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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 11 CRÍTICAS Y ABANDONOS DE LOS EXCALZADOS

 

            En el discurso a de no sé cuántos meses (que, como digo, ha esto algunos siete u ocho años) b nos pasaron algunas cosas.

 

1.            Motivos de descontento

 

            Una fue el ir y venir al Paño. Hoy eran descalzos, mañana calzados. No era señor de salir de casa que no hallase cosas nuevas. Daban tras los pobres recoletos venidos del siglo c con tan crueles disciplinas que, habiéndome yo llegado a La Membrilla con el P. Soria a la fiesta de Nuestra Señora de setiembre, porque se tardaron en tañer la campana


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con el d relox, dieron tales azotes a dos de ellos que, habiéndoles curado las spaldas [el] zurujano, saltaron las bardas y se fueron.

            Otra vez dieron tras los pobres que e, arriba digo, estaban en el hospital de casa, que aún no se había derribado, diciendo que no tenían ellos qué comer, que cómo f habían de tener para pobres ni andarles buscando la gallina; y otras cosas. Contra lo cual, en un capítulo, diciendo que ellos se habían de curar en casa y que, cuando no hubiese más de una gallina, la había de partir g entre el fraile y h el pobre enfermo, dije: Diránme que es poco y que con poco regalo se nos morirá el fraile i; a eso venimos, hermanos, a morirnos haciendo penitencia; y si se muriere j recoleto, ¡al cielo!, que seríe grande dicha que tuviésemos allá quien nos ayudase k.

            Hallándose en este capítulo el presentado que arriba digo, pidió licencia para hablar acerca de dos cosas que había tratado: ésta de los pobres y de un fraile de los del siglo que me habían ablentado. Y porque se vea el poder de Dios para aquel que quiere hablar contra las cosas que él ama, y ese Dios que pone palabras en los muchachos para las acreditar, las quita del letrado y grave que las quiere desacreditar, levantóse a hablar mi presentado.

            Díjele: —Diga todo lo que quisiere.

            Dice: —Tres cosas tengo [51r] que decir a su charidad acerca de lo que ha dicho: la primera, la primera... (estuvo titubeando un rato para decirla). Dice: —La primera se me ha olvidado.

            Dije: —Pues pase a la segunda.

            Dijo: —La segunda, la segunda... (titubeando como de la primera).

            Dice: —También se me ha olvidado.

            Dije entonces: —Pues la tercera se quedará para otro día; digan De profundis 1 para irse al refectorio.

            Salieron deste capítulo amostazadíssimos. Cogieron la palabra que dije: que, si el fraile se muriese por poco regalo, era grande dicha tener un recoleto en el cielo. Dende entonces duró en el convento entre ellos por palabra rigurosa y pesada: ¡recoleto al cielo! Traíanlo por bordón; llamábanme «recoleto al cielo», como si hubiera dicho una blasfemia. Que hoy hay vivos quien de ello se acordarán, aun de los que están y se volvieron al Paño.

            Quedaron tan amostazados que, ya que fuera de allí no se atrevían a dar tras mí, en l el púlpito cuando predicaban me ponían de vuelta y media. Aborrecían grandíssimamente llegase la hora de que m hubiese capítulo, porque fuera de allí apenas me atrevía a hablarles palabra por ser ellos más hombres que yo; pero, en aquel tribunal y lugar, se trocaba


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todo, haciéndome Dios hombre para el decir y a ellos niños para el oír. Hablábales ásperamente contra lo que veía se hacía contra la recoleción. De donde el otro scribió de Baeza al P. Soria, que estaba en casa: «Bien nos dice lo hace el ministro para con la recoleción, pero, para n los frailes que van de acá, nos dicen les dice las docientas 2 de Juan de Mena» (que cierto ahora es y no o sé qué quiere decir). El otro dijo de estos capítulos: «Do a la ira mala capítulo donde tres veces me dicen mi falta: una vez me la reprehenden, otra vez la pinctan y dibujan en un lugar de la Scritura, y luego me lo aplican».

            Deste capítulo que acabo de decir salió del todo rendido mi padre presentado y determinó de volverse al Paño; y lo hizo en la visita que luego hizo el P. Fr. Martín de Virués. Fuese a La Membrilla, que está cuatro leguas de allí. Y en habiéndole dado de comer, scribió una carta al P. Fr. Pedro del Castillo, que quedaba en casa, de las alabanzas del torrezno —que yo entendí con él, como con cebo, sacara p más de otro recoleto—, [51v] y del vino de La Membrilla, de los manteles limpios del refectorio, contrapuniéndolo a la porquería que decía habíe en casa. Que, cierto, si como el papel vino a mis manos lo hubiera, lo había de scribir al pie de la letra para que los hermanos se riyeran, que no inportaba ponerlo; que bien pudo alabarlo, pues no es malo el vino de La Membrilla ni el torrezno, ni bueno tampoco lo que se comía en la pobre casa recoleta. Y pues en decir aquí muchas cosas sólo tengo por fin el verlo nuestros hermanos, ruego a nuestro padre 3 quite lo que le pareciere no está bien.

 

           

2.            Desastrosa visita del provincial

 

            Vino q en aquella sazón nuestro P. Fr. Martín de Virués a visitar aquella casa, no ya tan amigo como de antes, de algunas cartas que le debieran de haber dicho y de lo que después diré. Pero ni hizo ni mostró cosa alguna contra mi persona, antes me descubría las murmuraciones de los frailes; y en el capítulo primero y despedida favoreció lo que yo había hecho. Pero, como yo no tenía por favores los que se hacían a mi persona, sino en favor de la recoleción, nada me dio gusto porque por esa vía el demonio pretendió asolar la recoleción r. Y fue que de secreto el provincial, fundado en lo que después confesó —no sé cómo me diga esto, los frailes ya estaban hartos del rigor que en casa había—, el provincial no pretendió dejar hombre en casa, persuadiéndoles que se fuesen: a uno ofreció un curso de theulugía, a otro un ministerio, a otro, que era flaco de estómago, [dijo] que enfermaría.


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Con esto, procurándome tratar con mucho amor, despobló la casa. Y si alguno dejó, fue para que yo no lo sintiese tanto y para lo que después hizo. Con esto, fuese a su visita de Ubeda, Baeza y Andújar.

            Viendo yo lo que había pasado, no podía dejar de darme pena porque, aunque los frailes me la daban con sus murmuraciones y condiciones, mayor me la daba el ver mi casa sin frailes, que en pocos días habíe llegado a tener diez y ocho, con cinco predicadores muy buenos. Y así hablaba, quejándome s del hecho del provincial, algunas palabras preñadas. Trataba todo lo que habíe sucedido en aquel capítulo con el administrador del marqués, de quien arriba digo. El, como tan celoso del convento y recoleción, pudo decir algo, pero yo no me atrevía ni pensaba hacer cosa, [52r] sólo digerir mis penas si el cielo me daba calor de lo que allá hay para hacerlo.

            Uno de los frailes que allí quedó de enprestado, para irse tras él por las ofrendas de allá, como quedó su amigo con zapatos en speranza, scríbele una carta diciendo lo que a mí no me pasaba por la imaginación t y después hice porque ellos me dieron el pie y dispertaron; scribe que me tengo de ir al marqués y al rey y al papa y que tengo de hacer separación, y otras cosas, que por mil razones no cabía en mí por ser cosas tan altas. En respuesta desta carta ajena, envióme a mí una el provincial —que pienso está hoy en el arca del depósito de Valdepeñas, según los hermanos me dicen— acariciándome por una parte y, por otra, diciendo mirase me engañaba el corazón y que me dejase de cuentos y me ocupase en u lo que se me mandaba, sin querer usar nuevos rigores y asperezas; y otras cosas que allí están scritas.

 

3.            Inculpado por relacionarse con los carmelitas descalzos

 

            No sé si fue en esta carta do me puso una culpa. Y fue que v, en aquel convento de Valdepeñas w, acostumbraba a hospedar los padres descalzos x carmelitas de Manzanares; y entre ellos, un día al P. Fr. Lorencio 4, hermano del P. Gracián y. Y a éste díjele, cuando se fue, me enviase un librillo de la instrución de novicios de su orden. Ido a su casa, scribióme un billete, el cual cogió aquel fraile y envió al provincial, el cual me scribió puniéndomelo por culpa y diciendo así: «Para que vuestra reverencia sepa que acá se sabe lo que vuestra reverencia hace y trata, advierta que en mi poder queda un papel de un fraile carmelita descalzo, que dice así:

 

                               «Al P. Fr. Juan Baptista, ministro de los recoletos descalzos de la Sanctíssima Trinidad de la villa de Valdepeñas, Jesús M.ª Nuestro padre prior está muy agradecido a la charidad que vuestra reverencia nos hace en ese convento y dice lo pagará cuando se ofrezca ocasión en la propia moneda,


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porque desea z tener y ver a vuestra reverencia en esta casa para servirlo. En lo que toca al librito que vuestra reverencia me pidió, no lo he hallado; envío otro de unos apuntamientos, que vuestra reverencia procure guardarme. Y no me olvide de me encomendar a Dios, que yo haré lo propio. De Manzanares tantos, etc. Fr. Lorencio [de la Madre de Dios]».

 

            Dice el provincial: «Ese papel queda en mi poder para que vuestra reverencia sepa [52v] se entiende todo por acá y que se saben sus cosas».

            Esto sólo lo noto para que vean que, no habiendo en qué reparar en este billete, el demonio se siente tanto y, como si fuera estocada o bala de tiro de bronce, se queja, que el traidor bien barruntaba el trato y comunicación que había de haber entre estas dos sanctas religiones; y quien teme lo mucho, no es mucho vede lo poco aunque sea una cuartilla de papel, que no sé si trujo más el billete.

            A este propósito, tocaré aquí otra cosa a ridícula como ésta. En este tiempo que así las cosas andaban quebradas, acerté a tener en nuestra celda un ceremonial de los padres carmelitas descalzos 5. Acertó a pasar por allí un fraile calzado y vídolo. Fuese a La Membrilla y preguntáronle: Pues venís por Valdepeñas, decid ¿qué hay de nuevo y se dice del ministro? Respondió: ¿En Valdepeñas? no me pregunten nada. —Pues ¿qué hay? —No se puede decir. Ruéganselo mucho, y dice: Padre, son cosas del diablo las que hay en Valdepeñas; y así no me lo pidan, que me avergüenzo de decirlo. Tornan a se lo rogar, y dice: El ministro, padres, tenía en b su celda un ceremonial de los c descalzos carmelitas. En los otros no me dijeron si causó tanta admiración.

            El tuvo, cierto, razón de decir eran cosas del diablo, el hacer caso de aquello. Pero no me espanto, que el herido no sólo d toma enojo con el que le hiere, sino con las armas con que le hirieron. Y como aquel traidor barruntaba e que algunas de aquellas sanctas y humildes ceremonias nos habían de servir, contra ellas como contra spada con que ha de recebir el golpe, se enoja y rabia, encarece y hace aspavientos.

            Una vez oí que se descubrió un ladrón desta manera. Llegó un hombre en Granada con otro metido en un costal. Llega a casa de unas beatas do habían de hacer el hurto, y dice: Señora, quédeseme aquí este costal hasta la mañana, por amor de Dios, porque no conozco a nadie en la ciudad. La gente caritativa dice: ¡Arrimadlo f ahí! Con intento de que a medianoche [53r] saldría el metido en el costal y abriríe la puerta para otros compañeros y haríen el hurto. Un guzquillo que habíe en casa llega a oler el costal; y como son tan sentidos, enpieza g a ladrar al costal, sin haber quien lo desarrimase h de allí, trayendo porfías y debates contra su i pobre costal ya arremetiendo, ya ladrando.

           


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Ya dijimos arriba la rabia que satanás tuvo contra estos sanctos hábitos y lo que ladró contra ellos. Ahora ladra contra el sancto ceremonial, arremete y da voces. ¿Qué tienes, demonio, que ni en los hábitos hay hombres ni en este libro hay cosa viva j? ¡Ah, hermanos!, que este guzque traidor tiene grande olfato, es muy sentido, y ve que en aquellos sanctos hábitos y en este bendito ceremonial, como en costal, viene Dios escondido para hacer el robo y hurto de las almas. ¿Quién no ve cuán al vivo está representado, si de lo de arriba se acuerda? Que dice Dios: Guárdame esos costales, guárdame ese ceremonial, que a la medianoche, cuando los hombres estén más seguros, saldré a abrir k la puerta para que entren los de mi bando. Pero, como digo, satanás ladra y dice que el pobre ceremonial que está en nuestra celda es cosa que no se puede decir ni tomar en la boca y que son cosas del diablo.

            Y a este propósito, pudiera decir otra cosa que habló l este traidor demonio a la venida de Roma contra un m retrato de la sancta Madre Theresa n que tenía colgado en nuestra celda o, para que se sepa que, no sólo tiene para contra el billete y ceremonial, sino contra el retrato de la que en el cielo nos ayuda; pero quédese para su lugar.

            Dende esta ocasión y con estas cosas enpezaron a odiar a los padres carmelitas descalzos, diciéndome quería yo introducir sus costumbres y ceremonias en nuestra Religión. Y movido de eso, me reprehendió el provincial en una carta, diciéndome p que paño tenía esta orden de que vestir sin que yo anduviese a buscar pan de trastrigo y que mirase lo que hacía; declarándose mucho en aquella [53v] carta. A lo cual me acuerdo le respondí: Padre, si el paño y color de que se viste mi vecino es bueno y agradable, ¿heme yo de dejar de vestir de él por sólo que el otro lo trai? La humildad es buen paño y agradable color para los que desean agradar a Dios, ¿tengo yo de dejar de ser humilde porque lo sean los padres carmelitas? Si el besar el suelo es sancto y bueno, ¿tengo yo de dejar de hacer esa sancta ceremonia porque ellos lo hagan?

            He puesto q exemplo en esta virtud porque contra ella fue contra quien el demonio peleó con grandíssimas veras, levantando r un fuego que se abrasaba la casa, ya con dichos ya con cartas: que yo mandaba a los frailes poner en cruz, besar el suelo, recebir bofetones en el refectorio y escupir al rostro. Y esto fue tan odioso para el mismo demonio que, en la absencia mía a Roma, hicieron entre otras una costitución, que al presente está en mi poder, en que ponían privación de officio al prelado que tal mandase 6. No se espanten, mis charíssimos hermanos, que por tales cosas rabie satanás, que un fraile puesto en


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cruz es retrato del crucificado Jesús y, sólo ver ese retrato, se da él muy por ofendido; y cruz, bofetón y saliva fueron los instrumentos de nuestra redención; y como a él le vino tanto mal por ahí, a quien tal hace y introduce, prívenlo de tal officio; y aun, si él pudiera, lo privara de la vida, como presto lo intentará.

 

4.            Consuelos providenciales

 

            A esta sazón, cuando todo esto andaba en cartas y en murmuración, el provincial estaba en la visita del s convento que tienen en Andújar, donde quiero noten esta oleada que dio Dios en nuestro favor. Preguntáronle t al provincial (pienso me dijeron el padre maestro Palomino 7): Padre, ¿qué es la causa de que contra la recoleción se hace ahora esa novedad, y particularmente vuestra paternidad contra fray Juan Baptista su querido? Respondió: Padre, que es cosa del diablo y acabar nuestra Religión, de docientos frailes que tengo, los ciento y cincuenta, en esta visita, me han pedido [54r] licencia para se ir con fray Juan Baptista a la recoleción de Valdepeñas.

            En medio de mi aflición, vinieron a mí estas nuevas de tanto consuelo. Con ellas reviví yo y dije: Si de docientos frailes los ciento y cincuenta son míos y de mi parte, no tengo que temer; ¡Sanctiago y a ellos, y manos a la labor!

            Tuve otro particular consuelo de parte de Dios y fue que, viendo que en casa todos se me iban y nadie se llegaba ya a mí, sino todo era murmurar de las ceremonias y capítulos pasados, entré en nuestra celda y tomé un devoto libro para leer y descansar un rato u, que se llama Del estado de la religión, de un padre de la Compañía, que el nombre del libro y del autor pondré después, que bien no me acuerdo. Abro mi libro y leo estas palabras de una revelación sancta que tuvo san Francisco, y decía así: «Estaba un día san Francisco muy afligido porque se le iban los pocos frailes que al principio tenía, y apareciósele Cristo y dícele: Francisco, ¿qué lloras?; esta religión ¿es tuya o mía? Respondió: Señor, tuya. —Pues, si es mía y ésos se fueren ¿no trairé yo otros?; y si no los hubiere nacidos ¿no haré yo que nazcan?» 8. Leo esto y otras cosas que en su confirmación allí estaban escritas; y quítanse mis penas pensando que aquélla era piedra que de resultida v me habíe a mí dado. Entro en mí y digo: esta Religión no es mía sino de Dios, a su cuenta se van, él trairá a otros o los buscará; y si no es hacienda mía sino suya, a su cuenta se pierde.

           


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En aquel tiempo y sazón yo acudía a la oración, con bien poca pena de mi vida si era tal cual convenía para aquello en que me ocupaba; pero tenía mucha de cualquier cosita que se hacía contra la reforma, y esto era por parecerme que, mientras aquello andaba de aquella manera, yo no podía ser quien debía. Mi oración, que yo no sé si lo era, sólo hacía hincarme de rodillas, procuraba recogerme interiormente con algunos deseos de Dios, que razones y discursos pocas veces los tengo. Como soy colérico, querría negociar presto. Pues en la oración, en estas ocasiones, en ella me sucedieron, pienso, fueron tres cosas en orden a mi vida. Primero, que me dispusiese y cercenase cosas que me pudíen hacer mucho daño w. Lo segundo, que me apartase de cualquier ocasión, pues era flaco. Lo tercero, que siempre en todos los bienes que recibiese, pusiese los ojos en los arcaduces por do venían guiados sin merecerlo yo. Nada desto digo porque, como fueron cosas sólo en orden a mi persona, no me parece inporta decirlo, aunque para la doctrina que se saca de ello, si yo entendiera que nunca esto se habíe de leer, en otra parte yo lo dijera a mis hermanos profesos, para que de ello se aprovecharan. Que cuando ello no fueran más de consideraciones que allí se ofrecían, hicieran provecho y.

 

 

 

           




a            al marg.Capítulo XXV. Inconstancia de los que venían a ser recoletos. Y lo que perseguían a los que Dios había traído de el siglo los PP. Calzados, hasta echar los novicios a sus casas de 2m.



b            sigue sólo tach.



c            sigue de suer tach.

 



d            sigue relox tach.



e            sigue a digo; sobre lín. estavan en el ospital tach.



f             que cómo sobre lín.



g            sigue con el tach.



h            sigue en tach.



i            sigue está bien tach.



j            sigue re tach.; al marg. mortificación de 2m.



k            sigue dende este capítulo quedó tach.



1         Sal 129.



l            sigue los tach.



m           sigue b tach.

 



n            sigue contro tach.



2         «Dozientos suele ser número de açotes, y a vezes se pone por multitud, numero finito pro indeterminato» (Covarrubias).



o            sigue qui tach.



p            ra sobre lín.



3         Fr. Elías de San Martín, OCD, visitador.



q            al marg. Capítulo XXVI. Viene el Provincial a visitar a Valdepeñas y persuade a los recoletos degen la recolección de 2m.



r            sigue y que tach.

 



s         ms. sáleme



t         sigue que tach.



u         sigue otras tach.



v         sigue aviéndome tach.



w  de Valdepeñas sobre lín.



x            sigue den tach.



4         Lorenzo de la Madre de Dios (Gracián).



y            sigue el tach.

 



z            sigue termo tach.



a  sigue a este propósito tach.



5         Ordinario y Ceremonial de los religiosos primitivos descalços de la Orden de la gloriosíssima Virgen María del Monte Carmelo, Madrid, en casa de la viuda de Alonso Gómez, 1590.



b            sigue su tach.



c            sigue padres tach.



d         sigue no tach.



e         corr. de sabía



f          ms. arrimaldo



g         corr. de enpiezan



h   corr.



i         sigue p tach.

 



j             sigue a sem tach.



k            corr. de abriré



l            corr. de hiço



m           corr. de una; sigue sancta imajen tach.



n         sobre lín.



o         al marg. Sta Teresa de 2m.



p         corr. de diciéndole



q         sigue este tach.



r            ms. levantado

 



6         Se trata de las constituciones de la recolección: «Item, que no puedan los prelados hacer ni mandar hacer nuevas postraciones y ceremonias y ponerse en cruz y besar el suelo... Y el prelado que intentare novedades, sea al punto privado del oficio» (art. 25). Cf. Carisma y misión, 721.



s            sigue al tach.



t            corr. de preguntóle



7         Alonso Palomino, que había sido provincial dos veces.



u            sigue ábrolo y confieso tach.



8         HIERONIMO PIATTI, Libro del bien del estado religioso. Compuesto en latín por el padre..., de la Compañía de Iesús. Traduzido en romance por el P. Francisco Rodríguez, de la misma Compañía, Medina del Campo, por Sanctiago del Canto, 1595. El pasaje aludido, citado a memoria, en ff.132v‑133r. Cf. Carisma y misión, 118.



v            sigue a tach.

 



w           sigue y me a tach.



y         En aquel tiempo‑provecho al marg.

 






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