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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 12 ENCUENTRO DECISIVO CON EL COMISARIO GENERAL

 

            Viendo, pues, que ya en mi convento ni habíe casi frailes ni se guardaba ningún género de rigor ni tenía pobres —que con ellos me consolaba— porque ya se había para el edificio a de la casa derribado [el hospital], determino de irme a Madrid a verme con el comissario general, a ver si me quería volver algunos frailes o hacerme espaldas para tornar a introducir alguna cosa de penitencia.

            En estos intervalos, el provincial de Andalucía b ya le había scrito todo c [54v] lo que había pasado; y de mí le habían scrito de que me quería ir al rey y al papa, hacer separación y dividirme de ellos y que eso confirmaba el introducir nuevas mortificaciones. Allá iríe en danza el billete del otro fraile y la polvareda del cerimonial que hallaron en mi celda. Con estas y otras cosas semejantes, ¡cuál estaría mi comissario!

 


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1.         Estado de la recolección

 

            Pesemos ahora el estado de la recoleción. El provincial, ya enojado y rompidas las leyes de amor que me tenía. El comissario, que era el otro prelado que me habíe de amparar, estaba peor y más enojado. Mi convento, ya casi sin frailes. Los que habíen quedado, ninguno de mi parte. ¡Oh misterioso Dios, quién entendiera se había de d tornar a levantar de caída semejante!

            Y cuán grande fuese y por algunos años duró, hubo un muy mal pronóstico en el propio convento, que contaré. Y fue que, en aquella ocasión, cuando todo andaba ya perdido y yo levantado mano del convento porque ni hacía capítulo ni cosa, que no me atrevía porque en nadie veía afición a cosa, sucedió que el diablo se entraba a pasear de noche por el convento. Que ahora es y se me erizan los cabellos e, que, con lo demás que en casa fue público, diré lo que a mí me pasó.

            Fue en esta manera. Todas noches, por muchos días, entraba el demonio en figura de un mastín tan grande como un borrico y en la güerta se paseaba con tantas continencias y reposo, que no dijeran sino que era un hombre muy grave que se pasea por su heredad o que, pisándola, tomaba la posesión. En el punto que entraba en casa, lo sentía yo en la tarima que estaba acostado, como si lo tuviera allí; y era tal el sentimiento, que mi alma reconocía cosa de la otra vida, con un miedo desaforado. Sería esto siempre como a las once de la noche. Luego como dispertaba, oía que todos los perros de la vecindad cercaban por de fuera nuestro convento, no ladrando sino gañendo, con una lástima como [55r] si lloraran ellos alguna gran lástima.

            En muchas noches yo no supe lo que era, sólo que clara y llanamente yo sentía a aquella hora en el convento entraba cosa de la otra vida; y sentía el gañir de los perros, que temía tanto aquel modo de ladrar casi como el miedo interior con que dispertaba. No me atrevía a decirlo porque aún se había dos o tres frailecitos que servían el convento y, en diciéndolo, o se habían de ir f o habían de cobrar mucho miedo.

            En esto, el hortelano g que teníamos, y dormía por ser verano en la güerta h, [viene a mí] y díceme: —Por Dios, padre ministro, busque hortelano, que yo no tengo de estar más en casa.

            —¿Qué decís, hermano?

            —Que no tengo de estar más.

            —¿Qué habéis habido?

            Respondió: —Todas las noches se pasea el diablo en la güerta i en figura de perro como un borrico.

            —¡Mirad lo que decís!

            —Padre, ya lo he dissimulado algunas noches, ya no lo puedo llevar; el perro de casa, con ser tan buen mastín, no se atreve a acometerle,


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sino dende afuera está gañendo; y con esto yo no me atrevo a estar en la güerta j.

            Esto he contado porque se vea el k triste estado en que llegó a estar la recoleción y casa de Valdepeñas. Y bien era pronóstico de lo que después sucedió l en ella mientras estuve absente en el camino de Roma: que pasaron cosas que hay hartos testigos que, después de venido, me consolaban en algunos trabajos que tenía, diciéndome que, cuando no hubiera tenido otro fin lo que Su Sanctidad mandaba sino remediar aquella pobre casa, bastaba para estar yo muy contento. En esto no hay que detenernos más, pues se puede quedar para que cada uno considere las vueltas y trazas de satanás.

            De esto que sucedió en aquel convento y publicó el hortelano, vinieron a decir en el pueblo mill mentiras y a sonarse en todos aquellos pueblos comarcanos, que es imposible resumirlas. Fundábanlas en que en aquel convento por entonces habíamos enterrado al contador del marqués. Dieron en decir que andaba en pena de noche, que lo topaban los frailes. Subiéronlo de punto hasta decir que una noche vinieron los demonios y llamando los frailes les pidieron el cuerpo; y que de aquel asombro quedaron todos enfermos; y que el despoblarse el convento y irse los frailes calzados, habíe sido la causa el asombro y visión. Y esto duró muchos días, según cuando llegaban las nuevas a otro pueblo, no habiendo otra cosa más de lo que arriba digo m.

 

2.            Encuentro con el comisario

 

            Ahora, pues, pártome a Madrid, como arriba digo, dejando en aquella disposición la casa. Hallo a mi comissario cual el demonio pretendía para que fuese su posesión adelante. Enpiézame a reñir diciendo que quién me mete a mí en hacer invinciones e introducir rigores; que me contente con que los frailes se diferencien en algo de ellos y que coman carne tantos días. Y enpieza [55v] a echar por el suelo las leyes, constituciones y regla primitiva. Pídole provea el ministerio y officio a otro. Y díjele estas palabras: Padre nuestro, hábito áspero y riguroso y que parezcamos penitentes al mundo y que dentro de casa nos seamos quien éramos, bien ve vuestra paternidad que no se puede hacer con buena conciencia, que en algo parece engañamos al mundo n; si vuestra paternidad gusta que se prosiga en adelante lo que hasta aquí se ha hecho, déme algunos frailes, y si no, sea servido de proveer la casa a otro; sólo le pido este sancto hábito no me lo quite, porque lo amo mucho; si vuestra paternidad me deja aquí, yo me ocuparé en predicar por esos hospitales y, dentro de casa, guardaré la regla primitiva. Respondióme: No quiero lo uno ni lo otro, sino que se vuelva y lleve con suavidad las cosas y deje esas mortificaciones y rigores; coman carne;


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y otras cosas. Yo, como le vi cerrado, como dicen, de campiña, dejélo y salíme de allí.

            Fue Dios servido estuviese en aquella sazón en aquella casa el padre maestro Avila 1, gran predicador y gran siervo de Dios, que me consoló y hizo mis partes en todo lo que pudo, como aquí se verá. Entró al comissario a abonarme y favorecerme. Díjole: Padre, ¿qué ha hecho fray Juan Baptista, que vuestra paternidad no lo dejará aquí si no quiere ser ministro? Respondió (que por este dicho traigo todo esto): Vuestra paternidad no conoce a fray Juan Baptista; este fraile me ha de quitar desta silla y se ha de levantar con la Religión. Respondió el padre maestro Avila: No quisiera vuestra paternidad mostrara esa flaqueza; ¿quién es fray Juan Baptista para que vuestra paternidad diga eso? —¿Quién?: un fraile que, viviendo en Sevilla, pudo hacer del convento todo lo que quiso y sacar ministro de la casa a quien él quisiera; y ahora todos se quieren ir con él.

            Algo desto era verdad y algo era el miedo que el demonio le había puesto para que procurase acortarme los pasos. Y así lo intentó porque, luego, el comissario me propuso que andaba buscando un fraile [56r] honrado para enviar a Argel a confesar y consolar los captivos (como ellos acostumbran a enviar) y, como saliéndome al camino, que gustara fuera yo. Pero yo me hice que no lo entendía y no le salí a ello. Salíme de con él.

            Echéle también que le hablase el hermano Francisco el sancto de Alcalá, que ahora es descalzo carmelita 2. Entre otras cosas, sola de una me acuerdo, que por ser de aquel sancto la diré. Dice: «Padre, viendo a estos dos religiosos recoletos, se me ha ofrecido una gran misericordia que Dios ha hecho con vuestra paternidad, y es: si el rey diese a un hombre la llave de sus antecámaras, hacíale grande merced y honra, y si después, por lo que él se sabe, le dijese: “esta llave quiero yo que tenga más guardas y que se estienda a abrir los aposentos más cercanos, donde está la gente que más priva conmigo”, sé que esta merced, pues es de tanta consideración, no se debe despreciar. Así considero a nuestro hermano comissario: que le dio Dios la llave desta sagrada Religión de la Sanctíssima Trinidad, haciendo Su Majestad en ella otro aposento más adentro donde están nuestros hermanos recoletos y, dándole a nuestro hermano la o prelacía de ellos, es echarle una guarda más a la llave que tenía para que pueda entrar a los que están más llegados a Dios; mire, hermano nuestro, que lo estime y favorezca esto mucho». En saliendo de allí, me dijo el hermano Francisco: «¡Ay! que ha dicho Dios, que yo no sabía qué decir». Pero no hizo efecto, antes el demonio procuró se lo pagase el sancto aquella noche p.

           

 




a            sigue que tach.



b            de Andalucía sobre lín. de 2m.



c            sigue carta, a lo qual me acuerdo le respondí: Padre, si el paño y color de que se viste mi vecino es bueno y agradable, ¿eme yo de dejar de vestir de él por solo que el otro lo trai? La humildad es buen paño y agradable color, ¿tengo yo de dejar de ser humilde porque lo sean los padres carmelitas? Si el besar el suelo es sancto y bueno, porque ellos lo besan ¿lo tengo de dejar de hacer? E puesto exemplo y lo puse en esta virtud al provincial porque contra ella era la rabia de satanás por tach.

 



d            sobre lín.



e            al marg. ojo de 2m.



f             ms. oir



g            sigue viene a mí tach.



h            ms. güarta



i            ms. güarta

 



j             corr. de güarta



k            corr. de la



l            sigue el camino que yo hice a Baldepeñas a Roma tach.



m           De esto‑digo al marg.



n            ms. mdundo

 



1         Diego de Avila, de la provincia de Andalucía.



2         Francisco Pascual Sánchez, del Niño Jesús como carmelita descalzo (1598‑1604). Cf. SILVERIO DE STA. TERESA, Historia del Carmen Descalzo, VIII, Burgos 1937, 365‑399.

 

 



o            sigue llave echarle tach.



p            Echéle‑noche al marg.






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