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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 7 PREDICCIONES INSPIRADAS POR DIOS

1.         La de Catalina Bautista

 

            Quiero a en este lugar contar una cosa que, confesando en aquel pueblo, me sucedió b con una alma muy sancta y muy devota y tan penitente que, si hubiere de decir de sus penitencias, pudiera hacer un largo capítulo. Es tan señalada en ellas que, cuando aquí no las ponga, en cualquier tiempo se podrán scribir, porque de ser muchas y continuas,


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sin ser posible menos, se han hecho públicas. Sólo diré de ella tres o cuatro cosas. Lo primero, que su ordinario comer, particularmente las cuaresmas y adviento, es sólo pan y hortigas c o amapolas cocidas. El vestido, particularmente en ese tiempo, ha sido un jubón hecho de pleita y soga que ella tejió y hizo; y, fuera de ese tiempo, una túnica a raíz de sus carnes, no de sayal blando sino de jerga áspera. Su oración es continua y tan alta que d le han mandado los señores inquisidores se confiese siempre con theólogos y letrados. Aunque tiene esta oración, no por eso cesa del trabajo de sus manos. No pongo más particularidades porque aún se es viva 1.

            Esta persona vínose a confesar conmigo, luego como tomé el hábito, y díjome: Padre, a mí me han mandado siempre confiese con theólogos y, como os he visto predicar, vengo a vos a deciros una cosa notable que en la oración me ha sucedido. Vi un árbor plantado aquí en la tierra —y pienso dijo en aquel mismo lugar donde está ahora el monasterio, que de eso no me acuerdo—. Vi que la fruta deste árbor eran muchas [36v] formas consagradas que de él estaban colgando; y que junto a él estaba una torre muy alta y en lo alto de ella habíe millares de palomas, sirviendo la torre de palomar. Todas vi que eran blancas y que poco a poco bajaban a coger del fructo del árbor y, tomando cada una su forma, se volvía a su torre, donde todas se estaban juntas en mucha paz. No sé lo que puede significar esto, vuestra reverencia lo vea.

            Yo tampoco lo entendí, porque no podía aplicarlo a los e frailes y monasterio, porque, aunque estábamos cinco o seis, no podía juzgar fuésemos palomas ni estábamos avenidos porque el ministro no gustaba del hábito que traía, etc. No hay que decir más de que yo no lo entendí.

            Y si fue sueño o lo que Dios es servido lo que la sancta mujer tuvo, ahora me parece lo entiendo. Porque veo en aquel pueblo y lugar puesto aquel sancto convento y casa de noviciado, donde, en espacio de dos o tres años que las cosas se enpezaron a poner como Su Sanctidad mandaba, ha llegado a haber aun más de cincuenta religiosos, que en aquella casa vivían como en torre subidos de alta oración y contemplación. De que sean palomas quién lo dudará habiendo visto en este sancto hábito los niños a docenas en aquella casa, que parecía maravilla hallar uno de veinte años. Que la misma edad, cuando la virtud no lo hiciera, era bastante para decir eran simples palomas. Pues


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ser blancas, ya se ve por la blancura del hábito. Pues díganme, quien f ve tantos sanctos niños ir a comulgar de en dos en dos y tomar del árbor del sacerdote cada uno su forma consagrada en sus piquillos y con ellas tornarse a retirar al rincón de sus celdas, como a su alta torre, a rumiar g el cebo que llevaban, y vivir en conformidad. Quien esto ve que no ha tenido efecto hasta dos años o tres a esta [37r] parte y ha muchos años que fue visto, podré ya decir que ahora entiendo lo que entonces dije a la mujer que no sabía. No hay que desmenuzar aquí, hermanos, sino que cada uno lo tome por singular merced de Dios y manifestada tan antemano.

            Díjome más esta bendita alma: Padre, habrá cuatro o cinco años que predicastes aquí en esta iglesia un sermón en hábito de fraile calzado —y era cuando ni se trataba de recoleción ni a mí me pasaba por la imaginación por la falta de salud en el cuerpo y en el alma, ni en el pueblo tampoco se trataba cosa particular de fundación de monasterio—. Pues, padre, —dice— dende que predicastes aquel sermón, os estoy aguardando y me habéis costado muchos ratos de oración y penitencia; ¡seáis bienvenido y quedá con Dios! No me dijo otra cosa. Tampoco h reparé en ello, lo cual ahora lo hago por ver las i muchas cosas que después acá han pasado por mí.

 

2.         La de Agustín de los Reyes, OCD

 

            En este lugar quiero contar una cosa que, cuando me la dijeron, no reparé en ella y, después acá, confirmada con la muerte del sancto que la dijo, me ha servido de grandíssimo j consuelo. Y contarla he para que mis hermanos vean k cómo nuestro amorosíssimo Dios a sus queridos tan con antes les decubría la hechura y obra de nuestra recoleción.

            Estando en Sevilla, como arriba dejo dicho, en tiempo que esta casa de Valdepeñas la poseían aquellos poquitos frailes calzados, sin que por alguna vía se pareciese el más mínimo remiendo de la recoleción ni se sonase por alguna parte, porque, como dejo dicho, estaba la acta l de Valladolid sepultada. Estando m, pues, en Sevilla, fui un día al colegio de los padres descalzos carmelitas que está dentro de la ciudad, do estaba el P. Fr. Agustín de los Reyes, provincial de aquella provincia 2. Habiendo estado [37v] un breve rato con él, díjele: No vengo n a estarme


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acá, sino a que me dé licencia para irme hoy al convento que tienen en Triana (creo se llama Los Remedios). Respondióme: Coma conmigo y a la tarde se irá. Queríame en el alma. Habíame criado muchos años ha a otra doctrina y leche que la que yo tenía en aquella ocasión. Había oído dos cursos de artes o de él; y antes, en su celda, me había enseñado gran parte de la poca gramática que ahora sé 3. Y cuando supo era fraile calzado de la Trinidad en Toledo, lo sintió mucho, porque me quería para su hábito. Y por esto y otras cosas p dijo que me quedase con él aquella parte del día.

            Después de comer, subímonos a su celda. Y sentándonos a solas q —yo entonces traíame bien, aunque nada de más de lo que se usaba— cogióme el brazo y, como vido que traía un manguito de aguja muy delgado con una manga de jubón abotonado, que un desposado no lo trujera con más curiosidad, díjome: Venga acá r, ¿para qué es s esta vanidad? Respondí: Porque soy fraile calzado y se usa; que, si fuera fraile descalzo, no me llevara t la ventaja en remiendos y pobreza. Esto lo dije como quien se floreaba y no tenía en qué entender. Quedóse en aquel punto mi buen padre suspenso, mirándome sin hablar palabra. Díjele: ¿Qué me mira? Parece que no me conoce a cabo de tantos años. Respondió: Estoy mirando la sabiduría y providencia de Dios. ¡Quién imaginara que vuestra reverencia habíe de ser fraile calzado de la Trinidad y no descalzo carmelita, habiendo habido el trato, amistad y comunicación que ha habido y llegar a dárselo nosotros y vuestra [reverencia] quererlo, y Dios estorbarlo para sus fines y providencia soberana, a cuyo cargo están todas las religiones! Dice: ¿No sabe, ­P. Fr. Juan —confieso y digo verdad que fueron palabras formales suyas— cómo se quieren reformar todas las religiones? Díjome de algunas que ya [38r] lo están u. Dije yo: Padre, también dicen que nuestros frailes quiríen hacer reforma y habían para eso hecho un decreto en la casa de Valladolid en un capítulo general, pero ¡en los negros días de su vida saldrán ni harán cosa! Respondió: ¡Ahora mire y calle! Y enpiézame a dar documentos de cómo me había de haber en la recoleción, no como si yo hubiera de ser súbdito, sino documentos de prelado para con sus súbditos, diciendo: Mire, con hacer esto un prelado con sus súbditos, los conservará en summo rigor; y haciendo esto, serán pobres (y otras cosas que al presente no me acuerdo), porque, de no hacerlas, se han relajado las religiones y héchose propietarios los frailes. Aunque digo que no me acuerdo de las otras cosas que me dijo, ya me acuerdo de algunas y en esas reglas generales están encerradas. Acabado esto, díjome: Váyase con Dios con nuestros frailes a esotro convento y sea sancto. Y con esto despedíme.

          


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Por dos razones hago caso de esto que me dijo: porque entiendo haber sido inspiración y revelación de Dios, porque, viendo en mí cosas tan contrarias a reforma, en tiempo que estaba v tratando de mi vanidad, me trata de ella y me da documentos cómo me tengo de haber con los reformados; el ver que a pocos días sucedió por mí el mandar otro que puede más que yo en mi casa para disponer de mi persona. Lo tercero, el ver lo que ha sucedido, que, quiera que no quiera, llore que no llore, tengo de ser prelado desta reforma. Lo cuarto, el ver que, en medio de mis trabajos, sirven aquellas palabras y han servido de grandíssimo consuelo w hasta el estado en que están hoy las cosas. Lo quinto, el haberlas dicho un tan gran varón, como constará de su sancta vida que ahora scriben los padres carmelitas x; estar su cuerpo entero 4 y milagroso, según soy informado por muy muy cierto pues, yendo las nuevas a Roma, donde yo me hallé, estuve presente al Te deum laudamus que se cantó en aquel gran convento suyo en hacimiento y de gracia; y haber hecho, después acá, [38v] —me dicen— muchos milagros. Lo sesto, el ver que un tan sancto pronóstico de nuestra reforma ha de consolar a sus charidades y los ha de animar a entender ésta es obra de Dios muy pensada y decretada. Esto no porque tenga Dios necesidad de pensar lo que hace, que de repente lo saca tan perfecto como si mill años se estuviera ocupando en hacerle moldes y modelos, sino digo que parece tenerlo pensado a nuestro modo de hablar. Cuando decimos que las cosas salen muy acabadas y perfectas, decimos que van pensadas.

 

 

 

           




a            al marg.Capítulo XX. Revelación de nuestra religión, luego que se descalzó nuestro V.P., y sucesos de este tiempo de 2m.



b            al marg. ojo revelación de 2m.

 



c            sigue con tach.



d            ms. quese



1         Se trata de Catalina Bautista, quien el 13‑VIII‑1646, a sus 80 años de edad, fue interrogada en el proceso informativo de Valdepeñas para la beatificación de san Juan Bta. de la Concepción. Se declara hija de Francisco Fernández Sacristán y Elvira García, así como beata profesa del hábito de la SS. Trinidad de Descalzos. Comenzó a confesarse con el Santo cuando éste residía en La Membrilla y, desde que se estableció en Valdepeñas, «le trató familiarmente como a padre espiritual, con quien trataba y comunicaba las cosas de su salvación y de su alma». Cf. Proc. Informativo de Valdepeñas, ASV, Congr. SS. Rituum, Processus, vol. 611, 67r‑70v.



e            sigue a sin tach.

 



f             sigue mira tach.



g            corr.



h            co sobre lín.



i            sigue su mu tach.



j            corr. de grandíssimos



k            sigue que tach.



l            sigue sepultad tach.



m           al marg. ojo de 2m.



2         Agustín de los Reyes, OCD, natural de Ecija (1552), explicó artes en el convento de los carmelitas de Almodóvar (1575‑1580). Fue en ese tiempo cuando nuestro Santo, como atestigua a continuación, siguió sus clases, habiendo aprendido también de él la gramática. Primer provincial de la provincia de Andalucía la Baja o Bética (1588‑1596), durante cuyo mandato falleció ahogado (3‑VII‑1596). Cf. SILVERIO DE STA. TERESA, Historia del Carmen Descalzo, VII, Burgos 1937, 481‑494.



n            ms. venco

 



o            al marg. estudió N.V.P. dos cursos de artes en los P.P. Carmelitas de 2m.



3         Véase la nota precedente.



p            sigue que tach.



q            sigue quedóse tach.



r            sigue Pe tach.



s            sigue dos tach.



t            corr. de llegara



u            sigue entonces enpeçóme tach.

 



v            ba sobre lín.



w         ms. consuelos



x         al marg. sto varón carmelita de Sevilla de 2m.



4         Su cuerpo, incorrupto, se conserva actualmente en el convento de carmelitas descalzos de Córdoba.



y ms. agimiento

 






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