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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 8 INICIATIVA EN FAVOR DE LOS POBRES
Volvámosnos a Valdepeñas a, donde se va batiendo el cobre para esta soberana campana, que espero en mi buen Jesús ha de llegar su campanada y sonido b in omnem terram c.
En este convento estuve aquella cuaresma predicando. Hase de d advertir que nuestra regla trata de hospitalidad y de pobres 1. Habiendo predicado mi cuaresma en el convento y seguido la mayor parte del pueblo, vilos gratos para cualquier cosa que les pidiese e. Parecióme sería bien comprar una casilla de poco valor que estaba allí junto para hospital y enpezar a curar pobres, pues la regla lo decía; y yo que
estaba bien desocupado, porque no tenía quien me enseñase otras cosas ni a echar por otro camino y, cuando yo f supiera, tampoco tenía a quien enseñar.
Llegóse el Domingo de Ramos y dije en el púlpito no quería perdonarles mi hornazo; porque lo quería para pobres, fuese grande; y que los citaba para el Jueves Sancto que me trujesen la limosna; y que, con la licencia que allí pedía a sus padres, se la daba para que cada doncella g hurtase a su padre hasta un real. Riyóse muy bien y volvióse en provecho de los pobres, porque las doncellas nos hicieron la barba h [39r] i y la fiesta.
En estos días que hubo hasta el Jueves Sancto dende el Domingo de Ramos traté de concertar la casa que había j de ser hospital. Y con ser cosa de poca consideración, hizo el demonio se resistiese, de suerte que fue necesario callar y tener secreto y una mañana entrarme en ella. Y estándose en ella los moradores que la tenían alquilada, enpiezo k a aderezar y a derribar, como cosa propia. Aquella propia mañana, que apenas se había hecho cosa, esta sancta mujer que arriba dejo dicho llámanme para que la vaya a reconciliar; y en la confesión me dijo l: Padre, tráigoos un recado que me es fuerza dároslo: estando esta noche en oración, me dijeron os dijese luego que lo que habéis enpezado lo prosigáis y que no temáis, que el que os lo envía a decir os favorecerá con bienes de la tierra y del cielo. Confieso que me animé y me alegré y acudí con particular gusto a ello m, aunque ni ella me supo decir si era por la obra del hospital o por la de la reforma, porque a ella no le constaba el haberme entrado en la casa; antes lo tenían por ocioso n pensar que de limosna de puerta de iglesia había yo de comprar casa.
El dueño, como vido que iba de veras, concertóse porque era de dos dueños; y el uno nos perdonó su parte y la otra pagamos con la limosna del Jueves Sancto, porque hubo muchas doncellas que vinieron con su real y hizo colmo. Y a todo esto, el buen administrador del marqués, que dije al principio y he olvidado hasta ahora y sin razón porque, en esto como en lo demás que ha pasado, entraba el primero ayudando. Pero quien hizo lo que él ayudando las guerras de nuestra parte para la ida a Roma y las dificultades que venció, no hay que hacer caso de otras cosas que, en comparación de aquélla, son migajas. Comprada la casa y aderezada y aun hecho un pedazo de un cuarto —que habíe crecido no como casa de pobres sino de rico, y sí lo era, pues su dueño Dios lo era—, [39v] pidióse limosna para componer camas. Llegóse para cuatro camas ropa doblada y todo lo necesario para curar pobres con mucho regalo.
Prediqué la Paschua y convidé para el Domingo de Casimodo 2 para que los pobres tomasen la posesión y que viniesen todos los pobres y
ricos a las once del día, los pobres a comer y los ricos, habiendo enviado qué dar, les viniesen a servir; y que quien más enviase, le daríamos mejor servicio en la mesa de los hijos de Dios. Fue cosa admirable, que debieron de comer más de docientos pobres y hubo para todos y mucho que sobró o. Que pudiera decir harto desta gloriosa comida, porque acudieron muchos regidores a servir y traer. Y confieso que un honrado viejo, que estaba por poner su nombre, se nos enojó porque no le dejamos entrar a servir. Porque eran tantos y con tanta devoción los que venían, que fue necesario cerrar la puerta, que no entrasen y nos inpidiesen. Acabada la comida, llevámoslos en procesión a nuestra iglesia a los pobres, acompañándolos los religiosos y uno o dos clérigos que allí estaban con el psalmo de miserere mei p, do dimos gracias y los despedimos muy contentos.
Aunque luego no se pusieron pobres enfermos porque yo me partí para Sevilla, como arriba digo, pero, por dar fin a esto del hospital, saltaré a cuando se pusieron, que fue cuando yo volví del capítulo. Entramos pobres a curarlos. Señalóse enfermero, aunque al principio teníalos por tan hijos como a los frailes y no los fiaba de nadie. El boticario q ofreció las medicinas de balde. Vinieron pobres de suerte que mis cuatro camas estaban siempre pobladas y algunas veces más. La gente del pueblo y mujeres más granadas sus fiestas eran ir a ver los pobres y llevarles regalos.
Hubo una cosa maravillosa y buen pronóstico, que, con que acudieron muchos [40r] de tabardillo, dolor de costado —que, como era verano y acudían segadores estranjeros, era lástima ver algunos al puncto que llegaron, que las más noches velábamos algunos y buscábamos mortajas y sitio para sepultura—, acertó a curarlos el licenciado Jarava, un hombre muy siervo de Dios y buen médico que ahora es y entonces no debiera de ser tanto por ser tan mozo y menos experimentado. Puso Dios en él una afición y confianza que, cuando yo más desconfiado estaba, me decía él: No tiene remedio, en entrando en el hospital de los frailes, no se me ha de morir hombre. Y en verdad que se salió con ello, con haber habido tantos y algunos que milagrosamente, me parece, habían de restituirse a la vida.
Y contaré una cosa graciosa. Que, como en nuestra regla tenemos una cláusula que dice que el primer día que entrare el pobre en nuestro hospital, confiese y comulgue 3, y como los labradores o segadores que eran no estaban enseñados a confesarse sino una vez al año, en diciéndoles r a prima noche que se aparejasen para confesar y recebir a la mañana el cuerpo de nuestro buen Jesús, aquella noche se levantaban y saltaban las bardas y se iban. Cuando yo iba a buscar mis pobres a
las mañanas y no los hallaba y veía la causa, decía: ¡Bendito seas s, Señor t, que de tantas maneras sanas a los enfermos u, a los que te reciben, a los que te desean recebir y a los que se lo dicen y no quieren virtud soberana, que por tantas vías me sanas a mis pobres enfermos! Y así, apenas habían entrado, de allí en adelante, cuando les notificaba la cláusula de la regla por ver si hacían lo propio y me ahorraban las medicinas y la cura.
Todo esto he dicho a nuestros hermanos porque, si fuere Dios servido de ordenar curen sus pobres, entiendan mostró Dios este favor y voluntad. Este hospital fue necesario después derribarlo por el edificar la casa, que en su lugar se hizo un cuarto que ahora está.