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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 4 HÁBITOS HECHOS, PERO NO PUESTOS
1. Descontento del pueblo y de los frailes
Absente a, como tengo dicho, nuestro buen fraile por sus persecuciones, en este convento quedaron unos pocos de frailes calzados con su ministro, bien olvidados de lo que era recoleción, [14v] otra vez vuelto b a sepultar y a echar tierra, porque el fraile que lo trataba ya no parecía ni más pareció, los frailes que quedaron eran los contrarios y perseguidores, aunque no todos, la gente del pueblo que lo podía tratar eran seglares y labradores, que ellos no saben de eso, cuando mucho tratar y decir de la vida de los frailes —si es buena o mala, áspera o regalada— detrás de los tizones y a sus hogares.
Y no fue mal lugar ése para tratar lo que tantas veces estaba muerto y frío, pues allí enpezó a tornar a rebullir y a salir a los corrillos de la plaza con nuevo calor y brío. Y como ellos tenían en las cabezas lo que el buen religioso les habíe dicho y los conciertos que estaban
firmados en el libro del acuerdo c eran de tanta penitencia y pobreza, por buena que fuese la vida de los frailes y pobre que al presente tenían en su pueblo y convento, la trataban, murmuraban por verlo todo bien d contrario a lo que ellos deseaban. Lo cual fue bastante para que los frailes viviesen corridos en pueblo que ni los amaba ni quería. De donde nació que de parte del pueblo se escribiesen cartas a los prelados pidiéndoles el cumplimiento de la scritura y capitulaciones; y el ministro y frailes por otra vía scribiendo que se dejase la casa, porque en el pueblo no los podían ver si no eran recoletos, o que se e diese orden cómo en alguna manera los contentasen.
Cosa de admiración: que, no tiniendo esta casa más de sola la ermita pobre que arriba digo y la casilla que allí cerca compraron f en obra de docientos ducados, sin más hacienda ni ajuar ni güerta ni otra hacienda, los tuviese Dios atados y como encantados sin que lo dejasen para lo que después vino a ser. Que cualquier persona que aborrece mucho una cosa, aunque de ella tenga interés, la deja y echa de sí. Y con cuantas cosas hubo aquí, como si allí conocieran ellos el thesoro que después se descubrió para lo que la Majestad de Dios fue servido, así lo guardaban y estimaban.
2. Instrucción del comisario y nuevos hábitos
A estas cartas y recados y otros muchos que enviaron, envió el comisario la instrucción que se sigue para el ministro y frailes. Y respondió al pueblo acudiríe a darles en lo más [15r] que pudiese gusto. No podré poner al pie de la letra lo que el comissario scribió y la instrucción. Diré lo que me dijeron y lo que a pocos meses yo vi: «Deseoso g de acudir al buen celo y deseo de ese pueblo y ayuntamiento, y acta y decreto que en nuestro capítulo general celebrado en Valladolid, [lo que digo] es lo siguiente: Primeramente, mandamos se haga un hábito, para los religiosos que en ese convento estuvieren, de paño algo grueso; que el hábito blanco no pase del tobillo y la capa sea también de paño cuatro dedos más corta, y de esa manera el escapulario; andarán de la manera que nosotros, salvo que trairán zapato grosero y remendado h». (No me acuerdo si les mandaban no traer lienzo). Y que tuviesen algún más recogimiento que en los demás conventos había; y otras algunas pocas cosas que, por no verlas, no puedo decir.
El ministro, con el deseo que tenía de dar gusto al pueblo —que, por ser él religioso solícito y cuidadoso y bueno, en el pueblo lo querían bien, porque, lo que arriba digo se murmuraba en la plaza, todo eran cosas que no pertenecían a los particulares sino i a la vida común de toda la comunidad, si era áspera o no o si tenían buena vida, libre o encerrada—. Ahora, pues, el ministro determina, para que se cumpla
lo que el pueblo desea y el comissario había scrito, de juntar lana en el pueblo y hacer unos pocos paños para hacer los hábitos algo más bastos de los que traían hechos. Cortaron los hábitos para cada uno el suyo. Como los frailes que allí habían no habían ido a ser recoletos ni el ministro, no hubo hombre que se los quisiese poner, ni aun oírlo mentar; sino que me espancto, hechos los hábitos, cómo quedó fraile en el convento. Sobraron todos, colgados en una percha de día y de noche para abrigo en la cama.
En lo que después pararon estos hábitos, es una cosa muy graciosa: cómo, por cuyas manos pasaron, a cabo de pocos meses que en la casa de Madrid se llevaron a vender y los frailes que allí estaban los compraron para gualdrapas a las mulas y para [15v] calzones de camino.
3. Recurso de los frailes al comisario
En este tiempo sucedió o que estaba o vino a esta casa de Valdepeñas j un buen viejo por vicario, llamado Fr. Francisco k de Porras.
En el pueblo, viendo que no salían estos recoletos, no les faltaba sino de mano armada ir y echarlos fuera, pareciéndoles que hacían burla de ellos. Y el marqués, que de todo esto estaba avisado, mohíno y hecho a la parte del pueblo contra los frailes.
El ministro determina de despachar a Madrid a su vicario Porras con otro compañero, cuyo nombre he olvidado, que me pesa, que me había de ser necesario l para lo que después sucedió, porque de relación de los dos supe m lo que abajo se dirá. Estos dos religiosos partiéronse a Madrid a dar cuenta de todo lo que pasaba en el pueblo y mohína de todos así frailes como seglares y disgusto del marqués sobre que nada que les prometían les cumplían n; y que diesen orden de quitar el convento y llevar patentes y conventualidades para los frailes, porque era inposible que aquello fuese adelante. Que parecerá ocioso el contar todo esto, no siéndolo pues destos lejos gustaba Dios y de entretener aquella choza y lugar, que luego a pocos años habíe de ser ungido con sangre derramada de tantos penitentes y ángeles y lugar a boca llena sancto.
Entran o mis dos frailes a tomar la bendición de su comissario en Madrid p. Para ese tiempo habíe Dios proveído estuviese a su lado, para que fuese tercero de parte de Dios, un gran varón bien señalado en penitencia y sanctidad en toda la orden de los padres calzados, llamado Fr. Alonso de Rieros q, de quien adelante ha de ser fuerza hacer mención y decir algunas de las muchas virtudes que en este gran fraile sé que hubo. Este al lado del comissario, entraron los dos frailes que iban de r Valdepeñas. Y, saludados, dada la obediencia, preguntados de su salud,
dijo el comissario: ¿Qué hay de nuevo en Valdepeñas? Respondieron: Muchos trabajos, porque no nos pueden ver ni dan una jarra de agua; el marqués, [16r], mohíno; y no servimos sino de plato para sus conversaciones, porque no se les cumple la palabra s y escrituras de que sean los frailes que allí hay recoletos y descalzos pobres y observantes de la regla primitiva.
El comissario amohinóse y mandóles echar de allí, rumiando y mascando la palabra «recoletos y regla primitiva», como si fuera píldora que se le hubiera pegado a los dientes; pues, como si fuera tal, escupía mill veces a ver si podía echar y despedir el «recoletos» que se le había pegado entre los dientes. Pero el buen Fr. Alonso de Rieros 1, que se halló a su lado, procuró darle un enjuagadientes con la mayor discreción que él pudo, para apaciguarlo y quitarle el amargor que le habíe quedado de mentarle regla primitiva y recoletos. Y fue que le dijo: Sosiéguese vuestra paternidad y, si no gusta, no haya recoletos; cuánto más que todas las religiones los t tienen por honra y gloria; y, si no, mire vuestra paternidad la honra que han ganado y tienen los padres descalzos carmelitas y con ellos los calzados, y los padres de san Francisco, y no seríe menos nuestra Religión si los tuviésemos, cuánto más tiniendo como tenemos regla primitiva tan áspera, sancta y antigua. Y, con esto, diríe él otras muchas cosas muy bien lloradas, porque lo sabía hacer mejor que parlar. Y apostara yo que fueron más las lágrimas que las razones, porque siempre que trataba de virtud u de cosas de devoción eran sus ojos fuentes de lágrimas. Este buen tercio que entonces dio y lo que más hizo en ayuda de esta obra en aquella ocasión, se lo pagó Dios en que muriese en este sancto hábito en la recoleción, como adelante diremos si Dios fuere servido.
Junto, pues, con haber terciado bien en palabras, terció bien en obras. Y dijo: Padre, guste vuestra paternidad que yo les haga un par de hábitos de sayal y de recoleción a estos dos religiosos a mi costa, que yo tengo ahí unos pocos de dineros u (era entonces confesor del señor v marqués de Cortes, presidente del Consejo de Ordenes, y era de aquella casa muy regalado y tenía muy bien, con licencia de su prelado, todos los dineros que habíe menester); y, hechos los hábitos y vestidos los religiosos, podrá vuestra paternidad, si le pareciere bien, [hacer] que pase adelante y, si no gustare, poco inporta que se pierda un poco de sayal.
Al comissario, que para toda esta obra no tenía que poner sino un sí, fuele fácil al Spíritu Sancto poner en su corazón no disgustase de lo que el buen fraile le dijo y ofreció.
4. Los dos primeros hábitos recoletos
[16v] El buen fraile, salidos de allí, pone w mano a la labor de Dios. Sacan sayal x y envían por el sastre que hacía los hábitos a los padres carmelitas descalzos. Y mándale les corte dos a aquellos padres de la misma manera que cortó los de aquella orden. Que ya aquí Dios enpezaba a traer registros y modelos de aquella sancta orden. Y religiosos que en lo interior y costumbres se habían de medir tanto con los sanctos de aquella sagrada religión, era bien que el sastre enpezase y viniese con sus reglas, medidas y jabones 2 a ajustar los sayales y hábitos exteriores. Enpiecen a dar los tanteos, medidas y perfecciones entre las dos religiones y por manos de un seglar, que presto vendrá Dios con la regla y medidas, como lo vido Eczequiel venir a medir y tantear las paredes del templo (vide locum) 3. Así vendrá Dios muy presto con las medidas, reglas y molde en que sacó aquella religión, para que se le corten los hábitos interiores de gracia, humildad, mortificación y penitencia a ésta de la Sanctíssima Trinidad. Y pues han de servir los amos en la hechura deste edificio, sirvan también los officiales y obreros de la propia casa y religión z.
Hechos a, pues, los hábitos y vestidos, los dos frailes —a quien por entonces les ponían los hábitos no para mirar los frailes sino los hábitos, que yo pienso entonces ellos no gustaban más que de servir de molde y de b representación, aunque después, como veremos, supo Dios pegarles grandes bienes de los que en los sayales tenía encerrados— entraron así vestidos al comissario, tiniéndolo primero bien dispuesto y estando en su compañía algunas personas graves, y entre ellas, el padre maestro Avila 4, varón docto y devotíssimo destas cosas, para que con la visión de los representantes recoletos no desmayase o dijese y hiciese en contrario. Y desto nadie se espante ni le parezca encarecimiento, que bien se sabe c que las cosas grandes train consigo grandes asonbros, como el sancto Daniel lo quedó del ángel que vido 5. Y desto no es necesario traer exemplos. Experiencia tenemos: si vemos una sola sombra desproporcionada del cuerpo humano, asombrarse el que la ve pareciéndole aquella sombra representa cosa de la otra vida. Así, podía nuestro comissario, viendo aquellos dos religiosos que representaban dos ángeles y mirando aquellos sanctos hábitos, sombras de cosas de la otra vida, desmayar y asombrarse con sombra tan grande. También causan asombro las cosas no vistas; y él era la primera vez que habíe de ver frailes de su orden vestidos con semejante espectáculo. También el demonio,
que tan a la mira estaba de la enboscada [17r] que hacía el pueblo de Dios y el disfraz que llevaba, podía el mismo demonio acudir a tomar el paso más estrecho o puente más angosta por do habíe de pasar y allí hacer algunos movimientos y alteraciones que fueran causa de algún estorbo o detenimiento. Así proveyó Dios con particular acuerdo tener con él personas devotas, doctas y siervos de Dios, para que, si desmayase, lo confortasen, o que, si gustase, ayudasen y favoreciesen para que fuese adelante.
Entrados mis frailes, el comissario, según estoy informado en todo lo que ahora diré de los dos propios religiosos y aun algunas cosas del padre maestro Avila, mostróse indiferente, sin ir atrás ni adelante, como bocado grande y de cosa dura atravesado; que entramas cosas las tenía aquella representación: grande y dura para mascarla y digerirla así de repente. Como le vieron así, sin ir d a una parte ni a otra, enpezaron los e circunstantes a meter bulla, a mostrar contento, a decir unos: ¡Oh, qué lindo hábito!; otros: Más hermoso es que el de los padres descalzos carmelitas, ¡oh si los viese el rey!, ¡oh, cómo nos estimarían en el mundo! Otros daban gracias al Fr. Alonso de Rieros por la invención y hechura. Tanta fue la bulla, las palabras y el tropel de los frailes, que entró con ellos a ver la representación. Que, cuando el comissario lo quisiera inpedir, no pudiera. Porque en algo fue f parecida a la entrada de Cristo en Jerusalén 6, que fue tanto el tropel y gritería de chicos y grandes en alabanzas de Cristo que, cuando entonces los scribas y fariseos, que tanto aborrecían las obras de Cristo, [quisieran] estorbar aquella entrada, contradecirla o estorbarla, no pudieran porque ni se entendieran sus preceptos g, mandatos ni pregones; así aguardaron a la tarde y a otra ocasión para dar tras Cristo. En algo fue así aquí: levantóse el murmullo de las alabanzas y parecer del nuevo hábito. Cuando el comissario quisiera contradecirlo, no le fuera posible porque ni pudiera ni se entendiera.
En esta primera vista no hubo conversación seguida ni determinación hecha de lo que habíen de hacer los dos h religiosos así vestidos, más de [17v] como unos decían: ¡Oh, si los viese el rey, si los viese el arzobispo de Toledo! (que entonces pienso era Loaysa 7, vicario del arzobispo y ayo del príncipe); y otras proposiciones así cortadas, sin saber cuál dijo el comissario, cuál dijo el fraile que los habíe vestido o los otros graves que allí estaban. De lo que sucedió se echará de ver. El comissario los habíe enviado a más que de paso fuera de su celda. Si él lo dijo sólo allá dentro, si lo pronució y no lo oyeron, o si lo oyeron y en el aire se trocó en palabras de Dios y en favor, eso Su Majestad de Dios lo sabe.
Salidos de allí, todo lo que los frailes habíen dicho (¡Qué lindo hábito!, véalos el rey, véalos el príncipe, véalos García de Loaysa) júntanlo todo y póneseles en la cabeza que el comissario los envía a besar la mano al príncipe, que entonces era el que ahora es Filipo tercero. Y quítanse de ruido y van y dan una pavonada por todo Madrid. Hablan a García de Loaysa; éntralos al príncipe; ofrecen el hábito y hechura de parte del comissario y Religión. Envíale el García de Loaysa, que era tan devoto y cristiano, al comissario un gran recado por lo que había hecho. No dejan lugar grave ni honrado i y muchos monasterios que anduvieron. Vuelven a casa mis dos frailes ya no representantes sino frailes recoletos, porque, viendo el aplauso y honra que les daba el mundo, echaron de ver que eran dones encerrados en la penitencia y vestido pobre y que quien quiere aquello ha de querer esto y que seríe bien quedarse con aquel hábito para siempre.
Vean por amor de nuestro Señor las invinciones que Dios va haciendo y los juguetes para introducir sus obras. Que parece Dios a los cazadores de monas o de los negros, que los cogen con bonetes colorados, con azabaches y silbos j, estando debajo de aquello el cogerlos, rendirlos y tenerlos por esclavos. Así parece hacía Dios aquí: que ya lleva a estos dos frailes cogidos con la honra y alabanza del hábito. Y el grande recado que García de Loaysa envió al comissario alabándolo y diciendo bien se parecía obra de sus manos y que de dónde habíe sacado [18r] tan soberana invinción, sirvió eso de otro bonete colorado y azabaches y oros aparentes (que lo son los cumplimientos del mundo) para cazar y coger al comissario. Porque yo seguro que el cumplimiento no tardó un cuarto de hora que no se volvió obispado intencional en la imaginación, donde, como gusano de seda revive en el seno y de un granillo de nada se hace gusano vivo y paloma que vuela, así Dios, para cazar y coger la voluntad del comissario, dejaríe esta puerta abierta para que los pensamientos del comissario, que entiendo yo eran muy humildes, volasen algún rato para que se pudiese tejer la soberana tela, no de seda sino de brocado de tres altos, que fueron estos sanctos sayales. Esto he dicho porque siempre se sonó que García de Loaysa le favorecíe para que k se le diera un obispado. Y bien merecía le vistieran la cabeza con mitra al que, por una vía u otra, ayudaba a descalzar los pies de los que habían de anuciar la paz y el bien.
5. Reacción contraria del comisario
Ahora, pues, vueltos a casa los dos recoletos, que ya tales los podemos llamar, toman l la bendición m del comissario. Pregúntales de dónde vienen —y adviértase que siempre entraban y salían, como maestras de abejas, cargados de gente—. Respondieron que venían de besar la mano al príncipe
y a García de Loaysa, y de hacer lo que su paternidad reverendíssima les mandaba; y que le traían un muy buen recado —que era como los tapabocas que da el mundo, que también hace Dios le sirva el mismo mundo cuando él lo ha menester, o por mejor decir, sus instrumentos le sirvan de redes para coger nuevos pájaros que sin alas vuelan por lo vedado—. El comissario, aunque le endulzaría un recado tan cristiano y honrroso como aquél, avinagróle mucho que, sin orden suya n clara y manifiesta, hubiesen hecho semejante atrevimiento echándole a él toda la bulla y palabras de los otros frailes, no habiendo él dicho tal o.
Y, a mi parecer, él tuvo mucha razón de afligirse en aquella ocasión, porque allí se le ofreceríe, como fue así y del mismo comissario lo supe, que ya no podía volver atrás so graves penas y afrentas; [18v] en que, si no lo favorecía y llevaba adelante, gente tan grave lo había de tener por invincionero y engañador, y que servían al pueblo de sólo sacarle nuevas invinciones y representaciones; y que, si no lo favorecía, él quedaba desacreditado con el rey y un prelado tan sancto como era el García de Loaysa. Estas y otras muchas cosas pondría Dios en su corazón, dando muchos más pasos adelante p, diciéndole: Si por esto poquito que has consentido así te pagan y te lo agradecen, ¿qué será si hubiese conventos y frailes, gente que con su virtud y exterior se llevase tras sí el mundo?; de golpe o de resultida ha de caer sobre ti mill honras y bienes. Y, entre estos pensamientos, le daría Dios mill aguijonadas, diciéndole proposiciones cortadas: ¡Hazlo, ayúdalo, quiérelo, favorécelo, mira que es cosa sancta, buena, gloriosa, honrrosa!
A estos latidos del corazón movido de Dios, acude el demonio con su maza pesada a hacer su golpe, que, como después se vido por lo que sucedió, debiera de darlo tan bueno que lo dejó bien desatentado para lo que Dios habíe puesto en su corazón. No hay dudar sino que el demonio le ofreceríe mill pensamientos, que al más estirado le doy que en muchos días digiera el menor de ellos. Ven acá -le diría el q demonio r- , esa razón de ser cosa honrosa esa obra, es la razón por qué tú lo has de estorbar, porque se llevarán el pueblo y religión tras sí y quedarás solo. Y, a pocas tretas, sabríe muy bien el diablo ponerle en s la silla más alta del gobierno a un triste recoleto y t a él que le estuviese obedeciendo; como sé que el demonio, en otra ocasión semejante a ésta, lo puso en su imaginación, como él propio manifestó al padre maestro Avila. Y voy diciendo cosas y tentaciones de satanás confesadas por boca del propio comissario u, para que se vea la rabia de aquel traidor demonio. Lo segundo que le ofreció fue representarle que no habíe frailes que tratasen de aquello y que aquellos dos no les habíe pasado antes por la imaginación; y que, no habiendo quien aquello lo llevase adelante, era mejor, antes que diese más campanada, se acabase y se les quitase el hábito. [19r] v Estas y otras muchas cosas el demonio le ofreceríe para que lo estorbase.
Y bien w se deja entender la fuerza que aquel traidor hizo contra el sancto hábito, que, aunque fueron muy poderosas las razones e inspiraciones de Dios por parte de los recoletos, el comissario, mostrando enojo —aunque podría no ser de veras—, los mandó se encerrasen en una o dos celdas y luego se quitasen los hábitos y se pusiesen los suyos que habían traído, mandándoles no se dejasen ver de nadie porque, viéndolos ya sin hábitos en tan breve rato, no los tuviesen por invincioneros, etc. Mandó luego en continente aquella noche saliesen de x Madrid antes que amaneciese y que se llevasen los hábitos de recoletos en dos maletas sin que nadie los viese ni supiesen lo que llevaban. Como si fuera peste y apestados; y sí era, sino que era peste y enfermedad celestial que a muchos se les habíe de pegar.
6. Hábitos para todos, pero enfardelados
Ahora adviertan por amor de Dios. Los dos frailes, que aunque el uno que yo conocía, que se llamaba Porras, era muy siervo de Dios, pero ninguno tenía asentado ni puesto en su corazón ser recoleto de veras, más de que aquel ruido de la gente y honra, como he dicho, les habíe pegado el «recoletos» y «hábito» como con alfileles o engrudo, qué de veces dirían cuando se viesen traer de aquella manera: ¿Quién me mete a mí en esto? ¿Para qué quiero yo perro con cencerro ni honra tan costosa, que tengo de ser terrero y blanco de los frailes donde todos den como en ayunque? Y ya enpiezan, pues nos encierran y [obligan] a que veamos la luz por brújula y que salgamos no a sombra de tejados sino en la obscuridad de la noche. ¿Qué diremos? Si decimos que no queremos ser recoletos, no lo somos, que ya nos han quitado el hábito. Si decimos que sí, el comissario nos ha mandado desnudar. Estar no podemos, porque y no nos vean y se afrente el comissario. ¿Irnos de esta manera? Ya todos nos llaman recoletos y no lo somos; es brava afrenta llamar a uno lo que no es, que se vuelve rissa y deshonra lo que habíe de ser gloria.
Estas y otras cosas andaríen bullendo en los corazones de aquellos pobrecitos frailes. Que servían como la pared en que ponen un blanco para tirar, que los más tiros, habiendo de dar en el blanco, dan en la pared, aunque sea contra [la] voluntad del que tira. Así z este sancto hábito era el blanco donde tiraban. Pusiéronlo en aquellos dos religiosos. [19v] Los tiros, como en pared, daban y habían de dar en ellos, quisiesen que no quisiesen, porque el blanco de por sí no se puede tener, ni los hábitos tenían otro ser pues ya estaban metidos en las maletas.
Pártense, pues, a Valdepeñas mis dos buenos frailes, cumpliendo en todo el mandato de su prelado, trayendo sus hábitos de recoletos enfardelados, bien tapados y encubiertos. Y bien lejos de sus fines, por
ser de que nadie los viese, alcanza Dios los suyos bien diferentes: que, como a cosa sagrada, sancta y bendita, los traigan con reverencia y donde nadie los pueda tocar ni aun mirar, si fuera posible, sino por vidrieras y debajo de nuevas cortinas, que así se encierran y guardan las cosas de Dios. Y si en Valdepeñas supiera la gente del pueblo, según lo deseaban, que les llevaban ya hábitos de recoletos y descalzos, no dudo sino que, como a sanctas reliquias, los salieran a recebir. Pero cumplieron lo que les mandaron en tener secreto; y así nada se supo antes que llegasen.
Pero, en entrando en su convento de Valdepeñas, como todo lo nuevo es apacible, no vieron la hora de los que dentro estaban de desenfardelar y mirar aquellos sanctos sayales. Que ya digo, a la vista lo que es áspero es agradable a, aunque al tacto sea desabrido, y así gústase de mirar y aborrécese el tocar. Así todos los descubrieron y miraron como a sanctos hábitos y fundas que habían de ser de otros hábitos interiores del alma más subidos y preciosos. No vieron la hora de probárselos y representar cada uno un rato un nuevo recoleto. Que me parece, en esto y en lo que luego sucedió, se había Dios como un desposado que saca joyas para su esposa, que, para bien mirarlas, remirarlas y agradarse de la hechura, color, guarnición y bordados, se las hace poner aunque sea una criada, que ni las merece ni las ha de traer. Eran estos sanctos hábitos joyas y arras que sacaba Dios para hermosear estas sanctas almas, esposas suyas. No disgusta de que se los vista y ponga quien no lo ha de traer, para quien no se hace, sólo para mirar Dios la hechura y color agradable que en sí tiene encerrado, con estas sanctas cruces que le sirven de nuevos bordados y guarniciones.
Ahora, pues b, habiendo sacado de sus maletas los hábitos y probádoselos, luego como los desenvolvieron, fue la voz a los regidores y gente que estaba aguardando se les cumpliesen sus deseos. Vienen y enllénase la [20r] casa de gente. Ven los hábitos c que, como niños desenvueltos, lloran y están pidiendo el pecho y el corazón de los que los han de traer para acallar. Los frailes, como veían el gusto y contento del pueblo, que todo habíe de resultar en mayor bien suyo y aumento de limosnas, decíanles y dábanles palabras y inferían que, pues traían hábitos hechos, que ya iba aquello de hecho y que debieran de ser para sólo modelo de los demás que se habían de hacer.
Ofrecen d luego el hacer para cada fraile su hábito. Y como esto de recebir siempre sabe bien aunque sea sayal para limpiar zapatos, aceptaron la ofrenda. Y cortáronse para todos hábitos. Y guardáronlos con todos los demás hasta que el comissario viniese, que así lo tenía prometido vendría presto por allí porque habíe de pasar al Andalucía.
7. Explicación del proceder de Dios
Nadie se espante de que esto vaya por tantas largas y escalones y que camine tan poco, porque, como son hábitos sin dueños, andan como pelotas, que quien más lejos de sí las echa y arroja, hace cuenta que gana quince, y hace falta en cuyo destricto se para o se queda. Antes se admire de que, sin dueño, sin quien lo quiera, se den pasos tan acertados, tan derechos como se van dando. Que con ser hábitos solos sin hombres, que es cosa muerta, se usaba de la crueldad que el adagio dice: «A moro muerto gran lanzada», enojándose contra ellos, como hemos visto. ¿Qué fuera si fueran hábitos vivos y contra quien se pudiera hacer contradición? Si la piedra dura muerde el perro, ¿qué hiciera si cogiera la pierna?
Considerando nuestro buen Dios la rabia que en tales obras y cosas suele tener satanás y los mastines de su ganada, tiróles la piedra y escondió el brazo, enviándoles hábitos y no pareciendo frailes, como quien tira la capa al toro para que allí desfleme. A mi parecer, en esto mostró Dios dos o tres cosas, porque, como digo, no faltara causa de admiración, un modo tan exquisito de nueva fundación y nuevo modo. Que en otras religiones enpieza Dios por los frailes y luego búscase los hábitos ásperos; y en ésta, que en todo habíe de ser nueva e a todas las demás, quiso que bien dende sus principios fuese nuevo modo de comenzar, enpezando no por frailes sino por hábitos enfardelados y enmaletados y, luego, de su spacio buscó frailes.
La causa de proceder Dios en esta Religión por este camino, fueron, entre otras, tres o cuatro f. La primera, esto que vamos diciendo: ser nueva reforma, y quiere que tenga nuevo modo y manera de enpezar. En las demás decimos g que el hábito no hace al monje; y en ésta quiere que tengan tal y tanta virtud, que sean poderosos para mover y hacer monjes, como hoy se ve que de sólo mirarlos, sin otro predicador, se entran tantos por nuestras puertas a querer ser frailes, etc., y sólo echárselo encima se ve un alma trocada, etc. h
La segunda i, mucha fiereza [20v] y rabia que satanás habíe de mostrar tener contra esta sancta Religión, que habíe de ser tanta que era necesario echarle delante cosas muertas y insensibles en que desflemase. Como he oído yo ser treta de buenos capitanes: cuando ven que el contrario trai poderoso ejército y fuertes tiros, echarle delante vacadas y mucho ganado —que así me dicen hizo el marqués de Sancta Cruz en la toma de La Tercera 8— para que, encarnizados en aquellas bestias,
fuesen menos sus furias para contra los del ejército contrario. Así nuestro buen Dios, a cuya sabiduría nada se le esconde, echó de ver los acometimientos rabiosos que satanás y sus secuaces habíen de tener contra esta sancta reforma. No le echó Dios, delante del ejército que tenía él en el tessoro de sus riquezas encerrado, vacas ni ganados, quej en fin sienten, sino cosas insensibles, unos hábitos sin dueños. Como se hizo en la defensa, según me han dicho, de La Goleta, que reparaban los tiros del poderoso moro en sacas de lana, que resisten bien 9. Bien haces, Dios mío, de resistir las rabias de satanás con trapos viejos, sayales y hábitos sin frailes, que en fin es lana sola sin cosa maciza en que puedan hacer quiebra.
Quién vido la traza de Micol para librar a su buen esposo David de la rabia de Saúl: que disimuló en el aposento que estaba y de solos trapos viejos hizo un bulto, musaraña o figura del mismo David; y pónelo en su lugar y desgüelga a David por una ventana y líbralo 10. Si de la prudencia y sabiduría desta mujer hace caso la Scritura Sagrada y en ella halla misterios soberanos, ¿por qué no tengo yo de hacer caso de la sabiduría de Dios en k los principios de la fundación desta Religión, donde anda Dios haciendo bultos, musarañas y figuras de l trapos viejos con que representa frailes descalzos de la Sanctíssima Trinidad, sin haber más que un poco de sayal, ya envuelto en maletas ya desenvuelto, sólo todo esto para librar de la fiereza de satanás al pobrecito m religioso que lo había [de] traer y que, cuando se enojase y quisiese ejecutar su ira, no hallase en quién sino sólo trapos viejos y sayales?
[21r] Ya saben todos que el guchillo pierde el filo si corta en paño o cualquier ropa, el cual no perdería si cortase en carne. Traza de Dios soberana que, para que pierdan los filos los dientes del demonio, no envió en esta sagrada Religión los religiosos sino sólo los hábitos, para que allí se enbotasen y, como solemos decir, se entrapasen. ¿No han visto acá en unas n fiestas, para hacer burla de un convidado, meter en un buñuelo o en una enpanada un trapo viejo? El otro, cuando destapa para echar el diente, quédase con sola su dentera. Así hizo Dios: él vido la gana que el demonio traía de tragarse a los sanctos ángeles que habían de traer este hábito; antes que haya ninguno, al principio de la comida, estos o trapos viejos que ahora traemos enfardélalos, mételos en maleta, como trapo en pastel. Llega el demonio la boca abierta a tragar, que ya él pensaba que tenía qué, y hállase burlado
y con su dentera. ¿Nunca han oído decir acá «saltó en vago»?; que se le queda a un hombre la sangre en el cuerpo helada. Veréis que va a dar el otro un bofetón; húrtanle el cuerpo y desconciértase el brazo porque dio en el aire. Así aquí fue. Y eran todas estas tretas para satanás, para desconponerlo y desconcertarlo.
La segunda [sic] razón se saca de ésta: que, por este nuevo modo de proceder, mostraba Dios había de querer a los religiosos deste hábito mucho, pues tanto los guarda de los primeros encuentros. Que, aunque es verdad que padecer por Cristo es de grande honra y felicidad, pero en tal tiempo pueden padecer y p estar tan tiernos en la virtud, que sea suma misericordia el guardarlos en semejantes ocasiones de los trabajos, como vemos que de ordinario lo hace con algunos que mucho ama. Así, quiso Su Majestad que q en los principios no hubiese entriego de religiosos desta orden a los trabajos y primeros encuentros, porque no quiso hubiese ni aun en sus principios ningunas quiebras, [21v] sino, como a gente que mucho amaba, guardarlos. Como él dice y r los compara a las niñas de los ojos 11, que, por ser de tanta estima, les dio muro y barbacana, que fueron cejas y párpagos que los guardase del polvo, aire y agua. Y por esa propia estima, guardaba Dios a los que habían de traer este sancto hábito: que a ellos los tenía escondidos en su secreto saber; y echa y envía el hábito delante, sobre que caiga el polvo y el agua de las murmuraciones y persecuciones primeras.
Hemos dicho que lo primero fue guardar los religiosos desta orden de la fiereza de satanás; lo segundo, amor. Lo tercero digo que fue estima y grandeza. En casa del rey, muchos años antes que nazca el hijo, le tienen hechos los pañales y vestiditos; lo cual no hacen en casa del pobre, que nace y después le buscan s trapos enprestados. Mostró Dios la estima que habíe de hacer de los hijos de esta sancta reforma, que no los habíe de estimar ni tener en menos que hijos de reyes, de la Sanctíssima Trinidad, pues, antes que nazcan, ya les tiene pañales y hábitos hechos. Porque otras reformas que en la Iglesia de Dios se han hecho, si esta similitud vale, nacían pobres, de suerte que, después de parecidos los recoletos, se les buscaba hábito y regla enprestada. A los de ésta, como nobles en virtud que los había de hacer, antes que nazca, ya les tiene aparejada su regla primitiva, como executoria antigua de su abolorio t, y este sancto hábito, de más estima con sus remiendos que cuantos hay de Sanctiago con los veite mill de renta.
Lo cuarto que mostró Dios con enpezar esta sagrada Religión con hábitos enfardelados y sin frailes, fue su soberano poder que quiere hacer nuevas victorias y vencimientos. Que semejante yo no lo he oído decir en mi vida ni leído en la Sagrada Scritura. Porque, si Gedeón vence con cántaros quebrados, lleva soldados aunque pocos 12; si Goliat
muere con una piedra, está allí un pastorcillo que la tira [22r] y le corta la cabeza 13; si el otro capitanazo de Sísara le enacaban sin guerra, una mujer le enclava las sienes 14. Pero en este hecho de Dios nada veo: no veo soldados como los que vencieron en esotras religiones. Si los padres carmelitas descalzos vencieron, no les faltó una sancta mujer que clavase las sienes a satanás, y se diese por muerto y por vencido. Pero en u los principios de esta sancta Religión v ni veo soldado como Gedeón ni veo pastor como David ni veo otra mujer como Judic o Jabel; sólo veo hábitos enfardelados sin dueño, arrojados para quien los quisiere. En historias humanas dicen que los soldados del Cid w cobraban brío y vencían con sólo llevarlo a él a la guerra, muerto o vivo, como una vez sucedió, que lo armaron después de muerto y metieron en el exército. Pero aquí no hay capitán muerto ni vivo x.
Qué bien podremos decir por aquello y por lo que ahora pasa en esta sancta Religión: Novum genus potentiae, aquae rubescunt hydriae y 15; que enbriague Dios con agua clara y la convierta en vino 16 y que haga obras semejantes z, es nueva sabiduría; y muestras de nuevo poder, que enbriague a satanás con agua, dando la fuerza y vigor de fuertes capitanes a unos pobres hábitos y alpargatas enfardeladas. ¡Dios de mi alma!, —perdónenme si me detengo, que digo lo que de balde me dan— cómo me parece, Señor, haces con estos sanctos hábitos lo que hacía san Pedro con su sombra, que alanzaba demonios y sanaba enfermos 17. ¿No oímos arriba cómo estos sanctos hábitos solos sin fraile, como cosa de la otra vida, asombraba? Y ahora acabábamos a de decir satanás se da por vencido y por algunos b días huye y desampara el campo. Sanan enfermos, pues con ellos quedan contentos en este pueblo y sosegados. Luego no dije mal denantes que los traían enfardelados como sanctas reliquias, pues hacen tales milagros.
Ea, hermanos míos, ánimo a la virtud, que particulares pronósticos son éstos que nos enseñan a confiar. Si los hábitos, antes que nadie se los ponga, da Dios tal virtud, tal honra, tal estima, tal poder, ¿qué debe ser ahora que los visten ya hombres, que ya no los podemos llamar sayales sino [22v] ángeles y espíritus envueltos c en sayales? ¿Quién con este sancto pronóstico desmaya y no confía salir vencedor en todo? Pues ya se han juntado sayales, hombres no muertos sino vivos para pelear, no hombres sino ángeles y espíritus, no espíritus sino dioses, pues Dios es el que rige y reina en esta sagrada Religión.
Lo quinto, lo que pretendió Dios con este nuevo modo de negociar y enpezar esta sancta Religión, que enpieza por scritos y hábitos y no frailes, es la traza y ardid que suelen tener los que quieren levantar comunidades o meter en algún reino mercaduría no debida. En las comunidades suelen los comuneros arrojar por las calles scritos en que significan las molestias de su rey y señor, las grandes cargas, los bienes que están encerrados en la libertad. El que quiere d entrar cosa vedada en otro reino, enfardélalo y arrójalo sin que parezca dueño. Así e usó la sabiduría de nuestro buen Dios, que quiso en la orden de la Sanctíssima Trinidad levantar f nuevas comunidades de sanctos que sigan la bandera de Cristo. Pues ¿qué hace? Arroja por los conventos escritos desta determinación de los padres calzados; aunque breves, en ellos estaban encerrados la gravedad y molestia de g no servir a Dios muy descalzamente, la tiranía de los cumplimientos del mundo. Por otra parte, arroja hábitos enfardelados remendados, cosa vedada en la Religión. Esto fue bastante para que con los scritos se muniesen las nuevas communidades y con los hábitos, como cosas enaceradas, se armaron para entrar y ofrecerse a nuevas batallas, como en lo que se sigue se verá.