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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 24 AYUDA DEL P. BRUNO, S.I., Y OPCIÓN POR LA REFORMA
1. Consulta al P. Azor, S.I.
Di en salir fuera a y acudir a los padres de la Compañía de Jesús, donde, en el colegio 1, traté con el P. Azor, grandíssimo letrado, gran
sancto y siervo de Dios 2. El debiera de conocer en mí algunos miedos y temores de mi salvación. Acuérdome que un día, viéndome bien afligido, me dijo: —¡Calle, que se ha de ir al cielo! Que, aunque él la dijese burlando por me consolar, sé decir que hasta hoy me dura el consuelo de la palabra; y que, estando llorando cuando él la dijo, junto con llorar me reí, como cuando hace sol y llueve. Pero este buen padre, como lo que él más trataba eran sus letras y estudio, no me pareció tenía aquella conversación [115r] y plática consejo y reglas para spíritu que estaba como el mío, según yo había menester.
2. Primer coloquio con el P. Bruno, S.I.
Dijéronme que en la casa profesa 3 había un grandíssimo varón que conocía de spíritus, que me viese con él y communicase mis trabajos, mis pensamientos y todo lo que a mí me había sucedido. Hícelo así. Pero, porque en nada me faltase un poco de mortificación, la primera vez que fui no sólo no tuve consuelo, sino vine bien afligido, porque me despidió escabrosamente. Debiera de ser porque, como yo iba tan afligido, quisiera la primera vez derramarle mi alma y spíritu, para que lo conociera y me aconsejara lo que había de hacer. No sé si me tuvo o por hombre perdido o por que engañaba o por loco o por qué se yo. Díjome que me fuese con Dios, que él no tenía lugar de que acudiese a él y que él no tenía remedio para mi trabajo. Que no seríe poco pensar que santos padres, en quien el mundo todo halla consuelo y ayuda, hallase yo desconsuelo. Pero, con todo eso, le dije: —Padre, pues ¿no tornaré otro día, por amor de Dios? El, cuando vido que yo le repliqué con tanta paciencia, que mi desamparo no me daba lugar a otra cosa cuando yo fuera muy malo, respondióme: —¡Venga norabuena! Díjele: —Pues, por solo Jesucristo, que me encomiende a Dios y este negocio que tengo dicho, que yo volveré por la respuesta y a recebir consuelo de vuestra paternidad.
3. Lucha interior
Volvíle las spaldas. Vine por aquellas calles, no con los aprietos que solía tener ni tormento esterior ni interior, pero diome Dios a sentir la soledad que tenía. Pero, como no tenía ningún trabajo que me inpidiese, volvía interiormente los ojos a Dios y hablaba con él y decíale: —¡Dios mío!, no me dejes tú, no me desampares; contigo me contento, aunque una y mill veces sea dejado de todas las criaturas del mundo. Sé decir
que con estas palabras mi alma se consolaba, pero el cuerpo se sentía siempre solo.
En dos días que no volví a la Compañía de Jesús, ninguna otra presencia tenía sino que Dios no me había de desamparar; y que nada se me diese, aunque todos me dejasen. Y, junto con eso, tenía gran confianza en las oraciones b de aquel sancto varón de la Compañía de Jesús y c de que, con gran infalibilidad, había [115v] de hacer sólo lo que él me dijese.
Como yo me acosté, no sé si fue la primera o segunda noche, con aquel pensamiento de que el sancto teatino 4 (que no sé si se me olvidó de decir su nombre), llamado Bruno 5, me encomendaba a Dios. Parece cosa ridícula decir esto, pero, como sé cierto fue el demonio, de él no se pueden aguardar sino o mentiras o engaños o burlas o risas. A buen librar, toda la noche tuve sobre mí al buen Bruno que me ahogaba, agrumaba, sintiendo en la apretura que me hacía que no me convenía venir a España, sino dejarlo todo. Parecíame estar yo tan pesado con el negocio que traía entre manos, que ninguna galera con fuerza de mill galeotes no me podrían menear de un lugar. Cuando disperté, bien eché de ver eran aquellos efectos de satanás.
A la tarde, cuando quise salir de casa para ir por la respuesta al buen teatino, sólo Dios sabe las contradiciones que tuve de los que estaban en la casa y en mi persona, tanto que yo hablaba contra mí y contra el consejo que el buen Bruno me había de dar. Y esto bien sé que fue sin ser yo atormentado, sino que, sin saber cómo estaba, decía algunas palabras contra mí y contra los consejos del teatino, llamando los consejos vanos, hablando unas veces versos en latín, otras en romance. Pero, procurando sacudirme de todo, hinquéme de rodillas delante de un Cristo que tenía en la celda, de bulto antiguo, que, por tener saltado algo del barniz que tenía, estaba más devoto; y parecía que aquel barniz saltado era el pellejo que le habían quitado con la vestidura, cuando se la quitaron para lo enclavar en el madero. Pues, así hincado de rodillas delante de aquel buen Señor, le dije: —Tú, Señor, ¿no sabes que deseo hacer sola tu sancta voluntad, aunque me cuesten mill vidas? [116r] Dame, Señor, luz; sepa yo tu sancta voluntad. Nada se me da de cuantos trabajos hay en el mundo; sólo querría yo agradarte y no salir un puncto de tu querer. Ayúdame, Señor, que parece me faltan las fuerzas para ir por este consejo. Yo, Señor, te prometo de no salir un puncto de lo que él me dijere, aunque sea dejar hoy el hábito que traigo.
4. Visión intelectual y opción por la reforma
Con estas y otras cortas razones, mi capa ya puesta, sálgome de la celda, tomo mi donado compañero y enpiezo a caminar. No sé qué se es esto, que no quisiera scribir esto, pareciéndome que ya lo tengo scrito y no sé dónde. Y si lo tengo scrito, pienso será muy de corrida. Y si se escribiere dos veces, será para que dos veces se sepa. Si en algo se diferenciare lo uno de lo otro, creo no querrá Dios que en cosas de tanta inportancia d haya yerro ni aun en un tilde. Bien sé, mediante la misericordia de Dios, no lo será en lo esencial. Podría ser en las palabras con que lo digo diferenciarlo y, según mayor o menor afecto cuando se scribe, algo más o algo menos encarecido. Porque algunas veces scribo sin género de gana, sólo por ver a mis hermanos deseosos de saber cómo se sacaron estas letras y se dio principio a la Religión; y no querría defraudarla en cosa. Que, si éstos fueren disparates, fáciles son de romper; y si hay algo de provecho, fácil de apurar y ahechar.
Voyme, pues, para la casa profesa a verme con mi buen teatino, a tomar resolución de lo que me aconsejase. Por el camino yo no pensaba en otra cosa, sino sólo dentro de mí iba diciendo y pensando: —Señor, sólo haga yo tu sancta voluntad. Yendo en este pensamiento, pasada la puente de Sisto, junto a un hospital que allí habíe hecho Sisto V 6, a la puerta de un carpintero —creo hacíe sillas— a mí me pasó una cosa bien notable. ¡Oh buen Dios, si yo me viera aprovechado de otra manera, cómo de otra manera hablara! [116v] En un instante, como suelen decir por encarecimiento de brevedad de tiempo, en cierra ojo y abre, más breve que un repentino relámpago, a mí me mostraron (luego diré cómo) todo lo que por mí había de pasar si me quedara en Roma y todo lo que yo claramente veo he pasado y voy pasando en España.
Vi que, si me quedara en Roma, quedaba y había de tener una vida llena de descanso e, honra y gloria, tenido, estimado, reverenciado; mi vida con grandes demostraciones esteriores de virtud y sanctidad, por las cuales, me parece, Roma se iría tras mí f. Y, en orden a esto, todo lo que me parece se puede decir. Pero que esta vida sería muy corta y breve, comparándola a la flor del campo, que a la mañana nace fresca, apacible y agradable y a la noche se marchita. Tenía otro defecto aquella vida y muerte: que me significaron ser de poco valor y mérito y que, en darle yo a Dios aquella vida en semejante ocasión, cargado de honra y gloria, no hacía nada, porque natural cosa es a los hombres el morir y quien paga lo que debe, no hace nada; y que lo que en la vida y en la muerte podía haber de bondad y mérito, era bañar Cristo la vida y muerte en su sangre y pasión.
Para mostrarme la vida que había de tener y lo que había de vivir y pasar en España, mostráronme una calle que hay en Roma que llaman la Longara por ser tan larga 7. Vi esta calle, toda ella hasta al cabo, llena de tinieblas y obscuridad. Por la g calle, conocí que mi vida seríe larga; por las tinieblas, los trabajos que había de padecer, sin saber qué trabajos ni qué tinieblas. Que así debiera de convenir para que, viéndolos, no desmayara. Mostráronme que esta [117r] vida, representada en esta calle así llena de tinieblas, significando mis trabajos, que se diferenciaba de la primera, que estaba llena de gloria, como se diferencia el cielo de la tierra, por ser esta segunda de trabajos más agradable a los ojos de Dios.
Todo esto que vi y entendí, esto es cierto, debajo de la protestación que tengo hecha, fue en tan breve instante que no lo podré encarecer. Luego como aquello vi y se me representó, sin hacer otro discurso, sin mirar que la vida de los trabajos fuese cielo en comparación de la otra que fuese tierra, al puncto y al instante me enamoré de la vida de los trabajos, la acepté, la quise, la scogí, la abracé, la amé y la reverencié en nombre de Jesucristo.
En acabando de hacer este entriego de mi voluntad a esta segunda vida h (no obstante que siempre llevaba resignación a mi buen teatino, debiera de convenir así, que i bien sabía Dios no debiera de ser contrario lo que por mí pasaba de lo que el buen teatino me había de aconsejar), luego di lugar al discurso y enpecé a decir dentro de mí: —Claro es, Señor, que, si yo te amo, que no tengo de querer en esta vida honra ni gloria, sino padecer por tu amor. Acordábame de aquellas palabras que dice la sancta madre Theresa de Jesús: Que, si le fuera dado vivir hasta la fin del mundo en perpetuos trabajos por tantico más agradar a Dios y merecer una pequeñita gota de la gloria de Dios, que dejara el cielo que de presente le dieran y lo dilatara hasta haber padecido por su Dios infinitos trabajos hasta el día del juicio 8. Y con esto me consolaba: con entender que, si esto era a Dios más agradable, Dios me sacaría libre de cuantos trabajos hubiese en el mundo, y cuando padeciese mill muertes y deshonras, todo era nada, pues no era a mi cuenta sino a la de Dios.
5. Segundo coloquio con el P. Bruno, S.I.
[117v] Con esto fui consolado a mi teatino. Tuve mucho ánimo para pedirle me dijese lo que me convenía hacer, habiéndole dado algo larga relación de todo lo que por mí había pasado, no en lo que me sucedió en la calle yéndole a hablar, que aquello yo lo callaba hasta
ver si concordaba con su parecer. Estaba entonces delante el P. Bartolomé Pérez, que al presente era de los cuatro que asisten con su generalíssimo 9. Teníanme en medio, el Bruno a la mano derecha, en el banco que estábamos sentados, y el P. Bartolomé Pérez a la izquierda 10. Dijo el P. Bartolomé Pérez: —Vuestra reverencia escuche y atienda a lo que el P. Bruno le dijere, que sin duda le dirá y aconsejará lo que le convenga.
Respondió el Bruno: —Yo he encomendado a Dios con grandíssimas veras a vuestra reverencia y a su negocio, y le he pedido a Dios me dé luz; y la resolución que tengo es que esta obra en que vuestra reverencia se ocupa es de grande servicio de nuestro Señor, obra grande e inmensa. Vuestra merced no padece como persona particular, sino como cabeza. No le dé pena, tenga ánimo (no sé si dijo «esta religión» o «su religión»): esta religión se hará sin falta y le enviará Dios muchos sujetos. Y una de las dificultades que tendrá, será el tener vuestra reverencia fortaleza j de defenderse de los hombres hechos que vendrán y no convendrán para ella. Díjele yo entonces k: —¿Cómo dice eso, padre?, que me ando muriendo y, si saliese de Roma, me parece que, antes de andar dos leguas, muriría. Respondió el P. Bruno: —No inporta, mi alma con la suya, allí tendrá Dios otro que tome las letras de Su Sanctidad y las lleve adelante (que lo digo todo al pie de la letra). Entonces, con un poco de ánimo y contento con lo que me decía, contéle lo que en la calle [118r] me había pasado, diciéndole que cómo era posible que en un instante pudiese yo entender tantas cosas. Respondió: —Y aun como eso puede Dios hacer.
6. Insomnio persistente
Volvíme a mi casa, donde estuve algo contento y aliviado con lo que en la calle entendí y con lo que el buen Bruno me dijo. Y si trabajos tenía, me parece eran y caían más por de fuera que por de dentro, porque, con estas dos cosas, el alma quedó algo desembarazada de los temores y miedos, y así más libre para pensamientos, aunque, como el interior tiene tanta hermandad y trabazón con lo esterior, estando lo uno manco, lo otro ha de estar defectuoso. Pero sé decir que los afectos estaban más libres.
Y así me sucedía muchas noches echarme en nuestra tarima y, deseando agradar a Dios, ser ordinario quedarme hasta la mañana en la palabra que enpezaba a decir. Como si decía alguna antífona y en
medio de ella me quedaba adormido: a cabo de cuatro o seis horas, me hallaba en la boca la misma palabra. Y esto fueron tantas noches que, como yo no sabía cómo podía ser que un hombre pudiese pasar sin dormir tanto tiempo, cayóme miedo y escrúpulo que, si mucho me dejaba llevar de aquella vida, que claramente la vida natural se me iría gastando l y faltando las fuerzas y la salud, y no la tendría para venir a España a lo que me aconsejaban.
Di orden de tratarlo con los dos padres de la Compañía de Jesús. Díjome el P. Miguel Vázquez 11 que, cuando me acostase, no tuviese oración ni pensase en nada, sino que me divertiese. Díjome el P. Bruno m que tenía necesidad y que procurase templar los afectos, porque me certificaba que el mismo demonio gustaría que por aquel camino yo caminase tanto, aunque fuese en cosas de perfección, que me muriese presto; que, cuando yo me salvase, aunque fuese con algunas [118v] ventajas, en fin se ahorraba la vida y salvación de tantos como en este hábito se habían de salvar.
Con esto, procuré divertirme de aquella vida y hacer fuerza para no me dejar llevar, porque era certíssimo que me iba cogiendo de tal manera, que ya casi no era señor de salir de casa; y si algún día salía a dar algún paso en nuestro negocio, más era cumplimiento que gana.
7. Visión de Cristo resucitado
Pienso que fue n en esta ocasión y en este tiempo. Me sucedió una cosa particular, que no sé si del todo la he entendido, una noche, creo fue estando en este sueño que digo algunas noches tenía sin dormir. ¡Oh confusión grande! ¿Qué ha sido esto, Fr. Juan? ¿Cómo me atrevo a hablar ni a tomar cosa en mi boca? Que no sé si diga que a un hombre como yo mejores son estas cosas para las olvidar que para las scribir. Dios sabe para qué. Dígase, que, si a mí no me han aprovechado, será mi Dios servido en lo porvenir me aprovechen a mí o a mis hermanos, si acaso se juzgaren por cosas de Dios.
Estando, pues, así, pareció me llevaron do estaba el sol o, que en aquella sazón estaba, me parece, do suele estar en verano a las once del día. Vi que, en el propio lugar do estaba el sol, estaba Jesucristo como cuando lo pintan resucitado y triunfando con una cruz en las manos. La luz del sol no me inpedía, porque la luz de Cristo la desparecía y lo dejaba como él es, habiéndole quitado la luz que se la habían dado como enprestada por el tiempo que su criador quisiese. Y así digo que, me parece, mientras más me acercaba p a él, menos q luz
tenía, porque la que Cristo tenía le deshacía la suya. Ninguna comparación hay mejor como ver que, cuando se acerca más el día, menos alumbran los candiles y velas. La luz que allí había, era amorosa, suave, [119r] que de suerte ninguna podía dar pena.
Parecióme (que no sé yo cómo tomo estas palabras en la boca. ¡Sea por ti, Señor, que bien me mortifico en ello y me parece me había yo de morir en acabándolo de decir!). Vi que nuestro Cristo tenía una cruz como de dos maderos gruesos. No la tenía en el hombro, sino inhiesta en las manos. Miréme a mí, y vi que tenía en mi mano una cruz como de dos pajas delgadas, como unas que suelen pintar en unos san Juanes Baptistas niños, o a unos niños r Jesuses que representan la resurrección. Yo allí no discurría ni pensaba qué era aquello. Parecióme que el mismo Cristo, o por mejor decir, vi que me dio dos llaves puestas en un cordón largo s, puestas en los dos cabos de la cuerda; y yo me las eché al hombro. Y la cuerda era tan larga, que casi las llaves llegaban al suelo. Y luego, tras esto, me dio una lanza, y también la arrimé al pecho. Y luego me dio un calnado y una armella de estos que se cierran de golpe; y en una mano me quedé con el calnado y en otra me quedé con la armella. Y con esto, ni yo sé cómo me despedí ni cómo me volví ni quedé.
Estuve muchos días con mucha pena de lo que aquello pudo significar. Esto contélo al P. Fr. Juan de san Jerónimo en una confesión; que no sé que lo haya dicho a otro. Si en algo me diferencio, yo le doy licencia para que esto se registre por lo que entonces dije. Que fío en mi Dios, aunque debe de haber cosa de siete años, un tilde no añado de lo que entonces fue. Díjome el fray Juan: —Anímese, que, aunque otras muchas cosas le hayan pasado que en ellas haya tenido alguna parte el demonio, esto es de Dios; y lo debe de querer [119v] para que entienda en esto que ha enpezado. Pero a mí dábame pena por no entender lo que aquello podía significar, aunque me parecía me hacían señor de la Religión y me daban las llaves de ella y el calnado con que se había de cerrar. Y el estar abierta, digo el calnado apartado de su armella, me parece la voluntad y amor con que había de recebir a los que a ella viniesen. La lanza era con que la había de defender de los contrarios que la combatiesen. Entonces no entendí otra cosa ni ahora la entiendo. Dios lo descubra y sea para que yo más le ame y sirva.