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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 18 DE ALICANTE A ROMA

 

1.         Cuatro semanas en Alicante

 

            Llegamos a a Alicante la segunda vez con el segundo compañero, do fue Dios servido hallásemos las galeras de Sicilia b y el excelentíssimo duque de Maqueda proveído por virrey para aquel reino 1, a quien parece lo tenía Dios aparejado como otra ballena que recibió en su vientre y amparo a Jonás para defenderlo y guardarlo de la rabia y enojo de sus compañeros los que iban en la nave, de los golpes del mar y de la hambre de los demás c pescados, hasta que después lo vomitó en tierra firme, donde fue a cumplir con la obediencia y mandamiento de su Dios 2.

            Yo llegué a Alicante temeroso, lleno de miedos de los padres calzados, por hacer aquel camino tan a sombra de tejados, tan contra su voluntad, que, si me cogieran, es cosa muy cierta, según lo que al d demonio le pesaba, me afligieran y encarcelaran. Mi compañero, ya dejo dicho en el cuarto cuaderno cuán encontrado lo llevaba el demonio conmigo. Hallé en Alicante a este señor duque. Habléle y ofrecíle mi persona e por capellán. Dile cuenta de lo que iba y la necesidad que tenía, para mi defensa, de su amparo. Respondió, como tan noble y cristiano caballero que es: —Yo, padres, me tengo por muy dichoso de que vayan en mi compañía y tengo por buen pronóstico f del buen suceso de que religiosos [80v] descalzos se ofrezcan para el viaje. En lo que toca los negocios a que vuestras reverencias van —que yo se los había encarecido por el grande temor que tenía no me viniesen a prender los frailes calzados; y si viniesen, como hombre que estaba informado de la justificación de la obra, me defendiese—, me parecen obras muy de Dios. Y si en la religión de san Francisco, a quien yo tanto amo, me parecen bien cuatro o cinco reformas que en ella hay, ¿por qué no me ha de parecer bien una en la orden de la Santíssima Trinidad? Así, padres, no hay que encarecerme. En lo que yo pudiere, los ayudaré y favoreceré.

            Y lo hizo, como se verá, recibiéndonos g como otra ballena, que nunca nos dejó hasta ponernos en tierra de Su Sanctidad, Civitavieja, siete leguas de Roma.

            Estuvimos en este tiempo en Alicante aguardando que las galeras se partiesen veite y ocho días. En los cuales se echó de ver nos guardaba


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Dios, que, andando en público y siéndolo ya nuestro viaje, y habiendo conventos de padres calzados muy cerca de allí, como en Murcia y otras partes 3, y llevándolo tan mal, en tanto tiempo fuese Dios servido no acudiesen a detenernos y storbarnos el paso, sino que el día 28.º, entrados en un barco para ir a la galera do íbamos acommodados, no estábamos un tiro de ballesta en la mar cuando llega un padre calzado tras nosotros y, llegando a se informar do estábamos, le dijeron: —«Velos allí, padre», dijo un clérigo que tenía amistad con nosotros. Y díjole: —Dígame, padre, ¿qué misterio tiene que en tanto tiempo no haya parecido nadie en contrario a estos padres, y ahora por un instante [81r] no poder dar con ellos? Vuélvase —dice nuestro amigo clérigo—, que ellos van amparados del virrey; y si vuestra reverencia va tras ellos, podría ser diesen con vuestra reverencia en Roma, porque una vez dentro en galera podría ser no dejarle salir. Con esto se volvió nuestro buen fraile. Y dígolo: ¡qué cuidado tiene Dios de guardar lo que él quiere guardar! Y ganar, ya que no sea por h puntos, sea por la mano o por el asiento, que, estando nosotros en la mar, nos libremos de nuestro contrario por estar él en la tierra.

 

2.         En Badalona. Contrastes con el compañero

 

            Partidos 4, llegamos a Barcelona. Y el señor duque fuese a apear a Bagalona 5 dos leguas de allí, do le fuimos acompañando. Dende este lugar se holgara harto el demonio me volviera yo. Estuvimos aquí detenidos más de 20 días, mientras despalmaban las galeras en Barcelona. Aquí mi compañero tuvo tantos disgustos, que i ni por una vía ni otra no era posible unirnos, de suerte que, porque seglares no nos entendiesen, le dije: —Hermano, haga su charidad lo que quisiere; sólo le pido que me deje. Si quiere irse a Roma, ve aquí los recados; si quiere volverse a Castilla, ve aquí el dinero. ¡Déjeme, por amor de Dios!, que no sé cómo le dar gusto.

            Pero el demonio, que le parecía que por allí estorbaría los pasos, más quería conservarnos y que se estuviese. Sucedió una cosa, que yo pienso fue milagro de Dios escapar con la vida. Yo traía el dinero que llevábamos, que no sé si seríen 400 o trecientos reales j. Sacando para gastar dineros, cierta persona de la tierra no hacíe sino decirme: —Buena está la bolsita, padre mío. Yo no reparaba en ello. Mi compañero y yo, por ahorrar algún dinero, habíemos tomado una casa grande a solas


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y nos entregaron las llaves. Un día nuestro hermano compañero parecióle bien enojarse y reñir y apartarse de mí y irse al mesón a dormir. Yo, cuando me vi solo, parecióme [peligroso] en tierra así extraña irme a dormir a la casa solo. Roguéle a un barbero k me dejase dormir en su aposento; concediólo. Y el demonio, que debiera de trazar esto para así a solas que acabaran conmigo [81v], viendo que por aquella traza me escapaba, en toda aquella noche me vi tan l ahogado que, me parece, milagrosamente vivía, levantado el pecho y agonizando; y harto afligido mi buen barbero; y con estos pensamientos de que, si durmiera en la otra casa, fuera claro el perder la vida. A la mañana, que estuve mejor, levántome y voy a mirar la casa, de que yo tenía la llave, a mirarla; y hallo que estaba abierta y disimulada. Y di gracias a Dios que así me debiera de haber escapado, que en esto no me atrevo a decir más.

 

3.         Tres meses en Colibre. Duras pruebas

 

            Partidos de aquí, fuimos a Colibre m 6, último puerto que hay en España, para nos engolfar en el golfo de Narvona, donde sucedieron tantas cosas que, pienso, ninguno de los que allí estaba, que hubiese pasado la mar, tal cosa había visto. Estuvimos noventa días allí detenidos, con tal tiempo que una y muchas veces me dijo el virrey en cuya conpañía íbamos: —Ahora, padre ministro, este tiempo no es natural n; no puedo entender sino que de este nuestro viaje quiere Dios sacar algún grande bien, porque pienso todo el infierno se debe de juntar para que no pasemos. Y esto lo dijo tantas veces; y, por ser dicho de un hombre de tan gran entendimiento, prudencia y letras, que lo era muy universal para cualquier cosa que le quisiesen tratar, me hacía a mí reparar en ello y decir: sí, quiere Dios hacer nuestra sagrada Religión y le pesa al demonio y no quiere que pase.

            Pero para estos pensamientos me daba poco lugar respecto de que me traía perdido que me volviese o; que antes me traía pensamientos de la inposibilidad de la obra. Y bien se verá por los efectos que en esto había. De mi aflición, traíame a la memoria que iba con mala conciencia por no llevar licencia scrita de mi provincial, y que cómo era posible me dejase estar en peccado mortal tanto tiempo. Y que buscaba reforma para otros [82r] y para mí mala conciencia. Que, si en estas largas moría, claramente me iba al infierno, cuyas penas, como quien las padece, me las sabía pintar muy bien, y la ocasión que estaba en la mano para morirme. Porque, en el tiempo que allí estuvimos,


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faltaron de la gente que iba en el viaje, muertos y tornados, hasta 800 personas. Que fue ramo de peste, que al segundo día iban sin médico, botica ni regalo, porque, aunque todo lo había, era de muy poca consideración. Y en medio desta mortandad, sólo había que confesase nuestro compañero y yo y un padre mínimo, que luego murió, porque se pegaba el mal.

            El tiempo fue el corazón del invierno dende el día de la Concepción de la Madre de Dios hasta el quinto domingo de cuaresma 7. Nosotros, descalzos y desnudos. Siempre nieves y aires y la mar por el cielo. La tierra, fría, porque era a las haldas de los montes Perineos. Todas estas cosas, que así contrariaban el viaje y pretendían acabar con todos, hizo decir al excelentíssimo duque tantas veces: —Este tiempo no es natural; no pienso sino que los infiernos han salido a detenernos el viaje.

            Ahora díganme, hermanos, el demonio, que así tenía barruntos de la fundación de esta sagrada Religión, ¿cuál me trairía con estas ocasiones? Que la mayor era querer hacer fundamento en que iba con mala conciencia, diciendo: Tú vas contra la voluntad de Dios, y esto es misericordia suya que no te quiere dejar pasar; la otra vez se p hizo pedazos el navío en que ibas, ahora la mar no te quiere; si en estas largas y plazos no te vuelves, tú q mueres [82v] con los muchos. Junto con estos miedos, poníame grandes seguridades, quietud y sosiego en mi vuelta, pensamientos de soledad y recogimiento, que, cuando a esto daba lugar, no faltaba sino arrobarme o, por mejor decir, robarme el demonio de los pensamientos de la obra de Dios.

            Finalmente, trújome a tan mal traer, que ya me dio asentimiento a ello y que me convenía hacerlo y tornarme, y que yo no podía vivir con semejantes temores, pero que había de ser con parecer de un hombre docto y siervo de Dios. Y así, luego me fui al P. Sanctander, confesor del virrey, fraile francisco, grande hombre en virtud y letras 8. Y doyle parte de mis tentaciones y lo que habían hecho conmigo, que ya él me conocía y sabía a lo que iba. Díjele que estaba determinado de me volver y las causas. Respondióme: —Cierto, padre ministro, que no quisiera que tal cosa me hubiera dicho, porque hombre que a tal obra iba, entendía tener más ánimo y no dejarse llevar de tal flaqueza; y que me pesa de lo haber oído. Con estas y otras semejantes palabras, sin soltarme ningún argumento ni andar respondiendo a cada tentación, me parece que me afrenté de que me dijese un hombre tan grave que no quisiera diera ocasión para que formara tal concepto de mí.

            Con esto quedé consolado, animado y con nuevos bríos, acudiendo al ministerio de las confesiones que allí se hacían. Que, cuando el demonio no hiciera otro daño más de privar a los enfermos de ministros


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de la penitencia, [83r] era bastante mal para que se entendiera era traza de satanás querernos echar de allí, pues, como digo, sólo había tres para tanta gente. Porque los capellanes de galera allá se habían quedado en el puerto, que estaba algo lejos, a acudir a las confesiones de los forzados, que se despoblaban las galeras ya de la enfermedad, ya del frío, que cortaban pies y manos destroncados del frío, como si fuera carnecería. Y los capellanes, viendo esto, unos se iban, otros se morían. Y viendo que habíe tanta falta de confesores, decía el virrey: —A estos frailes no los envía Dios a Roma, sino a Colibre a confesar y consolar; ¡qué fuera si no se hallaran aquí! Y así digo que el demonio, cuando no me persiguiera por otra cosa sino por privar de aquel bien a los que morían, era suficiente conocimiento de la tentación de que me volviese. Como luego se verá con las trazas que rodeó, ya que no pudo por aquel camino.

            Sentíme con unos calosfríos y algo indispuesto, de suerte que, viniendo a las once de la noche con grandes fríos de confesar de palacio a una criada que al duque se le moría, apretóme tanto el frío que, helándoseme del medio cuerpo abajo, no fue posible que el ardor de la calentura lo venciese. Y era de tal manera, que se usaba allí pierna helada pierna cortada. El señor duque envióme a consolar y a ofrecer cualquier gasto que para mi enfermedad fuese necesario, y remedios de que se matase algún animal y me metiesen dentro. Fue Dios servido me dio otra calentura tan recia, que la propia [83v] calentura y ardor me desheló y quitó aquella indispusición. Y fue Dios servido que, muriendo otros en la propia casa y puerta de aposento, yo sanase.

            Ahora, pues, levantado, ya que el demonio veía: «Estos no se vuelven ni se mueren, yo los tengo de echar de aquí», persuade a mi conpañero que un barcón que está para se aventurar con aquel mal tiempo y pasar, que nos vamos, que menos peligro era el de la mar que el de la tierra, do morían tantos cada hora. Confieso que me dejé llevar y consentí con esto: Lo uno, por el temor de la muerte; lo otro, por el deseo que tenía de pasar. Pero, díjele a mi conpañero: —Hermano, bien está, pero ha de ser con gusto y bendición del señor duque, de quien tantas buenas obras tenemos recebidas, porque lo demás no cabe en ninguna ley. Nuestro conpañero fuele forzoso el condecender con esto respecto de ser justo y que, cuando él no quisiese, lo había yo de hacer. Yo fui, luego que concertamos el barcón para el pasaje, y hablé al duque. Y él, mostrando un rostro grave y no con el gusto que solía, dijo: —¿Que se quieren ir, padres?, vayan con Dios. Díjele yo: —Excelentíssimo señor, vuestra excelencia nos hable claro, que yo estoy determinado, si es gusto de vuestra excelencia, de quedarme; que poco inporta morir con los muchos, pues aquí nos tiene Dios ocupados en confesar. Respondió: —Padres, si tengo de decir lo que siento, no me parece cosa justa que, habiendo ya tantos meses que venimos juntos, me dejen a mí y al marqués, que tengo a la muerte, pues de él y de mi casa son confesores (que ya había muerto de repente su confesor


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Sanctander); [84r] y será Dios servido presto nos haga buen tiempo y pasemos. Hizo officio de ángel el señor duque. Y se manifestó el demonio nos quiso ahogar, porque luego en continente el barcón en que habíamos de pasar, se hizo pedazos con la tormenta de la mar.

            Todo esto digo porque de todo ello nuestros hermanos vean cuán solícito andaba el infierno y cuán de atrás tiene sus rabias y pensadas sus tretas para ganarnos el güeso r con que no menos que el cielo se ganaba.

            Todo lo que pasó en este pueblo y puerto —pues se puede entender, según lo que va sucediendo, de tanta ganancia de almas, lo procuraba y excitaba el demonio contra los pequeños principios de esta sagrada Religión— se podrá preguntar al señor don Pedro de Leiva, que al presente tiene su casa en Alcalá, que entonces era general de las galeras de Sicilia s 9. Y yo recebí muy buenas obras de su señoría. Y hoy me dice, muchas veces que me ve: —¿Acuérdase, padre, de Colibre? Y lo propio dice ahora el señor duque de Maqueda, que entonces era marqués y hijo del virrey 10, el cual está tan agradecido a lo que entonces hecimos de no nos ir y dejarlos, que, estando delante de otros caballeros en Madrid, dijo: —Al P. Fr. Juan debo t tanto que no sería yo buen caballero si no se lo pagase en su persona y religión. Y, ya digo, personas semejantes pueden decir todo lo que allí pasó. Pues he prometido decir lo más que me acordare al pie de la letra, que después sólo lo que inportare para honra y gloria de Dios podrán sacar nuestros hermanos.

 

4.         De Colibre hasta Roma

 

            [84v] Salimos deste puerto para nuestro viaje, pienso fue la quinta domínica de cuaresma u. Fue Dios servido aportásemos a tierra de la otra parte, aunque no quiso tampoco allí dejar el demonio intentar otra malicia. Y fue que entonces en Francia, por las guerras que andaban, captivaban a los spañoles y libertaban a cualquier moro que de ellos se valía 11. Ora fuese por descuido de los marineros, ora porque los moros que remaban, viéndose en las pomas de Marsella y un tiro de piedra de Francia, no querían remar, finalmente vimos nuestra galera ya casi aterrada en una noche y para ahogarnos los que teníamos tan


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poco ánimo como yo y para perderse el bajel, que era el mejor que iba entre las doce galeras, que, por serlo, le habíe puesto el general el nombre de su mujer 12. Fue necesario toda aquella noche tocar caja y con alfanjes desenvainados estar cada soldado sobre cada moro de los forzados para que no nos ahogasen.

            Llegamos a Génova con mucho contento, por vernos ya tan cerca de Roma v, tierra tan deseada después de siete meses que habíemos tardado en el viaje dende que salimos de Valdepeñas; que dicen los que navegan jamás se ha oído viaje más trabajoso. Aquí en Génova se contentara el demonio con que me quedara, porque a mí me dio una viaraza en el convento de los padres calzados 13, que no me daba lugar para me confesar. Y fue tan terrible el dolor que en todo el cuerpo tenía, que el provecho que entonces saqué de allí fue un pensamiento de las penas del infierno y del purgatorio, diciendo: Si así es el purgatorio, [85r] ¿quién puede estar en él?; yo quiero ser bueno por no padecer tal. Fue Dios servido que de repente me dio y de repente se me quitó. Y pude proseguir mi viaje con las propias galeras.

            Llegamos miércoles sancto 14 a Civitavieja, tierra de nuestro muy Sancto Padre. Pidiónos el virrey no nos fuésemos hasta que el jueves sancto le dijésemos missa y diésemos el Sanctíssimo Sacramento a toda su casa; y que ese mismo día nos daría cartas para Roma para el enbajador y lo que hubiésemos menester. Hecímoslo así, porque yo lo quería como si fuera mi propio padre y le había dicho en Colibre, cuando le ofrecí el quedarme, que le obedecía y quedaba con el amor de hijo y que su excelencia no se menoscabase de tenerme por tal respecto del amparo que de su excelencia tenía para obra tan grande.

            Llegado el jueves sancto, después de haberle confesado y a toda su casa y dado el Sanctíssimo Sacramento, despidiónos, dándonos dineros y cartas de favor, y con muchas lágrimas. Sólo se volvió a nosotros w y dijo: —Padre ministro, vayan con Dios; y no les digo más de que me tengan por amigo. Y tornóse a entrar con harto sentimiento, porque, según entendí, gustara de que nos fuéramos a Sicilia x. Y así respondía yo: —Si no negociamos, allá iremos, que el señor virrey nos dará un convento donde se guarde nuestra primera regla. Decían ellos: —Plega a Dios que no negocie.

            Quédese este favor que y un hombre tan excelente nos hizo en un viaje tan largo, que fuera inposible haberle llevado adelante si no fuera por tan grande amparo y favor y costa que nos hacía. Después volveremos a ello, que ha de ser necesario, descubriendo los ardides que [85v] el demonio tuvo a la salida del motu propio para inpedir la vuelta a España.

           


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Partímonos de Civitavieja aquella misma tarde a pie, gustando de pisar tierra tan santa o, por mejor decir, gozar. Tardamos en llegar hasta el sábado sancto, porque, aunque no hay sino 21 millas z, era poco lo que andábamos, y muy extraqueados y cansados de tan largo camino.

 

 




a            al marg.Aquí prosigue de 2m.



b            ms.Cicilia



1         Don Bernardino de Cárdenas, II duque de Maqueda, casado con doña Luisa Manrique de Lara, duquesa de Nájera. Nombrado virrey de Sicilia el 5‑X‑1596. Murió en Palermo el 16‑XII‑1601. Noticias recogidas por NICOLÁS DE LA ASUNCIÓN, Compañeros de viaje del beato Padre en su viaje a Roma: ActaOSST VI/11 (1964) 642. Copia una carta del duque al card. Secretario de Estado, fechada en Civitavecchia el 18‑III‑1598. Ese día, justamente, según referirá nuestro Santo, llegaron las galeras a la mencionada ciudad.



c            ms. más



2         Cf. Jon 2‑3.



d            ms. el



e            sigue di tach.



f             sigue que tach.



g            corr. de recibiéndome

 



3         Los más cercanos eran los de Játiva, Orihuela y Alcira.



h            rep.



4         Era una flotilla de doce naves, capitaneadas por Pedro Leiva. Los dos trinitarios embarcaron en el mismo bajel del duque, en el que iban también su hijo el marqués D. Jorge, su confesor el franciscano Fr. Pedro de Santander y el nuevo obispo de Gaeta, D. Juan Gante. Aparte algunas alusiones que irán apareciendo en esta historia, véase NICOLÁS DE LA ASUNCIÓN, l.c., 642‑644.



5         Por: Badalona.



i            sigue p tach.



j            sigue una tach.

 



k            ms. barmero



l            sigue es tach.



m           sigue al tach.



6         Hoy Collioure, pequeña ciudad francesa (Departamento de los Pirineos Orientales). En el siglo XVI pertenecía al condado del Rosellón, de la corona de Aragón. En 1659, por el tratado de los Pirineos, pasó al reino de Francia.



n            al marg. nota de 2m.



o            al marg. lucha de 2m.

 



7         8 de marzo de 1598.



p            sigue q tach.



q            corr.

 



8  «Iba también en las galeras el muy reverendo padre fray Pedro de Santander, de la Orden de San Francisco, secretario que había sido del general Gonzaga» (Crónica I, 31).



r            sigue que tach.



s            al marg. prosigue la historia de 2m. tach.



9         Fue capitán de la escuadra naval de Sicilia.



10 Don Jorge de Cárdenas, III duque de Maqueda, hijo de don Bernardino de Cárdenas, II duque de Maqueda, virrey de Sicilia.



t            corr.



u            al marg. dominica in passione de 2m.

 



11 Se trata de la guerra de sucesión tras el asesinato de Enrique III (1589), librada entre Enrique de Navarra, convertido del calvinismo en 1593 (Enrique IV), y diversas fuerzas (la Liga Católica), entre ellas, las tropas de Felipe II, que pretendía el trono para su hija Isabel Clara Eugenia. En enero de 1595 estalló la guerra directa entre Francia (Enrique IV) y España (Felipe II). En el invierno de 1597 habían disminuido las operaciones de guerra y comenzado las negociaciones de paz (febrero de 1598), que se firmaría en Vervins el 2‑V‑1598. Cf. FERNÁNDEZ Y FERNÁNDEZ DE RETANA, L., España en tiempo de Felipe II, II (1568‑1598), Madrid 1981, 489‑523, 567‑592.



12        La mujer del capitán don Pedro de Leyva era doña Leonor Gamboa.



v            al marg. ojo de 2m.



13 Trinitarios de Castilla. Convento contiguo al palacio de su patrón y protector, el príncipe Giovanni Andrea Doria. Cf. Carisma y misión, 147 nota 118.



14 18 de marzo de 1598.



w           corr. de nos y



x            ms. Cicilia



y            rep.

 



z            ms. milla

 






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