Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText
San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

IntraText CT - Texto
Anterior - Siguiente

Pulse aquí para activar los vínculos a las concordancias

- 25 -


INTRODUCCION

 

            1.            Ofrecemos a continuación una parte sustancial del tomo VIII (ff.1‑134v; 201v‑394r), en la que san Juan Bautista de la Concepción hace memoria de los momentos, a su juicio, más significativos de la fase fundacional de la descalcez trinitaria.

            Hemos abreviado y sintetizado el título que pone el mismo autor después del prólogo, según el cual ciñe la narración a las cosas más particulares relativas a los principios y fundación de los trinitarios descalzos. Recordará después que sólo ofrece una breve recopilación de las cosas de nuestros principios (f.302r). Además, el marco cronológico de tales cosas se cierra con el año 1606 (fundaciones de Madrid y Baeza). En escritos posteriores a esa fecha, todos de tipo espiritual‑ ­exhortativo, sólo hallamos esporádicas alusiones histórico‑geográficas a nuevos episodios.

            Salvo en contadas ocasiones, que señalaremos oportunamente, nuestro autor no ha formulado títulos divisorios. Una mano poco experta —la del cronista P. Juan de San Francisco († 1700)— ha querido subsanar esta laguna, agregando en las márgenes del manuscrito una serie de 35 títulos de capítulos1. No los hemos asumido (los registramos en el aparato crítico), por parecernos arbitrarios y poco concordes con el texto. Advertimos, por tanto, que es nuestra la distribución y titulación de las distintas partes de la obra.

           

            2.           Es de notar que estas páginas son las primeras que salieron de la pluma de san Juan Bautista de la Concepción. Tras resistirse durante «más de tres años» (prólogo) al mandato del visitador P. Elías de San Martín, OCD, puso por fin mano a la redacción de su memoria histórica en la primavera de 1604. Hallándose en el colegio de Alcalá de Henares, no pudo desoír por más tiempo la filial e insistente súplica de sus jóvenes religiosos, casi todos estudiantes, que anhelaban conocer de la boca y pluma de su padre los pasos que había andado para lograr establecer la descalcez. El mandato aludido y el provecho de los hermanos, que leían con avidez los cuadernos que iba rellenando2, son los motivos que aduce repetidas veces para no cejar en el empeño, cada vez más duro. Para avanzar en la tarea, secundaria respecto al cometido primario de extender y dirigir la reforma, hubo de aprovechar avaramente escasos retazos de tiempo, acortando incluso sus ya mermadas horas de sueño. De todos modos, según confiesa, Dios le dio al inicio3 y en varios


- 26 -


hitos más del trayecto tal fecundidad de ideas y sentimientos, que le fue fácil rellenar muchos folios en pocos días4.

            A la semana de comenzar, se le impuso la primera interrupción prolongada, durante la cual le asaltaron fuertes escrúpulos sobre la conveniencia misma de la escritura5. Luego hubo otras muchas. Así, la composición del texto se distribuye en el arco de más de tres años.

            Respecto a las circunstancias de tiempo y lugar de todo el tomo VIII, siguiendo las averiguaciones de Nicolás de la Asunción6, podemos anticipar este cuadro:

            —ff.1r‑72r: Alcalá, segunda mitad de febrero de 1604, «en espacio de cinco días» (f.72v).

            —ff.72v‑105r: Madrid, enero o febrero de 1605.

            —ff.105r‑176r: Madrid, «en algunos ratos de ocho días» (f.176r) por abril de 1606.

            —ff.176r‑204v, 319r‑321r: Probablemente Alcalá de Henares, poco después de la pascua de 1606.

            —ff.213r‑319r: Salamanca, primeros de enero de 1606.

            —ff.321r‑361v: Madrid, abril‑primeros de mayo de 1606.

            —ff.362r‑541v: Madrid, a lo largo de los primeros siete meses de 1607.

           

            3.           Lo dicho explica la falta de planificación y el sentido de improvisación con que procede el autor. En el libro hay también lagunas, repeticiones, inconexiones lógicas, digresiones. El Santo no tiene tiempo para seleccionar y ordenar la materia, ni siquiera para estructurarla en bloques cronológicos o grandes capítulos. A veces no tiene a mano los cuadernos precedentes para poder retomar el hilo de la exposición. Y, aunque los tenga, su relectura le cansa y desorienta, sin conseguir aclararse, por lo que prefiere proseguir aun a riesgo de repetirse7. De ahí que piense desde el principio en alguien «que lo pondrá en orden y estilo de historia» (prólogo). Por otra parte, no siempre sale de su pluma todo lo que quisiera expresar; desea recordar, duda, se desliza en pequeños errores de nombres, lugares, etc. Incumple, por olvido8, la promesa de ciertas noticias y precisaciones ulteriores. Ni que decir tiene que se deja en el tintero la mayor parte de referencias documentales y bibliográficas de su relato, que a nosotros nos toca indagar trabajosamente. Con todo, se esfuerza por respetar la sucesión cronológica de los hechos consignados, advirtiendo expresamente:


- 27 -


«Yo no voy scribiendo esto por materias, sino por historia, habiéndolo de llevar todo seguido» (f.31v).

            Son frecuentes las digresiones, a veces considerablemente largas, suscitadas por su estado emotivo y espiritual del momento, o por un problema comunitario nuevo, o por la interpelación de algún hermano, o por las ganas de impartir algunos consejos, o simplemente por el afán de explicar las dificultades que encuentra para proseguir la narración histórica. La más destacable en el tomo VIII es La llaga de amor (ff.134v‑201v), que, por su índole doctrinal, hemos publicado ya en el vol. I (pp.129‑240). Hemos desgajado del mismo otras tres (sobre las mortificaciones públicas, la continua presencia de Dios y la asistencia de Dios a la descalcez trinitaria) que siguen una tras otra a la memoria histórica, conformándolas como tratados autónomos; las publicamos ahora, respetando el orden original.

           

            4.           El lector ha comprendido ya que no estamos ante una típica crónica histórica, sino ante una narración singular, cuyas notas esenciales anticipa el autor en su breve y enjundioso prólogo. El reformador trinitario no se pone a desgranar hechos y acontecimientos meramente humanos o sociales, buscando el ser completo y preciso en todos los detalles de la trama. Deja bien en claro su objetivo: escribir y hacer memoria de los favores y misericordias que Dios ha hecho a la Religión.«No vivo con otra cosa sino que mi espíritu es entender que ésta es obra de Dios» (f.364v), afirmará, encendiendo así el único faro que ilumina y hace comprender tanto su vida como su memoria escrita. No se cansará de pregonar que la reforma es la obra de Dios, obra querida, realizada y regida por el mismo Dios, por la SS. Trinidad, por el Espíritu Santo. De entrada se confiesa simple testigo y notario de la obra de Dios. Y, en concepto de tal, toma la pluma para dejar constancia de cómo Dios «con manos llenas ha favorecido su Religión». Los ideales, los criterios selectivos e interpretativos, las líneas maestras de su narración se condensan en esos propósitos iniciales. Se comporta como un amanuense del Espíritu. No planifica ni elabora ni firma sus papeles. Es ajeno a fines publicitarios: «En esto yo no tengo la cuenta que suelen tener los que escriben para imprimir libros» (f.481r) 9. Trata de comunicar lo que Dios le da para provecho de sus propios hermanos de hábito.

            Inicia la escritura sólo cuando la percibe como voluntad manifiesta de Dios y ve que ello «ha de resultar en mayor gloria de Dios»; con la única ambición de que redunde «en honra y gloria» de la SS. Trinidad «y bien de la Religión». Pide el don de la veracidad «para que así sea Dios glorificado». Dios es el único protagonista de su memoria histórica. No hay episodio, palabra, idea útil a la reforma que no atribuya a la acción amorosa de Dios. Con alguna frecuencia especificará el origen pneumático de la reforma y de cada una de sus expresiones vitales. Todo es don y obra del Espíritu Santo.

            Nada de extraño que, ante el Artífice divino, se confiese simple instrumento, ayudante, criado, peón, ajornalado; también, conducto, arcaduz de sus comunicaciones a los descalzos de la SS. Trinidad. Para realzar el protagonismo divino, esquiva


- 28 -


en cuanto puede el ojo del lector y, si no le es posible ocultarse, pregona su ineptitud, impotencia, pobreza, indignidad, miseria, flaqueza, pecado, ignorancia. Aflora constantemente la dialéctica entre el reconocimiento de la acción de Dios y la conciencia de la propia nada.

           

            5.           Desde la óptica del reformador trinitario, la acción de Dios se conjuga y mide, por contraposición de fuerzas, con una persecución diabólica excepcional. Manifiesta su intención de reseñar «las contradicciones de satanás» en paralelo con «los medios de Dios para hacer su Religión»: «más relucirá y mostrará la obra de Dios estando juntas las cosas opuestas» (f.2r). No sólo las mociones de infidelidad y las asechanzas extraordinarias, sino también toda contradicción, duda, vacilación, dificultad, desconfianza, en sí o en los demás, todo lo achaca a la perversa obstinación del maligno en truncar los planes de Dios e impedir así la salvación de muchos: «la obra la imposibilitó cuanto pudo» (f.132r). Escribe en 1606, refiriéndose a la encrucijada romana: «Dios que obraba entonces y el demonio que rabiaba, contienda era que hoy dura y durará» (f.107r). Batallas de esa guerra son cada una de las fundaciones que llevó a cabo. Narra los hechos de forma que los hermanos «descubran las misericordias de Dios y modos que satanás busca para perseguir las obras con que Dios ha de ser glorificado» (f.262v).

           

            6.           La gloria de Dios y el bien de los hermanos, como único motor de su pluma, junto con la conciencia del protagonismo divino y de la propia nulidad, alimentan en el autor una sinceridad a carta cabal, una verdadera pasión por la verdad10. Concluye el prólogo con una solemne protestación de veracidad y el compromiso de anotar lo dudoso como dudoso y lo cierto como cierto, invocando incluso la confirmación de otros testigos. Andar en todo medido con la propia verdad, es lo que pide a Dios en el pórtico del libro y lo reafirma muchas veces cual firme y basilar decisión11. Son intenciones que reiterará a menudo, invitando a los testigos y a los lectores en general a verificar sus relatos, cribándolos si se consideran inexactos o exagerados12. Pongamos aquí un párrafo elocuente:

           

                               «Y quizá quiere Dios haber puesto en mí tanta codicia en tan breve tiempo como ha que se empezó para que se escriba, para que puedan probar todo lo que aquí dijere, que, aunque sea contra el propio que la dice, se la ha Dios de hacer confesar. Y así hablo y hablaré con atrevimiento las verdades que topare en el encuentro de lo que fuere diciendo» (f.72r).

           

            Cuando toma informaciones de terceras personas, nombra a éstas y pide al lector que compruebe la fuente. Un soporte de su veracidad lo detectamos también en su


- 29 -


desconfianza respecto a fenómenos extraordinarios, con la atención puesta en la virtud desnuda, no en milagros, éxtasis y arrobos, cuando refiere la vida de sus hermanos. No es propenso a fantasías y elucubraciones visionarias.

           

            7.           Aunque el santo autor se esfuerce en velar su rostro, la presente memoria, por las razones apuntadas, constituye la historia de su alma en el período central y culminante de su existencia. Es la historia de su vocación y misión reformadora. Se comprende que este texto sea la fuente más socorrida por sus biógrafos13. Y sorprende, por lo mismo, que no haya gozado de ediciones anteriores, salvo la de 1831 (con el resto de la obra literaria del Santo) y una edición parcial y recortada en 191314.

 

 

                              

 




1         Véanse algunos detalles sobre el tomo VIII ms. que dimos en la Introducción general a la presente edición (I, 14‑15).

                              



2         En Alcalá «los hermanos cogían estos cuadernos [primeros 72 ff.]... (y) lo querían leer todo» (f.72v).

                              



3         «Estaba mi alma tan fecunda de todo lo que había sucedido acerca de la Religión, que se me vertían las palabras, los conceptos y el sentido de cualquier cosa que se me ofrecía» (f.72v); era tal «la abundancia con que Dios en mí había puesto aquello que había de scribir, que, si pudiera ditar a siete u ocho para que todos scribieran, tan lleno me quedara» (f.76r).

                              



4         Así, escribió 36 pliegos en 5 días (f.74v), 6 en un día (f.104v), 12 en dos días (f.132r); 35 «en algunos ratos de ocho días» (f.176r). «Testigos nuestros hermanos que, para escribir siete u ocho pliegos de papel, lo hago en menos de un día» (f.131v).

                              



5         Interrupción de casi un año después de haber llenado los 36 primeros pliegos, con tentaciones de romper los papeles ya escritos. Volvió a escribir por consejo del P. José de la SS. Trinidad y porque «nuestros hermanos lo piden» (cf. ff.72v‑78v). No es la única vacilación en su andadura de escritor: «...es harto que no haya rompido los papeles» (f.373r).

                              



6         Apuntes críticos al tomo VIII: ActaOSST V/10‑11 (1958) 360‑400.

                              



7         «No sé si esto lo dejo scrito arriba, y no puedo ni es en mi mano tornarlo a leer. Y tengo por más barato tornarlo a scribir que no mirar y leer si lo tengo scrito, porque confieso que esto que scribo lo scribo con más facilidad que lo leo. Testigos nuestros hermanos: que, para scribir siete u ocho pliegos de papel, lo hago en menos de un día, acudiendo a las demás ocupaciones. Y no me atreviera a leerlos en un día entendiéndolos. Porque, aunque me parece lo entiendo cuando lo scribo, apenas lo entiendo cuando lo leo, aunque lo lea dos y tres veces» (ff.131v‑132r).

                              



8         «Luego olvido lo que escribo» (f.130v). «...no sé si esto lo dejo escrito arriba» (f.131v).

                              



9         Tal vez, por ese desinterés y por el consiguiente desaliño formal de su historia, intuye que «en muchos años» no se imprimirá (prólogo y varias alusiones más, como en ff.275r, 262v), como en realidad ha sucedido (1.ª ed. en el s. XIX). Si no es que, al revés, no fue el deseo de que se aplazara la publicación de su escrito lo que le indujo a no componerlo como para la imprenta. Véase lo que decíamos al respecto en I, 78‑79.

                              



10        Cf. MEDRANO HERRERO, P., San Juan Bta. de la Concepción, escritor, Ciudad Real 1994, 191‑199 («Pasión por la verdad»).

                              



11        Por ejemplo: «Torno de nuevo, como hice en el principio, a hacer protestación y pedir a Dios me dé gracia para que me mida con la propia verdad, no añidiendo ni quitando cosa ni diciendo palabra en que se cometa una mínima inperfección» (f.79r). «En todo profeso medirme con la propia verdad» (f.91v). «Confieso, según la protestación que tengo hecha de medirme con la verdad en cualquier cosa, que...» (f.275v). «...y, pues yo he protestado de decir verdad,...» (f.269r). «Yo tengo de decir verdad en todo» (f.347v).

                              



12        Por ejemplo: «De todo lo que aquí he dicho hay testigos vivos. Si al hermano que lo leyere le pareciere comprobarlo, le ruego que lo haga. Y, pues yo he protestado de decir verdad...» (f.269r). «Deseo cualquier cosa que aquí se diga, en cualquier tiempo se verifique en todo con la misma verdad» (f.330v).

                              



13        Descuellan JOSÉ DE JESÚS MARÍA, Vida del apostólico varón y venerable P. Fr. Joan Bautista de la Concepción, Madrid 1676, quien usa y cita el texto como primero y principal material; BORREGO, J., San Juan Bautista de la Concepción, un santo de la renovación, Roma 1975, también con abundantes referencias y citas literales. Pero quien más a fondo y con mejores resultados ha analizado el libro es PUJANA, J., San Juan Bautista de la Concepción. Carisma y misión, Madrid, BAC, 1994.

                              



14        Historia de la reforma del Orden de la SS. Trinidad, en Recuerdo del III centenario de la santa muerte del beato Juan Bautista de la Concepción, Córdoba 1913, 77‑303.






Anterior - Siguiente

Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText

IntraText® (V89) Copyright 1996-2007 EuloTech SRL