Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText |
San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 14 VIAJE FALLIDO HACIA ROMA
1. De Valdepeñas a Manzanares: 24 de agosto de 1597
Ahora a, pues, disimulado el viaje en el convento de Valdepeñas, partímonos mi buen fray Esteban y yo b día del glorioso san Bartolomé 1, que, por ser apóstol cuya profesión era dejar y renunciar todas las cosas del mundo y haber muerto con aquel martirio de despellejado, parece nos daba Dios a entender lo que en aquel viaje habíamos de hacer c, cuán descalzos y desnudos habíamos de proceder en aquel viaje, que sólo era de Dios, de todas las cosas del mundo y de propio interés; y que, si fuere necesario, como dicen, dejar el cuero y el pellejo en la demanda, para mayor honra y gloria de Dios lo habíamos de hacer, aprovechándonos en todas nuestras necesidades de la oración, de quien este sancto fue devoto y maestro. Y esto, que parece está dicho a caso, si hacemos memoria de ello, veremos que tiene d su misterio y que nos ha de hacer al caso e.
Y confieso que, como entonces andaba con tanta pena y cuidado encubriéndoselo a los frailes de casa y porque no lo f echasen de ver hacíamos alforja para tan largo, no sacamos un pedazo de pan; y con el cuidado que digo y pena que traía, había tres días que no me podía desayunar ni comer cosa de consideración g. Salimos de casa para nuestro viaje una tarde. Y para que lo que digo de san Bartolomé [63v] entendiésemos no habían de ser pensamientos sino obras, no hubimos salido de casa cuando, cesando la suspensión que yo traía y dando Dios al demonio alguna licencia, fue tanta la hambre que sobre mí cargó que pensé dejar el pellejo; y como en la alforja aun no llevamos un pedazo de pan, pensé caerme muerto de hambre. Pedíle a mi sancto compañero entrase en unas viñas y me sacase un racimo de agraz. Y yéndolo comiendo h, el pan lo iba puniendo el demonio con una vehementíssima tentación, diciéndome: —¿Dónde vas, miserable? ¿Sabes lo que haces? ¿No ves que esta hambre que padeces en esta primera jornada, y sin que tener con qué remediarla, es pronóstico i de lo mucho que has de padecer por esos caminos? j Y si tres leguas de tu casa padeces esto k y sin remedio ¿qué será cuando entres en esa mar, en tierras estrañas, donde no haya conocimiento?; mejor sería volver la hoja. Pero la Majestad de Dios, que me llevaba atado a su querer como a un borriquillo, no dio lugar para que entrase de los dientes adentro, ni en mí hiciese asiento esa tentación ni otra alguna en orden al viaje, como se verá.
Compadeciéndose aquel gran Dios de mi flaqueza, llegamos a Manzanares a más de las diez de la noche, donde me recibieron los padres descalzos carmelitas con mucho contento. Y con él querían parlar largo, que aún se estaban en la recreación. Les respondí: —Denme de cenar y luego parlaremos largo, que traigo estrema necesidad. —Pues ¿dónde va? —En comiendo, lo diré. Porque, como eso era lo que me daba pena, de sólo eso sabía decir.
Después de cena, parlando con el padre prior de aquella casa, que habíe estado en aquellas partes, yendo yo encaminado a Valencia y Barcelona a me enbarcar, hízome torcer el viaje diciendo por aquel tiempo había siempre naves en Alicante l que cargaban lana y que hallaría presto viaje. También este buen padre me fue tentación porque se moje en vinagre el pan que me había dado. Díjome que qué dinero llevaba para viaje tan largo. Respondí que treita ducados. Respondió: —¡Hartos lleva [64r] para morir de hambre! No tiene en treita ducados para pagar el navío y comprar un poco de bizcocho, ¿dónde va con tan pocos dineros?; ¡y a Roma!, que todo lo que se negocia es a poder de dineros. Y con esto atizaba el diablo, aprovechándose de el día en que salía, volviendo mi primera consideración: —Tú dejarás el pellejo de hambre, bien digo yo. Pero, como no era posible ya buscar más, hubímonos de salir con aquellos que llevábamos. Llamábase este prior Fr. Bartolomé de tal, que pienso es ya difunto.
2. En Yecla. Premonición de Fr. Esteban
Partímonos de aquí con harto trabajo 2, porque no llevábamos más que un pollino, porque otro que alquilamos en Manzanares con un morisco, como nos vido que nos íbamos escondiendo de los frailes calzados, nos dio cantonada, que ya pensó era perdido. Con tan poca conmodidad fuimos con algún trabajo. Y aun el demonio no me dejaba echar el paso adelante. Y fue necesario buscar en Socuéllamos conmodidad de carro. Llegamos a Yecla m, diez leguas de Alicante n u once, a un pueblo donde se registra todo lo que se pasa a aquel reino.
En este pueblo supimos había una nave para partirse a Génova. Yo holguéme y díjele a mi buen Fr. Esteban: —Hermano, ya ve que vamos a sombra de tejados y que está una nave para partirse; podrá ser que no me atreva a decir otra missa en público por temor o de los padres calzados, no nos vean o nos cojan; será bien mañana decir aquí missa y que su charidad confiese y reciba el Sanctíssimo Sacramento y tenga oración esta noche, y hagamos la alforja con nuestro buen Dios para
tan largo viaje; y adviértole que podría ser no lo recibiésemos otra vez en este mundo, según los varios sucesos de la mar.
Y para hacer esto con más conmodidad, fuimos a los padres franciscos descalzos que allí hay fuera del pueblo. Y rogámosle al guardián nos hospedase aquella noche, que íbamos cansados de algún tanto largo viaje, que sólo lo hacíamos por gozar del Sanctíssimo Sacramento aquella noche. Cosa admirable que, con que aquellos padres son tan sanctos, tan llenos de charidad, que no digo yo a frailes descalzos sino a no sé yo quién lo hacen con summo amor, y a mí otras muchas veces lo han hecho, entonces salió el guardián y, habiéndole yo dicho palabras harto tiernas y p amorosas, me respondió con tanto rigor q y desecho, que, si fue Dios, me quiso muy bien mortificar, si el demonio, él le pesaba de la buena conmodidad que podíamos tener. Y así dijo mi buen guardián: —Váyanse a un mesón o a un hospital, que en casa no podemos. Dije yo: —Pues, padre, si venimos mañana a decir missa, ¿gustará vuestra paternidad de ello? Respondió: —Como los recados trujeren.
En fin nos hubimos de r ir a un mesón, donde aquella noche yo gasté en dormir s [64v] porque iba muy bien cansado —y así debiera de convenir para lo que después sucedió t— y mi buen fray Esteban, en la oración que le había dicho. A la mañana llámolo para que se confiese; y el sancto, hincado de rodillas, apretando las manos y haciendo particular sentimiento, enpieza a decir: —No tengo que decir, hermano, más de que me ha dicho Dios con letras tan grandes (señalando la mano) lo que se ha de padecer en esta obra y las dificultades que tiene. Yo, que no tenía gana de saber de aqueso ni Dios de que yo lo supiese, díjele: —Acabe, hermano, confiésese. —Hermano, no sé nada, sólo sé trabajos y dificultades que están en esta obra encerrados.
Por entonces confieso que no me entraron de los dientes adentro, porque, si conmigo hiciera Dios lo que hizo con el sancto, claramente nos volviéramos dende allí. Pues el haberle Dios descubierto a este gran varón lo que allí se había de padecer, fue bastante para que después, como se verá, no perseverase en el viaje, por particulares secretos suyos, que quiere esta obra para sí a solas y, cuando mucho, da parte a un tan grande peccador como yo, para que sólo se entienda él es el que conquista, destruye y edifica en esta sancta Religión. Y pudiera ser, si mi Fr. Esteban siempre perseverara, que atribuyeran algo de la victoria a las lucidas armas u del buen Fr. Esteban: de su virtud y sanctidad, oración y presencia de Dios, y humildad. Y parece dende sus principios va Dios con esta letura de querer esta obra para sí solo. Y el no descubrirme a mí nada, pudo ser no tener celos de mí por parecerle mi hábito aún se iba sin dueño y vacío, como dijimos de los de arriba, y que todavía v Su Majestad con sus trapos viejos quiere rendir el mundo.
Y confieso que en esta obra me trujo Dios tan ojos cerrados, sin darme a entender cosa de lo que en ella se había de padecer hasta que estuvo w hecha que se soltó la presa, que jamás entendí cosa, sino que dende luego me enpezaron a faltar los discursos para discurrir y pensar ¿qué será?, ¿en qué parará esto?, ni para pensar sus dificultades. De donde, diciéndome un día el P. Fr. Francisco de la Madre de Dios, general de los descalzos carmelitas 3, viéndome cargado de cuidados y de frailes que ahora llevaba a la casa de noviciado, diciéndome: —Lindamente, P. Fr. Juan, lo ha engañado Dios, respondí yo: —Padre, de todo ha tenido necesidad, que, a no lo haber hecho así, ya yo hubiera echado a huir.
Ahora, pues, determinamos mi buen fray Esteban y yo de irnos [65r] a decir missa a la iglesia parrochial del pueblo. Llegando al cura, que estaba en compañía de otros a la puerta a le pedir licencia, dijo: —Venga la licencia, padre. Y hacer otras preguntas, con que el diablo quería estorbar nuestra missa y communión. Díjele me quería reconciliar con él y que sí haría. Porque yo no llevaba licencia de mis propios prelados por ir como iba en pleito contra ellos, pero de personas graves llevaba asegurada la conciencia. Y una licencia que me habíe dado el P. Fr. Elías de san Martín, general que entonces era de los padres descalzos carmelitas 4, que me dio en Toledo cuando venía de Madrid con intento de hacer este viaje. Y esta licencia me dio sin me conocer ni ver, por mano de tercera persona, fraile suyo, que se la pidió, encareciendo en ella a sus frailes me hospedasen, defendiesen, guardasen de los frailes x calzados; que, por haber olvidado de decir esto en su lugar, no diré todo lo que contenía. Pero notaré un particular misterio desta licencia, y fue que para mí la notó el Spíritu Sancto con pronóstico y profecía de lo que hoy pasa, tiniéndole por comissario apostólico después de las bulas de nuestro muy Sancto Padre en favor de la Religión; que parece no me dio la licencia como a estraño, sino como a hijo y súbdito suyo, pues no fue necesario se la pidiese yo ni darla con los aditamentos que las tales licencias se suelen dar a los estraños. Esta licencia fue necesario darle en la confesión a mi buen cura para que me dejase decir missa.
3. De Yecla a Alicante. Otra premonición
Salimos de allí muy contentos para Alicante. A la salida del pueblo topamos a un hombre de hasta 30 años, muy honrado y rico, que iba el mismo viaje de Roma por una dispensación. Díjonos que de gozo se le salía el alma de topar tal compañía para viaje tan largo, porque
venía afligido, que, aquella noche en que Dios le leyó la cartilla a mi buen fray Esteban de los trabajos que se habían de padecer y, había dormido en el campo y que habíe visto en el cielo una particular visión: que, estando todo el cielo claro, vido z una nube hecha fuego, de tal a y tal manera, y una viga muy grande que se hacíe pedazos. Y finalmente, según lo que por la obra se vido, era una nave conbatida del mar y hecha pedazos. Porque por entonces [65v] nadie supo lo que podría ser. Y él iba con mucha pena, porque yo no le decía lo que podría ser y significar; que, como digo, el demonio quisiera que yo lo supiera y que dende allí diéramos la vuelta.
4. Embarque (6 de septiembre) y naufragio de la nave
Pasamos a Alicante, donde hallamos mi nave aprestada para partirse al Genovesado. Dentro de dos días nos enbarcamos b, que fue víspera de la víspera de la Madre de Dios de setiembre 5.
Y nótese, por amor de nuestro Señor, que dende antes que partiese de Valdepeñas a muchas personas devotas les pedía para aquel día las comuniones, oraciones y missas, como las pedí en Manzanares a la pasada; y dejé dineros para que aquel sancto día en Alicante me dijesen otras. Quería Dios, en aquel dichoso día que la Madre de Dios nos había de ayudar, tuviese muchos de nuestra parte que le obligasen a remediarnos. También se ha de suponer que, estando yo en Valdepeñas, había leído la vida del P. Fr. Nicolás Fator 6, a quien le quedé devotíssimo y le había ofrecido en aquel viaje tres veces el paternóster con el avemaría para que nos ayudase y favoreciese, porque se me habían pegado muy al alma sus sanctas mortificaciones y penitencias.
Entramos, pues, en nuestro navío; y ese día que digo, víspera de la víspera de la Madre de Dios de setiembre c, enpezó a caminar. Metido obra de dos leguas en la mar, vuélvese el viento y fue necesario aferrar el navío. Y estuvimos allí con grandíssima mareta y mar y tiempo preñado aquel día y aquella noche hasta la víspera propia de aquella manera.
La víspera de la Madre de Dios, a las doce del día, con miedo y temor que tenía yo harto, y indispuesto porque había entrado sangrado y con alguna calentura, desta manera quedéme adormido; que no lo quería decir, pero, temiéndome no me lo manden decir después donde vengan fuera de propósito. Quedéme adormido en aquel suelo del navío d. Vi que llegó una persona a mí e y me dijo f: —¡Deo gracias!,
dispertándome con la mano. Respondí: —¡Por siempre! Díceme: —No tengas miedo ni se te dé nada, que un día padecerás y otro día resucitarás.
Yo disperté despavorido, pero los de la nave no me dieron lugar a pensar en lo que me habían dicho, porque [66r] ya andaba grandíssimo tropel a aferrar el navío. Y en un instante viene una nube sobre él cargada de fuego, rayos, agua, aire; y en un momento, a un golpe de mar, quiebra g las maromas de dos áncoras de tres que tenía y descabeza mi navío; y pónelo de la manera que el otro buen ciudadano lo habíe visto. El capitán y patrón salen dando voces y diciendo: —Ya esto es hecho; ¡misericordia, Señor! Los marineros, priesa a desnudarse; los pasajeros, que me ahogaban h a pedir confesión.
Yo me levanté con nuestro Cristo, que ahora tengo, en la mano; y así turbado, me acuerdo que sólo dije: —¡Ea, señores, confesemos la fe de Jesucristo y muramos diciendo el credo! En dando que di dos o tres gritos con aquella cólera, caí en tierra; y allí caído, me hizo Dios merced de mostrarme cómo estaban intercediendo por nosotros todos los i sanctos y que el haberse Cristo levantado de su silla para acabar al navío y la gente de él se había vuelto en levantarse para nos ayudar, etc. Que cierto no sé cómo me atrevo a decir esto, que no j sé lo que Dios quiere desto que scribo, que de mí propio me espanto de ver me atreva a ponerlo debajo de papel y tinta. Pero, aunque al principio me habían dicho k aquello y luego vi estotro, como yo en el navío no veía sino voces y lágrimas y gritos, todavía me estaba turbado, asombrado y sin anhélito.
Estando, pues, desta manera, salió un duque l —iba allí embajador del m gran duque de Saboya 7— y no sé si con una spada, hartando a los marineros de traidores y diciendo: —¡Ancoras aquí! Y cortando con gran presteza cabos y sogas, echaron otras dos áncoras a la mar. Pero, como quedó el navío tan maltratado n, la tempestad en su punto y mar no muy alta, siempre el capitán y patrón desauciados del remedio, pidióse favor. No fue posible lo entrasen de Alicante. Aunque, pidiéndolo nosotros muchas veces, se pregonó en Alicante grandes prometidos a quien entrase a librar gente, no hubo remedio. Nosotros ya teníamos un poco de más larga para nos confesar. Y en esta larga, tuvieron en mí lugar los pensamientos; y púsome Dios en la imaginación que, si no nos habíamos hundido, el día de la Madre de Dios a las doce seríamos remediados, porque entonces se habrían hecho las comuniones que dejaba pedidas en Valdepeñas [66v] para aquel día y dichas las missas y oraciones.
5. Rescate: 8 de septiembre
Y fue así, porque la Majestad de Dios fue servido que a las doce del día, cuando se cumplía el día que me habían dicho en que había o de resucitar, entraron dos barcones con muchos marineros, grandes remadores. Llegados a la nave, con la gran tempestad, no podían arrimarlos a la nave para coger la gente. Yo dábales voces que me sacasen. Ellos decían: —¡Venga el duque, vengan los canónigos!, que iban allí y pasaban a Roma. Y esto por parecerles que un fraile descalzo no les había de pagar lo que los otros. Yo, como los entendí, les daba voces: —¡Yo p daré todo lo que traigo!, ofreciéndoles la bolsa con lo que me había quedado de los treita ducados. Ellos, porfiar: —¡Al duque y a los canónigos! Pero fue Dios servido, que no me quería dejar padecer más y que se cumpliese lo que me habían dicho de que sólo un día había de padecer y luego resucitar, no hubo hombre que se atreviese a saltar al barco, porque, como digo, no se podía llegar al navío con las grandes olas y mar alta y poníanse en peligro de dar el golpe en la mar al arrojarse al barco. Yo, como los vi temerosos, dije dende el q borde del navío do pasaba todo esto: —¡Ea, hermanos, yo enpezaré, yo seré el primero! Ellos se alegraron por ver les quitaba a los canónigos el miedo. Y hiciéronme saltar, aunque del golpe atontado me medio quebré los dientes, según la fuerza con que me arrojé por temor no se me desviase. Luego se echaron otros tres solamente. Y nos sacaron a tierra, agradeciéndome el haber hecho principio en ser el primero que salté, en llevarme pocos dineros.
Sacáronnos r a tierra, donde estaba todo el pueblo aguardándonos, dando la bienvenida a los ahogados, a los muertos donde mi compañero se quedó, porque ni él se atrevió a saltar ni los barqueros lo sacaran. Y allí se estuvo otro día y medio tragando otras nuevas muertes que en la noche siguiente padecieron.
Y yo en tierra estuve conociendo y considerando la alta sabiduría de Dios [67r] y providencia en particular para conmigo, que ni me quiso descubrir trabajos como a Fr. Esteban ni mostrármelos como al ciudadano, sino en ellos animarme y consolarme de que no había de acabar y perecer en ellos. Que parece conmigo se ha Dios como al que le quedan muchos trabajos, que al principio se los da poco a poco y repartidos porque no enfaden, como el que hace y come una comida grande, que después le da tanto en rostro que no la puede tornar a comer. Y así fue nuestro buen Fr. Esteban en estos trabajos, que tan en junto se los dio Dios a comer; y a mí me los parte y despedaza, disimula y en ellos me asegura.
A cabo s de día y medio, salió mi buen fray Esteban, como otro Jonás, perdidos los medios hábitos que se habíe quitado para echarse
al agua; que, como él me decía: —Hermano, en aquella hora es de grande importancia un poquito de vida t más; y así me quitaba los hábitos que me pudieran ahogar presto.
6. Dilema: nuevo embarque o regreso. Vuelta a casa
En tierra estuvimos un día, en el cual se acabó de aprestar otra nave y volverse en bonanza la mar. Ahora está aquí la dificultad y obra de Dios: ¿qué hemos de hacer? Yo salí malíssimo y con grandíssima calentura que luego me dio en tierra; Fr. Esteban, asombrado porque ya se le iban cumpliendo los letrones que habíe visto y lo que le dijeron que se había de padecer u.
A la mañana se habíe de partir mi nave. Llamo a Fr. Esteban y dígole: —Hermano, ¿qué le parece hagamos? Pesemos bien lo que ha de ser de nuestra vida: si nos volvemos, ya el comissario sabrá de nuestro viaje y ha de estar hecho un león y decir que todo lo que de mí tenía pronosticado, era verdad; lo propio el provincial; lo segundo, todos aquellos personajes que en Madrid nos dieron cartas, cuando sepan que no fuimos y que nos tornamos, no sabiendo ellos lo que hemos padecido, no nos tendrán por buenos frailes, sino por flacos; a mi convento v de Valdepeñas no me conviene volver, porque ya tendrán recados para nos prender; nuestros treita ducados están ya casi gastados en bizcocho y matalotaje; por otra parte, pasar adelante en el viaje, yo me muero y me han de echar a la mar otro día; ya no llevamos dineros.
Ahora, adviértase por amor de nuestro Señor, como a pocos [67v] ringlones verán, cómo nuestro buen fraile tiene spíritu de profecía. Viendo w mi buen fraile las dificultades que le había puesto para el volvernos, dice: —Hermano, pasemos; hermano, vamos a Roma. Yo dije: —¡Mucho de norabuena!, pero ha de ser con condición que esta noche hemos de tener oración y encomendarlo a Dios; y yo no tengo a la mañana de hacer otra cosa sino lo que le dijere Dios o diere a entender a fray Esteban, que yo estoy perdido de la cabeza y he menester dormir. Aunque dormí bien poco aquella noche y pretendió el diablo engañarme y hacerme una tragantona, según lo que me habló a las orejas.
Llegada la mañana, dispara el navío a leva, llamando los pasajeros. Llamo a Fr. Esteban y dígole: —Ea, hermano, ¿vamos?, ¿pasamos? Responde: —No, hermano, sino que nos volvamos a Valdepeñas, que no conviene pasar. Yo bajé mis orejas y, como si fuera voz de Dios, lo oigo y lo obedezco y hago lo que me dice. Cosa notable, las dificultades que le había puesto para el volvernos, el haber él dicho a prima noche que pasásemos, decir a la mañana: ¡Vuelta a casa x! La cual fue tan acertada y llena de espíritu de profecía, que, volviéndonos,
fuimos muy bien recebidos en nuestro convento, que nadie estaba enterado del viaje, sino todos deslumbrados, prelados y súbditos.
Y después, tornando a Alicante para haber de tornar a Roma, preguntando por la nave que nos había de llevar, me dijeron en Alicante y en las otras partes do pregunté, me dijeron que, después de quince días de borrasca y tormenta, a vista de Génova se perdió. Y nosotros, si fuéramos en ella, fuera lo propio, si Dios no proveyera de otro remedio.