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San Juan Bautista de la Concepción Obras I - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
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CAPITULO 8a - En que se prosigue la materia del capítulo pasado y se declara por qué un alma pide a Dios sea su hermano. Y cuánto más siente la cruz que los hombres le ponen que no la que Cristo le da
1. Parece hemos llegado a tocar un punto de pocos entendido. Y es que, aunque es verdad, como dejamos dicho, el estado que un alma tiene cuando goza y padece arrobos y éxtasis es un estado que parece lo defiende por las razones dichas, pero por otra parte, viéndose así conpuesta esta tal alma con estas muestras exteriores que no las puede tapar y encubrir, es cierto y ordinario el perseguirla, ultrajarla y maltratarla con dichos y hechos, murmuraciones y juicios, las cuales cosas no pueden dejar de darle grandíssima pena e inquietud. Y que si con esta perturbación la despojan y quitan la capa exterior del tal arrobo o éxtasi, que tapaba y encubría el alma para que allá dentro en lo obscuro y retirado gozase mejor y con más veras del bien que ella deseaba, entonces es cuando, hincada de rodillas, con grandes ansias le pide a Dios y le suplica le haga la merced que en el capítulo pasado pedía la esposa y alma devota: y es que sea Dios su hermano, que es decir que la ponga en estado que no tenga ella necesidad de componerse exteriormente, quiero decir [95v] que no tenga ya ella necesidad de arrobos y éxtasis, que son como salsas y sainetes para gozar de los bienes interiores que el alma goza, sino que ella quiere ser hermana. Y que con esto se contenta ella muchob: en que como hermano sean entramos a dos compañeros de la cruz y de los trabajos, que más quiere ser levantada del suelo, enclavada de pies y manos en una cruz como lo fue su maestro, que no subida al Thabor transfigurada en gloria. Porque, como ésa todos la buscan y la quieren, buenos y malos, sin saber que les ha de costar trabajos, doquiera que la ven y hallan la desean quitar y despojar, como hicieron los guardas de la ciudad a la esposa. Siendo estos tales ignorantes, porque, así como el maná sólo se guardaba en el arca del testamento sin corrupción1 y se corrompía en las otras vasijas pasado el tiempo determinado por Dios, de esa misma suerte digo que son necios los que pretendenc, quieren o desean hurtarle al justo la gloria interior que tiene en cualquier estado, porque aquella gloria sólo se conserva y tiene su propio asiento en la tal alma justa y, sacada de allí, aunque más la quieran pegar y engrudar en uno de los que siguen el mundo, no la podrán tener. Porque también es como la nieved, que si cai en tierra caliente se deshace; y aun el maná, en saliendo el sol, con sus rayos y calor lo deshacían. Poco le sirve al malo ene su alma derramara Dios mill bienes, gustos o gracias, que, como cain en una tierra cálida, con el fuego de sus presumciones o torpezas todo se corre y derrite. Sólo paran en el alma justa a quien Dios hace sombra y la tiene debajo de sus alas2.
2. Pues, viendo el peligro que a estas cosas que por de fuera tienen buena vista les corre, cuando un alma se ve con arrobos o cualquier cosa de éstas que está sujeta a los ojos y juicios de los hombres, gimen y lloran, desean pasar aquel estado de desposadas y llegar al estado y tiempo en que Dios se les da por hermano y se les comunica en trabajos y en pasión. Los cuales, como nadie los busca, a los que los tienen los dejan pasar, no hacen caso de ellos, no los desprecian ni ultrajan, pareciéndoles que hartos duelos sef tienen ellos sin añedirles otros.
3. Digo más: que pedir la esposa a su esposo [verlo] niño chiquito y a los pechos de su madre para lo besar y abrazar y que así nadie se atreva a despreciarla3, no fue otra cosa sino pedir fuesen una misma cosa, que se uniese y juntase con ella. Que de eso sirve el beso y abrazo: [96r] de ligar y atar, como con sogas, con los dos brazos y hacer de dos personas una. De esa misma suerte pedía la esposa a su esposo beso y abrazo y que se juntasen y uniesen por gracia, estando el alma en Dios como en su Dios y Señor, y Dios en ella como el padre de familias rigiendo su casa y entre sus criados, porque con tal compañía y tal junta estaba cierta que nadie se atreveríe a despreciarla ni maltratarla, porque tendría en su compañía el favor y amparo que tiene una hermana con su hermano que tanto mira por su honra y crédito.
4. Estén muy ciertos, mis hermanos, es tanto lo que un alma padece cuando Dios le hace alguna particular merced pública, que tiene necesidad de grandes ayudas de costa, de grandíssima paciencia; y que tiene por tan intolerable esta cruz que sobre ella ponen los hombres tan sin duelo y sin piedad, que de muy buena gana tomarían una cruz muy más pesada que les diese Dios a trueco de salir de entre las manos de los hombres. Y como yo propio oí a un religioso que, viendo que todos le perseguían y mortificaban tan sin medida, dijo: ¡Pobre fraile, y qué caro te cuesta lo que gozas! Recia cosa es que porque uno sea bueno hemos de dar todos tras él, y yo el primero, que así lo dijo aquel religioso.
Yo quisiera a estos tales en esta ocasión darles alguna regla de sufrimiento y paciencia, pero no la hallo si no es la ocupación y divertimiento que tienen acudiendo a sus actos interiores. Porque cierto que pienso, si alguna vez se descuidan y divierten de sus consideraciones ordinarias, les es muy fácil enojarse o pedir que los dejen por amor de Dios. Y así conviene que siempre traigan el freno en la mano y el pie en el estribo y los ojos puestos en Dios, que sufrió tan sin comparación mucho más por nosotros.
5. Bien sé que la causa de su mayor sentimiento no está en que les digan malas palabras o que los injurien y hagan burla, sino en ver y considerar son ellos tan malos que todo lo que dicen hay en ellos y que siempre en la virtud se están tan bajos y tan desaprovechados, que aquello y mucho más merecen les digan, con que seg vuelven desabridos contra ellos propios, contra su vida y costumbres tan poco aprovechadas. Como si acá un hombre le dijese a otro: "Andad, que sois un bordonero o un idiota"; no acudiendo a la palabra que le dijeron, sino a la ocasión que tuvieron para decirla, que fue su pobreza o ignorancia, se enojan consigo propios porque son pobres y porque son idiotas. Todo lo cual lo reparan muy bien con Cristo a solas: que, si sabe que son pobres, él es [96v] hermano rico que les puede enriquecer y Dios sabio que les puede dar luz en sus tinieblas. Y así, ni hallan ni tienen otro consuelo si no es en Cristo y en su cruz.
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a ms. 32 b sigue q tach. 1 Cf. Ex 16,32-34. c sigue o tach. d corr. e rep. 2 Cf. Sal 16,8. f roto 3 Cf. Cant 8,1. g sigue q tach. |
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