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San Juan Bautista de la Concepción
Obras I - S. Juan B. de la C.

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  • TRATADO DE LA HUMILDAD
      • CAPITULO 16 - Cómo siendo nuestro Dios maestro de la verdadera humildad, en su presencia aprienden todas las criaturas del mundo
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CAPITULO 16 - Cómo siendo nuestro Dios maestro de la verdadera humildad, en su presencia aprienden todas las criaturas del mundo

 

            1.         Dos o tres principios tiene la humildad, de donde nace y trai su origen, según de lo arriba tratado se podrá sacar: el conocimiento de Dios, conocimiento de sí propio y conocimiento de que lo poco o mucho que en él hay nace de la majestad y grandeza de Dios, que usando de su misericordia quiso comunicar algo de la infinidad de perfecciones que en él hay. Y aunque es verdad que lo esencial que en esto puedo decir lo debo ya de tener tratado en los capítulos superiores, pero con todo eso, como quien a solas y con verdad engendra y produce humildad verdadera en el corazón del hombre son estas dos o tres cosas, me parece que, habiendo de tratar de humildad, no acertaría a salir de aquí. Así, el que esto leyere no debe cansarse si viere con unos propios términos tocar dos veces una propia cosa.

2.         ¿Qué hombre, pregunto yo, abría en el mundo que, tiniendo solos mill ducados de hacienda, se quisiese tener y jactar por rico delante de otro que se los hubiese dado de limosna o enprestado de más de cien mill que tenía de renta? ¿Pues qué, si junto con eso, este hombre fuese su criado, siervo o sclavo? ¿Y qué si estos mill ducados se los hubiese dado, no para que los desperdicie y gaste en lo que él quisiese, sino según el orden que se le diese? Por cualquier parte de éstas que considerase las partes que él tenía en orden a la riqueza de que se podía gloriar, le harían batir las alas y bajar las velas para no volar y caminar a la furia de los vientos, sino por tierra baja. No le suceda lo que al otro vinatero, de quien se dice en Prado spiritual: que, habiendo malganado alguna cantidad de dineros a echar agua al vino que vendía, le sucedió que, llevando su caudal un día al río donde se desenbarcaba algún bajel o nave de vino, puso su bolsa a la orilla del río mientras contrataba o compraba; un milano, cuando vido la bolsa de cuero, pensó que era pedazo de carne, abatióse al suelo y levantóla en alto y, cuando la enpezó a picar, cuando vido que no era de su manjar, dejóla caer en el río; y así el agua se llevó lo que era suyo, pues con agua había ganado el tal caudal1.

3.         Es recia cosa que, siendo el hombre una poca de agua vertida que corre al abismo de la nada, como la otra sabia mujer dijo a David: Quia sicut aqua dilabimur2, quiera el hombre venderse por vino; y, cuando mucho, por algunas mercedes que Dios le haya hecho habiéndole con ellas aguado su poquedad y nada, quiera con su soberbia y presumción venderse por vino puro. Merece este tal que todo el caudal que ha


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adquirido y granjeado en estas ventas y reventas se lo lleve el milano o, por mejor decir, levantándose él en alto, se le desvare y deslice la carga y dé con ella en el lugar de cuya es, [45v] y se quede como denantes estaba.

Hay muchas cosas que se deshacen y exsalan en vapores, como lo vemos en las nubes que, estando muchas veces que parece que se quiere el mundo hundir de agua, sopló un poquito de aire cierzo y las volvió y convirtió en nada; y así muchas veces decimos, cuando las nubes van muy altas, que no quiere llover porque allí el aire, como está más en su punto, las resuelve. Y lo propio vemos del azogue, que, echado en el fuego, se vuelve humo. Lo propio tienen las riquezas y grandezas del mundo: que, si se suben a lo alto, dan en tan bajo que se vuelven niebla, exalaciones y nada; y si aciertan a caer en un pecho encendido en soberbia y presumción, se vuelven, como el azogue, humo. Y aun en el sol lo vemos: que no quiere engendrar y producir el oro y la plata encima de la tierra, sino en las entrañas más bajas y escondidas, produciendo encima de ella hierbezuelas y florecillas. Y aun pudo ser que fuese esto propio lo que dijo David: Ascendit homo ada cor altum et exaltabitur Deus3. Súbeseb el hombre a lo alto y húyele Dios, porque donde este sol de justicia produce el oro y la plata de las virtudes y gracias es en la profundidad del corazón humilde.

4.         Este corazón, cuando está delante de Dios, está tan avergonzado y confuso que, no hallando dónde se esconder, huye de sí propio y da consigo en la nada; pareciéndole que allí tendrá más seguridad de muchas cosas de que se le podría hacer cargo delante de tal majestad y grandeza de Dios estando en sí y en la manifestación de su ser y grandeza que allí delante quisiese fingir. Esto parece nos lo da bien a entender el sancto rey David en el psalmo 138, en cuya presencia estaba cuando decía: Domine, probasti me et cognovisti me4, tú, Señor, me probaste y conociste; tú, Señor, conociste muy bien lo que yo era antes que fuese rey, que era un pobre pastorcillo. Cognovisti sesionem meam et resureccionem meam5; también sabes la alteza del officio y estado donde me he levantado y donde tu misericordia me ha resucitado y sacado, como si dijera, de la sepultura del olvido, pues tan muerto y olvidado estaba cuando andaba tras las ovejuelas de mi padre; y ahora me has puesto entre los que viven en la cumbre de la dignidad, cetro y mando, y entre aquellos de quien hace caso el mundo. Y no sólo, Señor, entendiste estas cosas de acá fuera, como son lo poco que yo era y lo mucho a que me has levantado, sino también intellecxisti cogitaciones meas de longe6, dende tus eternidades tenías conocidos mis pensamientos. Semitam meam et funiculum meum investigasti7; y aun mis inclinaciones y movimientos, con tanta delicadeza quec escudriñabas mis sendas y el cordel que por ellas


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se tiraba. Como [46r] quien es tan delicado y mirado en cosa de tanta cuenta que aun la raya no quiere que se pise de los senderos angostos que a un alma llevan a Dios, sino que quiere que vayan por lo derecho sin torcer cosa alguna, ni declinar a diestro o a sinistrod, quiere el alma muy en fil y ajustada, sin que las balanzas de la rectitud suban o bajen, desdiciendo, o por carta de más o de menos de lo que deben, como quien da en estremos viciosos.

Esto es envestigar la cuerda, como hacen los jueces de cañadas, que vienen a visitar los linderos de las dehesas y prados: que si algún labrador arando su haza rompió los mojones o linderos ajenos, les llevan la pena. Así David daba la buena suerte a quien reposaba entre dos suertes sin romper la una o la otra, sino caminando por lo derecho: Si dormiatis medios cleros, etc8. Parece que se ha Dios con los hombres como en España con los ganados que van a Estremo9: quee les tienen señaladas ya sus veredas por donde han de echar; y a los lados de una parte y otra hay sembrados en quien no es lícito hacer daño. Ya Dios a un alma le tiene señaladas sus veredas (si es religioso, algo más estrechas) estando por uno y otro lado tierras y partes vedadas en quien no le es lícito torcerse, porque visita y examina Dios la cuerda que tiene tirada entre nuestra suerte y el mundo y carne por una parte, y los fueros del demonio por otra.

5.         En los tres versos siguientes va David desmenuzando y encareciendo el conocimiento que Dios tiene dél, así de sus palabras, pensamientos y de todo lo que en el hombre se puede imaginar, viejo o nuevo, presente o pasado, antiguo o por venir. Y como decíamos arriba que es propiedad de un alma humilde que, viéndose cargada de bienes recebidos de Dios, viéndose delante de tan alta y grande majestad, busca rincones donde esconderse y a más no poder desea desparecerse y dar consigo en un abismo de nada y abatimiento viendo a su cargo tantas obligaciones de que ha de dar cuenta, de esa misma suerte David, viéndose delante de Dios, cuyo conocimiento y ciencia del hombre es tan infalible y delicada que en él examina lo poco y lo muchof, como quien teme cuentas tan delicadas como son las de los pensamientos en todo tiempo, raya y nivel tirado por donde Dios dejó orden que un alma echase, y juntamente tan cargado de beneficios, pues lo primero de que se hace cargo es su sesión y su resurrección, lo que fue cuando sólo fue zagalejo en los ganados de su padre y lo que es cuando, de ahí levantado, es poderoso rey de Israel, propheta con otros mill títulos y renombres de que la misericordia de Dios le quiso hacer participante. Temeroso de todas estas cosas y de verse tan cargado de obligaciones [46v] ante quien es fiel ejecutor, dice el sancto rey luego: Quo ibo a spiritu tuo et quo a facie tua fugiam?10 ¿Dónde me esconderé, Señor? "Si subiere al cielo allí estás, si huyere al infierno te hallaré presente"11. Y


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lo propio será si algún día quisiere madrugar y tomar alas y con ellas huir a las cavas y agujeros que en las peñas hace la mar12. Etenim illuc manus tua deducet me, et tenebit me dextera tua13; no habrás, Señor, menester enviar tras mí alguaciles, postas ni correos, que tu mano derecha es bien larga y con ella me echarás mano y tornarás para que esté a cuentas.

Que parece en esto se ha David como cuando un alcalde de corte sale a visita de plaza y tiendas: que, viendo que allí prende, acá pena, ya por el peso falso y la medida falta, ya por la mercaduría ser vedada o tal cual no convenienteg, viendo otro, no obstante que a su parecer no tiene en qué [le] cojan, con todo eso parece que por entonces siente mucho de hallarse en la plaza en aquella ocasión y quisiera desamparar la tienda, huir y dejarla; pero como sabe que el juez trai tantos alguaciles que do quiera que vayan lo han de descubrir y traer, no se atreve, sino hace pie y confía y espera los buenos sucesos. De esa misma suerte considera David a Dios como scudriñador de los pensamientos y átomos más delicados en que un hombre ha faltado, como juez que a todos toma cuentas. Quisiera, temeroso de tal scrutinio, como persona tan humilde que teme la no tal correspondencia como debe, esconderse y desaparecerse y dar consigo donde su nada pareciera algo. Pero ve que no puede, porque el poder de Dios es grande, pues con su brazo derecho alcanzará al que más vuela, y sus ojos verán y descubrirán al más escondido. Y así dice: Et dicxi forsitam tenebrae conculcabunt me14. Por ventura, así como el pobre queda bien scondido en la casa del rey porque al desechado nadie lo irá a buscar en casa de tanta grandeza, ¿podráse el rey esconder debajo de los pies de las tinieblas y en casa de tanta bajeza, donde nadie imagine que allí había de dar consigo un poderoso rey? No por cierto, porque, nox illuminacio mea in deliciis meis, quia tenebrae non obscurabuntur a te, et nox sicut dies illuminabitur; sicut tenebrae eius, ita et lumen eius15. Que es decir: ni habrá tinieblas para Dios ni para mí, porque para Su Majestad nada hay que haga sombra, todo es uno para [47r] Dios, luz y tinieblas; y para mí, cuando yo esté más contento por estar más scondido, a la noche hará que me alumbre y que sea el sol que me descubra.

6.         Son éstos efectos de una profunda humildad, de un justo temor de sus muchas obligaciones, las cuales se descubren muy al vivo en presencia de su bienhechor. Y viendo que con ellas y con la correspondencia que debe no se puede esconder, todas se las deja en las manos a quien se las dio, y él se retira pobre, desnudo y sin nada en la nada. Como quien dice: todo cuanto en mí hay, Señor, es tuyo, tú me lo diste, reconócelo por tal. Que yo soy de suerte que me tendría por dichoso si no me alcanzases en lo corrido más que sólo en lo principal. Este no se te puede negar. Dispuesto estoy para que de mí


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hagas lo que fueres servido. Si quisieres, Señor, que tornemos a cuentas y a tratar, corra por ti la pérdida y la ganancia. La gananciah que sea tuya, a tu honra y gloria; y la pérdida, a que tú la perdones o la prevengas librándome de ella.

7.         Vamos adelante con los pensamientos humildes de un alma, por rica que sea delante de Dios, con conocimiento (como dicen) de las partes. Consideremos una mujer aldeana de la sierra: que los domingos se pone en el rostro una cubertura de albayalde, afeitada con su color mal puesto, cargada de sayas y patenas, cintos y fajadores, a quien en su aldea la tienen por hermosa y la llaman la galana; pero si después se viese delante de una cortesana, que con sólo una basquiña o ropa simple sin otros afeites tiene una admirable hermosura, es certíssimo que en tal ocasión querría sconderse y desaparecerse, considerando lo poco bueno que de sí tienei y cómo toda su bondad y hermosura de que la alaban es postiza; y a más no poder en la ocasión presente, que sin pensar se le había ofrecido, se confesaría por fea y desaliñada. ¡Oh, sancto Dios, y quién pudiera considerar la humildad de un alma, cuando se ve delante de Dios que esencialmente es sancto, bueno, rico, poderoso, con otra infinidad de atributos; y ella que toda su hermosura la tiene communicada, enprestada y venida de acarreo, y que ella de su cosecha nada tiene que de ver sea, antes, si Dios no la hubiera adornado con tantos y tales dones, no hubiera quien la mirara! En tal ocasión esta alma se confunde y en su pensamiento se absconde y desparece. En cualquier género de estimación que de sí quiera hacer, da en una nada tan nada que siempre busca menos para menos estimarse y más humillarse.

8.         [47v] De la luz que tienen los bienaventurados dice san Juan que su sol es el Cordero: Et lucerna eius est agnus16. Pues pregunto yo: pues el sol está tan cerca de allá ¿por qué no da luz allá en el cielo, pues también la da acá en la tierra? Digo que, como dama aldeana, el sol no se debe de atrever a descubrir su hermosura allá arriba. Quiero decir que esconde sus rayos y no se atreve a desenvolver sus dorados cabellos, sino que, recogidos en sí, allá arriba estará con una confusión, recato y miramiento que él propio se deshaga y humille abatiendo sus alas abajo, contentándose con dar luz a los que vivimos en estas tinieblas. Porque en presencia de Dios, que es luz por esencia, no parece ni tiene entrada lo que es participado. Y, si no, consideremos: si tomáramos unas pocas de flores de estas que se hacen a manos el invierno, de seda, holanda y papel, y pongámoslas en un prado junto a otras que allí se nacieron, ¿no es cosa llana que las propias y naturales se habíen de reír de ver quisiesen ponerse en su comparación, y ellas, de afrentadas, quisieran tener pies para retirarse al invierno donde suplían faltas en los rincones de los aposentos? Y lo propio sería en los retratos que se


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hiciesen: que, por muy acabados, en presencia de sus prototipos y originales desearían los llevasen a colgar a los aposentosj obscuros donde tapan agujeros de paredes. Pues si criaturas con criaturas se humillan de esta manera, ¿qué hará un alma sancta delante de su Criador, y puesto lo que de suyo es nadak con lo que en sí es infinito y de infinito poder?

9.         Viene Abigaíl cargada con un poderoso presente a David de pan, vino, carneros, pasas y otras muchas cosas. Y, arrodillada a sus pies, mill veces le llama: señor mío. Y ella se llama sierva, ofreciendo todo lo que llevaba con unas palabras y afectos extraordinarios; que pareciéndole era todo poco, lo quería hacer mucho y de grande valor con el afecto que lo ofrecía17. Pues veamos, discreta mujer, ¿para qué tanto comedimiento y cortesía, particularmente que hacéis la ofrenda en tiempo que David está bien necesitado de algo que llevar a la boca y cuando por los desiertos anda huyendo y muerto de hambre y seréis bien recebida? Podrános responder que el multiplicar ella las palabras y encender los afectos y fervorizarse en la ofrenda fue porque David venía enojado por el desagradecimiento de su marido Nabal; [48r] y cuando le hace cargos de las buenas obras que sus pastores habían recebido en el desierto, y obligación de villano a rey, y a rey tan sancto como David, y a rey sancto y enojado, era grande. Y así, por grande que fuera el presente, era grande la obligación. Y así, con profunda humildad quiso ganar esta discreta mujer lo que no alcanzase y llegase el presente, que tantas cosas, como hemos dicho, lo deshacían y anichilaban. Y así millares de veces le llama "señor mío", y ella se llama sierva.

Pues si en el caso presente pasa esto ¿por qué nos hemos de espantar que, pareciendo delante de Dios un alma, aunque sea cargada de mill bienes y resplandores, considerando los muchos cargos que Dios le hace (como otro David a Nabal: que le había guardado sus ganados en los campos, favorecido sus pastores y defendídole su hacienda; y así Dios hace cargos al alma más justa de todos los recibos de su mano; y para hacerle estos cargos basta parecer delante de tanta majestad, de quien dice David que palpebrae eius interrogant filios hominum18; sólo con mirar al hombre, le está preguntando y arguyendo que qué es lo que tiene que no lo recibiese de su mano) y sólo con mirarle esta alma justa ve y conoce en él tiene razón de se enojar con ella, pues no ha habido tal y tan buena correspondencia como debía y tenía obligación? Pues lo mucho que hubiere hecho, todo se queda muy atrás a lo mucho que se debe. Ve también y conoce que es deuda debida de siervo a señor, de villano a rey. Así, aunque delante de él se vea cargada de bienes que le presentar y dar en agradecimiento, todo se le hace tan poco que querría esta alma en esta ocasión presente suplir siquiera con


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palabras y encendidos afectos lo que a las obras falta. Y así veremos que jamás no se cansa de llamar a su Dios en esta ocasión millares de veces: ¡Señor mío, Dios mío, rey mío!; y a sí, sierva, sclava, pobre y miserable.

10.       Pero como Dios conoce tan bien corazones, y el alma echa de ver cuán poco valen palabras para quien tanto merece, es cierto enmudece y vuelve los ojos sobre sí, deshaciendo en humildes pensamientos y puniéndose en ocasión de que Dios la confortel, consuele y anime. Como otro rey Asuero a la hermosa Ester, de quien dice la Sagrada Scritura, Esther 14 y 15: que, vestida de gloria y hermosura y con ornato de reina, se fue a hablar al rey por su pueblo que tan oprimido estaba por la persecución [48v] de Amán. La cual, acompañada con dos criadas, pareció ante el rey, en cuya presencia regina corruit, et in pallorem colore mutato, lassum super ancilam reclinavit caput19. Que perdió el color que tenía y lo tomó de muerte, tanto quem, cayéndosele la cabeza, fue necesario reclinarla sobre una de las criadas que llevaba. La causa de este desmayo y descaimiento la da primero la Scritura en el propio capítulo, diciendo: Erat enim rex indutus vestibus regiis, auroque fulgens, et preciosis lapidibus, eratque terribilis aspectu20; que halló al reyn adornado con vestiduras reales y resplandeciente con oro y piedras preciosas y de aspecto terrible. Pero en aquella ocasión, viendo el rey desmayada a la reina, consolóla con palabras blandas y amorosas, animándola para que dijese lo que quería. Estando Ester hablando, dice la Scritura que rursus corruit et pene exanimata est21; que tornó a desmayarse y a quedar como sin alma. Y preguntándole la causa el rey, primero respondió: Vidi te, domine, quasi angelum Dei et conturbatum est cor meum pre timore gloriae tuae22; hete mirado, señor, como si fueras un ángel de Dios, y así heme turbado mirando tu gloria.

¡Oh, sancto Dios! Si de solo mirar la gloria de un ángel representada en los vestidos, oros y piedras preciosas de un rey, asombra a una reina, adornada y vestida como reina; si le hace perder el color y poner como muerta el aspecto terrible de un hombre, ¡qué mucho que un alma sancta, temerosa de Dios, pareciendo ante tal presencia y majestad, como un humilde considera en Dios, pierda el color, desmaye y se aniquile, de suerte que la benignidad de Dios sea necesario le consuele y anime y conforte! Una reina ante un rey reina se es; y poca es la diferencia que hay del uno al otro. Así el rey la consuela con estas palabras: Noli metuere Ester, ego sum frater tuus23; yo soy tu hermano y compañero, poca es la diferencia que hay entre entramos, no temas. Más, que si el rey estaba vestido y adornado con la majestad de rey, la reina iba con majestad de reina: Et circumdata est gloria sua24. Y por grande que fuese la gloria del rey cuando en él se le representó a la


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reina un ángel, mucha más era la hermosura de la reina, pues ésa fue causa que la subiese Asuero a la dignidad que tenía. Y con haber tanta proporción e igualdad entre el rey y la reina, en su presencia pierde el color, huye la sangre del rostro y queda como sin alma.

Pues pregunto yo. Cuando un humilde parece ante Dios -cuya majestad, grandeza y gloria no cabe en los cielos, cuyo poder e imperio no aciertan a rastrearlo como él es todas juntas las criaturas- y el humilde no va vestido con vestiduras reales -que eso es ser humilde: desnudarse un hombre de lo que tiene- y no se considera como hermano, sino como siervo y esclavo, ¿cuál será su anichilación, su crecer en el desecharse en sus propios pensamientos, el decir que no es él digno, etc.?

 

 

 

 




1 Prado Espiritual, recopilado de antiguos, clarísimos y sanctos doctores por el doctor Juan Basilio Sanctoro, Madrid, Juan de la Cuesta, 1607 [1ª ed. 1588], l.III, c.XXIII, f.188r-v.



2 2 Sam 14,14: "Omnes morimur, et quasi aquae dilabimur in terram, quae non revertuntur".



a  sigue quod tach.



3 Sal 63,7-8: "Accedet homo ad cor altum...".



b sigue Dios tach.



4 Sal 138,1.



5 Sal 138,2.



6 Sal 138,3.



7 Ibid.



c  rep.



d sigue porque tach.



8 Sal 67,14.



9 Por: Extremadura.



e  ms. ques



f  sigue de sus pensamientos tach.



10           Sal 138,7.



11           Sal 138,8.



12           Sal 138,9.



13           Sal 138,10.



g  ms. conviente



14           Sal 138,11.



15           Sal 138,11-12.



h  de 2m.



i   ms. tiente



16           Ap 21,23.



j  ms. posentos



k sigue lo que tach.



17           Cf. 1 Sam 25,18-31.



18           Sal 10,5.



l   sigue como tach.



19           Est 15,10.



m sigue fue necesario tach.



20           Est 15,9.



n  sigue vestido tach.



21           Est 15,18.



22           Est 15,16.



23           Est 15,12.



24           Est 15,4.






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