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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 6 EL P. JUAN BAUTISTA, RECOLETO
1. Resistencia a los primeros deseos
Con estas ocasiones, aunque ya habíe cesado el llamarme recoleto, porque me querían [26v] bien y tenían particular afición. Antes el padre maestro Fr. Martín de Virués, oyéndolo decir un día, respondió: El P. Fr. Juan harto recoleto se es, no ha menester ir allá. Y esto dijo porque no me conocía ni sabía cuál andaba mi alma y por la afición que me tenía, que me había él llevado a aquella casa. Con estas ocasiones que he dicho de que tanto se trataba y sin ninguna murmuración, fue Dios sentando en mi corazón: sobre los deseos que yo tenía de serlo, puso que seríe bien el hacerlo. Pero claramente lo resistí a, porque yo estaba tan pegado a las cosas de la tierra, honrrillas, regalos, que tenía muchos en aquella ciudad, que no tuve fortaleza para despegarme de eso, aunque lo que me hizo más fuerza fue ofrecérseme el qué dirán los que me vieren estrecho, encogido, retirado a un aldea, que sí lo es Valdepeñas
en b comparación de Sevilla; quien procuraba ya predicar entre los dos c coros, irse ahora a pueblos de labradores.
Hacíame el demonio guerra con el sermón que había predicado de la fundación, que no era, como he dicho, mío: Quien predica desta manera, lástima será sepultarse. Luego atizaba con mi poca salud, que aún me tenía casi de ordinario calentura continua y de sólo el trabajo de hacer un sermón, me bajaba del púlpito con continuos crecimientos. Cuando daba algún color para d hacerlo, me traía una vehementíssima tentación e bien conocida por f del demonio: Tú has sido muy malo y son sin número tus peccados; en estos principios no ha de haber aquel rigor de vida que tú has menester; tú no eres para cabeza por haber sido tan mal hombre, para pies tampoco, porque esta reforma no tiene dueño.
Con estas y otras cosas rayóseme de el corazón el hacerlo.
2. La conversión
Pero mi buen Jesús, que cuando quiere usar de misericordias grandes [27r] sabe muy bien llevar el agua a su molino, con estas misericordias movido, Su Majestad dio traza de engañarme para que hiciese lo que a él y a mí más convenía. Y fue que me persuadió seríe bien me saliese de Sevilla y me fuese a ver al comissario, que andaba visitando en Ubeda y Andalucía, pues era tan mi padre y yo se lo debía; y que, a no hacerlo, me sería mal contado y obras de ingrato; y que, para cualquier cosa que de mí hubiese de ser, convenía que g lo tuviese propicio. Todo esto era justo y a nada tenía qué responder, pues eran éstas razones que, conforme a Dios y a mundo h, concluían. Sólo tenía en contrario una, y era que había menester ir con majestad de mula y mozo y llevar algún presente.
Con esto entro al provincial y dígole: —Padre nuestro, yo me holgara de ir a darle a nuestro padre comissario el bienvenido, porque se lo debo y es mi padre, a quien yo respecto y quiero mucho; y esto, si vuestra paternidad me diera licencia y si yo tuviera dineros. Respondióme: —Yo lo enviara de muy buena gana en nombre mío y de toda la provincia, si los tuviera para dárselos. Pero, como mostró tal gana, dije: —Pues no le dé a vuestra paternidad pena, que yo los buscaré, sino scriba sus cartas y despachos, que yo i voy a buscar dineros, mula y mozo. Todo esto hice aquella tarde.
A la mañana, sin que apenas alguien lo supiese, salíme de Sevilla, dejándome nuestra celda como si hubiera de venir otro día o como quien tenía pensamientos de volverse presto. Llegué a Ecija y, a la salida, topéme un j hombre honrado que pienso era regidor —y aun podría ser ángel de Dios— subido en un caballo. A pocas palabras,
vínome a tratar de un sancto k varón que allí tenían los padres de sancto Domingo. Y contóme la causa por qué antiguamente sus antepasados fundaron aquella casa dedicándola al glorioso san Pablo 1. Que, por no alargarme mucho, de ello tomaré lo que inporta para lo que luego Dios hizo; y aun sospecho que quizá no vino a otra cosa. Díjome:
Sepa, padre, [27v] que este pueblo antiguamente estaba muy perdido en dos vicios, entre otros —y quizá en algo l o en lleno me tocó—. Y estando m así este pueblo, el glorioso san Pablo se apareció a un niño n, tan pequeño que apenas sabía juntar razones. Y estando el chiquillo solo y casi dormido, lo dispertó y le dijo:
—Dispierta, niño, ve al ayuntamiento, donde se junta lo grave del pueblo, y pide atención y diles que el poderoso Dios estaba determinado de acabar y asolar esta ciudad por sus peccados y que, por mi intercesión y ruego, les ha dado larga para que se enmienden; y que, si no lo hacen, prosiguirá con sus enojos adelante.
Respondió el chiquillo como otro Moisés o, diciendo: —¿Quién sois, tío?
—Yo soy san Pablo.
—Pues no sabré.
Díjole: —Ve, tú, aunque no sepas y abre la boca, que tú sabrás.
—Pues no me creerán.
—Muestra esa mano (y luego se le quedó hecha un pedazo de carne sin mostrar dedo ni fación de carne). Muéstrales esa mano. Y que, en hacimiento p de gracias, hagan una solene procesión; y, en entrando en la iglesia, delante de todo el pueblo, levanta la mano a la cruz que llevan delante y se volverá la mano como estaba de antes.
Todo esto, dice mi buen hombre, se cumplió al pie de la letra. Preguntándole al niño en ayuntamiento qué señas tenía el hombre que se le había parecido, respondió que era dispuesto de cuerpo, barba larga y cana, y una spada por bordón en la mano. Y aun dijo mi hombre: Mire vuestra reverencia qué antigüedad tan grande tiene el pintar a san Pablo desta manera. Todo esto pasó al pie de la letra y está scrito en el archivo y arca de ayuntamiento.
Confieso que he sido tan tonto, que hasta hoy no me he informado de la verdad de este suceso. Si para las cosas de la recoleción fuere necesario saber algo desto, lo pueden saber e informarse; que, por ser cosa tan antigua, podría ser no saberlo todos, sino aquél por ser regidor, o ángel que pretendió lo que después sucedió. Este hombre, acabado su cuento, apartóse de mí diciendo: Vaya con Dios, padre.
[28r] A mí dejóme rumiando las faltas que san Pablo había dicho que aquel pueblo tenía, que, entre otras, creo eran juego y juramento
y deshonestidades; y lo segundo, que Dios tenía determinado de acabarlo y que él habíe alcanzado prolongación para que se enmendase y que, si no, prosiguiríe su rigor y justicia.
¡Maravilloso y eterno Dios! En estos pensamientos, que no había andado un cuarto de legua después que se apartó el hombre de mí —pienso estaba a dos leguas de Ecija, cerca de una venta—, viene una nube sobre mí, que, sin saber dónde se juntó y formó, con tales truenos, relámpagos, piedra y aire que cada relámpago que sobre mí caía, era un rayo que me decía lo que el otro niño dijo al ayuntamiento: ¡Enmiéndate, si no, acabarás! La respuesta que yo daba, era q: ¡Señor, no volveré a Sevilla! Otro rayo (que tales pienso que todos eran por lo que después sucedió). Respondía: ¡Señor, yo seré recoleto! Otro. ¡Señor, yo iré a Valdepeñas! Otro. ¡Señor, yo hago voto de todo lo que he dicho! Y dije mill veces, según mi aflicción.
Cosa notable que yo en España no lo he visto en mi vida: ¡A principio de febrero, que entonces era, semejantes truenos y tempestades! Y el mozo que yo llevaba, metido entre unos chaparros para que el aire no se lo llevara, que fue tan grande que, en la parte que pasó, hoy se acordarán de él, porque arrancó y asoló los olivares en contorno. Lo que mi mula hizo, sólo era dar vueltas a la redonda porque no tenía adónde huir, porque la justicia de Dios andaba en contorno contra mí.
Pasó la tempestad y yo quedé recoleto con voto y con obligación y con deseo y voluntad. Llegué a la venta bien contrito y bien mojado, donde hallé tres o cuatro soldados hechos predicadores y recoletos, que lo había alcanzado y aun quizá hecho el propio voto y juramento. Estaba también un carretero, que mulas y carro le habíe hecho dar muchas vueltas la furia del aire. Estaba también un fraile lego carmelita descalzo, que venía de hacer la demanda de aceite de un pueblo r allí cerca, que no me acuerdo. [28v] Soldados y carreteros y mozos de mulas y frailes estuvimos toda aquella noche contando todos cosas de Dios y vidas de sanctos. Confieso, cierto, que apenas me dejaron hablar s los soldados, según el spíritu que se les habíe pegado de la nube. Y yo, que lo tenía bien lleno de temor, que él y el deseo que ya tenía de Dios me dieran copia de cosas que decir. Pues el fraile lego carmelita, bien se deja entender que también tendría qué [decir]. Pero bien me acuerdo que, como ellos sabían, a ninguno nos dejaron hablar. Que le faltaba a Dios por hacer por entonces aquello poquito, que era que soldados y carreteros t me confirmaran con sanctas palabras en mis promesas.
3. Encuentro con el comisario
Fuime u dende allí a Andújar, do estaba el comissario. En lo que faltaba del camino, en lo que Dios hacía conmigo echaba de ver iba
de veras, que ya no habíe mala cama para mí aunque fuese el suelo duro, que otro no admití; ni quería comer carne; y dejándome llevar de lo que después de veras había de hacer. Entré en la casa de Andújar, do estaba el buen comissario. No les dé pena a nuestros hermanos leer esto, que está en ello encerrado la sabiduría y altos consejos que tuvo Dios en estos principios para que enpezase a haber recoletos y gente que se vistiese aquellos hábitos, pues los primeros fueron tan costosos y tan manifiesta voluntad de Dios, que fue necesario labrar la dureza de la voluntad con rayos v, como martillos que ablandan el duro hierro, fuego y agua de la nube donde, como en fragua, se caldeaba. Y con lo demás que aquí se verá.
Doy mis cartas al comissario. Recibióme muy bien. Díjome, entre otras palabras: Dos bienes me han dicho de vuestra reverencia: que es buen predicador y da gusto; y lo otro, que es bueno y usa de virtud; y lo estimo mucho que fraile de Castilla, que está en esta tierra y puesto con mi orden, les haya dado gusto.
Esto le debieran de haber dicho porque sabían había de recebir gusto de que le dijesen bien w [29r] de fraile x hijo de su provincia y porque yo estaba con ellos bienquisto, no porque hubiese en mí virtud para y decir tal. Y pudo ser que el ser yo malo ellos no lo supiesen. Con esta alabanza que de mí habían dicho, el demonio, que ya sabía mis promesas, tenía dispuestas dos maneras de contradiciones a mis deseos. La una, en el comissario, porque, habiéndome él dicho aquello que arriba digo, le dije yo: Hanme dicho, padre nuestro, lo que vuestra paternidad ha hecho en Valdepeñas y los honrosos y gloriosos principios que ha dado a nuestra sancta reforma; y hago saber a vuestra paternidad que ha días tengo hecho voto de ser fraile descalzo (sin decirle lo que en el camino me había pasado) z y que, gustando vuestra paternidad de ello, me fuera dende aquí de buena gana a Valdepeñas. El respondió: Antes, los bienes que de vuestra reverencia me han dicho, tiran a que lo deben de querer por ministro para algún convento de consideración, pero ni lo uno ni lo otro porque, en estando esta cuaresma en Sevilla, me lo tengo de llevar a Madrid y allá nos avendremos, que también ha de ser necesario hacer y tomar una casa que me ha ofrecido García de Loaysa en Viruega 2 para la reforma. Tapóme la boca para no poder replicar, aunque no borró los deseos, que eso no era posible.
La segunda contradición fue que aquella noche los frailes más viejos me metieron en una celda y con palabras de grande amor por algunos rodeos me ofrecieron la prelacía de aquella casa. Y en esto echo de ver que era traza de satanás: porque, llevándome a las monjas que allí tienen, sobornándome entre otras cosas con palabras, dijo una monja sierva de Dios, habiéndoles contado el sermón de Sevilla de la fundación
—contado, digo, algunas cosas, no predicado—, dijo la monja: Padre mío, la mitad de mi vida diera porque vuestra reverencia se nos quedara aquí. ¡Miren si el diablo ofrecía a ya casa y vida a trueco de que yo perdiese la mía!
[29v] Todo aquel día, que fue el segundo que estaba en aquel convento, estuve afligidíssimo sin saber de mí ni qué hacerme, porque el comissario no gustaba ni quería, el demonio me sobornaba que lo dejase por entonces, pues ya decía que me llevaría a Madrid y que allá se podía ejecutar. Dios decía: ¡No!, que has hecho voto de no volver a Sivilla con ese hábito, sino b de irte a Valdepeñas. Por otra parte, no tenía fortaleza para decírselo con grande determinación, porque sentía grande afrenta que, honrándome tanto en aquel convento, tratase yo de irme a meter a Valdepeñas, donde habíe nadie que en mi hábito me hiciese conpañía porque sabía todos traían el hábito de enprestado, que así lo había dicho una y muchas veces el comissario, de cuya boca yo supe en esta ocasión muchas cosas de las que arriba digo. Con esto fuime [a] acostar aquella noche, que andaba tan turbado c y afligido de una parte y otra de pensamientos, que tenía por grande dicha meterme presto debajo de las mantas y dormirme.
A la mañana envíame a decir el comissario, después de haber yo d dicho missa, que me apreste para volverme a Sevilla, que ya tiene escrito y respondido a las cartas. Yo pensé de solo pena ahogarme. Sólo pensaba cómo en aquel camino a la vuelta me habíe Dios de acabar y que no caminaría muchas leguas e, y otras cosas de temor, que, si las hubiera de decir, que de todas me acuerdo, gastara mucho f papel. Y era tanto lo que sentía y vergüenza que el demonio me había puesto, que tenía por menos trabajo cualquier muerte que no decírselo otra vez al comissario con determinación. Y estando también persuadido que él no había de querer. ¡Oh buen Dios de mi alma, y cómo quieres que esta obra sea toda tuya y yo todo tuyo!, pues tanto pones de tu parte y en tales trances y ocasiones ayudas a los flacos, como en este hecho se verá.
4. Recurso a la Virgen
[30r] Estando g de esta manera afligido, sin saber qué hacerme, como un loco sin acuerdo ni saber qué me decía ni qué hacía, sino que me debieran de guiar, entréme por la puerta del claustro a la iglesia. Y entréme en una capilla do estaba una imagen de la Madre de Dios, como entramos por aquella puerta a mano izquierda 3. Y como iba con
tanta pena aguardando algún triste fin y acabamiento por ir contra tan manifiesta voluntad de Dios, aun no me hinqué de rodillas porque, como dice san Agustín, cuando el corazón está levantado, no puede estar el cuerpo sentado. En pie le di un recado harto mal dado a aquella benditíssima Señora, aunque harto bien recebido. Sólo dije estas palabras, cierto, me parece, harto sin advertir: ¡Madre de Dios, si vino del cielo h el hacer yo aquellos votos y juramentos, venga del cielo el cumplirlos, que yo no puedo ni pienso decírselo al comissario! i No hablé otra palabra ni antes ni después, sino luego, medio furioso, sálgome de allí y súbome al corredor alto, do estaba el comissario paseándose. Y yo, disimulando mis temores y flaqueza, díjele algo apartado: ¿Qué hace vuestra paternidad, padre nuestro? Respondióme j: ¡Venga acá! y diréle lo que estoy pensando. Lleguéme a él, y díjome estas medidas palabras. Aquel Dios poderoso lo sabe que no es tiempo ni ocasión ésta de decir encarecimiento, sino descubrir los tesoros de Dios para con este pobrecillo en orden a esta sancta reforma. Dijo el comissario: Estaba pensando que fuera grande misericordia de Dios y cosa acertadíssima vuestra reverencia se fuese dende aquí a Valdepeñas, porque aquellos frailes que están allí con el hábito, son enprestados k y se han de hartar y dejarlo; y ha de ser grandíssima afrenta para mí a quien l han querido hacer autor desta obra, y afrenta para toda la Religión. Vuestra reverencia, [30v] en fin, va con gana y lo tienen por hombre cuerdo. Y, en sabiéndolo, otros se han de ir con vuestra reverencia.
Díjele: Suplico a vuestra paternidad me oiga, que no lo puedo callar: Yo andaba afligidíssimo sobre esta mi vuelta a Sevilla y, como un tonto, me entré a quejar a una imagen de la Madre de Dios que está en la iglesia y le vengo de decir estas palabras. El comissario enternecióse y, inclinándose, abrazóme, saltándosele las lágrimas y diciéndome estas formales palabras, que para mí siempre después acá han servido de particulares pronósticos y profecías. Y nadie se espante diga esto porque, como todo es en orden a las maravillas que Dios ha ido obrando desta sagrada Religión, es tanto lo que estimo que se sepa, que no reparo en m callarlo inportándome a mí, aunque en mí hay y ha habido tantas maldades y misserias, como aquí se sabrán siendo Dios servido, que no habrá puerta para que yo me ensoberbezca. Pues el buen comissario n, abrazándome, dijo estas palabras: Vaya, padre mío, muy en buen hora, que vuestra reverencia durará en la reforma y mirará por ella y la defenderá de todos los que la quisieren destruir y procurará llevar otros; y será ocasión de que el mundo no se ría de nosotros llamándonos burladores, porque enpezamos y no acabamos.
Estas palabras no se pueden pesar si no se consideran dos cosas. La primera, quién las dice, que era un hombre que, como consta de lo pasado, por fuerza, como a mí mi hábito, y por nuevas trazas se lo hizo Dios tragar el ayudar esta obra. Lo segundo, a quién lo dice, que era a mí, en lo espiritual el hombre más malo que habíe en el mundo; en lo corporal, no tenía entonces fuerza para caminar en un día seis leguas con [31r] todo el regalo del mundo. Traía de contino, como he dicho, calentura continua, que pocos días me faltaba. Estaba de flaco en los güesos. Podía en mi aspecto, por mi rostro y flaqueza, representar un penitente ¡pero fuéselo quien pudiese! Lo tercero, lo que aquí hay que considerar, en estas palabras que el comissario dijo, es o todo lo que después acá ha sucedido, llevándome Dios por tales y tan particulares p rodeos que, quiriendo y no quiriendo, me ha hecho Dios hacer todo lo que el comissario me dijo hasta el día de hoy por fuerza o por grado. Y esto digo porque el haberlo hecho no ha sido mío ni tengo una mínima parte en ello, que todo ha sido un grande milagro puesto de parte del mismo Dios, que quiere que en esta obra no parezca otro dueño sino Su Majestad.
5. Traslado a Valdepeñas
Esto así concertado y tratado entre mí y el comissario, pedíle muy encarecidamente fuese servido de darme luego la licencia y patente sin que nadie lo supiese. Pidió allí papel y tinta y él de su propia mano scribió una carta al ministro de Valdepeñas para que luego en continente me diesen un hábito y que nada se hiciese en la casa que no me diese de todo cuenta; y que yo le ayudaría en todo lo que era de la reforma; y que en el capítulo que se había de celebrar por Paschua en Sevilla, se determinaría lo que le estuviese bien no gustando de tener aquel hábito de la reforma; y que fuésemos entramos juntos. Mandó a su secretario que, sin leer la carta, la cerrase allí delante de él. Tomo su bendición y allí delante de todos despídeme como si me fuera a Sevilla, dándome todos cartas para allá, las cuales envié después con el mozo que volvió la mula q.
[31v] Bien pudiera yo aquí reparar un poco y detenerme a escudriñar esta singularíssima merced que esta soberana Virgen me hizo en serme buena intercesora para que yo gozase y tuviese este sancto hábito y perseverase en él. Y aun, si no fuera yo tan malo y no constándose no se hizo por mí la fiesta sino por suplir faltas en r falta de hombre bueno, pudiera yo alabarme en semejante ocasión que no tenía solo el scapulario sino todo el hábito de pies a cabeza por esta soberana Señora, que sabe tan bien interceder por pobres y peccadores. Lo 2.º, en la presteza con que acudió se descubre cuán aparejada está y presta para los que en esta sagrada Religión la llamaren. Díganme, hermanos, ¿es
posible que este soberano hecho y favor que no les encenderá los corazones para que en cualquier ocasión que se vean afligidos, desconsolados, temerosos, desamparados, acudir a ella, que, cuando le arrojen y den pocas palabras, saldrán bien y presto remediadas? Madre de Dios, Señora s, Abogada y Patrona nuestra, no quiero tan presto detenerme con vos ni con obligar a mis hermanos con razones a que os sean muy particulares hijos, pues con los favores que vais mostrando con esta sagrada Religión y con los particulares de ella, como en el discurso se verá t, servirán de ascuas u encendidas que abrasen y trasformen en vuestra devoción v los corazones más fríos que un hielo.
Confieso, hermanos, para que se enpiecen a animar, que acerca desta materia he notado cosas que han sucedido que un solo libro se pudiera scribir. Pero, como yo no voy scribiendo esto por materias sino por historia, habiéndolo de llevar todo seguido, el que gustare de poner los ojos en cosas particulares acerca desta materia, las podrá ir notando en el discurso desta fundación y juntarlas y tener [32r] como libro de memoria, o por mejor decir, para tener memoria de quien tanto bien nos hace.
Pártome, pues, de Andújar para Valdepeñas. Y ahora en este punto noto dos cosas que hice, que prometo cierto no las había considerado ni advertido hasta ahora que lo voy scribiendo para hacer memoria de lo que entonces pasaba. Y desto no hay que espantar. Y esta razón w se advierta para cuando dijere algo que por entonces no parecía nada y ahora se vea llena de misterios. Ya habrán oído decir que lo que se hace de noche parece de día. Y también he dicho arriba que esta Religión y hechura hasta aquella ocasión y otras se compara a aquel caos y tinieblas que hubo al principio del mundo. Luego, si entonces eran tinieblas y ahora va alumbrando x nuestro soberano Sol de Justicia, qué mucho que cada día se descubran nuevos misterios. Aun paréceme que hasta en los disparates que hacía de mi vida, ahora los hallo, porque para ello quiere dar Dios luz. Si por ser, como digo, de noche o ventana cerrada, el otro no ve los trastos mayores que hay en un y aposento, sino que, por mejores ojos que tenga, tropieza en ellos y, después que amaneció y entró el sol por la ventana, ve los más pequeños átomos que se pueden imaginar, no se espantarán que yo y en la orden en aquella ocasión se z tropezase en grandes cosas sin advertirlas ni hacer caso de ellas y que, después acá, miremos y advirtamos los más pequeños átomos.
Habiéndome hecho aquella soberana Virgen tan grandíssima merced, díganme [si] es razón hacer ahora yo caso de dos cosas que entonces hice. La una fue que, por evitar pensamientos y tentaciones que me diesen pena de tantas cosas como entonces se me podían ofrecer de la nueva vida, del nuevo estado, que prometo cierto a harto más [32v] se le ofrece a un fraile que muda hábito y vida que a veite seglares. Ahora
no me quiero detener en esto. Por evitar estos pensamientos, porque yo no iba dispuesto para defenderme con consideraciones ni presencia de Dios, saco mi rosario y dende que salí de Andújar hasta que se me acabó el camino, yo no dejé de pasar cuentas y avemarías. Y aun me acuerdo que, cerrando los ojos, rezaba tan apriesa que me parecía entre palabra y palabra habíe de caber alguna por tiro de satanás. Y confieso, como soy tan colérico, que dije tantas que no sé si, cuando llegué allá, era como el otro labrador que lo enviaron por dátiles, que, porque no se le olvidasen, cuando llegó al pueblo, de decir «dátiles» muchas veces decía al cabo de su jornada «látigos», «látigos». Pero, cuando fuesen así dichas y turbadas o mal concertadas, aquella soberana Señora se contentó con que le diese gracias con aquellos rosarios y avemarías tantas veces multiplicadas.
Lo segundo b que hice fue que, con pequeña ocasión que entonces tuve y ahora hallo fue grande, me fui por su sancta ermita de la Cabeza 4, donde estuve aquella noche y dije missa. Y no hay dudar sino que le ofrecería mi viaje. Y cuando tuviera en aquella ocasión pocas palabras, como las tuve en Andújar, con ella, como he dicho, no hay que espantar, que eso tiene un hombre atemorizado, espantado y asombrado (que lo debiera yo de ir) c, que sabe hacer y no decir.
Paséme por Almodóvar del Campo, donde yo era natural, por cumplir última vez con los cumplimientos de madre, hermanos y parientes; donde estuve dos días disimulando mi viaje, trueco y nuevo hábito, diciendo iba a predicar a Valdepeñas aquella cuaresma, que luego me había de [33r] volver a Sevilla. Que en nada de ello mentía, porque así llevaba el orden: que con el hábito de recoleto y descalzo fuese al capítulo que por entonces se había de celebrar 5. Y no fue esta entrada en mi pueblo pequeño trago para mí, porque no me aguardaban a mí de luto, que lo llevaba bien grande por las grandes ofensas que había hecho contra Dios y deseo de hacer penitencia de ellas. Y esto, por mucho que se tape, no es posible que alguna vez no salga algún ay del corazón aunque sea sin licencia. Aguardábanme de fiesta y de Paschua todos los clérigos con quien yo tenía grandíssima amistad y me habíen escrito cartas a Sevilla. Tenían grandes aparejos para cazar; y que nos holgáramos, como habían hecho otras veces. Esto me fue de grande pena: ver cómo había de cumplir con parientes y amigos. Pero, en fin, como fue el tiempo breve (por decir iba de priesa), ocupólo la madre en estarnos mirando el uno al otro y estregando las manos, que son los paraderos de sus razones.
6. La alegría de ser recoleto
Dende d allí fuime a Valdepeñas, donde entré lunes de carnestolendas e 6. Y el ministro me recibió muy bien, aunque, cuando le dije iba a tomar aquel hábito y que para ello dejaba tan buen puesto como tenía (éste es lugar de decir verdades), él se turbó porque, según entendí, ya andaban todos arromadizados y resfriados con el hábito y debiera de haber nuevo concierto, como arriba dije, de que se quedasen mis pobres sayales para suplir trapajos de linpiar zapatos; y ver que venía más de cuarenta leguas a tomarlo, habíe de concebir más estima en él pues se lo venían a vestir de tan lejas f tierras; y que quizá sus conciertos no podrían pasar adelante; y que, si dejase el hábito, no le habíe de costar menos que dejar el ministerio.
Pero al fin [33v] se hicieron hábitos y diéronmelos para que me los vistiese. Y es de consideración que sólo me dieron los esteriores de saya, scapulario, capa y capillas. Yo, como iba de veras y con gana, dije: ¿Pues los demás hábitos, padre? Respondió: Póngaselos, vuestra reverencia, sobre los que trai. Y hase de g advertir que yo traía dos o tres pares de calzas, otros tantos zaragüelles y jubones con mill armillas h y harta locura de botones, costuras y pespuntes. Miren, por caridad, cómo habíe de caer mi pobre sayal i sobre tales cosas. Yo, cuando oí aquello, dije: ¡Qué es esto, luego es de burla! Confieso que me j turbé. Por breve instante me vi afligido. Respondíle: Padre, yo vengo a ser fraile descalzo y hacer penitencia, y a mí no me ha de quedar cosa sobre mis carnes de lo que allá traía. Déme vuestra reverencia algo más con que me abrigue; y, si no, sólo esto me tengo de poner y fiar en mi buen Dios me ha de ayudar. En fin, diome unos paños menores y con eso vestíme.
El alegría que mi alma recibió del nuevo hábito no k lo sabré decir ni encarecer aunque scribiera mill pliegos. Corrió lo que en mí estaba detenido tan de represa. Y tantos bienes que en aquellos sanctos hábitos estaban encerrados hartos de aguardar a quien darlos, cansados de esperar l, comunicáronlos al primero que m toparon n, aunque no fuese merecedor de ellos.
7. Sueño místico
Aquella primera noche o diéronme unas pobres mantas; que colchón, cuando lo quisiera, no era bien recebirlo quien acababa de decir venía a ser descalzo de veras. Pusiéronlas entre unos costales de cebada en
un aposentillo viejo, que ahora parte dél es sacristía. Allí me recogí, donde no sé si dormí o el contento me p tuvo adormido. Sólo sé una cosa, que quiso Dios consolarme con un sueño; que hoy, dispierto, no me parece que me sirve de sueño [34r] sino de un desengaño de los bienes que están encerrados en el padecer por Cristo. Que he estado dudosíssimo si lo diré, porque, como veo que los hermanos andan golosos por estos papeles, como yo no soy sujeto digno de revelaciones ni de que Dios me q comunique cosas particulares, temo scribirlo. Pero sólo lo digo por lo que siento que fue y que sirva de sancta consideración al hermano que después lo leyere r
Pues, mal acostado entre mis s costales de cebada t, trastos y cestos que allí había, dormido o como Dios sabe u, vime en tierra de bárbaros, donde me sacaban a ajusticiar. Y que, llegado al puesto, me tenían una cruz aparejada en quien, así levantada como estaba, me subieron a crucificar; y que, detrás de mi cruz, estaba la de Cristo con el mismo Cristo crucificado en ella, salvo v que lo alto de mi cruz no llegaba más de hasta los pechos de Cristo, de suerte que la inclinación de la cabeza de Cristo caía a un lado sobre la mía, como si llegara su boca a mi oreja. Enpezaron a enclavarme los pies y pasó el clavo hasta meterse en los muslos de Cristo, que así estaba pegado; y lo propio una mano. Del consuelo que tenía por estar allí Cristo, no sentía el entrar los clavos por la carne, pero, al tiempo que llegó la punta a aquellas sus w sanctas carnes, fue tan grande el gozo que por mí se derramó x que me parecía y, no que me sacaban de mí, sino que me daban fuerzas para sentir gozo sobre mis fuerzas. Y z al tiempo que los verdugos quisieron clavar la otra mano, vinieron los jueces y presidentes dando voces y como con palos para dar a los verdugos porque se tardaban. Las voces eran: ¡Salí de ahí, que hay muchos que crucificar! Y esto lo repetían muchas veces. Entonces dejáronme por enclavar la una mano. Fue tan grande el desconsuelo que recebí de ver que no me enclavasen la otra mano, de cuyo clavo aguardaba otra tanta dulzura, [34v] que me harté de llorar. Digo que me desconsolé desto en la manera que pude sin perder el contento o sentimiento de gozo que por mí se había derramado; de donde me parece a mí antes debiera de ser pena que tristeza. Que bien pienso se puede compadecer todo junto contento y pena, como el rico que está contento porque tiene dineros y tiene pena porque no tiene más. Así estaba yo. Entonces fuéronse los verdugos y vi muchas cruces donde vi crucificaban otros compañeros que allí tenía. Ya digo arriba no querría enpezarme a hacer sujeto de revelaciones, que nunca jamás las cosas que por mí han pasado las he recebido por tales. Aprovechado me he para mi consuelo de lo que claro veo que es bueno, como esto lo es. Y siendo sueño, no pienso que es malo decirlo ni acordarse de ello. Pues, por el contrario, acordarse de un
sueño deshonesto y malo y holgarse, es malo; luego, por el contrario, acordarse de un sueño que es bueno y holgarse, será bueno. Confieso que para mí éste lo fue tanto que, con haber ya no sé si nueve años, lo tengo tan presente y con tal sentimiento aquel gozo, que me parece me estoy todavía relamiendo; y que, si aquella buena dicha y feliz suceso ahora viniera por mi casa, que me aprovechara harto el acuerdo del sueño.
Ahora díganme, hermanos (que bien se pudieran scribir muchas hojas sobre el sueño), si trabajos y cruz soñada que se padece por Cristo es de tanto gusto y contento que a cabo de nueve años se quedan los sabores, ¿qué fuera si fuera una cierta revelación?, ¿qué fuera si no fuera revelación imaginaria, sino la misma obra y verdad? ¡Oh buen Dios de mi alma!, no a me apartes de ti ni de tu cruz, que la quiero y estimo y da más gusto que los thesoros del mundo. Diráme alguno ¿cómo puede [35r] ser cruz, que son palos atravesados, y gusto? ¿Es conformidad? Y donde la hay, necesario ha de haber b gusto; y donde hay partes atravesadas, necesario ha de haber disgusto. ¡Cruz y gusto! En alguna ocasión me dará Dios gracia para que lo diga; que, como esta obra y Religión está tan llena de c cruces, no faltará ocasión en que se diga.
Lo segundo que aquí hallo, fue d que la primera noche que me eché a cuestas estos gloriosos sayales, me pegaron sueños celestiales; y un sueño muy conforme a las obras de Dios, que en cruz y padecer tiene puesto su cielo y gloria. Y sé decir que, si fuera sueño de cielo y en él gustar de gloria, me parece lo hubiera olvidado. Miren si tenía razón de decir cuando los traían en maletas y fardeles sin haber frailes, que debiera de ser para que los reverenciaran como a sanctas reliquias.
Y quizá en algo aquel sueño fue pronóstico de lo que ahora veo pasar en la Religión: que, siendo nuestra regla y vida de las cruces más ásperas que hay en la Iglesia de Dios, en puniendo en esta soberana cruz, hábito y regla a un hombre aunque sea niño de trece años, goza del gusto que yo soñé, de suerte que, si le quitan algo de la mucha aspereza que la regla tiene, llora como si no le enclavaran la otra mano, se aflige y entristece. Que querer ahora detenerme a tratar del gusto y alegría que estas sanctas cruces y hábitos e pegan a los crucificados en ellas, seríe hacer un nuevo tratado. A su lugar vendrá si Dios es servido. Basta saber es muestra de que Dios debe de estar f bien a la mira y pegado a ellas y boca con oreja para consolar.
Pues digo, hermanos, que la primera noche me dio Dios aquella sancta colación soñada. En lo cual también tendría otros fines, si el sueño acaso fue con acuerdo: amor que quería Dios mostrar y deseo de que perseverasen los que se pusiesen este hábito. Yo he visto comprar un señor una [35v] sclava. Y, al fin, el mudar casa, amo y dueño habíe de causar sentimiento, del cual la pobre sclava tuvo harta tristeza y
derramó hartas lágrimas. El nuevo amo, que le habíe costado sus dineros —y pudiera ser causa según hacía el sentimiento írsele fugitiva—, en entrando en su casa, dícele: A vos, hija, no os traigo yo por esclava a mi casa, sino por hija; dacá todas las llaves de mi casa. Y dáselas; ponle la mesa y dale de cenar. (Que no sé si fue comida, que ha muchos años). Y con esto la acalló, contentó y alcanzó los fines que pretendía. ¡Oh buen Dios de mi alma!, que, en fin, yo y todos los que traemos este sancto hábito somos tus sclavos comprados y bien caros; traisnos a tu casa y, como el amo es nuevo y la casa y trato del que teníamos en el mundo, no puede dejar de sentir la carne, entristecerse y llorar. Pero tú, Señor de mi alma, que nos amas no como a esclavos sino como a hijos, como en mill partes de la Scritura tú dices 7, con el amor que nos tienes y deseo de nuestra perseverancia, en entrando en tu casa, nos entriegas las llaves de tus thesoros, que es esta sancta y bendita g cruz, y en ella, como en mesa, nos das la merienda del gozo que tienen y poseen los ángeles en el cielo, aunque para mí fuese soñado h. Pero para mis charíssimos hermanos no los veo sueños, sino obras, pues veo al otro hermano estarse abriendo a azotes y, por otra parte, de rissa y contento caérsele la disciplina de la mano. ¡Oh si hubiera quien esta sancta conversación me acordare para otro tiempo más desocupado!
Puesto, pues, mi hábito, salgo a la mañana de entre mis costales y tinajas más contento que el sposo que sale de su tálamo y de mi devoto sueño [36r] ut gigas ad currendam viam suam i 8. Otro día, que fue primer domingo de cuaresma, salí a hacer el primer sermón al pueblo. Y proseguí mi cuaresma, en el cual tiempo no holgó el demonio de intentar por j mill rodeos cómo hacer algún buen lance. Pero dejémoslo descansar un poco, aunque el maldito no descansa de nos perseguir, pero porque pasemos a otras cosas de más consideración.