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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 20 EN EL NOVICIADO DE LOS CARMELITAS DESCALZOS

 

1.            Acogida

 

            Ahora, pues, despachado nuestro compañero para España a, di yo orden de irme a casa de aquellos sanctos padres, do fui recebido con mucho gusto y contento suyo y mío 1. Díjome el P. Fr. Pedro: —Pensará viene a ser güésped; pues no viene sino a ser novicio. Respondí: —No mereceré yo tal compañía. Desta manera se quedó él no cierto de mi mudanza de hábito, y yo dudoso de haber de dejar los negocios que iba.

            Diéronme una celda, do estuve por ocho días primeros siguiendo la communidad de los novicios. Vi que me trataban como hombre que me habían de dar luego el hábito; y así me enseñaban y disponían y me hablaban y decían harto claro para, con su claridad de palabras y certidumbre, quitar mi ambigüedad.

 

2.            «Guerra de pensamientos»

 

            Yo, cuando vi tanta certidumbre, di lugar a que en mí entrasen pensamientos de la commodidad de lo uno y provecho de lo otro. Digo commodidad de mi persona en lo spiritual y temporal: aquella quietud y sosiego que aquellos sanctos padres allí pasan, de que yo había de participar; tanto recogimiento, tanto silencio, tanta oración, mortificación y penitencia. Que será Dios servido en otro lugar pueda hablar más de espacio de los tesoros de aquella sancta casa y primeras primicias de su religión. La commodidad temporal y corporal era la necesaria


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para conservar lo primero, particularmente en el curar y regalar los enfermos.

            Ahora, pues, como yo me veía bien necesitado de Dios, de le amar y querer, y hacer otra vida, hacer renunciación de muchos quereres y voluntades que en mi vida había tenido, bien contra el natural que Dios me había dado, y entriego de mi alma y todas mis cosas —y confieso que deseaba y me venían grandes ansias de tener mucho que dejar y mucho que entregar a un tan amoroso Dios—. Viendo las commodidades temporales, no menos me obligaban y hacían fuerza, por verme un hombrecillo flaco [93v] de pocas fuerzas y poca salud, por me haber dado ya dos o tres veces no sé si le llame b mal de ijada, por haber venido acompañado con otros muchos achaques. Viendo c mi flaqueza y tan buena commodidad, di lugar a la voluntad que lo amase y lo quisiese y desease, y que la consideración se revolcase en estas cosas tan de gusto y tan acommodadas a mis menesteres.

            Di también lugar al pensamiento de los provechos que de nuestra sancta reforma se habían de seguir, de una tan sancta regla, tan sancto y hermoso hábito, de tantos buenos deseos que en España quedaban.

            En medio destos pensamientos d, con la fuerza que los unos y los otros hacían en mí, dentro en nuestra celda bien recogido, hablaba conmigo a solas vocalmente e: —¡Ea, Fr. Juan!, veste aquí libre, desembarazado. Ya no hay quien te dé pena. Con esto quitas miedos, temores, asombros, cuidados, desasosiegos. ¿Qué otra cosa puedes en el mundo desear para el cuerpo y para el alma? Si enpacho y vergüenza te ha inpedido para no seguir a Dios al descubierto y con entereza, de tu tierra, amigos y conocidos veste aquí lejos, apartado, solo, que no habrá quien te dé pena sino no ser quien debas ser. Tu flaco natural, regalado, ayudado, fomentado f, levantado.

            Todo esto que yo pensaba y hablaba, pues así es bueno, todo pudo ser de Dios; y aun también de el demonio respecto de que, ya que él no podía inpedir obra tan sancta como ésta con cosa mala, procuraba encubrir su juego con los mejores colores que él podía, aunque él de su parte ayudara a disponerme para ser más sancto, trocando por un sancto los muchos que él barruntaba se habían de hacer con tan misteriosos moldes como era regla y hábito que de nuevo se había de profesar. Y, como presto se verá, siendo todas estas [94r] consideraciones buenas, podían venir sopladas g y disimuladas de su boca. Porque, apenas las había acabado de hablar h, cuando volvía sobre mí, hablando y diciendo: —¿Qué es esto?, ¿estoy loco?, ¿tengo juicio?, ¿qué hago? ¿A qué vine?, ¿a qué salí de España?, ¿para qué dejé mi convento, mis frailes? ¿Para qué tantos trabajos de camino, tantos peligros? ¿Para sólo buscarme a mí? ¿Qué sería cuando supiesen los religiosos de Spaña que yo había mudado el hábito? ¡Ayúdame, Dios mío, favoréceme! Sólo deseo hacer i tu voluntad y lo que sea más honra y gloria tuya.

           


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Pero, como esta obra era tan grande y venía tan acompañada con miedos y temores, trabajos y incommodidades, todas estas cosas me hacían considerar estas cosas con poco gusto, desabrimiento. Me parece que la voluntad estaba diciendo a cruz tan desnuda: Transeat a me 2. Y como la otra cruz de el quedarme era cruz, como dicen, con condumio, con commodidad, con gusto, con entretenimiento, era buscar a Dios muy azucarado y muy sensible. Con esta sensibilidad de lo uno y sequedad de lo otro, hubo lugar a quedar yo más suspenso y menos determinado, a: ¿qué será de mí?, ¿qué haré? Y hubo más lugar a me poder resignar en las manos de Dios, a que él hiciese de mí lo que fuese servido.

 

3.         Dos «visiones» de signo opuesto

 

            Con esta duda, estando así toda una tarde y llegada la noche, hablando siempre y diciéndole a Dios me enseñase a hacer su voluntad y diese luz y que no consintiese fuese yo engañado del demonio, con esto arrojéme en nuestra tarima.

            Que todo esto digo porque sus charidades sepan la guerra de Dios y del demonio, y cuán de atrás parece daba Dios unas vislumbres de su voluntad, si por los sucesos se probare y viere ser Dios el que esto quería. [94v] Y como dejo dicho, tengo de decirlo todo para que, leyéndolo alguno que sepa, no hallando ser de Dios, lo pueda quemar, que será más fácil que escribirlo; y si fuere de Dios, fácil es el ahecharlo y apurar aquello que más inporta a la Religión y a lo que sus charidades pretenden, que se dé principio al principio que tuvo esta recoleción para que sus charidades lo puedan llevar adelante.

            Ahora, pues, arrojado en mi tarima con aquella suspensión y guerra y puesto entre aquellas dos aguas, una de mi commodidad que dejo dicho, otra del provecho que yo me barruntaba, no sé de la manera que me estaba cuando me sucedió esto, ni sé si dormía o si me tenían adormido, o j el alma bien libre de que los sentidos le inpidiesen lo que me querían mostrar. Llegó el demonio a mí —que bien podré decir lo era, pues su dicho fue mentira—, llegó en hábito de fraile carmelita, que, con no verle el rostro, me parece lo veo ahora en la forma que llegó k, porque sólo vi el bulto, compostura y hábito; y rostro no tenía, sino tinieblas. Pero lo oí claramente que decía l: —Fr. Juan, si no tomas este hábito, dentro de treita días morirás m. Apenas lo hubo dicho, cuando vi n una plazuela, que estaba a las espaldas o del monasterio y bien cerca de nuestra celda, vi esta plaza llena de inumerables frailes de la Sanctíssima Trinidad. No se enfade nadie de que lo diga todo,


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que me hace lástima dejar esto, aunque sea la menor particularidad. Estaba llena de innumerables religiosos, las criaturas más hermosas que yo vi en mi vida. Eran los más calvos. Estaban todos vestidos con el [95r] hábito de la Sanctíssima Trinidad, todos de blanco conforme el hábito que ahora train en Italia, que dicen era el que se trujo al principio. No vi cruces ni insignias p, porque, como habíe tantos y unos pegados y juntos con otros, yo no les pude ver más de las cabezas y parte del pecho. Así no pude juzgar si las capas eran en la forma que ahora train, abiertas, aunque me parece me inclinaría más a que era como las capas cerradas que train ahora los padres de san Bernardo. Tenían q todos las capillas quitadas, el rostro y ojos al cielo. Estaban en una amorosa claridad, aunque no me parece era del sol ni del día. Ahora, pues, habiendo tantos, todos vestidos de blanco, ellos hermosí­ssimos, sus cabezas, rostros y ojos en el cielo, estaban dando grandes voces aunque no desentonadas. No formaban palabra de suerte que pudiese yo entender claramente qué pedían o decían. Todo su grito era pronunciar y decir: ¡Oh, oh, oh, oh, oh! Y éstos todos a una, como quien está en un gran conflicto o temiéndose algún gran daño. A los gritos, hablé yo y dije: —¿Qué es esto, Señor de mi alma? Que mi pena era tanta, que pienso que, preguntándolo interiormente, hablé también con la boca. Respondióme una persona que certíssimo estaba conmigo, aunque yo no la vi: —Esto es altercación. Y con el deseo que entonces me dio de saber y entender qué altercación y porfía era, y más bien ver los frailes, disperté y volví en r mí. Entonces me dijo la persona que estaba conmigo, que algo de ello me parece oí con las orejas como iba dispertando o volviendo en mí, díjome: —¿Para qué dispiertas? Respondí yo, ya del todo dispierto: [95v] —Pues ¿no tengo de saber qué altercación es ésta? Digo que dije: —Pues, válame Dios, ¿no tengo de saber qué altercación es ésta?

            Cuando yo me vi ya dispierto, cárgame una tentación, un miedo grande de que dentro de treita días me había de morir, si no fuese fraile descalzo carmelita. Por otra parte, la visión de mis hermosos frailes; y que allí no se había concluido nada más de altercar y porfiar. Y aunque tenía miedo de que me había de morir dentro de treita días, pero, con todo eso, me resolví de no tomar el hábito, entretiniéndome con la vista de mis buenos frailes. Que, si yo fuera pintor, bien creo que ahora los pinctara como ellos estaban y altercaban, aunque no según su hermosura; que era tanta, que siempre he estado en esta duda, y lo estoy hoy, si aquellos frailes que allí altercaban s y daban voces a Dios si estaban en el cielo, si fueron los primeros que vivieron en nuestro hábito y guardaron nuestra regla, si son los que han de venir y salvar y blanquear y hermosear en lo porvenir en nuestra sancta Religión. Séase como se fuere, que, si ellos son sanctos que están en el cielo, ellos son sinnúmero; y si fueron de los primeros, abstrayendo


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de el lugar donde están ahora, ellos celaban, pedían y deseaban la t reforma y reductión de regla u modificada a la primitiva; si son los que han de venir, bien lo voceaban, deseaban, porfiaban y altercaban; y bien v pueden, si así es, enpezar los primeros a ensanchar [96r] los rincones de su Religión, que no sé yo dónde, si eso significa, ha de caber tanto fraile.

 

4.            Acuerdo con el prior

 

            Ahora, pues, a la mañana vino el prior a mí, que era el P. Fr. Pedro, y díjome: —Tome su capa, que se han de ir hoy al campo a holgar (como dándome a entender que, en viniendo, me darían el hábito).

            Respondíle yo: —Antes, padre, querría hoy dar orden de despachar y escribir cartas a España y enpezar a negociar con Su Sanctidad. Respondió: —¡Que allá se lo hayan ellos, que nosotros acá nos lo habremos!

            —No, padre, yo no lo tengo de dejar de suerte ninguna.

            El prior mostró estar bien enfadado conmigo, pienso yo que por entender yo le había engañado de decirle quería ser fraile suyo sólo porque me llevase a su casa para mi commodidad; y, ya que la tenía, me volvía a mis antiguas pretensiones. No pasándome por la imaginación engañar a nadie, sino que claramente fue Dios el que a entramos nos engañó: a él, que me tuviese en su casa y me amparase, honrase y favoreciese; y a mí, para que me estuviese allí recogido, haciendo alguna penitencia y aprendiendo en el noviciado todo lo que se hacía para que todo se traspasase en esta w sagrada Religión, como ahora se verá.

            Y de los sucesos se echarán de ver los rodeos tan scondidos de Dios para hacer lo que él pretende y esconder sus obras del demonio que tanto rabiaba; y también hacer tiempo hasta que se llegase el cumplimiento y hora dichosa en que Dios quería sacar a luz esta sancta Religión. Digo sacar a luz [96v] del cielo y de los ángeles y bienaventurados, que bien encubierta ha estado a los de los hombres; y apenas da licencia para que se conozca lo que ha de haber en ella, que parece la cela Dios de quien la puede ahogar.

            Ahora, pues, cuando yo vi enfadado al prior y que lo mostraba con obras y palabras, yo me vi muy afligido y no sabía qué hacerme: irme, no tengo dónde; tomar el hábito no conviene; estarme en éste, no podré sufrir que nadie me muestre mal rostro, porque, viéndolos disgustados, me ha de ser fuerza andar por los rincones; pues, solo, afligido y arrinconado, yo acabaré. Diome Dios un orden digno de su alta sabiduría, con que a entramos x, como digo, nos engañó. Que he deseado acertar a decir esto sin hacer de suerte ninguna, ni en obra ni pensamiento, ofensa a nadie. Voime al fray Pedro y dígole: —Me quiero


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confesar. Y en la confesión cuéntole con claridad mi guerra de pensamientos de una parte y otra y lo que había visto. Dígole: —Padre, si desta manera tomo el hábito vuestro, tengo de vivir afligido y desconsolado, porque es grave una tentación de que yo pude ser causa de que muchos se salvasen y que, por buscar mi commodidad, he estorbado y detenido las misericordias de Dios. Para quitar y librarme de esta tentación, si a vuestra reverencia le parece, en este hábito que tengo de descalzo de la Sanctíssima [97r] y Trinidad guardaré mi noviciado con los novicios, acudiendo a todo lo que ellos hacen. En algunos meses haciendo algunas moderadas diligencias con Su Sanctidad, viendo que no se hace, echaré de ver ser voluntad de Dios el quedarme y que eso no pase adelante. Si no saliere el negocio, podrá tomarme en cuenta de noviciado el tiempo que aquí estuviere. Y así no se pierde tiempo en no lo tomar luego, sino se gana el aquietarme yo. Esta razón bien parece ser del cielo porque a él le dio notable gusto y a mí ánimo para cumplir lo que prometía. Y quedamos entramos bien contentos, y él satisfecho, porque no me pasó por la imaginación engañarlo ni fingir cosa.

            Con esto z, lleváronme nuestra tarima al noviciado. Y enpecé a guardarlo con el rigor que aquellos sanctos padres lo guardan, que pienso ni su propia orden ni otra en nuestros tiempos ha descubierto a medios tan acommodados a la virtud.

 

 




a            sigue y tach.

 



1         Finales de abril de 1598.



b            sigue letra tach.



c            rep.



d            al marg. ojo. Vissión de 2m.



e            corr.



f             sigue lue tach.



g         sigue de tach.



h            sigue p tach.



i            sigue tu co tach.

 



2         Cf. Mt 26,39.



j             sigue los sentidos tach.



k            al marg. vissión de 2m.



l            que decía sobre lín.



m           al marg. ojo. visión de 2m.



n            sigue en tach.



o            corr.

 



p            corr.



q            subr.



r            corr.



s            sigue si tach.

 



t             corr.



u            sigue y tach.



v            ms. pien



w           sigue o tach.



x            ms. antramos

 



y            al centro Jhs. M.a Para el sesto quaderno.



z            al marg. ojo. Entra N. V. P. en el nobiciado de los PP. Carmelitas Descalzos en Roma.



a   ms. descubiertos

 






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