Dios le había hecho singulares mercedes. Un día, viéndolo así ocupado y entretenido, un hombre docto que trataba y sabía de spíritu (pudo ser que por mortificarlo o probarlo) le dixo: "Bueno se anda, hermano Jácomo (que así pienso se llamaba), entre príncipes y cardenales, buena andará ahora la vanagloria". El sancto le respondió delante de mí: "Has de saber, padre, que por muchos años del principio de mi vida spiritual no podía ver hombres, tratarlos ni conversarlos, tanto que, si arando o cavando en el campo pasaba algún hombre junto a mí, dejaba las mulas y echaba a huir y me apartaba de ellos. Y aquel propio Spíritu que entonces me daba aquel aborrecimiento y desasimiento de los hombres, ese propio Spíritu me trai ahora entre ellos [3v] sin parecer ser señor de mí, sino que el alma y la vida se me va por su aprovechamiento, por responderles y preguntarles cosas de Dios". Y tengo yo por cosa evidente ser aquella la voluntad de Dios y no sólo no ser para aquel su siervo soberbia o presumción, sino grandíssima mortificación, verse un hombre rústico, pobre y maltratado entre tantos príncipes; porque era fuerza tener grandíssimo conocimiento de los dones que de Dios había recebido, pues a un hombre desechado entre los del mundo le daba palabras dignas de estimación entre los muy poderosos, de quien la divina gracia en aquellos dones y talentos no hizo caso, pues para ellos habíe escogido los pequeños y escondídolos a los grandes3. Conocimiento que de veras habíe de obligar a más se humillar y rendir las armas (pues eran ajenas) a sólo Dios. De esto que voy diciendo vi la verdad, porque, cuando le preguntaban u obligaban a que hablase, era la confusión y mortificación tan grande que parece se quería deshacer y meter debajo de la tierra. De suerte que el muy discreto, el que sabe y trata de spíritu juzga por soberbia, vanagloria y presumción lo que al otro pobre le era mortificación y ocasión de conocer su bajeza, miseria y misericordia grande de Dios en haber escondido en semejante muladar de trapos viejos thesoros tan grandes, viendo delante de sus ojos arcas doradas en que los pudiera encerrar. 5. De suerte que podremos decir en esta ocasión que si la soberbia, para taparse y encubrirse, se viste de los trapos viejos del humilde, de los sayales y desnudez del pobre, la humildad se tapa y esconde de los ojos de los hombres entre los brocados, tapices y grandezas de los príncipes; y entre ellos, pareciendo soberbia y presumción, para el justo es mortificación, conocimiento y humildad. Y yo no lo dificulto sino que lo es, parezca al hombre lo que quisiere, porque el humilde todo lo de la tierra lo desprecia y estima en nada y en el mismo lugar tiene el todo del mundo que lo que es nada y, siendo para él todo uno, eso pone en su imaginación lo mucho en que se ve que lo nada que tiene y posee. Digo también que el humilde tiene a Dios y sólo eso estima y reverencia; y a quien de veras tiene este summo bien nada puede hacer ni variar en él todo lo criado si todo se lo diesen.
Y, si no, mírenlo en los sanctos mártires a quien los emperadores ofrecían riquezas, majestad y grandeza; [4r] y todo lo despreciaban como si fuera un poco de estiércol, estimando a sólo Dios a quien ofrecían sus vidas. A quien Dios ha dado este conocimiento ¿por qué tengo yo de entender, porque lo veo entre príncipes, que ya se ensoberbeció y que esos favores sólo los estima y pretende? Antes, muy al contrario, debo pensar que allí al tal justo lo metió Dios para sólo granjear a los príncipes y grandes, a quien nadie se les atreve de fuerzas y poder igual. Y un humilde que entra hecho gusanillo, como dijo el Spíritu Sancto de la salamanquesa: que, sin tener alas y siendo un animalejo así desechado, vive en casa de los reyes4. Ahí se entra sin pensar el humilde y, dándole Dios gracia y apoyo, entre esos poderosos habla y dice palabras con que los edifica, enseña y convierte y trueca a nueva vida. 6. No está lejos el exemplo pues ayer vimos al hermano Francisco, religioso lego carmelita descalzo5, en lo natural hombre rústico e ignorante y en lo sobrenatural celestial, divino, sabio, discreto y con tantas y tan buenas propiedades, que tenía cabida con los reyes en lo más secreto de sus negocios y determinaciones para las encomendar a Dios y alcanzar luz de Su Majestad para sus aciertos. También digo que vi murmurar de este sancto a quien Dios no descubre y enseña. ¿Cómo pies descalzos y hombres humildes son aquellos que todo lo tienen y poseen sin que entre esas majestades tenga lugar el pensamiento de otras altiveces y soberbias? El gusano de la seda envuelto en el capullo de la misma seda muere y en esa propia seda tiene su sepultura y entierra. ¡Ojalá nos abriese Dios los ojos para que de veras conociésemos cuántos sanctos hay que entran y salen en las casas de los príncipes, ora sea porque es obediencia o porque es necesidad para sus religiones o para alguna obra grande de charidad! Los cuales, aunque los ven con rostro alegre y risueño, si dentro en su corazón entrásemos, hallaríamos cuán sepultados andane en ese trato exterior con seglares, cuántas y cuán grandes son sus tristezas, melancolías y aún no sé si llegan a palosismos, pues sé de cierto que para ellos no hay garrote que tanto los apriete como verse obligados al trato común y al cumplimiento de gente de palacio; pero, como no pretenden sino la mayor honra y gloria de Dios, entre esas sedas y brocados hallan su sepultura, su muerte y consideraciones de mayor desprecio suyof. 7. Bien es verdad que esto no lo percibe el ignorante ni el soberbio, porque piensa como ladrón [4v] que todos son de su condición. Y, si no, dígame por charidad: cuando van a enterrar a un cuerpo muerto de un hombre poderoso o de un príncipe, cargado de brocados el ataúd, acompañado con tantos lutos veitidosenos6, cercado de tantos poderosos que hacen sus sentimientos, con mill bálsamos y olores, lleguemos y preguntémosle [a] aquel cuerpo si tiene alguna parte por donde le entre la soberbia y presumción, altivez o vanagloria; y veréis lo que nos responde y dice: que de qué le sirve aquella ropa pues no le abriga, aquellos bálsamos pues no le escusan y quitan la corrupción, que para qué quiere aquel acompañamiento si a la tarde lo han de dejar solo y cuando mucho acompañado de gusanos, metido en una triste y obscura bóveda. Es cierto se reiría de los que lo notasen de soberbio y haría burla y tendría por locos a los que imaginasen en él habíe quedado lugar de pensamiento altivo. Lo propio digo yo del que es verdadero siervo de Dios, del que ya murió al mundo y vive para sólo Dios: que de nada le sirven todas las cosas que le cain por de fuera, porque nada le abriga la ropa y mantasg ajenas; nada le levantan y ensoberbecen los acompañamientos y aplausos que le hacen en los palacios de los grandes, porque, después de todo eso pasado en un breve rato, se vuelve a su rincón y retrete donde se halla solo con sus remiendos y piojos, y todo lo demás le cai tan por de fuera que fuera se queda. 8. Quien a mi parecer podría yo juzgar por soberbio y presumptuoso es al que, como el gusano de seda, no contento con lo que en su capullo labró, cría alas y rompe su casa y capullo y quiere volar buscando otra vida más alta y levantada. ¡Oh, válame Dios! y que hay de hombres en el mundo que, no contentos con lo que Dios y la naturaleza les dio, rompen los límites de su poder y cobrando alas, ya que no se han en las fuerzas, en las imaginaciones, y con ellas vuelan y entran en lo vedado codiciando lo ajeno y haciendo diligencias para que venga a sus manos; y lo que no pueden haber a ellas lo murmuran, desprecian y desestiman. Siendo como el gusarapillo de agua que, no contento con aquella vivienda, le nacen alas, pico y aguijón, con que se entra do quiere, pica y canta y molesta al mundo. ¡Oh, buen Dios!, cuántos hay en él que se pudieran [5r] quedar hechos gusarapos por ser gente de poca consideración, y no quieren, sino que a su pequeñuelo cuerpo le pegan grandes alas y pico mayor con que atruenan al mundo tratando de su linaje y descendencia. Y aun si parase ahí, vaya, pero tienen aguijón agudo con que rompen honras y vidas ajenas. Pues como dice David: Acuerunt linguas suas sicut serpentes7; que tienen lenguas llenas de ponzoña. A éstos llamo yo y se deben canonizar por soberbios y altivos, pues son como la rana de quien fingen las fábulas: que dio en que quería ser tan grande como el buey y, para engrandarse, no hacía sino beber agua y luego preguntaba a sus hijos si estaba ya tan grande; bebió tanta, sin poder llegar a lo que pretendía, que reventó primero quedándose rana muerta antes que buey vivo8. Hartos hay de éstos en el mundo que, siendo menores que ranas, quieren ensancharse tanto que quieren igualar a los príncipes y poderosos y, para llegarles, sólo tragan viento y beben agua; y vienen a hincharse tanto que, sin alcanzar lo que pretendían, revientan primero quedándose hombres humildes, bajos y aun despreciados de todos, porque su edificio no llegó donde él imaginó. 9. Pero el justo, a quien Dios le ha dado su grandeza y tamaño, todo un mundo entero que se lo arrojemos a los pies noh será bastante a le añedir de grandeza un dedo, como Cristo dice tratando del poco poder de los hombres: Quis poterit adere ad estaturam suam cubitum unum?9, ¿qué hombre habrá que se atreva a añedir a su cuerpo y tamaño un cobdo y a levantarse más del suelo con cuerpo más grande? Nadie, porque sólo Dios es el que eso puede y hace. Pues, como el cuerpo del humilde es Dios el que lo formó y hizo (digo cuerpo a la virtud interior de la humildad a diferencia de la sombra y cuerpo fantástico del soberbio), nadie podrá añedirle un cobdo con cuantos oros y tesoros hay en el mundo, pues no es el tener quien sube la humildad, sino el despreciar y desasirse de todo. Así pienso yo en las ocasiones que vamos tratando (de cómo la humildad del justo entre poderosos y grandes se zabulle y esconde a los ojos de los del mundo). Que es el humilde como la anguilla, que mientras más la aprietan más se desliza y escurre; y aun como la culebra, que si pasa por angosturas y estrechos se sale, aunque se deje la camissa y salga desnuda. Apreturas son para el justo las cosas de la tierra, y donde otros ensanchan el corazón a él se le encoge y estrecha; y tanto que, aunque sea [a] costa de su vida y de su honra, cuando pensamos que está dentro [5v] de las cosas de la tierra y metido entre poderosos y grandes, está fuera, aunque como otro Joseph se deje la capa en manos de la adúltera10; que así podemos llamar a la majestad y grandeza del mundo, pues habiendo de reconocer por sólo su Señor verdadero a Dios quiere honrar y engrandecer al hombre, que es un poco de polvo y ceniza. Pero el justo, que de veras reconoce que todas estas cosas son de Dios, a él se las deja y para Sui Majestad guarda su corazón a solas.
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a sigue que no sale afuera tach. 1 Lc 18,10-14. b sigue muy tach. c sigue la tach. 2 Sal 50,19. d corr. de la dijo 3 Cf. Lc 10,21. 4 Cf. Prov 30,28. 5 Francisco del Niño Jesús -Pascual Sánchez-. Habla también de él en VIII, f.56. Francisco se hizo carmelita descalzo el año 1598, muriendo en 1604. Cf. SILVERIO DE STA. TERESA, Historia del Carmen Descalzo, VIII, Burgos 1937, 365-399. e ms. sepultado anda f sigue quien es el sobervio tach. 6 Paños "veintidosenos" son los tejidos con 22 centenares de hilos. g ms. martas 7 Sal 139,4. 8 La vida del Ysopet con sus fábulas hystoriadas, facsímil de la ed. de 1489, Madrid 1929, II, 20, ff.XXXXIIv-XXXXIIIr; Fábulas de Esopo. Vida de Esopo. Fábulas de Babrio, Madrid 1985 (Fábulas de Babrio) n.28, p.318. h rep. 9 Mt 6,27. 10 Cf. Gén 39,12. i sigue m tach. |
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