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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 10 MINISTRO DE LA CASA DE VALDEPEÑAS
Vuélvome a dende Sivilla a Valdepeñas con recados para ser ministro, tan contento que, como a un loco, me podían atar, no por ser ministro, como Jesucristo sabe, sino por parecerme dejaría pasar la recoleción a que anduviese los pasos que Dios fuese servido; y que podrían correr b mis deseos en todo lo que fuese penitencia y pobreza c. Que, entre otras cosas, esto era lo que más deseaba, porque era lo que más me había faltado en el Paño.
Llegué a Valdepeñas descalzo de pie y pierna, sin alpargatas. Fui muy bien recebido del pueblo y del administrador del marqués, que, como habían visto lo que había hecho antes en la hechura del hospital, les parecía haría lo propio en el edificio de la casa y bien de la recoleción. Riñéronme porque dejaba las alpargatas, y confieso que las torné a tomar y dende entonces no las he dejado si no es por algún rato o día de camino para hacer alguna poca más penitencia por aquel día. Ni jamás he sido de parecer [44v] que mis hermanos las dejen, aunque he sido molestadíssimo para ello.
En esta ocasión fue cuando se metieron pobres en el hospital que quedó hecho de la cuaresma, según arriba queda dicho.
1. Fr. Francisco de Porras
En esta casa de Valdepeñas habíe un religioso de quien arriba digo que se llamaba fray Francisco de Porras, que era el que fue a Madrid y vino con el hábito enfardelado, etc. Para éste traía una patente para, si quiríe pasar adelante con el hábito y recoleción, se fuese por ministro a la casa de Ronda; y que, si no, se fuese a otra casa de calzados, avisando primero d. Hallo a mi fraile hecho recoleto y más que recoleto,
celando la reforma, hecho un grandíssimo fraile y siervo de Dios, grande ayunador e y penitente. Después de le haber f dado el recado, respondióme: Quiero y requiero pasar adelante con mi hábito y no digo yo ir por ministro, sino por estropajo, porque este sancto hábito ha hecho particulares obras conmigo y milagros. Yo, padre mío, —dice— antes que lo tomase, tenía mill enfermedades y harto asquerosas, porque de ser enfermo de la orina y piedra, pudría g cuanta ropa tenía en la cama; y rabiaba cada día como un loco de mal de ijada. Después que tomé este sancto hábito y duermo en unas tablas, no me ha quedado enfermedad ni siento cosa, sino que en salud y fuerzas estoy como uno de 25 años. Después que se fueron al capítulo (que quedó por presidente), en esta casa no se ha comido los más días sino unas pocas de migas (que se les debiera de pegar del suelo de la casa la abstinencia del recoleto que al principio hecimos mención); y yo era un hombre que allá en la orden los regalos y manjares delicados me hacían mal, y acá me sanan.
Que por esto y otras cosas dije arriba eran hábitos milagrosos que sanaban enfermos, como la sombra de san Pedro. Que, si se atiende a lo que se va tratando, echarán de ver [45r] que no me deja decir h Dios palabra ociosa. Y aquí se note un descuido deste buen fraile: que, como la penitencia le hacía tan buen cuerpo y las solas migas le sabían tan bien, quedó tan arregostado a migas, que, diciéndole un fraile a la hora del comer: «Padre presidente, no hay bocado i de pan que coma la comunidad», respondió: Pues, hagan migas, y eso comeremos. Miren por amor de Dios, si las migas eran de pan y no habíe bocado en casa, ¿cómo se habíen de hacer migas? Sino que, como le iba tan bien con la penitencia, él andaba enmigado y enpanado.
Ahora, pues, mi fraile recibe su licencia y dice que quiere ir de buena gana; y que él tenía dados a guardar cantidad de dineros en el Paño y los quiere ir a gastar y componer aquella casa. Fue y lo hizo y gastó cuanto tenía en ella. Y estuvo allí algún tiempo j. Y hoy está en el Paño; y pienso que se volvió a los calzados con algunos disgustos que le dieron. Y con esto vaya fuera k este buen fraile. Todo lo cual dirá él hoy l acerca de haberle Dios sanado de las enfermedades que tenía, si no es que, por haberse vuelto al Paño, le han vuelto las enfermedades que allá se tenía. Sucediéndole lo que una vez me contaron de un milagro que hizo Nuestra Señora de Cañavate 1, milagro de a dos, que tenía haz y envés. Y nótese por charidad, fue a esta sancta imagen una mujer de un labrador y aun alcalde —me dijeron— en romería, tullida con dos muletas sin poderse m menear. Llevaba una cadena de oro al cuello. La Madre de Dios diole salud y envióla buena
a su casa. La buena mujer agradecióselo quitándose su cadena de oro y echándosela al cuello a aquella soberana imagen. Cuando vino a su pueblo, fueron las demás labradoras a darle el parabién de la salud que traía y acertado viaje. [45v] A la mujer soltósele una necedad diciendo: Si traigo pies, allá me dejo mi cadena; ya pagué lo que pude. Yo no sé con el corazón que ella lo dijo. A la noche acuéstase buena, y dispierta la mañana tullida, como se estaba, con sus dos muletas debajo el brazo, que las había dejado en la ermita, y su cadena al cuello. Por eso dije denantes habíe sido milagro de a dos, pues sanarla y tullirla lo fueron. Esto me contaron en la propia ermita. No sé qué verdad tenga; pienso, siendo en su propia casa, no se atreveríen a decir mentira. Esto he dicho porque me temo aquel buen fraile no le hayan vuelto sus muletas o enfermedades n en la vuelta a su casa del Paño de la recoleción, pareciéndole que, pues en ella habíe gastado sus dinerillos, le habíe costado cara la salud.
2. Sucesos de la casa de Ronda
Dejemos a este buen fraile, que, aunque le pasaríen en aquel convento otras muchas cosas, que, por no haber estado allá, no sé cosa de lo que en aquella casa en todo este tiempo ha sucedido. Si después de por sí dijere algo de lo o mucho que ha pasado en las fundaciones, le cabrá su parte, porque de ella he entreoído algunas cosas muy particulares. Particularmente esto de paso p, porque no sé si tornaré a tratar algo de ella. Y fue que, el día que los padres calzados, después de yo venido de Roma, fueron a quitársela a los recoletos, vino repentinamente un poco de aire (llamo poco, que duró poco) y una cruz de piedra que a la puerta estaba levantada, que parece inposible aun apenas con manos hacerlo, la arrancó y derribó en tierra; que causó harta admiración a los pobres recoletos que allí se estaban, por ser el primer día, que aún no los habíen bajado q a la otra casa. Y para mí téngolo por mal pronóstico aquello de lo que los padres calzados hicieron, pues de ello [46r] hace sentimiento la cruz de Cristo. Y no me espanto, pues las penitencias y mortificación la pisaban y enterraban y derribaban, quitándoles a los pobres frailes la casa y hábitos. La sancta cruz, en significación de lo que se hacía, se caiga en tierra. Como quien dice: pues me quitan mis frailes, no es necesario cruz, que se da a los justos, sino horcas levantadas para los que tales r obras hacen.
Lo segundo que sucedió fue muestra del Paño: Que, como a la fiesta y alboroque [sic] de la toma del pobre convento acudió mucha gente, entre ella acudieron ciertas mujeres, no a rezar en la cruz porque en ellas debiera de estar bien caída. Entraron en la güerta de los frailes, ya calzados, que la poseían. Y tañendo y cantando con no sé yo quién,
entraron otros, no sé si fueron sus maridos. Finalmente, de repente hubo unas muy buenas guchilladas. Y s en esto parece decía Dios: A cruz caída, que es misericordia, justicia levantada; llevaos, recoletos que os vais, mi cruz, que acá se queda mi espada levantada.
Por solo este hecho y pronóstico, ruego humildíssimamente a los padres calzados, si antes no hubiere vuelto t aquella casa a la recoleción, que, cuando esto leyeren, la vuelvan; y teman la justicia de Dios. Y esto hagan aunque la resistan los recoletos y descalzos deste sancto hábito. Esto que ahora dejo dicho, me lo contó el P. Fr. Bartolomé Aznar que allá se llamaba, que allí se halló presente; y ahora que acá se le ha vuelto el hábito y es novicio, se llama Fr. Bartolomé de la Ascensión u. De él se podrán informar lo demás v.
3. Mayor pobreza
Volvámonos w a nuestra casa de Valdepeñas, donde en todas las cosas desta recoleción se lava la lana. En este convento estuve ministro hasta que me partí a Roma. Y sucedieron en él en este tiempo tantas cosas, que un libro entero de ellas se puede scribir x.
[46v] Lo primero y procuré introducir pobreza. Porque ésta la deseaba de tal manera que, cuando en medio de mis pecados z me volvía a Dios, lo que más a mano siempre me hallaba cuando me hincaba de rodillas era decirle a Dios: ¡Señor, ámete yo y sea pobre, tan pobre que sólo tenga un breviario! Y esto lo decía muchas veces. Y como era inclinado a esta sancta pobreza, quise dende luego introducirla. Y para esto tapé una puerta diciendo que las missas se habían de decir por bienhechores, y no recebir limosna en casa. Y esto ya lo traía tratado con el comissario. Porque la puerta por donde a los frailes sabía tenían dineros, era que, en achaque de dos missas que la orden les daba, recebían cuatro; y, en hallándolos con dineros, decían: Son de mis dos missas. Y no recibiendo la comunidad missas, no las habíen de recebir los particulares, que ya no habían de tener las necesidades del Paño. Díjeles dijesen sus dos missas por sus padres y porque Dios nos hiciese sanctos.
En el propio capítulo que esto propuse, levantóse un recoleto de los enprestados, que a la sazón era predicador, y dijo: Padre ministro, eso para mí es dificultoso, lo uno porque es necesario verlo scrito y por mandato de nuestro Padre; lo segundo, yo tengo madre pobre y he menester dineros que enviarle. Ofrecíle le daría yo del convento trigo y otras cosas porque él no se inquietase en buscarle dineros. Con todo eso, se cerró de campiña y dijo que las había de recebir. De que lo
vi de aquella manera —yo traía brío, que Dios me lo daba y el padre maestro Virués, el provincial nuevo, que era mi amigo— mandéle en virtud de sancta obediencia dentro de 24 horas saliese del convento y se quitase el hábito. Hartas cosas pasaron, porque le di nuevo término para [que] lo encomendase a Dios, pero al fin, dentro de pocos días, le quité el hábito, mejor y de más buena gana [47r] que si diera tres, como siempre lo hago que veo se envía alguno que no conviene.
En este tiempo sonóse por la provincia cómo yo había venido por ministro a Valdepeñas y b que a mi compañía habían venido otros y, entre ellos, el P. Fr. Miguel de Soria, que al presente sustituía una lición de theulugía en la casa de Sivilla 2. Muviéronse c muchos a venir a la casa de Valdepeñas a tomar el hábito, entre ellos, el P. Fr. Pedro del Castillo, muy buen predicador 3. Estuvimos en nuestra buena hermandad algunos días. Todos holgaban de oír d tratar de Dios, que yo, ya que tenía pocas obras, tenía muchas palabras. Era muy ordinario tratar de las penas del infierno. Este predicador que, digo, habíe venido de La Membrilla, de las cosas que me decía, nacidas del contento interior que el hábito le habíe prestado y Dios puesto en su corazón, se pudiera scribir un largo capítulo. Que ahora no me quiero detener en cosas particulares.
4. Tratamiento de hermanos
En este tiempo procuré se entablasen dos cosas, cualquiera de ellas bien necesaria para mandar a la memoria por lo que después ha sucedido.
La primera fue con licencia e, acta y constitución de mis prelados. Que, cuando el comissario pasó a Sevilla y dejó con los hábitos de recoletos a los frailes en Valdepeñas, dejó unas constituciones scritas y firmadas para que los frailes las guardasen, que arriba olvidé en su lugar de decirlo. Estas constituciones están ahora en el arca del depósito de Valdepeñas, firmadas del P. Fr. Martín de Virués, provincial. Podránse escribir en aquel lugar, que es suyo. Pero, ya que no lo hice, habrá de ser necesario hacer mención de ellas para que se vea quién es Dios, que, viniendo el comissario con parecer tan contrario, le movió el Spíritu Sancto a hacer unas leyes para los recoletos que dudo f en religión hoy en el mundo haya que tenga leyes tan pobres ni rigurosas.
Y esto dejándolo debajo de reglas generales scrito, [47v] que con eso se contentaba Dios.
No obstante que en las leyes de palabras, como arriba digo, dijese g lo que he dicho h, entre otras constituciones que dejó scritas, fue una que en todo fuesen pobres y que en la celda no tuviesen sino un banquillo, un librito de oración y una cruz 4. Y que también en el nombre fuésemos pobres, de suerte que nadie se llamase padre ni paternidad, ni maestro ni presentado, sino «el hermano ministro» i, «el hermano Fulano» 5. Que yo seguro que levantamos buena cantera y bien necesaria para mis charíssimos hermanos, para que sepan de dónde tuvo principio este nombre de hermano y los pleitos que contra él ha armado satanás.
El comissario a caso debiera de hacer esta acta y constitución, pero el Spíritu Sancto, que llevaba por fundamento y blanco nuestra regla primitiva, fundó en la propia regla que a los religiosos de ella los llama hermanos y al ministro, diciendo: Todos los j hermanos desta orden llámense de la Sanctíssima Trinidad; y el que fuere prelado, no se llame procurador, sino hermano ministro 6. Esto digo porque éste debiera de ser el fin que el Spíritu Sancto tuvo cuando quiso que el comissario hiciese aquella ordenación. Ahora, pues, aunque esta constitución estaba hecha, no se guardaba. Todos se llamaban padres y como cada uno quería. Introdújose el llamarnos hermanos, como la constitución decía, puniendo penas y mortificaciones al que contra ello fuese. Y esto quédese aquí, que presto volveremos a esta materia, que no se le habíe de pasar al diablo un acto de humildad como éste sin perseguirlo.
5. Devoción a la Virgen María
Lo segundo que allí se hizo, y para esto no había licencia más de que a mí me parecía bien se hiciese, y fue que en un capítulo les persuadí a todos fuesen devotíssimos de la Madre de Dios k. Y que a esto me movían dos cosas: [48r] la primera, la dificultad de la obra que traíamos entre manos, de tanta consideración que los miedos y temores que entonces yo traía y el demonio me los enpezaba a poner, los l encarecería bien. Lo 2.º, la experiencia que tenía, según lo que había leído, esta benditíssima Señora había ayudado y favorecido a todas las religiones en sus principios con favores, milagros y ayudas de costa
muy oculares. Acuérdome puse exemplo en la del Carmen y sancto Domingo; y que, si nosotros le fuésemos muy devotos y le ofreciésemos algo, ella haría lo propio en nuestra Religión y con los primeros recoletos.
Pedí dos cosas: La primera, si gustaban m que de parte de toda la comunidad se le ofreciese algo; lo segundo, que cada uno de por sí le ofreciese lo que pudiese. Pedíles el voto y parecer porque alguno no se quejase que sin licencia de mis prelados introducía yo leyes. Todos se levantaron y dijeron: fiat, fiat, hágase, muy bien es. Y con gran regocijo n de todos, se le ofreció de parte de todo el convento, y orden si en algún tiempo fuese en nuestra mano, que siempre en sus vísperas, aunque lo hubiese, no se comerían otra cosa más que pan y yerbas, y no pescado ni güevos; y que todas las noches se le diría o su sancta letanía cantada delante del Sanctíssimo Sacramento. Y dende aquí, mis caríssimos hermanos, tiene principio lo que ahora se hace con tanta devoción. Luego cada uno en particular le fue ofreciendo cual cilicios, cual pan y agua, cual no traer alpargatas su víspera y otras cosas.
Esto así hecho con gusto de todo el convento, fueme necesario ir a Madrid a contentar al comissario, por los temores que tenía de que no estaba afecto a la recoleción, y también tenerlo propicio para lo que se iba haciendo y para lo porvenir. En este viaje no hubo cosa de consideración. Sólo hallé al comissario tibio y indiferente. [48v] Mandóme me volviese luego a mi convento. Hícelo así.
6. Oposición de un padre presentado
Entré en mi casa, donde hallé hartas cosas nuevas, por donde p conocí haber sido traza de satanás el haberme ido de casa para dar tras estas dos cosas tan sanctas, como he dicho, de llamarnos hermanos y del voto que se hizo de ser devotos de la Madre de Dios.
Y fue que, en este tiempo que yo estuve en Madrid, habíe venido por orden del q provincial del Andalucía un presentado grave y tomado el hábito; y estaba en casa con hábito de recoleto. Este era un fraile que en el Paño habíe tenido prelacías de las más honradas; era letrado y predicador. Este, como halló la casa sin prelado, enpieza a poner leyes y quitar leyes. Dio contra la primera de llamarnos hermanos, diciendo que aquello era cosa de cofradía y que por qué se había de consentir aquello, que luego vendrían los labradores y los llamaríen hermanos; y que por qué habíe él de consentir al barbero y a otros que le llamasen hermano siendo presentado y hombre grave.
Lo segundo, dan tras el voto, diciendo yo no podía obligar por voto a la communidad y que eran invinciones de muchachos aquéllas; que, cuando lo supiesen los prelados superiores, me sería mal contado.
Con r estas y otras cosas, hallo a mi convento bien trocado y vuelto de su parecer y hecho a su bando, que, como tenía tales partes, fuele fácil de un golpe derribar todas las strellas del firmamento.
Cuando yo entro en casa, sálenme s a recebir todos llamándome «padre ministro» y «reverencia». Viene mi padre presentado, que no le faltó sino llamarme «paternidad» por parecerle habíe poco de «reverencia» a «hermano» y que por allí estaríe más distante; y presto lo hizo. Yo disimulé y también llaméle «paternidad», sin hablar palabra ni hacer capítulo, porque se descubriesen en aquel tiempo [49r] todas las cosas nuevas que había en casa.
Y, entre lo demás t, fue que, habiendo yo traído tres o cuatro studanticos para les dar el hábito con un barbero que lo tomó para lego, siempre de mi parte me inclinaba a hacer sus partes, destos hermanos, por tener algunas sospechas que por allí habíe de medrar la Religión, porque los hallaba materia dispuesta para todo lo que yo quería. Y habiendo alguna repugnancia en los religiosos que del Paño tenía, siempre en el capítulo tenía pleitos con ellos; y fue que u nunca comíamos buenas migas juntos. Pues mi buen presentado, quizá temiéndose no le cupiese parte de la aspereza y rigor de palabras de los capítulos de un muchacho —que por tal me tenía—, hallo entre otras cosas a mis frailecitos acorralados y aun bien azotados y maltratados, como se acostumbraba a hacer en el Paño. Ellos, entronizados, levantados, hartos de murmurar de que yo quisiese meter la lengua tanto en reprehender sacerdotes honrados que allá estaban tenidos y estimados.
Todas estas cosas necesariamente me habían de dar pena, pero Dios diome brío y caudal para juntarlos a capítulo. Que pondré aquí algo de lo que en él pasó, pues sólo scribo esto para algunos de mis hermanos, que vean cuán de atrás trai la carrera el perseguir lo que, a pesar de infierno y mundo, hoy está entablado; que, entre otras cosas, son dos: llamarnos hermanos y que sean favorecidos y ayudados los que vienen del siglo.
Júntolos a capítulo, en el cual yo no hablé, porque hoy me acuerdo de aquel capítulo y plática como dándome dentera de ver no hago los de ahora como aquél. La exhortación fue para el cumplimiento de todas las leyes y constituciones; y últimamente les truje v aquello del libro de los Jueces, capítulo duodécimo w, donde el otro capitán Jepté x hacía la prueba para el conocimiento de la nación, si era soldado suyo o del exército contrario y. Habiendo cogido los strechos de un río, hacíales pronuciar esta palabra «schibolet», porque los contrarios no pronuciaban el «schi» sino la c diciendo «cebolet». Y por sola aquella letra [49v] que quitaban, en que eran conocidos no ser de los propios, le daban de puñaladas y quitaban la vida.
Díjeles yo: Hermanos, en esto se conoce el que es hijo de Dios de nuestra banda y sancta reforma, en que pronucia todas las letras y hace
todo lo que tenemos scrito de leyes y constituciones. Si a un hombre, por quitar o trastrocar una letra, acaban con él, ¿qué dirá Dios viendo lo que en mi absencia se ha hecho en esta casa, donde no se han quitado letras, sino truncado y cortado constituciones enteras, pisando una tan sancta y tan humilde como es que z nos llamemos hermanos? ¿Qué vida y vidas merece perder el que le quita a Dios no letras sino tantas y tales leyes? Ahora, adviertan que pongo yo ahora una con que abrazo el no dar disgusto a al padre presentado y que se haga lo que acá nos usábamos: que de hoy en adelante mando a todos llamen al padre presentado «paternidad», lo honren y reverencien como a persona tan grave que es, que, con ella, sus canas y letras, viene a honrar la recoleción. Pero advierto que el fraile que a mí me llamare padre, si no fuere sacerdote, vaya aparejado a tomar una muy buena disciplina; y si fuere sacerdote, vaya al refectorio a comer pan y agua. Con estas y otras palabras tocó Dios el alma de mi buen presentado. Pidiendo licencia para hablar, dijo: Su charidad me ha obligado tanto con sus devotas palabras, que no digo yo que me llamen hermano, pero que me llamen como quisieren, que yo vengo a ser el menor de casa.
Perdone quien esto leyere si le parezco que me detengo; que, para el fin que con mis hermanos pretendo b, inporta. Entonces, como a un hombre tan grave así lo vi humillado, échome a sus pies a se los querer besar. Díjele: Ahora, padre y hermano, advierta lo que con ese hecho ha obligado a la Majestad de Dios. Si san Pedro, cuando dejó aquellas redes rotas, parece con cuanto Cristo hacía con él no se daba por pagado, sino que le dice: Quid ergo erit nobis? 7; ¿qué nos has de dar? [50r] No pongamos exemplo en san Pedro, que subimos alto. Pongámoslo en un frailecillo como yo. Yo, hermano, ya sabe que, en comparación de su charidad, no tuve qué dejar, que todo fue estiércol por ser yo fraile de tan poca consideración, y con todo eso, cuando entro en cuenta con Dios, no se puede, como dicen, averiguar conmigo; y por muchas mercedes que me hace cada momento, le pido más porque dejé mi celda, mi regalo. Su charidad, hermano mío, ha dejado c mucho más sin comparación d: ha dejado ministerios, prelacías, librerías, majestad y grandeza de celda y título y nombre de paternidad. ¿Qué le dará Dios? ¿Qué debe pedirle? No se contente, hermano mío, que, con eso que ha ofrecido de que le llamen hermano, ha ganado mucho cielo y mucho bien para la Religión; ocasión de que los menores mucho se humillen y los e seglares mucho se edifiquen.
Con este contento y buen negociar f en eso y en lo demás, salimos de nuestro g capítulo puesta y asentada una piedra de harta consideración para nuestro sagrado edificio, por ser tan profunda y honda en humildad. Pero, como fue piedra para nuestro edificio, fue pedrada para satanás;
que, si él quedara como quedó Goliat como con la que le tiró David 8, no hiciera lo que después hizo: que luego en continente, dentro de media hora, da tras mi pobre presentado y pónelo de vuelta y media, que, por las niñerías que el demonio puso en un hombre tan grave, se echará de ver ser la mercaduría suya. Como digo, dentro de media hora apártame en secreto y díceme que todo lo que en el capítulo ha pasado le ha parecido bien, pero que me ruega que, delante de los seglares, le llame padre y no hermano, que él no puede sufrir que el barbero h de casa lo llame hermano (que, por mis peccados, lo debiera de haber hecho alguna vez); y, lo segundo, que sentía mucho no sentarse a comer en la mesa traviesa.
Hermanos míos, miren de la manera que a este traidor le pesa de que nos llamemos hermanos, pues no siente de un presentado tan grave que ande los pies descalzos, vestido de pobre sayal, dejar lo que dejaba; sólo rabia porque le llaman hermano i y charidad. No me espando, traidor, porque, como Deus charitas est 9, aborreciendo a Dios, aborreces en quien hallas la charidad j. Consideren lo segundo la mezquindad deste enemigo, [50v] que de quien no puede más se contenta con que una scudilla de lantejas que se come en mesa derecha, no se coma sino en mesa traviesa. Y bien traviesa fue para este pobre padre pues le quebró la pierna, de suerte que, como luego se verá, fue ocasión de que se volviese al Paño, do murió, fío en la Majestad de Dios, no como pobre, sino como muy rico. Que, ya digo arriba, quiere Dios que aquél se salve en el Paño, do no se pronucia «schibolet» sino vocablo con menos letras, menos leyes y constituciones.